martes, abril 30, 2013

VEJIGAS


Perlas desde las hojas
y esferas del más acá,
botones del infinito
y latidos de soledad,
ladridos con nostalgias
y puntos que se crecen,
arbustos de lanzas rotas
y fragmento limpio de agua,
sutura sobre la tarde
y tejido arduo de clorofila,
saltos que no se cumplen
y llovizna en caída lenta…

© Alfredo Cedeño

domingo, abril 28, 2013

JUGANDO 3


            
            Yo soy una valija que me he estado llenando sin parar desde antes de adquirir noción de ser dueño de memoria, la cual cada día se me hace más frágil.  Estoy convencido que mi inconsciente, una vez más, se lanzó a mi rescate y es por ello que me ha sumergido irracional e incondicionalmente en el universo fotográfico para llevar a cabo un ambicioso registro de todo cuanto me rodea, y de lo que puedo explorar.

Bryan Peterson en Aprende a ver creativamente explica: “Todos quienes hemos sido bendecidos con la vista podemos ver, pero ¿por qué es que alguien justo al lado de nosotros puede ver algo de interés, sin embargo por alguna razón nos lo perdemos?” Les revelo que ese aserto de Peterson ha sido un gatillo que me lanzó a este frenesí de tratar de no perderme nada de lo que me rodea. 
 
Sin embargo, el tiempo, al que tan bien define  Manolo García: “Es un pájaro de alas cortas que vuela alto y fuerte”, me enseñó –y sigue haciéndolo– a moderar mis aspiraciones para, de ese modo, no ser arrollado por las ganas de ver y terminar perdiéndome de mirar todo.
 
Mientras seleccionaba estas imágenes y escarbaba en mis recuerdos me vino a la mente el nombre de Gaston Bachelard, al revisar El agua y los sueños encuentro subrayado: “El individuo no es la suma de sus impresiones generales, es la suma de sus impresiones singulares. Se crea en nosotros misterios familiares que se designan en raros símbolos.(…) La imaginación no es, como lo sugiere la etimología, la facultad de formar imágenes de la realidad; es la facultad de formar imágenes que sobrepasan la realidad. La imaginación inventa algo más que cosas y dramas, inventa la vida nueva, inventa al espíritu nuevo; abre ojos que tienen nuevos tipos de visión.”
 
¡Ay Jesús del Buen Joder! ¿No es más sencillo acaso abordar lo que hay y dejar de buscarle siete patas al gato? Vivimos tratando de encontrar biombos que nos permitan esconder el alma. Nos empeñamos en jugar a fabricar cajas de espejos donde los que nos rodean encuentran el reflejo que quieren obtener; también buscamos ser monedita de oro que nos haga tener el beneplácito unánime de tirios y troyanos.
 
Pergeño estas líneas y recuerdo al conde Balthasar Klossowski de Rola, pintor que fue mejor conocido como Balthuss, quien en sus Memorias escribió: “hay que saber alcanzar ese punto de equilibrio del paisaje. Creo que cuando lo he podido alcanzar, ha sido también gracias a la disponibilidad que había en mí, a la paciencia, a la pobreza campesina que debes adquirir, sin la cual se accede a una falsa ingenuidad, a una inocencia artificial, algo parecido a Chagall.”
 
Es inevitable que Saint-Exupéry y El Principito salten. Evoco: “Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil francos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!"”.
Hoy, por lo visto es el día de los textos ajenos, pero ante aquellos que han dicho lo que uno quiere decir, y de manera magistral, además, ¿para qué ponerse a inventar?  Así que, sin mas vueltas recurro al bachiller Freud quien en El malestar en la cultura dejó escrito: “En el ámbito del alma es frecuente la conversación de lo primitivo junto a lo que ha nacido de él por transformación”.
 
