martes, noviembre 29, 2011

HUMILDE


El cielo dibuja una cruz de centellas sobre la noche
para alumbrarme el camino y poderme escapar
a llenar de luciérnagas las estatuas del cementerio

© Alfredo Cedeño

domingo, noviembre 27, 2011

ORINOCO DE SU ALFA AL DELTA


El Orinoco es un largo celaje que cruza mis recuerdos, con la viveza de las serpentinas que se lanzaban en los carnavales del Puente Jesús, en La Guaira de mi niñez. Mi padre, fabulador por antonomasia, me llevaba cada domingo a la plaza Vargas donde comprábamos los diarios y luego nos íbamos hasta los restos amurallados de La Subida del Colorado, desde donde veíamos los barcos fondeados en el puerto y él me entregaba las comiquitas, mientras se dedicaba a escarbar los periódicos.

Lengüetero, como siempre fui, en breve comenzaba a preguntar por los navíos que reposaban en la rada. Sempiternamente comenzaba preguntando por su procedencia. Papá respondía siempre, sin levantar la cara de lo que leía:
– Ese viene del Orinoco.
– Del Orinoco?
– De la misma cabecera, ese salió anoche tempranito y esta mañana llegó de madrugada.
Y yo le creía. Es decir, que mi inocencia, o pendejera, es de vieja data, rondando el medio siglo para ser precisos. Pero, a la par que le creía lo estimulaba, porque de inmediato proseguía:
– Papá y el Orinoco no es muy lejos?
– Lejísimo, eso es por donde Judas se guindó del cogote; y hay unos leones enormes más grandes que los elefantes, y unos tigres que se comen a los tiburones, y los indios cazan a los monos sin escopeta.

Y yo empezaba a delirar, alucinaba, sin todavía conocer a Emilio, el señor aquel de apellido Salgari, ni a sus personajes, me convertía en un Sandokán rechoncho, tropical, caribeño y subdesarrollado que se aventuraba por el cauce de aquel río que papá me informaba con recurrencia dominical: “Es el río más grande de Venezuela, el segundo de América del Sur, quinto del continente, y el más largo y caudaloso del norte de Suramérica; y que, como pasa con todo, nace siendo chiquitico”


Cuando años más tarde, adquirí este vicio vital de las letras y leí El soberbio Orinoco, de ese otro mago de la palabra que fue Julio Verne, mi ensueño se remachó al encontrar esto: En toda su costa la vegetación es exuberante, tupida…, ¡inmensa! En estas circunstancias, la Naturaleza se muestra fértil y hasta si usted quiere, hermosa y maravillosa…

Afirman que la palabra Orinoco quiere decir en lengua indígena Tamanaco Serpiente emplumada. Otros dicen que es de origen warao y significa río padre. Hay quienes aseguran que el topónimo más antiguo sería Wirinoko o Uorinoko, que significa el lugar donde se rema, por wiri: donde remamos y noko: lugar.

La primera referencia histórica que existe de este río es de 1498 cuando Cristóbal Colón lo avista durante su tercer viaje a las tierras americanas. De la relación que hace el genovés de aquella tercera jornada cito: Y digo que si este río no procede del Paraíso Terrenal, viene y procede de tierra infinita, del Continente Austral, del cual hasta ahora no se ha tenido noticia; mas yo muy asentado tengo en mi ánima que allí donde dije, en Tierra de Gracia, se halla el Paraíso Terrenal.

No fue sino hasta el 27 de noviembre de 1951 -se hace hoy 60 años- cuando una comisión franco-venezolana, encabezada por Franz Rísques Iribarren, llegó a sus cabeceras, a 1.047 metros sobre el nivel del mar, en el Cerro Delgado Chalbaud, en el sector sureste del Amazonas venezolano.

Su longitud total es de 2.140 kilómetros y lo alimentan 194 ríos y cerca de 600 subafluentes que constantemente desembocan en su torrente para conformar una cuenca que cubre más de un millón de kilómetros cuadrados y ocupa el 70% del territorio venezolano.

