domingo, septiembre 30, 2012

ÍCAROS CONTEMPORÁNEOS

           El vuelo es la manifestación por antonomasia de la libertad. Bien saben ustedes que al respecto se ha escrito infinidad de cosas. Emular a las aves ha sido un deseo permanente que nunca ha dejado de estar anidado en el hombre.
           En la mitología griega, aparece un personaje emblemático: Ícaro, hijo del arquitecto Dédalo, constructor del laberinto de Creta, y de Náucrate una esclava de Minos.  Dédalo que era medio jodedor y le gustaba andarse metiendo en una y mil jaranas le explicó a Ariadna cómo podría Teseo orientarse en el laberinto. Aquel hizo lo que le habían chismeado y pudo matar al Minotauro. Cuando Minos, legendario rey de Creta, hijo de Zeus y Europa, se enteró: se armó la gran tremolina y ordenó que encerraran a Dédalo y a su hijo.
           El arquitecto en cuestión, consiguió escapar de prisión, pero no podía irse de la isla por mar, ya que el rey mantenía una estrecha vigilancia sobre todas las embarcaciones y no permitía que ninguna saliese a navegar sin ser previamente escudriñada.  Afirman que ante el celo en la vigilancia ejercida por Minos, Dédalo, a quien no le faltaba imaginación se puso a trabajar en la fabricación de dos pares de  alas: unas para él y otras para su hijo Ícaro.
Él se dedicó a unir plumas pequeñas a las que luego fue añadiendo otras más grandes, cada vez más largas. Estas últimas las ató con hilos y las primeras las pegó con cera, para luego darle a su obra la curvatura de las alas de un pájaro. Cuando concluyó su trabajo se las colocó y al batir sus alas logró subir y mantenerse suspendido en el aire. Una vez logrado eso, Dédalo le colocó a Ícaro de la misma forma y le enseñó cómo volar.
Una vez listos para despegar, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase muy alto porque corría el riesgo de que el calor del sol derritiera  la cera, tampoco debía hacerlo muy  bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Y padre e hijo se echaron al aire. 
Así pasaron las islas de Samaos, Delos y Lebintos. Y pasó lo que suele pasar con lo sabroso: Ícaro se engolosinó y empezó a subir y subir y subir, hasta que el sol ablandó la cera que sostenía unidas a las plumas y ¡Cataplúm!, gran batacazo que lo llevó directo al cielo, o al infierno, o al purgatorio. El cuento no llega hasta allá, así que no puedo decirles más.
Los aguafiestas, que nunca faltan en ninguna parte, aseguran que no fue así y que en verdad lo ocurrido fue que Dédalo inventó las velas para navegar y como su hijo no sabía nadar, una vez que escaparon por mar y fueron a atracar en una isla se cayó al mar y murió ahogado. Lo que les dije, nunca falta un pendejo que quiera matar la belleza de lo fantasioso, así que me quedó con la versión de las alas y el descojonarse del muchacho por no hacerle caso a su papá.

           Pero ese no fue el único. Porque ya no en la mitología, sino en la vida real, en Córdoba, durante el siglo IX, vivía Abu l-Qásim Abbás ibn Firnás, quien era un poeta del carajo. Autor de versos como estos:
Aparecen en el jardín las rosas con las margaritas             
como unos labios rojos de una boca que ríe.
          Él no solo se dedicaba a las letras, si no que también incursionaba en el mundo de las ciencias, y se había hecho ingeniero en Florencia, antes de llegar a la península ibérica. Entre los años 851 y 853, se hizo un traje de seda, lo recubrió con plumas y le adosó unas alas articuladas y móviles accionadas por él. Desde los altos del Valle de la Ruzafa de Córdoba se lanzó al aire hasta conseguir volar unos cuantos metros. Sin embargo, en el momento de aterrizar no logró hacerlo adecuadamente y se fracturó ambas piernas.  Narran los cronistas que él logró corregir los defectos y siguió realizando vuelos ante numeroso público e incluso ante la corte Omeya.
           A Firnás se le considera el padre del paracaídas, ya que en el año 852 se lanzó desde una torre de Córdoba con una enorme lona para amortiguar la caída. Esa vez también sufrió heridas leves. Philip Hitti, en su Historia de los árabes asegura: “Ibn Firnás fue el primer hombre en la historia que realizó intentos científicos de volar.”