 No me atrevo a asumir que trato de transformar lo que fotografío. Ya otras veces he dejado en este espacio las preguntas que son mi ritornello particular:  ¿hasta donde la representación que realizo de mi mundo, en cuanto que todo aquello que veo e interpreto a través de mi máquina lo hago mío, puede cabalgar con soltura alejado de los extremos en que a menudo nos sumergimos?  ¿Puedo despojarme de toda intencionalidad o debo ejecutar un juego de espejos que solo muestren lo que cada cual hará que se refleje desde su propia mirada?
 
Y aquí cito ahora a Jean Clair quien en su libro El Paraíso perdido: la Europa simbolista escribió: “…el mundo no es más que apariencia, velo, ilusión, sucesión infinita de fenómenos transitorios a los cuales tan sólo nuestro deseo erótico da la apariencia de una continuidad y de un sentido. Todo se mueve continuamente como imágenes inseguras sobre una pantalla, de líquidos cambiantes, todo se transforma y todo se borra, para dejar lugar al vacío esencial sobre el cual reposa eso que llamamos realidad.”
 
Este torneo entre lo heurístico y el placer ha jalonado mi vida y obra, pero siempre he tratado, afortunadamente no en vano, que el gozo predomine. Estoy convencido de que la libertad algunas veces amerita sacrificios, más siempre desemboca en una fruición orgásmica donde las escaldaduras terminan hechas recuerdos que suelen arrancar sonrisas ante el candor que alguna vez nos amparó.
 
He saltado de escaque en escaque y cada movimiento de pieza ha sido a veces lance afortunado, otras salto al vacío que ha concluido con mis rodillas raspadas y el alma –que cada día me convenzo más de tener– atornillada a las ganas de seguir en esta rochela inacabable que es mirar y ver y asombrarme hasta el punto de poder oprimir el bendito obturador hasta producir una imagen.
Bendigo a la vida que me permite ver, los bendigo a ustedes que se me hacen reto semanal para entregarles estas imágenes y líneas que son sed y agua, acordes que el infinito me entrega para poderlos devolver desde la dulce melodía que a través del acto creativo se manifiesta en mis ojos, cerebro y manos. Gracias.

© Alfredo Cedeño



sábado, abril 27, 2013

FEROZ


Una hoja hecha sangre
reventó en el verdeguear
asomó sus labios en sierra
y se descolgó maromera,
descerrajó un tiro airoso
arrinconó modestos giros
hilvanó tres giros airosos
y ahora es un adiós filoso.

© Alfredo Cedeño

jueves, abril 25, 2013

CERRO


Siempre mi ciudad ha estado amparada
entre los baluartes de nuestra montaña,
ha visto pasar un desfile de bichos de uña
y ha contemplado repique de independencias,
ha mirado desbordarse valentías anónimas
y desleírse viles cobardías empingorotadas.

Esta cadena de cimas nos empinó el alma
hasta empotrarnos la insolencia en la piel,
se hizo agitar de altas voces sin quiebras 
ni temores que nos aplacaran el caminar,
fue -y es- la dulce certeza de no temer exigir
hasta asar necios con las chispas de la libertad.

© Alfredo Cedeño

martes, abril 23, 2013

DESPLANTE


En mí el sol se hace vulva y corretea en el cielo
con luminosos pliegues que despliegan altanería
y los dulces parpadeos de las ganas brillan,
en mí hay una victoria sensual de vida y agonía
que apenas vencerán las acres esquinas del suelo
y sacudiré con mi aroma los ollares entumecidos.