Es tarea imposible escribir sobre él y no caer en las cifras, pero es la única manera de tratar de hacer entender su pasmosa magnitud. Los afloramientos rocosos, así como la acumulación de material sedimentario y la combinación de ambos elementos, han dado lugar a la formación de casi 600 islas a lo largo y ancho de su curso, siendo Isla de Ratón la mayor con un área de 40 Km2.

El caudal promedio de sus aguas, como expliqué en una nota anterior, la que habla de los Warao, es de 18.000 metros cúbicos por segundo, a la altura del inicio del delta; el cual se expande continuamente debido a cerca de 100 millones de metros cúbicos de sedimentos que anualmente el propio río Orinoco va depositando allí.

Son centenares de pueblos los que existen a lo largo de sus más de dos millares de kilómetros. Sus orillas presencian el paso de niños, mujeres y hombres que desgranan historias y ponen sus huellas en sus aguas y arenas. Muchachos que se llenan de asombro al verlo por primera vez...



La pesca artesanal se sigue llevando a cabo, con la parsimonia de siempre, en sus aguas engañosas. Corriente parda e insondable de mansedumbre que sabe ser feroz, donde la vida –parodiando a Ciro Alegría– es ancha y ajena; hasta llegar a Ciudad Bolívar. La secular Angostura de la que Andrés Eloy Blanco dijera con hermosura, que envidio:
En Angostura, el agua
tiene la hondura de un concepto
y acaso aquí es el río la sombra de Bolívar,
metáfora del alma que no cabe en el cuerpo.

El puente que lleva su nombre contempla el paso de cayucos y navíos, a la vez que ampara a quienes se escurren de la canícula en su frescura.



No hay otro modo de ir andándolo. Son pinceladas que pueden ir dando una pálida semblanza de su presencia gigantesca. A la altura de San Félix, y a 680 kilómetros en línea recta –pero más de 1.300 kilómetros de recorrido- desde su lugar de nacimiento, tiene casi tres kilómetros de ancho. Allí numerosas personas y vehículos lo cruzan a diario utilizando el servicio de las “chalanas”.


Las zapoaras resplandecen en las mesas. Y nuevamente Andrés Eloy Blanco me regresa al recuerdo:
Orinoco,
gran Río Útil,
primer ciudadano de Venezuela,
tu prueba
nos pasó por tu mismo filtro.


Río abajo, a 200 kilómetros en línea recta de su desembocadura en el Océano Atlántico, los conquistadores hispánicos construyeron, entre los siglos XVII y XVIII, dos fortalezas de piedra en su margen derecha, en medio de una vegetación feroz. Se fabricaron con la intención de resguardar el camino hacia las fabulosas riquezas de las minas de El Dorado. Nunca supieron entender que la riqueza buscada la tenían al frente y bajo sus propios pies: en el río y sus riberas hay una cornucopia vegetal y animal en la que todavía se siguen produciendo hallazgos de todo orden, en los suelos guayaneses el oro, los diamantes, el hierro, la bauxita –entre muchísimos otros- son cuentas de un rosario infinito de tesoros.

Su encuentro con el Atlántico es un laberinto de caños y verdes donde se desarrolló la cultura Warao. Este grupo indígena con una edad estimada de 20.000 años sobrevive entre los innumerables brazos finales del Orinoco. Son 40.200 kilómetros cuadrados de agua, manglares, palmas, barrancos, viviendas y caseríos.


Pido excusas por la recurrencia de hoy al poeta cumanés, pero es que Andrés Eloy dijo con las palabras precisas lo que este torrente es:
Río delgado de las fuentes
río colérico de los saltos,
río de las siete estrellas,
que en la Fuente no llenas el hueco de las manos
y luego eres el sueño de un mar sin continencia!


Y de nuevo perdonen, pero ¿cómo no ser pretencioso y estar orgulloso de ser hijo de esta tierra? Aquí se vive en un sueño de vértigos que iluminan los ocasos; y una vida que comienza se recorta como un lucero contra un cielo que delira.

