martes, julio 31, 2012

PRIMERA PERSONA



Yo nací en un pueblo con vestíbulos empedrados
de sueños suavizados al paso de hembras canallas
que buscaron puertas falsas por donde escapar.

Yo crecí en una casa de sueños marinos y limpios
donde las quimeras eran un corto pasillo alumbrado
por un sol que calcinaba antojos de mejillas marchitas.

Yo aprendí a volar sin otras sombras que yo mismo
entrando a la calle con el inútil y hermoso parpadeo
de los pasos que se dan para rasgar gestos miserables.

Yo fabriqué estelas de plata y nácar al compás de la luna
en las alas de las gaviotas que bailaban encima de mí
cuando saltaba torpe por las calles de mi Caracas natal.

Yo soy un rayo de fuego violeta que regresa feliz
a cambiar las ojivas tenebrosas de los ogros de la niñez
por la plenitud del andar que siempre encuentra el camino.

© Alfredo Cedeño

domingo, julio 29, 2012

BORINQUEN

              Pisé Puerto Rico por primera vez siendo niño, no puedo precisar la edad. Bastante más tarde, tanto como en 1986 y pisando los 30 años, por causas que ahora no vienen al caso, comencé a conocer realmente a esta tierra. No puedo negar lo que es obvio: me enamoré de este rosario de islas que lo conforman. Al propio Puerto Rico se agregan Palomino, Palominito, Vieques, Culebra, Mona, Caja de Muertos, Desecheo, Monitos, Piñero, Cabras, entre muchas otras.
 
 
              Desde entonces he retratado una y otra vez estos parajes; tanto que en 1989 se realizó en la galería Oller Campeche de New York una exposición con las primeras imágenes que hice de la también llamada Borinquen.
 
Quiero explicar que Borikén, Boriquén o Borinquen es el nombre que se reporta originalmente como su toponímico.  Hay estudios que reportan también el nombre de Boruquén. Afirman que en taíno Borikén significa Tierra del Altísimo o Tierra del Gran Señor.  Otras versiones sugieren que Borikén significa Isla de Cangrejos. Se aboga que éste es el correcto, ya que proviene de la palabra Taína buruquena que significa cangrejo.

 
Es bueno exponer que por el año 3.000 y 2.000 AC, según algunos autores, pueblos miembros de la cultura ostoinoide se asentaron en estos espacios.  Siglos después, tanto como entre el 430AC y el 1000 de nuestra era, fue el turno de instalarse para integrantes de la llamada cultura saladoide. Cuando el genovés Colón, en 1493, arribó aquí la cultura indígena dominante era la de los taínos. No creo necesario abundar que la llegada europea significó la extinción de la cultura taína, que pudo sobrevivir hasta la última mitad del siglo XVI. 

 
 
 
Puerto Rico, también llamada la menor y la más oriental de las Antillas Mayores, es una cantera inversamente proporcional a sus dimensiones en cuanto a lo que se puede escribir de su historia y bagaje cultural.  Son tantas cosas que se pueden escribir de ella…

 
 
 
 
Podría precisar que tiene 9.014 kilómetros cuadrados; que fue explorada por Juan Ponce de León en 1508, o que Sir Francis Drake la incendió en 1595. Son datos, cifras y fechas que se me arremolinan en la cabeza cada vez que recorro estos espacios. Fue acá, entre los hermosos y dolorosos muros del Castillo de San Felipe El Morro, donde aquel de quien Napoleón Bonaparte dijo “...ese Quijote, que no está loco, tiene fuego sagrado en el alma”, al referirse a nuestro nunca suficientemente ponderado Francisco de Miranda,  llegó prisionero en junio de 1813.  Desde allí escribió Miranda el 30 de junio de ese año al presidente de las Cortes españolas: “consigan los aflixidos habitantes de Venezuela la justicia que por ella solicitan;…”.

 
 
Repito lo que escribí en 1989 para el catálogo de la muestra que ya mencioné: "Estas palabras son una especie de excusa para acompañar estas fotografías. Las líneas que quiero redactar son viscerales, de pura emoción, de puro cariño por una tierra que te envuelve, te agarra los ojos y te enamora, la tierra del color, de los jueyes, del arroz con gandules y del ¡Ay Bendito! Sucede, en pocas palabras, que Puerto Rico es una tierra de gente que habla como si cantara, y que cuando camina parece que estuviera bailando; una tierra de gente linda y trabajadora." 

 
 
Esas palabras de aquella presentación, al pisar brevemente de nuevo sus adorados e imperecederos adoquines: ¡las sigo suscribiendo!

