jueves, agosto 30, 2012

CABALGADURA


Hija, mujer y caballo van conmigo
unas atrás y el otro debajo
acompasados todos en bajar la cuesta
hacia un mundo que nos queda la mar de lejos.

© Alfredo Cedeño

martes, agosto 28, 2012

VOLADA



Con el borde de mis plumas ricé las olas planas
como teclas de un piano sin palabras extrañas,
mi vuelo impecable de canto suspendido fue firme
como el gemido pleno de la brevedad del orgasmo,
mis alas sorprendidas se adueñaron del viento
como un vaivén de noches preñadas de luciérnagas.

© Alfredo Cedeño

domingo, agosto 26, 2012

MARGARITA

           Los guaiqueríes fueron sus primeros habitantes y la llamaban Paraguachoa, según algunos estudiosos de la lengua Caribe, quería decir gente de mar; para otros esta palabra significaba: abundancia de peces.  Así se llamó hasta finales del siglo XV cuando Colón la bautizó con su actual nombre.

 
            Algunos textos aseguran que en agosto de 1498, quienes presumen de exhaustivos dicen que fue el 15 de agosto, el navegante genovés plantó sus huellas en sus costas. Sin embargo, Hernando Colón, hijo natural del descubridor, en su Historia del Almirante, refiriéndose a este día, escribe: “… de manera que el miércoles, a 15 de agosto, dejó el cabo de Las Conchas, y la isla Margarita al Poniente, a la cual puso este nombre, al mediodía, tal vez inspirado de Dios…”. No hay referencia alguna a desembarco de cualquier tipo al territorio insular. 
 
           27 años más tarde, en 1525, Marcelo Villalobos la obtuvo en capitulación para poblarla y construirle defensas. Él murió y el rey Carlos I extendió la capitulación a su heredera doña Aldonsa Villalobos.  Luego de las normales vicisitudes de aquellos tiempos, en 1528, Pedro de Villardiga, teniente de gobernador de la Margarita, funda el primer pueblo en sus territorios, lo cual llevó a cabo en las cercanías de la actual Porlamar.
 
            Los 933,83 kms2 que conforman esta isla han transitado de manera copiosa y altiva por la historia y la leyenda. ¿Dónde está la verdad y dónde el mito? ¿Dónde lo histórico y dónde la fantasía? ¡Quién sabe!
 
             Ahí sigue la isla de siempre, la que su gente hace inenarrable, la de la arena que pisaron los primeros hispanos, la que entregó a la lucha independentista a hombres y mujeres gloriosos.  La isla que cuando se recorre en estos días, hace recordar lo escrito por Andrés Eusebio Level en artículo publicado en las páginas de El Liberal en 1847:  “La Margarita, esa tierra clásica de los valientes, la centinela avanzada de nuestra Independencia, ¿es digna de la suerte desdichada que le ha cabido? La que no necesitó de Venezuela para salir gloriosa de los conflictos de la guerra, estará sentenciada a la dejación de Venezuela en los tiempos de paz? ¿Estará ejecutoriada su desdicha? ¿No merece un porvenir?”
 
Deambular por el país, caminarlo, olerlo, verlo, tocarlo, probarlo, reír y llorar con él, es la única manera que presiento me ayudará a encontrarlo y, en esa medida, encontrarme a mí mismo. No entiendo la vida si no es como una prolongación de esta tierra donde me parieron.

 
Mi madre nació en Margarita y, por eso, mis raíces y mi palabra entera huelen a mar, sol, cielo y franqueza. Este viaje por la tierra materna se hizo con muchísimo amor. Una travesía dolorosa, a veces, pero un viaje hermoso. Un caminar a la sonrisa, a la mano amiga, a pueblos humildes –pero arrogantes y gallardos–, a la nobleza. Estas líneas se escribieron de la única manera que podía hacerlo: con la piel erizada y llena de esta tierra fantástica. 

© Alfredo Cedeño

 
 


sábado, agosto 25, 2012

ASTILLAS


Fui árbol caído
al que volvieron leña,
e hicieron trozos,
menudos como aserrín,
pero siempre retoñé
¡y retoñaré!