© Alfredo Cedeño

jueves, noviembre 24, 2011

TRINIDAD


Tres candelas le puse a mis santos
y una sola condición:
una fue por mis campos y que mis matas carguen
otra para que mis hijos crezcan
y la última por mi salud ya casi en cuarentena;
todas en una sola plegaria
para que mi tierra entera sea una sola gracia.

© Alfredo Cedeño

martes, noviembre 22, 2011

SASTRE


Con mi aguja de rezos y credulidades ya vencidas
la agarré y la cosí al cielo
puse cuidado y mucho empeño
pero siempre se me rompió una orilla
y se me quedó en mengua el color de la pureza.

© Alfredo Cedeño

domingo, noviembre 20, 2011

TRUJILLANEANDO 09 (O cómo se hacen las panelas)


Cuando niño, mi abuela acostumbraba algunas tardes darme de merienda un trozo de coco seco y un pedazo de papelón, o de panela. Ese sabor permanece en mi memoria con la fidelidad que sólo una abuela consentidora y alcahueta puede generar en un gordo glotón y malcriado como el que fui. Pero, como a fin de cuentas, no se trata de ventilar mis taras, fracasos o infortunios, sigamos en lo que iba. Digamos entonces que: al comienzo fue la caña y la volvieron panela.

Algunos investigadores afirman que fue en Nueva Guinea, al sudoeste del Océano Pacífico, donde se originó la caña de azúcar, y su primera aparición fue como una planta de jardín que se masticaba. Hay algunos estudiosos que hacen precisión al respecto, como es el caso de R. Humbert y F. Gómez quienes señalan que su origen estuvo en India, Malasia y China.

Lo cierto es que cuando se descubrió la tumba del faraón Tutankhamon, quien reinó del 1336 al 1327 antes de Cristo se encontraron evidencias de que los antiguos egipcios conocían la caña de azúcar. Se sabe que ellos desarrollaron un método químico de refinación utilizando para ello cenizas de diferentes materiales.

Años más tarde, en el 327 antes de Cristo, cuando Alejandro Magno invadió India, sus escribas dejaron registro sobre los habitantes de aquella región, quienes "mascaban una caña maravillosa que producía una especie de miel sin ayuda de las abejas".

Más adelante, tanto como siete siglos más tarde, en el Siglo V de nuestra era, los persas desarrollaron un sistema para cristalizar su jugo y obtener azúcar.

La muy documentada invasión musulmana a Europa llevó a aquellos espacios, donde hasta entonces no se cultivaba, nuestra comentada planta. Supongo que gracias a las condiciones climáticas fue en la franja costera que va de Málaga a Motril la única zona de Europa donde su siembra cuajó.

Se sabe que en el tratado nazarí de alimentos al-Kalám ´alá l-agdiya, que fue escrito, entre 1414 y 1424, por Abú Bark ´Abd al-´Aziz –Arbüli quedó asentado: "El azúcar, aunque no es un producto derivado de los animales, lo mencionaremos por su proximidad a la miel en su dulzor y en su efectos. Es de naturaleza equilibrada, con tendencia al calor, pero no produce sed como la miel y es más nutritivo que ella. El azúcar de pilón (al-sukkar al-tabarzad) es la mejor de sus clases.”

En cuanto al origen etimológico de al-sukkar al-tabarzad; encontramos que al-sukkar viene del árabe hispánico as-súkkar, que proviene del árabe clásico: sukkar, que se originó en el persa: sekar, que a su vez proviene del sánscrito:śárkarā. Para completar el galimatías les diré que la palabra persa tabarzad significa: cortado con hacha, por lo dura que era tal azúcar.

Pero, como aquí no se trata de estarles jodiendo la vida con tanta cultura general prosigamos. Una vez los españoles reconquistaron sus territorios y se dedicaron a desquitarse invadiendo a otros, comenzaron por llevarla a las islas Canarias.