© Alfredo Cedeño


sábado, julio 28, 2012

MARIO



Nada pretendo
sólo entrego sudor
de los libros
que no me llegaron
y cambié por sueños
entre la neblina.

No pido nada
todo lo doy
desde esta tierra
que llena mi ventana
y es mi horizonte
lleno de quebraduras.

© Alfredo Cedeño

jueves, julio 26, 2012

JUEGO INVERNAL



Fue un revolotear de palabras
como hojas de invierno en Madrid
sacudiéndose el polvo de las venas
y arañando la mañana enmascarada.

Era un sacudir de hojas madrileñas
revoloteando como palabras empolvadas
en las venas invernales con antifaces
y polvorientos desnudaron la mañana.

Fue un palabrear de revuelos ocres
en las aceras del paseo La Castellana
desarmándose como la imagen quebrada
de una perra abandonada.

© Alfredo Cedeño

martes, julio 24, 2012

GOTAS



Un rosario de cabalgaduras
se vació al colocarse hoja a hoja
como lluvia de besos fuliginosos
en el refajo de tus brotes.

Una caravana transparente
como veladas invitaciones
de cariños desperezados
se alzó sobre tus ganas de mí.

Un tropel de orgasmos
se dejó venir por tus piernas
hasta reventar gota a gota
en el vértice de tu vientre.

Una gavilla de chispazos glaucos
llegó poco a poco
y puso mundos de cortes cortos
en los dedos de ambos hasta volar.

© Alfredo Cedeño

domingo, julio 22, 2012

ORO Y DIAMANTES

Venezuela nació con el estigma de la riqueza. Todos cuantos han llegado a estos territorios han estado convencidos de que basta con levantar las piedras para que aparezcan tesoros inmarcesibles. Así ha sido siempre. No en balde fue acá donde se centraron las primeras búsquedas de El Dorado.  
En el siglo XVI el explorador español Diego de Ordás, conocido también como Diego de Ordaz o de Ordax, oyó hablar de esa meca aurífera y se dirigió para acá. En 1531 llegó al Delta del Orinoco y en junio de ese año remontó su cauce.  Narra fray Pedro de Aguado en su Recopilación Historial de Venezuela que en “una de las barrancas del río” entablaron comunicación con uno de los naturales y, dejó escrito Aguado: “le vinieron a mostrar una sortija o anillo de oro que el gobernador traía en el de4do, y mirándola el indio, y conociendo que era oro después de haberle entregado y olido, dijo que de aquello había mucho atrás de una cordillera que a mano izquierda del río se hacía, donde había muy muchos indios, cuyo señor era un indio tuerto muy valiente, al cual si pretendían, podrían henchir los navíos que traían, de aquel metal; …” 
Ordás no llegó, por supuesto, pero dejó plantada la semilla insidiosa que fue determinante para que a fines de ese siglo, en 1595, Sir Walter Raleigh redactara su mentadísimo informe The Discovery que trataba de “El Descubrimiento del Vasto, Rico y Hermoso Imperio de la Guayana…” 
El aventurero inglés escribió en dicho documento: “El imperio de la Guayana está situado directamente al este del Perú en dirección al mar, debajo de la línea equinoccial, y hay en él oro en más abundancia que en cualquier parte del Perú.”  Debo también aclarar que Raleigh estaba engolosinado porque él había colectado muestras de rocas en Guayana y: “De esos trozos se han hecho muchos ensayos y en Londres fue Master Westwood, un refinador que vive en Wood Street, el primero que lo realizó, quien halló un contenido de 12 o 13.000 libras por tonelada”. 
Les juro que podría continuar citando cronistas y fabuladores que hablaron del preciado mineral hasta llenar el espacio que me corresponde en este blog, pero no se trata de aburrirles el domingo de manera tan vil. Quiero  nombrar uno más y prometo que no les jodo más la paciencia al respecto.
El jesuita Felipe Salvador Gilij, quien vivió durante 18 años y medio en el Orinoco, escribió a fines del siglo XVIII: “Me parece sin embargo que en los relatos del Dorado hay muchos enredos procedentes del desconocimiento de las palabras indias, y por consiguiente poco o nada de sólido hay en ellos.” 
Gilij, al igual que todos los que le antecedieron, no sabía que El Dorado estaba allí bajo las plantas de todo aquel que se paraba sobre estas tierras de la Guayana.   La fuerza telúrica que de ella emana no deja de cautivar a todo el que la anda y contempla, de una u otra manera va encadenando al que allí llega.  
         En 1849 y a menos de 300 kilómetros al sureste de la entonces recién rebautizada Angostura, devenida en la actual Ciudad Bolívar, se descubrió una de las minas de oro más ricas del mundo; así comenzó a gestarse  el nacimiento de una de las poblaciones más ricas de este país, en lo que a lo material, humano y folklórico se refiere: El Callao.  
         Todo empezó a orillas del río Yuruari donde se descubrieron los primeros vestigios auríferos.  La misma Guayana  se encargó de darle un rotundo mentís a Gilij. En 1853 los centros económicos mundiales fueron sacudidos por la noticia: Las minas de El Callao, un insignificante y desconocido pueblito, de la  no menos ignorada Venezuela, tenían un rendimiento  de ¡50 onzas de mineral por tonelada!   En aquel momento se consideraba extraordinaria una  mina cuyo rendimiento alcanzara las 4 onzas de oro por tonelada.  La vorágine fue absoluta.   Han escrito que la situación fue igual o mayor que la desatada con el hallazgo de la Quebrada Sutter en California, Estados Unidos. 
Entre 1874 y 1888, tales tierras  produjeron  CINCUENTA Y CINCO MIL KILOS de oro.  Leen bien: 55 toneladas de oro… En 1910 los filones  de oro es poco lo que podían dar y El Callao comenzó a marchitarse, a vivir de sus glorias pasadas.  Hasta 1936 la educación primaria se impartió en inglés, su población básicamente negra, emigrada de Trinidad y otras islas caribeñas, fue conformando sus propias expresiones como grupo humano.  Con  el descubrimiento aurífero  también se gestó la expresión folklórica  por excelencia de la zona: El Calipso.
            Insisto: podría seguir manejando cifras y datos hasta el mareo. Pero no quiero dejar por fuera otra fuente, al parecer inagotable, de riquezas en tierras guayanesas.  Me refiero a los diamantes. Esta palabra proviene del griego adamantos, que significa indomable, duro.  Pero sigamos en nuestra majestuosa Guayana.
El hallazgo de las reservas diamantíferas en la Gran Sabana, se debe al doctor Lucas Fernández Peña, que en 1924, se estableció a 20 Km., de la frontera con el Brasil en el cerro Acurimá, cerca del río Uairén y fundó Santa Elena de Uairén en 1927. Pero no sería hasta 1931, cuando él descubrió oro y diamantes en las inmediaciones del cerro Paratepuy, en las cercanías del cerro Surukum, 40 Km al oeste de Santa Elena.
          Dejaré de lado datos y cifras al respecto.  La explotación de ambas riquezas ha sido motivo de numerosas reseñas en distintas publicaciones de todo orden. Yo mismo en septiembre del año pasado escribí acá sobre la Mina El Polaco (http://textosyfotos.blogspot.com/2011/09/mina-el-polaco.html). 
 