© Alfredo Cedeño

jueves, agosto 23, 2012

TRONCHADAS



Eran diecisiete angelitos hechas muñecas
colocadas de alas contra un paredón
donde esperaron ver acribilladas sus alas
sin poder alcanzar siquiera a ver a Jesús,
fueron casi docena y media de plegarias rotas
abarrotadas de penitencias enhebradas
por el borde del corto deshilachar de culpas
que les angostó un vuelo siempre postergado.

© Alfredo Cedeño

martes, agosto 21, 2012

TURNO



Pese al abundante vello facial
el cuello plagado de pliegues
las manchas en el dorso de las manos
y un cuerpo que día a día es más vencido por el tiempo
ella se cree cada vez más hermosa.

Prefiere fantasear con el pasado
mientras camina frívola y llena de vanidad
recluida en un pretérito que no volverá
para jugar como tonta con sus sentidos
dejando que le arrollen el pensamiento.

© Alfredo Cedeño

domingo, agosto 19, 2012

ZOOLÓGICOS

La primera vez que vi un animal en cautiverio tenía casi cinco años. Recuerdo con nitidez su erizado lomo hirsuto que aparentaba pinchar pero que era de gran suavidad; también recuerdo su gruñir que pretendía ser agresivo, pero que me resultaba más bien un lamento por estar encerrado entre una improvisada jaula hecha con estacas clavadas en el suelo. 

Hablo de un báquiro pichón. Si, ya sé, antes de que salten a corregirme, que los pichones son de ave y que en el caso de los mamíferos se debía decir  cachorro, o cría de, pero es que hoy no tengo muchas ganas de atenerme a las reglas. ¡Cuando no!, también saltará más de uno, pero no pienso pararles. Así que sigo con mi cuento de hoy. 

Mi padrino Chebo, un hombretón de fuerza inaudita pero con el corazón de Pulgarcito, vivía en la parte alta del río de La Guaira, estado Vargas, donde fue estableciendo una pequeña granja que es uno de los tesoros más preciados que conservo entre los recuerdos de mi niñez.  

Un día él compró una escopeta con la cual salía impenitentemente a recorrer los cerros que rodeaban la casa. Un día me juró, con su voz de ogro trasnochado, que había estado a punto de cazar un hipopótamo pero que le dio dolor matarlo así que prefirió dejarlo ir.  ¡Qué carajos iba a saber yo que en La Guaira no hubo, ni había, ni habrá, hipopótamos! Después se quejan de que yo sea tan “inventor” y embustero… 


Volvamos a lo nuestro. Una tarde, Chebo regresó de sus andanzas de emulo criollo de Indiana Jones con el animalito mencionado en  la primera línea: el pichón de báquiro (Pecari tajacu); que también se le conoce como pecarí de collar, taitetú, coyámel, saíno, cuche de monte, chácharo, y paremos ahí. ¿Qué fue del baquirito? Nunca lo supe, pero confieso que desde ahí me quedó la fascinación por los animales en cautiverio. 

Cuando años más tarde conocí los zoológicos reconozco, para escándalo de los ambientalistas ortodoxos, “ultrosos” digo yo, mi gozo al poder ver a los animales al alcance de la mano.  He de confesar que cuando oigo o leo “cambiar el modelo de zoológico resulta una necesidad imperiosa para las organizaciones medio ambientales” me erizo. Debe ser por lo que me cuesta digerir semejante aserto. Aquellos que cuestionan la existencia de esas instituciones denuncian que “la anestesia es una causa muy común de muerte en animales en zoológicos. Las autopsias, muchas de ellas fabricadas, no relatan lo que realmente sucedió”. 

Lo cierto es que el cautiverio de animales salvajes es de muy vieja data, se practicó en Mesopotamia, Egipto y China. Hay informaciones del año 2300 a.C. de la existencia de uno en Sumeria. Sin embargo, coinciden todos en que el primer zoológico de la historia fue establecido en el 1500 a.C., por la reina Hatsheptuf de Egipto. Ella envió una expedición a la tierra de Punt, al sur de la costa de la actual Somalia, tal como está testimoniado en las paredes de su templo mortuorio donde se muestran barcos zarpando en el Mar Rojo y regresando después cargados con aves, monos exóticos, panteras, jirafas y leopardos, que fueron exhibidos en El Jardín de la Aclimatación, recinto que mandó construir para albergarlos.