En medio de todo este embrollo -para no escribir peo y evitar que me señalen de escatológico-, surgieron los trapiches, molinos que funcionaban con tracción humana –obtenida de los esclavos-, luego con animales, más tarde a través de la hidráulica empleando los cauces de ríos y quebradas, para terminar en el empleo de motores diesel.

Y fue cuando el navegante genovés, al que algunas lenguas maldicientes asocian en ciertas faenas galantes poco dignas pero de alto gusto con la soberana, encontró las tierras americanas. Este caballero se sabe que en su tercer viaje traía trozos de nuestra amiga a la que hoy trato de documentar.

En Puerto Rico los primeros en fabricar azúcar, fueron el comerciante genovés Tomas de Castellon, y Blas Villafañe, tesorero real, fundaron un ingenio en Añasco a comienzo de la década de 1520, luego terminaron arruinados.

Según L. García a Venezuela llegó alrededor del año 1520, cuando Don Juan de Ampies la introduce por la ciudad de Coro y para luego trasladarla a El Tocuyo, donde se llevaron a cabo sus primeras siembras, y se dio inicio a la producción de azúcar artesanal, que en Venezuela se denomina papelón, cuando es de forma cónica, o panela, en las oportunidades que su morfología es cuadrada.

En la actualidad, en diferentes lugares del mundo se mantiene la producción artesanal de esta azúcar primitiva. En San Juan de Isnotú, pequeña población del estado Trujillo, 400 kilómetros al oeste de Caracas, capital de Venezuela, ese proceso artesanal se conserva “tal como lo aprendimos de nuestros padres” comentan los campesinos que se dedican a esa tarea.

Días atrás acompañé a un equipo de estos trabajadores que desde las cuatro de la mañana, día a día, se dedican a la elaboración de “panelas”. Luego de descargar de camiones la caña de azúcar, esta es molida para extraer su jugo que luego es hervido en grandes recipientes hasta que adquiere la consistencia suficiente para ser vertido en moldes que más tarde permitirán ser envasados para su posterior comercialización.

Nunca ha estado la vieja Elvira, mi abuela, tan presente en mi como ese día. Los aromas del jugo de caña, y luego cocinado en enormes pailas de cobre, me arrullaron con reminiscencias de aquellas meriendas de mi niñez. Nunca supe, hasta esos momentos, las de faenas y esfuerzos que ella me entregaba en aquellas tardes para calmar mi sed de chucherías: un enjambre de gente que, con un largo río de sudores, produce a diario la magia de la dulzura que sólo un trozo de panela produce en el paladar.

© Alfredo Cedeño




jueves, noviembre 17, 2011

LIMBO



Maraña de greñas que deshilacho con mazazos sobre mi tierra
cielo áspero y golpe desde las nubes que retoña y rebota
entre cada callo de ruegos que riego y aseguro día tras día,
brisa que recorre anochecida mis pantorrillas
y pega saltos por un recuerdo de ganas muy campantes
sin melancolías que me aparten del barbecho.

© Alfredo Cedeño

martes, noviembre 15, 2011

CORAZÓN NARANJA



Con amor de hortaliza la tierra se asoma
en milagro de formas lleno de bordes
donde se abre una franja de cariño,
camino de brisa
querencia de niño
Imagen sin prisa
paso de los días
milagro de vida que se derrama en mi mesa.

© Alfredo Cedeño

domingo, noviembre 13, 2011

ELIDA MARÍA PEÑA


“Había mucha gente mala, yo me ponía armas por aquí, y por aquí, y mascarillas, que no me conocieran, era fuerte. Los robos eran inmensos, se llevaban 15, 20, 30 40 animales, y yo decía que no podía seguir así. Me van a matar. Yo cargaba escopetas de esas de cápsula y revólver. La última vez, cuando dije que ya no podía más, fue cuando me salieron 11 hombres enmascarados. Estaba sola. Eso eran kilómetros de aquí y andaba con una perrita que era la que me cuidaba”.