 
            No puedo dejar de insistir en el drama humano que hay atrás de la explotación minera. Se cuestiona con alegría y facilidad la manera en que estos hombres y mujeres se ganan la vida.  Se les acusa del daño a veces irreversible que ocasionan al medio ambiente. Es cierto. Ahora bien: ¿Qué hacemos?  ¿Cómo van a vivir ellos? ¿Qué opciones les ofrecemos para que sobrevivan?  Es un vasto y complejo drama humano al que no podemos despachar con una solución éticamente correcta concebida desde la comodidad de nuestros centros urbanos.
            El ahogo endemoniado del calor y la humedad, en medio de un paisaje lunar, donde las sombras se van alejando en la medida que la búsqueda de la suerte se hace cada vez más esquiva. La asfixia que se te atornilla en cada poro cuando estás a 60 metros bajo tierra en un socavón que no sabes si se te vendrá encima. La desesperanza que se hace cada vez más opresiva por haber hipotecado la vida a cambio de unas latas de sardinas y una botella de ron barato. Las ilusiones que parecen heredadas de los primeros aventureros que hollaron estos parajes buscando una ciudad de oro y riquezas sin medidas.
  
Estos parajes, cada uno de ellos, son otros trozos de este territorio divino, pese a todo, que es Venezuela.  Aquí cada cual pone su pedazo de esperanza e ilusiones para ganarse la vida. Tal vez de forma errada, pero… ¿quién puede lanzar la primera piedra? Yo no, sólo me queda escribir con el respeto que merecen quienes viven persiguiendo una quimera que tal vez nunca llegará, pero a la que se empeñan en perseguir con la limpieza de los sueños.  Y de esos guijarros tengo miles para lanzar y seguiré haciéndolo.

© Alfredo Cedeño

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