domingo, abril 29, 2012

LA MAR


 Hoy escribo desde la nostalgia de mis años más felices: cuando fui un niño amparado por el cariño de mi casa y los vecinos de La Guaira, en aquel entonces un villorio de casas señoriales por donde la historia pasó con algarabía de sueños derrengados. 


Desde la casa se veía la mar, así la llamaba mi abuela Elvira, y se veían los barcos entrando al puerto con mecer de cascos que regaban perfumes de otras tierras desde sus bodegas. 



Al comenzar con la aventura escolar, devenida en tortura por la torpeza muy común en muchos de nuestros educadores, quienes convierten en siega feroz el amoroso acto de enseñar, mi primer asombro fue descubrir que aquel trozo de azul, el cual veía a toda hora, era parte del Caribe.  


Cuando le pregunté a la abuela, ella me enseñó en un viejo mapa, que atesoraba en un baúl, por qué la mar era una cobija que arropaba el norte de Venezuela, Centroamérica y todo el collar de islas  de las Antillas Menores y Mayores. “Por eso aquí nunca hace frío”, me decía ella con gesto pícaro, para rematar: “Y no pregunte más pendejadas que eso nos queda bien a los viejos”.





A la par de ello, recuerdo que cada navidad transcurrida en la Guaira, invariablemente estaba acompañada por un aguinaldo que interpretaban Los Tucusitos: Serena.  Cierro los ojos y puedo oír claramente los versos:
Ay que serena está la mar
y azul el cielo
que entre palmas
se halla el Mar Caribe
Años después supe que había sido compuesta por un cumanés de largo e ignorado talento, como fue el viejo Nicolás Rodríguez… 





Es la mar donde se amparó Rubén Darío para escribirle a Margarita Debayle:
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.







Es la mar, teta donde nos hemos amamantado por los tiempos de los tiempos.  Larga estela de quejidos donde las sirenas amanecieron para regar sueños en la mente delirante de quienes las seguimos buscando. Pequeño parpadeo de milenios que ola a ola ha estado repujando sueños, letras y espejismos.
            Al final, ya lo dijo Rafael Alberti:
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!

© Alfredo Cedeño



sábado, abril 28, 2012

CONFÍN



¿Hasta donde debo seguir volando?
Tal vez hasta que mis plumas no escriban
más soplos en los bordes de la brisa,
quizás cuando mis alas se cansen de batir
para aliviar el rubor de los crepúsculos,
a lo mejor el día que una centella me alce
sobre los vedados espacios del vértigo.

 © Alfredo Cedeño

jueves, abril 26, 2012

CANOERO


Tantas naves como ondas amansan el río
mientras escogen veredas en el lomo de la espuma
con bamboleo de propelas que hieren el espejo,
el muchacho se sueña el mejor navegante:
va remontando por las orillas de las hazañas
que su abuelo le sembró cada noche en medio del agua.

© Alfredo Cedeño

martes, abril 24, 2012

BASCA



La náusea, hija privilegiada del rencor,
se limita a verterse incontinenti
sin poder siquiera trazar una huella,
a fin de cuentas es nada lo que aporta
es mucho lo que quiere destruir
es muy poco lo que puede crear…

© Alfredo Cedeño

domingo, abril 22, 2012

CIUDAD BOLÍVAR


Debo confesarles que siempre me pasa lo mismo, y pido disculpas a quienes se puedan ofender por el término, pero es que invariablemente acabo volviéndome un culo al acopiar información cuando voy a escribir sobre cualquier rincón de nuestra Tierra de Gracia. Más cuando se trata de hacerlo sobre Angostura, ahora devenida en Ciudad Bolívar. 





Finalizando el siglo XVI, dicen que el 21 de diciembre de 1595, Antonio de Berríos hizo el primer intento por fundarla unos cuantos kilómetros río debajo de su actual emplazamiento, y con el nombre  de Santo Tomás de Guayana.  Inicialmente, Berríos lo que hizo fue levantar un puerto fortificado, tal parece que de poca eficacia  ya que debió mudarse en tres ocasiones. La causa: entre los indígenas caribes y corsarios del calibre de Sir Walter Raleigh, tenían a la naciente ciudad como su campo de prácticas de tiro de arco o de arcabuces.





No sería hasta el siglo XVIII, en 1764, cuando en la ribera derecha del Orinoco, la ciudad consigue su asiento definitivo y la bautizan con el pomposo y muy resonante nombre de Santo Tomás de la Nueva Guayana de la Angostura del Orinoco.   La poca seriedad que se nos achaca a los venezolanos, no es cosa de reciente data, solemos aligerarnos de aquello que nos parece excesivo y así fue como  las once palabras originales pronto fueron reducidas a la precisa y preciosa Angostura. 





Andrés Eloy Blanco, ese juglar de postín que tuvimos y al que de manera mezquina “la academia” ha negado, con celo digno de mejores causas, el sitio que le corresponde,  la definió con palabras exactas:
En Angostura, el agua
tiene la hondura de un concepto
y acaso aquí es el río la sombra de Bolívar,
metáfora del alma que no cabe en el cuerpo.





Aquí Bolívar hizo fusilar a Manuel Piar, el 16 de octubre de 1817, un día después de haber instalado en ella la Jefatura Suprema de la República. Aquí se imprimió el primer periódico de Venezuela, El Correo del Orinoco, en 1818. Aquí se realizó, el 15 de febrero de 1819, el Segundo Congreso Constituyente de la República de Venezuela, más conocido como el Congreso de Angostura.  Aquí han ocurrido tantos episodios cardinales de nuestra  historia, que no es un mero ejercicio retórico decir que fue donde se talló una de las piedras sillares de la venezolanidad.



Llevo más de 30 años visitando esta ciudad y pese a la brevedad de su casco, siempre encuentro nuevos rincones que enamoran ojos, corazón y piel. Aquí el tiempo cabalga sobre la espuma del Orinoco con el suave vaivén de la mujer anhelada. En esta ciudad de  tanto tronío, las pompas se derriten bajo el sol implacable de Guayana; tal vez, y cito nuevamente a Andrés Eloy, porque:
En Angostura, el río
se hace delgado y profundo como un secreto,
tiene la intensidad de una idea
que le pone la arruga a la Piedra del Medio.

© Alfredo Cedeño






sábado, abril 21, 2012

GRADAS

Travesaños de espuma dura como el hormigón
donde las palmeras se deslíen como garzas…
 © Alfredo Cedeño
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