He dicho y escrito en repetidas oportunidades: Venezuela es lo que es gracias a sus mujeres y pese a sus políticos. Esa frase, que acuñé en los años 80, hoy está más vigente que nunca. El relato con que comienzo mi nota de hoy son las palabras textuales de Elida María Peña, en su Granja Caprina Doña Elida, localizada en el caserío Simara, en las afueras de Bobare, estado Lara.

“Yo lo que hice fue que eché tiros al aire. Y se dejaron venir toda esa cantidad de hombres y yo corría, y corría. Las cabritas, como la perrita empezó a ladrar, empezaron a bajar de todos esos cerros y sabana, y llegaron y se vinieron conmigo, y los hombres llegaron hasta aquí cerca de mi casa. En lo que en la tarde llegó mi esposo le digo: mira yo no puedo seguir en esto; búscame un camión que vendo lo que queda porque no puedo más.”

Elida tiene 54 años y su voz es de una suavidad que engaña. Ella es nacida y criada en este caserío donde ha levantado su granja, que es modelo para muchos. Constantemente es visitada desde diferentes centros de estudio para ver lo que ha logrado en casi 40 años de tesón y joderse la vida en estos chaparrales.

“Vendí llorando porque mis cabras ya eran animales mestizos de criollo con raza canaria pero no podía. Me quedé con un poquito de cabritas; y con eso volver a empezar”.

Elida es como la vegetación que rodea su estancia: aguanta sol inclemente, viento áspero y una aridez a la que se enfrentó y le ganó la pelea. Pero de eso les hablo unos párrafos más adelante. Le viene en los genes lo fajada.

“Mi abuela por parte de papá era coriana, una corianita de esas pequeñitas pero con pantalones bien puestos, se llamaba Gabina Silva y mi abuelo era Juan Amado Torrealba, venía de Algarí, que pertenece aquí mismo al municipio Iribarren, o sea Lara. Mamá también es nacida de aquí, no de acá de Simara sino del caserío Las Mulas. Cuando tenía once años me fui a Caracas con una tía; ahí duré hasta los veinte años, en Los Frailes de Catia, ahí aprendí como dicen a leer y escribir y me enseñaron lo que es una persona tratable, saber defenderme. Pero, no estaba enamorada de la ciudad… Yo quería volver a mi campo.”

Cuando volvió a Simara se dedicó a trabajar “en lo que se hacía aquí” que era trabajar en la extracción de la fibra de cocuiza. “Un trabajo muy fuerte, se agarraba la penca y se vendía ya procesada, seca. En Caracas yo había estudiado secretariado y quería trabajar en una empresa, en un banco, que era lo que deseaba, pero no conseguí ayuda, me pedían mucho documento, necesitaba como dicen una palanca”.

Elida había regresado con un niño, su hijo mayor, “un excelente hijo. Luché, con él en mi vientre, me fui a trabajar entonces a Barquisimeto de servicio, no aguanté, volví a mi campo, trabajaba la cocuiza con papá, en esta misma zona. Después, cuando ya tuve mi hijo, los sufrimientos siguieron porque no tenía como alimentarlo, era muy fuerte, tuve la ayuda de mis hermanas Ada y Mercedes, y otro que me tendió la mano fue mi hermano José Amaro.”

Con su familia estuvo hasta que su hijo tenía dos años y medio. Constantemente les decía: “Yo no encuentro qué hacer, yo me estoy muriendo de hambre, igual que mi hijo, yo necesito trabajar, yo quiero trabajar”. Esta mujer que es puro temple también es un mundo de emociones; rememora y se conmueve. “Ir a la ciudad era muy triste porque no había carros, no había cómo salir, no tenía quien me cuidara mi niño”