© Alfredo Cedeño

domingo, abril 21, 2013

PUEBLO WAYÚ

            Asumo que me estoy metiendo en camisa de mil y once varas, puesto que de este grupo indígena del cual escribo hoy se han escrito varios millares de páginas. No obstante, por aquello de honrar mi mala fama de temerario, heme aquí tratando de sobrevivir a otro intento de pergeñar unas breves notas sobre la inmensidad del mundo Wayú, o Guajiros como se les llama comúnmente.
            Los territorios ancestrales de este pueblo indígena se ubican en la Península de La Guajira, de donde se ha tomado la denominación con que comúnmente se les conoce. Con un espacio ubicado a casi 600 kilómetros al oeste de la capital venezolana, Caracas,  y que cabalga sobre territorio venezolano y colombiano se estima que su número de integrantes es uno de los más numerosos en ambas naciones. En el caso venezolano es el de mayor densidad demográfica de todos los grupos indígenas que sobreviven en Venezuela.  Para el censo del año 2001 se tasó en 293.777 su número de integrantes.  
            Sin aportar cifras exactas el Censo 2011 que se realizó en Venezuela determinó que la población india del país era de 725.141 individuos, de los cuales el 57,3% era Wayú; de donde infiero, regla de tres de por medio, que ahora tenemos 415.506 de ellos en nuestro país. La cifra revela un sostenido crecimiento si comparamos esto con lo que escribió en 1877 Miguel Tejera, en Venezuela Pintoresca é ilustrada, donde al referirse al “Territorio Guajiro venezolano” revela: “Este territorio tiene 45 lugares, 45 parcialidades, 45 caciques y 29,263 indios.”
            Lo numeroso que ellos son es de vieja data, el sacerdote jesuita catalá Antonio Julián habla en su obra La Perla De la America, Provincia de Santa Marta, de 1787, que un informante Wayú le aseguraba que al fundarse Riohacha en 1545 ellos eran 70.000. Quiero, antes de seguir mencionando a otros exploradores, viajeros y averiguadores de la vida ajena, citar al cronista y poeta Juan de Castellanos que en su Elegías de Varones Ilustres de Indias al referirse a ellos y sus territorios ancestrales escribió en 1589:
Descubrieron amplísimas zavanas,
Aunque llenas de cardos y de espinas,
Habitadas de gentes inhumanas,
Las cuales por allí llaman cocinas,
De tan lijeras piernas y livianas,
Que son á las de ciervos muy vecinas;
Es solo su sustento y su cosecha
Le que les puede dar el arco y la flecha.