           Pero sigamos avanzando. En el siglo XVI Leonardo da Vinci se dedicó a estudiar el vuelo de los pájaros, él siempre estuvo fascinado por ello y produjo numerosos estudios sobre el tema, así como planos de varios aparatos voladores, tal fue el caso de un helicóptero primitivo al que llamó el tornillo aéreo, un paracaídas y un ala delta de bambú. Leonardo dejó asentado en uno de sus Códice: “Para explicar como verdadera ciencia el movimiento de los pájaros en el aire es necesario conocer antes la ciencia de los vientos, la cual demostraremos mediante el movimiento del agua. Y esta ciencia sensible nos servirá para alcanzar el conocimiento del comportamiento de las aves en el aire”.
           Llegado el siglo XVIII aparecen en la historia los hermanos Montgolfier, Joseph-Michel y Jacques-Étienne, inventores del globo aerostático. Ellos, el 4 de junio de 1783 llevaron a cabo su primera demostración pública.  
           Ese mismo año, meses más tarde, el 26 de diciembre, el francés Louis-Sébastien Lenormand se lanzó con una lona a manera de paracaídas desde la torre del observatorio de Montpellier, Francia, con la intención de que dicho invento sirviera  para ayudar a escapar ilesos de un edificio en llamas a las personas que allí estuvieran. 
           En el siglo XIX el ingeniero alemán Otto Lilienthal, realizó más de 2.000 vuelos controlados desde una colina artificial que fabricó en las afueras de Berlín. El 9 de agosto de 1896, este Ícaro teutón se estrelló con uno de sus aparatos desde 17 metros de altura y se rompió la columna vertebral. Esto le produjo la muerte al siguiente día y son celebres sus últimas palabras: “¡Es necesario que haya sacrificios!”
          Una vez llegados al siglo XX, encontramos la celebrada proeza de unos  fabricantes de bicicletas, también hermanos, los Wright -Orville y Wilbur-, quienes en North Carolina, Estados Unidos, realizan su primer vuelo el 17 de diciembre de 1903 a bordo del Flyer I.
          Años más tarde, en 1922 Platz se dedicó a realizar una serie de trabajos en Holanda, sobre una vela no rígida con control aerodinámico sobre superficies de tela, y son, tal vez, la primera referencia documentada sobre un planeador flexible ligero y funcional. 
          Así llegamos a los 60´ donde ocurrió de todo y para todos, fue cuando empezaron a trabajar en las celebres Alas Delta, que en Venezuela fueron bautizadas como Ícaros, y cuya paternidad atribuyen al australiano John Dickenson en 1963. 
           Fue así como se llegó a los parapentes, cuyas imágenes utilizo para ilustrar esta nota de hoy domingo. Ellos son un “ala flexible” que suele tener entre 22 y 31m². Se le debe a tres amigos: Jean Claude Bétemps, André Bohn y Gérard Bosson, de Haute Savoie, Francia, quienes en 1970 pensaron en usar un paracaídas para bajar de Los Alpes. El primer intento les permitió apenas volar 100 metros cuesta abajo. En breve pudieron volar 1000 metros desde el despegue hasta el aterrizaje sobre un valle, y así el parapente nació. ¡Ah!, la definición  viene de la lengua gala: para de paracaídas y pente de pendiente.
           Desde entonces hasta acá es mucho lo que ha evolucionado el diseño y uso de estos artefactos. En el año 2002 el canadiense Will Gadd, en Texas, logró recorrer 430 kms. luego de 10 horas de vuelo.
           Tal vez sus usuarios no tengan el talento de Dédalo, pero si la temeridad de Ícaro, por eso es un canto al arrojo del hombre verlos como entretejidos con los hilos que sostienen sus “velas”, lanzarse cual Ariadna que sigue el paso por el laberinto que termina ayudándolos a vencer momentáneamente la gravedad.  
Frente al deseo y talento del hombre no hay imposibles que no puedan ser convertidos en recuerdos… No hay lo que no podamos alcanzar.