En ese tiempo conoció a alguien, “que es el papá de mis hijos, un muchacho de trabajo, de buena familia, y que me dio un hogar. Pero le dije: yo quiero trabajar en mi casa. Me dice: pero cómo quieres trabajar? Quiero animales, cómprame unas cabritas. Me compró un macho, un reproductor, y cinco cabritas, unos animales criollitos de por aquí mismo de la zona. Eso sería como en el 74. Ahí me inicié. Eran animales de la sabana, nunca acostumbrados a tocarlo, al ordeñar, ni nada de eso. Yo me sometí a amansarlos, a domesticarlos y lo logré. Así con esos embarazos que tenía grandes, cortaba árboles que había en la zona, que la cabra podía comer, les daba maíz en la mano. Mientras las enseñaba a adaptarse las tenía en el corral, pero después había que largarlas que se fueran a buscar su propia comida”.

Ese rebañito Elida lo convirtió en una manada de ¡setecientos animales! “Eso duró varios años. Eso era en la parte alta de aquí de Simara. También tenía marranos, tenía pavos, tenía gallinas. Yo vivía feliz en ese mundo. Esos animales no se ordeñaban porque era muy poquita la leche que daban, únicamente que se vendían los machos, una o dos veces al año, pagaban en aquel tiempo el kilo de chivo en pie a real, un chivo podía valer como cinco o seis bolívares, por lote se vendían treinta, cuarenta, hasta cincuenta. Esas cabras andaban sueltas, se iban kilómetros y kilómetros a buscar su comida. Yo les abría el corral a las ocho de la mañana y regresaban a las cinco de la tarde, solas”.

Allí estuvo hasta que durante un invierno hubo “unas inundaciones muy grandes y mi hogar se lo llevó la creciente. Ese día estaba sola con mis tres niñitos, uno pequeñito. Empezó a llover, a llover, y a llover, y empieza a crecer la quebrada, le dicen de Simara, y se reventó una de las represas que están en la parte alta, en la montaña arriba y se trajo todo. Mi casa era de bahareque, con techito de zinc, y las piedras pegaban, inmensas rocas, detrás de mi casa. Yo logro sacar a mis hijos, los dos grandecitos, a que la tía de mi esposo que me quedaba como a dos cuadras, y había dejado dormido, al pequeñito, y cuando regreso no puedo pasar a buscarlo. El agua daba arriba. Él estaba en una hamaca y el agua estaba aquí, debajo. Yo como pude entré. Pero, Señor, ahora ¿cómo salgo? No encontraba por donde salir. Pedí auxilio, nada. Y me lancé. Como pude nadé. Nadé y salí y lo salvé. Los corrales se fueron, cantidad de animales se ahogaron, las gallinas, ahí no quedó nada.”

Le tocó empezar de nuevo. Los recuerdos le ponen la voz delgada como un chorrito de brisa; pero no pierde el hilo y sigue contando: “Di gracias a Dios porque me salvé con mis hijos” Al poco tiempo su rebaño se había recuperado, pero a ella le preocupaba que tenía muchos animales, pero tenía muchas pérdidas. “Tenía épocas en el año en que me nacían doscientos, cuatrocientos cabritos, y me quedaban veinte o quince, o sea las mortandades eran demasiados. Lo que hacía era que lloraba, ya no encontraba qué hacer con mis animalitos. En ese tiempo empezó a venir gente de la universidad y le pregunté a una muchacha que era estudiante y ella me dice: Elida, lo que te está pasando es que tienes muy mala genética, hay mucha consaguinidad, hay mucho parásito, los animales están muy mal alimentados, tienes que empezar a desparasitar, animales que ya ves que son adultos tienes que irlos sacando a recambio de animales… Ahí fui aprendiendo.”

En ese tiempo comienza a escuchar, a través de Radio Cristal, una serie de programas de orientación para el cuido de animales. “Pasaban a las 5 de la tarde un programa con Fernando Deibis, y yo anotaba todo lo que él explicaba. Y empiezo a pensar que lo tenía que conocer”.

