miércoles, julio 22, 2009

JUGANDO 2

Los parques llenan, junto a los cuentos que me decía mi abuela paterna, los recuerdos más lindos de mi vida. Sin la presencia de unos no hubiera podido entender los otros. Una flor que veía abrirse me permitía ver a la princesa que salía del fondo del bosque; un caballo galopando por un cerro verde me dejaba hacer volar sobre las hojas de un estanque a un diminuto caracol que dejaba atras un rastro de plata donde el arcoiris llegaría luego a llenar su olla de riquezas.

Los cuentos de Elvira siguen -pese al cinismo que a veces me protege del día a día- blindando mi ternura, multiplicando mis asombros pese a lo lejano que ya me resulta el eco de su voz. Sin embargo, los parques siguen en muchos sitios -pese a la marea bárbara que pareciera querer acabar con todo- y siguen siendo mi refugio para seguir llenando mi vida de juegos en los que una flor recibe a un insecto para que los verdes vuelen... para que el misterio de la vida siga celebrando sus ritos de magia que se hace realidad.










sábado, julio 11, 2009

TRABAJANDO EN CAYAPA

Hace mucho, mucho, tiempo, los indígenas venezolanos no tenían un sistema monetario con el cual realizar sus operaciones comerciales, por ello el trueque y el trabajo individual eran los mecanismos de intercambio que poseían. El esfuerzo laboral, por lo general, se ejecutaba de manera cooperativa para llevar a cabo una obra de interés individual o colectiva.
A esta manera de permuta se denominaba cayapa y como tal se mantiene en las montañas andinas. En el estado Trujillo, 400 kilómetros al oeste de Caracas, capital de Venezuela, los campesinos la llevan a cabo los fines de semana, principalmente para realizar labores de agricultura.
Este sabado 11 de julio un grupo de agricultores acudió a Los Gallinazos en Altos de la Laguna, a las afueras de Mendoza, estado Trujillo, en la finca de “Don Vicente” para ayudarle en la preparación del suelo donde sembrará maíz en los próximos dias. Cada uno de ellos acudio con sus bueyes y sus arados.
La faena se llevó a cabo en un ambiente de camaradería donde los gritos para alentar a los animales, o para tomarse el pelo unos a otros, desbordaba la montaña. Estos hombres celebraron la antigua ceremonia de ganarse el pan en una hermosa relación entre ellos y con la tierra que los bendecirá en cuatro meses cuando las mazorcas llenen los estribos de estas montañas generosas.





















sábado, julio 04, 2009

DON LORENZO VILLAREAL

Él tiene 81 años, el 17 de septiembre cumplirá 82, y desde hace 53 años está viviendo en las montañas de El Paujil, en la parte alta de La Mocojó, zona rural del estado Trujillo. Allá se llega luego de tres horas de caminata desde Mendoza, población ubicada aproximadamente a 430 kilómetros al oeste de Caracas, capital de Venezuela.
“Yo llegué aquí buscando donde ganarme la vida, donde poder levantar una familia, tenía ya varios meses buscando hasta que encontré esto, que quiero cambiarle el nombre, qusiera que se llamara El Paraíso”.
Hace solo 6 años que llegó a su casa la electricidad. Desde su llegada a estas montañas se dedicó a “ganarle tierra a la montaña, porque esto eran puras piedras, así que empecé por sacarlas y hacer murallas con ellas, para poder usar la tierra y sembrar. Y así fue que empecé a llenar de siembras estos cerros. Pero tenía un problema: las herramientas me salían muy caras y era muy lejos para irlas a buscar asi que empecé a hacerlas yo mismo. Esto que usted ve no se compró en ninguna ferretería; lo que hago no es para aparentarlo, sino para que sirva; puede que sea feo, pero funciona”.
Con paciencia y un talento sin límites don Lorenzo se dedicó a fabricar las piezas que necesitaba para sus faenas diarias. Pero no se quedó en eso sino que empezó a fabricar otras. De este modo fue que fabricó una maquina para moler el excedente de sus plantaciones de apio (Arracacia xanthorrhiza), un trapiche para moler la caña de azúcar que siembra en sus terrenos y producir azúcar artesanal, y diferentes piezas que le ayudaran en sus faenas diarias. Don Lorenzo explica que sus piezas “no las hago para que las vean, sino porque las necesitamos”.
Pero no todo es trabajo, y sus acendradas creencias religiosas lo llevaron a construir una capilla, “también con las piedritas que Dios había puesto en la tierra quise hacerle un lugar a sus santos para que tuvieran donde estar cuidados. Y las puertas las hice con un cedro que conseguí atrás de aquella montaña y lo corté y lo traje con los bueyes. Porque también es necesario darle a Él las gracias por todo lo que nos da, sin su consentimiento uno no podría hacer nada en la vida y aunque exista gente que no cree, yo eso se los respeto y pienso que cómo puede ser que no se den cuenta que no hay mejor manifestación de su existencia en medio de esta paz y esta belleza. Por eso es que quiero que esto se llame El Paraíso”.















































































miércoles, julio 01, 2009

HACIENDO CUAJADAS

Maria Isabel de Carrizo tiene 60 años y desde niña cuando sus padres tenían vacas en Carorita, su pueblo natal, ubicado a las afueras de La Puerta, población rural ubicada en las afueras de Valera, estado Trujillo, 430 kilómetros al oeste de Caracas, capital de Venezuela, aprendió a hacer queso y diversos productos derivados lácteos.

Hoy, ella vive en las cercanías de Mendoza, otra población rural vecina a la ciudad de Valera, donde sigue fabricandolos. Cada mañana busca sus animales, los ordeña y con la leche obtenida fabrica “cuajada” que luego vende a sus vecinos y amigos. “Lo que hago es hacer lo que me enseñaron desde chiquita: a ganarme la vida con mi trabajo, y mientras Dios me de fuerzas lo seguiré haciendo”.

Mientras dice esto y realiza sus faenas ella sonrie y mueve sus manos con gestos de quien hace de la vida una fiesta.





























































































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