© Alfredo Cedeño
 
 
 

sábado, septiembre 29, 2012

NARANJA EN AZUL


Un celaje naranja deslumbró al cielo
las nubes se espantaron
y la luz sin consuelo se derrumbó al suelo.

© Alfredo Cedeño

jueves, septiembre 27, 2012

COLLAGE


Amable como flores que se derrumban
ácido como el limón que se entreteje
dulce como un puñado jugoso de uvas
remolones como pimientos en sazón
el corazón se me bambolea vespertino
y la luna se desliza con ternura en un tazón.

© Alfredo Cedeño

martes, septiembre 25, 2012

¿VICTORIA?

Ni tú ganaste
ni yo perdí,
tampoco hay viceversa:
ni tú triunfaste
ni yo fui vencido;
pero sin duda alguna:
perdiste bastante más…
yo mucho menos.

© Alfredo Cedeño

domingo, septiembre 23, 2012

VENEZOLANITOS

            Venezuela, como todos los países americanos, es una nación relativamente joven cuya población ha crecido de forma exponencial en los ultimos 60 años. En 1950 la densidad poblacional era de 5,5 habitantes por kilometro cuadrado. En el año 2011, ese indice demográfico saltó a 31,5. Es decir, que el año pasado nuestros 916.445 Kms2 albergaban 28.946.101 habitantes, de los cuales el 25,41% eran menores de 15 años. 
 
 
            Son casi siete millones y medio de venezolanitos –7.356.774  si nos apegamos a las cifras oficiales–, de aquellos cuya definición popularizó Serrat en su canción de varias décadas atrás:
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres…


Ya he escrito acá en otras oportunidades, y desde diversos lugares de este afanar de gente y rincones llamado Venezuela, que tengo la suerte y privilegio de haber nacido aquí, esta sucursal terrestre del cielo y del infierno, donde convergen casi a partes iguales dichas y desdichas, locura y cordura, rigidez y tersura, aromas y hedores, bonhomía y aridez hecha gente. Aquí, a fin de cuentas, tenemos todo y también nada. Bien lo dijo Alberto Arvelo Torrealba:
…tierra
que hace sudar y querer,
parada con tanto rumbo,
con agua y muerta de sed,…
 
 
En este andar y desandar siempre me ha cautivado la alegría que se mantiene por encima de todo, y en ello “los muchachos” –niños y adolescentes para acogernos al concepto formal– son los que llevan las banderas. Van caminando y regando alegrías, se dedican a honrar los versos de Pablo Neruda:
El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.
 
           Son pedacitos de país hechos gente estos venezolanitos que he tenido conmigo para llenarme de su libre insolencia. Recuerdo en particular uno que luego de interrogarme con precisión y largueza sobre lo que hacía, terminó mirándome de arriba abajo para luego decirme con boca precisa y voz aguda: “Tú lo que eres es un averiguador de la vida ajena”. Con ellos nunca dejé de recordar de Antonio Machado aquello de:  
Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera...

Yo conocí siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.
 
 
                       Para ellos escribió el siempre recordado Federico García Lorca:
Corre que te pillo,
corre que te agarro,
mira que te lleno
la cara de barro.
Del olivo
me retiro,
del esparto
yo me aparto,
del sarmiento
me arrepiento
de haberte querido tanto.
 
 
 
         Y no puedo cerrar esta nota de nuestros 7.356.774  de venezolanitos sin citar las letras del nunca suficientemente valorado Andrés Eloy Blanco, a quien algún día se rescatará de la mezquindad de una “academia” miope y terca que se empeña en desdeñarlo.
Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños
que la calle se llena
y la plaza y el puente
y el mercado y la iglesia
y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle
y el coche lo atropella
y cuando se asoma al balcón
y cuando se arrima a la alberca;
y cuando un niño grita, no sabemos
si lo nuestro es el grito o es el niño,
y si le sangran y se queja,
por el momento no sabríamos
si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra.
(…)
Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala,
todo llanto nos crispa, venga de donde venga.
Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro
y el corazón afuera.

© Alfredo Cedeño
 
 

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