¿Cuándo se ha visto que una mujer inteligente y decidida no logra lo que quiere? Claro que lo conoció y él le tendió la mano. ¿Cómo no lo iba a hacer? Ella le dijo: “Señor Fernando yo quiero que usted me ayude, yo quiero cambiar.” Deibis la puso en contacto con un grupo de productores caprinos de origen canario en el estado Lara y comenzó Elida a remontar otra cuesta. “Me llevó a que una productora, una isleña, que está en El Pampero, la señora Tina. ¡Ay! Cuando vi esas cabras yo me enamoré, como uno se enamora de un muchacho joven que es bonito, así me enamoré yo. Eran cabras bellísimas, con unas ubres inmensas, aquellos reproductores preciosos! Le digo yo al señor Fernando: es verdad, tiene usted toda la razón, mis animalitos dan lástima delante de estas bellezas de anímales. Le digo yo quiero tener unos animales como estos. Él me dijo: ¡no aspires tanto! Le dije: soñar no cuesta nada. De ahí venía con otra mentalidad: yo quiero crecer, yo quiero animales como estos”.


Por supuesto que al poco tiempo ya ella estaba en tales lides. Es cuando ocurre el episodio con que comencé a contarles su vida. El susto con los asaltantes la hace vender sus animales y decide estabular sus animales. Varios productores le prestaban machos para cruzarlos con las mejores hembras de su manada. “Seleccioné 50 cabras de segundo parto, las que veía de mayor pesito, que podían con el reproductor, las metí en un corralito donde el macho las empezó a servir. El rebaño me empezó a cambiar apenas nació ese primer lote. Las desparasité, les puse vitaminas. Cuando mis primeras cabras nacieron con 50% de canario y 50 criollo, mi alegría fue tan grande porque nunca había visto una en mi rebañito que diera ¡2 litros de leche! Me dije: ¡Si se puede! Y la mente que yo tenía era: yo quiero cambiar, no voy a seguir pasando tanto trabajo. Hoy tengo cabras que dan hasta 8 litros diarios y son 460 cabras, de las que tengo en producción 120 que me dan 358 litros diarios, con un ordeño ya mecanizado. Para dulcería trabajamos con 30 litros 2 o 3 veces a la semana, el resto es todo para procesarla en la granja en queso, son como 2.500 litros a la semana que se usan en queso blanco, aliñados, madurados, ahumados, queso crema.”

No siempre ha tenido el viento a favor de ella, y un error de un veterinario de la UCLA le envenenó el rebaño entero por una aplicación indebida de dos medicamentos de manera simultánea. “Quedé otra vez en cero. Eso lloré muchísimo. Animales que yo los alimentaba con tetero…” Se recuperó y puso de nuevo a la orden de las autoridades universitarias su finca. “Estoy a la disposición, eso sí: no me vuelvan a inyectar un animal, ahora yo los inyecto. Y eso gracias a una persona que me enseño que se llama la profesora Lelys Monasterio una niña que entró a mi granja siendo una estudiante.”

Elida quiere dar a conocer más sus productos, “quiero verlos extendidos por todo el mercado, nacional e internacional. La granja en si lleva otro proyecto que es producir mi propio alimento para mis animales. Ya me estoy hincando en la siembra de maíz y estamos también en un proyecto con la UCLA para la soya, con Carlos Tobías, y vamos a hacer las mezclas. Ya he hecho un ensilaje con maíz y es excelentemente productivo para las cabras. La energía que les aporta es mejor hasta que darles alimento concentrado y los costos bajarían.”

Por mucho tiempo el agua fue su gran quebradero de cabeza. “Los trabajos que pasaba era muy fuerte porque aquí no se conseguía agua ni salada, teníamos que traer los tanques de Barquisimeto, que nos salía por un costo muy alto, y se me metió esa emoción por conseguir agua”. Fue así como buscó a varias personas que tenían “materia, que es la palabra que se dice aquí en el campo, para la persona que tiene vista, que dice: aquí hay agua.” Varios intentos fallidos no la desanimaron: “Ya eran varias personas que me habían dicho que si había agua. Yo tenía la fe en Dios. Me decía tiene que haber agua.” En el penúltimo de esos intentos que la habían dejado sin ahorros se le ocurrió pedir financiamiento al dueño de la empresa, Argenis Alvarado, quien se lo otorgó.