Se sabe que 3.000 años atrás, el emperador chino Wen Wang, fundador de la dinastía Zohu, mandó construir el Ling-Yu o Jardín de la inteligencia, un gran parque de más de 1.500 acres, donde exhibía peces, aves, serpientes, anfibios y tigres, ciervos, antílopes y rinocerontes. 

Este sitio duró siglos, al punto que Marco Polo lo conoció y describió diversos animales para aquel momento desconocidos en Occidente, como el tapir malayo y el panda. 

 
            En Europa fueron los griegos quienes establecieron los primeros zoológicos públicos. Los romanos continuaron con la costumbre de mantener colecciones zoológicas, pero para proveer animales a sus espectáculos circenses. Los primeros tigres llevados a Roma, regalo de un rajá indio a César Augusto, terminaron muertos en la arena de un circo.
En la Edad Media, los monarcas y señores feudales manifestaban su poder, entre otras maneras, a través de sus colecciones privadas de animales. Una de las más imponentes fue la Ménagerie de Chantilly, en Francia, que sobrevivió dos siglos hasta que fue destruida durante la Revolución Francesa.

             Del lado acá del océano en lo que hoy es México el rey Nezahualcóyotl fue el creador del primer jardín botánico y el primer zoológico de América en Tezcutzingo. Por otro lado, cuando llegó a Tenochtitlán, Hernán Cortés quedó maravillado ante los jardines que poseía el emperador azteca Moctezuma Xocoyotzin, con plantas y animales traídos desde todos los rincones de su imperio.

 
Cortés, en su segunda carta de relación enviada a Carlos V el 30 de octubre de 1520, detalló impresionado el zoológico y los jardines de uno de los palacios de Moctezuma, que contaba con diez estanques de agua y una gran cantidad de aves de todo tipo, que pertenecían a lugares con agua dulce o salada.  Aseguró Cortés que más de 600 hombres estaban a cargo de este asombroso lugar. Gracias a los relatos de Bernal Díaz del Castillo, se sabe que las instalaciones y los cuidados de ese lugar eran muy similares a los de un zoológico de nuestros días.

 
No fue hasta la segunda mitad del siglo XVIII cuando comenzaron a establecerse en Europa los zoologicos con la concepción de tales . El pionero fue La Casa Imperial de Fieras en Viena, Austria, cuya construcción se inició en 1752 y se abrió al público en 1765. 

Y así siguieron apareciendo hasta que comenzando el siglo XIX se creó la Sociedad Zoológica de Londres, cuya finalidad era “la introducción y domesticación de nuevas razas o variedades de animales de posible uso en la vida cotidiana”.  Esta institución fue la que terminó por lograr que se divulgara y extendiera el nombre de “zoo” o “zoológico” a sus similares.
 
                      Fue ella quien creó el primer zoológico científico del mundo, el Regent's Park, inaugurado en 1828. No sólo se pretendía la exhibición de distintas especies, sino que sus objetivos también incluían el estudio e investigación del comportamiento animal.
 
          Es así como hoy encontramos reputadas instituciones en todo el mundo que exhiben y estudian a innumerables especies del mundo animal; aún cuando hay situaciones como las que denuncian algunos ecologistas con la organización John Aspinall, de Inglaterra, explota la exhibición de sus gorilas y “abastece otros zoológicos mundiales con gorilas jóvenes que allí nacen, separándolos sin dolor de sus familias, y creando más primates perturbados en el mundo”.
 
Dogmas y befas apartes me confieso adicto a los zoológicos, los cuales no sólo exhiben a distintas especies, si no que son sede de diversos estudios científicos, por parte de numerosos investigadores de la vida salvaje. Hoy acompaño estas líneas con imágenes que he hecho en el Lowry Park Zoo en Tampa, Florida; The Smithsonian's National Zoo, en Washington D.C.; así como del Expanzoo en La Lagunita, Caracas.
 
Confieso que cada vez que he apretado el obturador de la cámara para hacer estas fotografías, no dejaba de evocar aquella improvisada jaula hecha con estacas clavadas en el suelo donde mi padrino metió al pichón de báquiro, y a la vez me encerró en esta cadena de asombros donde me sumerjo cada vez que veo a esas criaturas tan al alcance de mis sentidos.

© Alfredo Cedeño
 

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