“Él mismo me trajo un señor que en verdad no se decir el nombre pero su apodo era Tan, un señor con mucho conocimiento, que marcó el lugar. Los trabajadores trajeron las máquinas, y se empezó a limpiar. Ahí lo que había eran cardones y tunas, ni un árbol que demostrara que había agua. Días y días de perforación y nada. Todos los días: José Luis como va? No hay esperanza. José Luis? No hay esperanza! Cuando iban en los 50 metros, vuelven a buscar al señor Tan: Mire, que aquí no conseguimos nada que nos diga que hay agua. Ahí está el agua, dice el señor, lo que no se es a cuántos metros, pero ahí está y hay suficiente. Insiste el señor. Yo soy muy católica y muy cristiana, creo mucho en Dios y me aferré a Dios como usted no tiene idea. En las noches, en la mañana, tarde, cada momento, que yo lograra conseguir agua. Una mañana voy y le preguntó a uno: cómo estuvo la noche? No hay esperanza, me respondió. Yo digo: si hay! Hay esperanza y grande, bastante, porque el agua es cristalina, le digo, eso es un lago bellísimo. Eso lo había soñado. Se siguió trabajando, las mechas se acababan una atrás de la otra, era una roca muy fuerte. El 30 de diciembre en la mañana vuelvo donde los muchachos: no Elida no hay esperanza. Les digo: qué lástima porque el agua está ahí, pero está bien. Ellos me decían: señora Elida si nosotros seguimos trabajando su costo va a ser mucho. ¿Cómo vas a pagar Elida, me dicen, si tú no tienes una ayuda? Tú la ayuda que tienes son tus animalitos. Ese día me entregué en ayuna, lo que consumí fue agua, le puse una velita al Gran Poder de Dios, que me hiciera el milagro antes de que fueran las seis de la tarde. Como a las cinco y media, más o menos, a mi el corazón me hacía así, como cuando a ti te va a dar un susto, o una alegría muy grande. A esa hora están los muchachos recogiendo todos sus corotos porque ya se iban, mi hija fue allá y se sentó en la torre y eso empezó a moverse. Les dice ella: epa muchachos esto se está cayendo! Los muchachos dan la vuelta y ven el agua!

Cuando yo me inicié en el proyecto del agua mi meta era pagar sus costos con hortalizas y no fue así, la pagaron fue mis cabras. Es como me dice Fernando Deibis que ellas son las que te dan todo, ellas son todo. Por ellas está el agua, por ellas estoy aquí, por ellas tengo lo que tengo, por ellas tengo la oportunidad de conocer las personas que conozco, que comparto, mis amigos, me han dado a conocer en tantas partes, y todo es a través de ellas. Mi miedo sería enfermarme, a lo demás no, eso es lo único que le pido a Dios, que no caiga con tantas cosas que tengo todavía por hacer, por darle a mis hijos. A ellos les quiero dejar un buen futuro sembrado, que no es nada el dinero, no es lo material sino el amor que se le tenga a lo que tenemos a nuestro lado. Con lo que yo he luchado durante tantos años.”

Se emociona y emociona al que la oye. Agradece a Pedro Ballarales “no porque lo tenga presente pero el profesor Pedro, y la UCLA en este momento me han dado un gran apoyo, grandes conocimientos.”

Recorre los establos de sus cabras y suelta: “En veces en esta vida tenemos que llevar un golpe para que después nos venga lo mejor. Mi estadía en Caracas creo que fue lo que me hizo madurar. Le agradezco a mi padre en haberme enseñado no depender de otro sino depender de mí misma. Eso se lo agradezco, hacer mi futuro por mí misma, tener lo mío por mí misma, luchar…”

© Alfredo Cedeño
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