Todos enjutos, altos, gente baza,
Y nunca jamás ropa ni atavío
A sus nerviosos miembros embaraza;
Son dados al sangriento desafío;
Tan diestros en la pesca y en la caza
Que no saben soltar tiro baldío;
Animosísimos en la pelea
Contra cualquier y donde quier que sea.
Si mantengo la ilación temporal debo citar a Fray Pedro Simón quien el siglo XVII escribió Noticias Historiales de Venezuela, y en el capítulo V de su Tercera Noticia Historial, al escribir de los Guajiros expone: " Estos Indios (aunque entre sí vivían con estas divisiones) se juntaban en crecidas cuadrillas, por ser ellos innumerables, y salían en muchas partes a atajarles el paso a los nuestros con mucho brío. Y como gente suelta y diestra en modo de guerras, por las ordinarias que traían con indios sus convecinos les hacían los nuestros poco daño..."
En el siglo XVII encontramos a Pedro Messía de la Zerda, quinto virrey de Nueva Granada,  quien en 1769, un mes antes de que tuviera lugar el llamado “levantamiento general de la nación guagira”, dijo que eran “ambiciosos, traidores, vengativos, desconfiados y llenos de abominaciones”.
            Otro europeo que también convivió con ellos y dejó por impreso sus vivencias fue el francés Hanri Candelier, quien escribió  Riohacha y los Indios Guajiros, publicado en su país a fines del siglo XIX. Candelier describió así el entorno: “La península de la Guajira situada al extremo noreste de Colombia, se extiende en el mar Caribe sobre una  longitud de 200 kilómetros desde Riohacha. Limitada por los tres lados por el mar que la encierra, tiene como límite natural al sur una parte de los montes Oca, y por otra por el río la “Ranchería” llamado en su desembocadura el “Calancala”. Su superficie es más o menos de 15.000 kilómetros cuadrados.”
            Explicaba el aventurero galo que se había decidido a explorar la zona gracias al encuentro con un antiguo compañero de colegio quien: “Y entonces, durante más de una hora, me habló con tanto entusiasmo de una raza de indios, aún totalmente desconocida en Francia, los indios de la península Guajira, me alabó tanto la belleza de esa raza, que me sentí violentamente conmovido.” 
            Repito: son montones de miles de páginas las que se han llenado hablando de ellos desde hace siglos. Y se siguen llenando, como es el caso de la tesis doctoral de Rafael Luque Andrade La presencia de los elementos matemáticos en el pueblo Wayúu, en cuyas páginas se pueden encontrar detalles como este: “Se nota la creación de un sistema de medida del tiempo empírico no sistemático, con el empleo del sol. Esta manera de utilizar la sombra de los objetos o personas para medir el tiempo durante el día, ha sido empleada por muchas culturas. La misma dio origen al reloj de sol. Sin embargo durante la noche es imposible, pero el wayuu a resuelto tal situación con la observación de los cuerpos celestes; así ha localizado en el firmamento la aparición de algunas estrellas especificas, las cuales le sirven para medir el tiempo. Un caso de esta última se  tiene en el siguiente fragmento: A3: Hay una, una estrella que, en la madrugada sale, ya sabe a qué hora sale, así sea una persona que se acuesta tarde, igualito tú ves el reloj tuyo, primero que él se paro mira namá las estrellas que salen en la mañana, sino salen de éste la’o a veces sale de éste otro la’o, ya es de día, ya es como las cuatro las tres, esa es la hora de uno.”
            Debo destacar que los Wayú, tal como evidencian los datos poblacionales citados párrafos atrás arrojan una densidad demográfica en su territorio ancestral de 5 habitantes por Km2 lo cual, hace que la semidesértica Guajira sea “una región densamente poblada y geográficamente encapsulada con una población en continuo crecimiento”.
Ante dicha saturación de habitantes se ha producido el natural desplazamiento de los excedentes de población hacia los centros urbanos, especialmente a Maracaibo, con la consabida incorporación a la cadena de trabajo asalariado y demás mecanismos de incorporación aculturativos que han conllevado a la pérdida de numerosas manifestaciones propias. Ello, sin embargo, no ha significado que sus formas culturales hayan desaparecido o se encuentren amenazadas en dicho sentido.
Si bien es cierto que en la capital zuliana, ellos han constituido extensas barriadas, denominadas marginales por la extrema pobreza que en ellas impera, allí se mantienen ancestrales expresiones  que, a mí particularmente, me  conmueven por la sólida identidad y sentido de pertenencia que ello implica.
            En una inclemente explanada presencié en la periferia marabina la celebración de una danza de Yonna, llamada por los criollos “Chichamaya”. Su realización se considera una vía para mantener la armonía entre los wayúu. Cuando la llevan a cabo se sacrifican chivos, ovejos y ganado vacuno para que los asistentes y el Seyúu –espíritu protector–, queden satisfechos.
            Es una danza que en realidad se convierte en batalla contra la aculturación, y que al presenciarla se percibe como es ganada por el mundo Wayú, ya que pese a todo el entorno hostil donde se desenvuelven su manifestación ancestral por excelencia se mantiene.   
            El repicar del kase –tambor redoblante hecho con maderas y pieles especiales– donde el tamborero marca los compases del Sukua kaarai o karaikuya –pasos del alcaraván–, Shi chirai´ra Majayülü –movimiento de los senos de la señorita–, Sukua Patajuwa –pasos de cataneja (ave carroñera) y Jayamulerüyaa –hacer como las moscas–, son una melodía que no deja de oírse en cualquiera sea la parte donde se establece una comunidad Wayú y demarca el piouy –la pista– para luego con el batir de la manta de sus mujeres son un aleteo de dignidad.  
Cierro esta nota con un párrafo del libro Niños de Colombia indígena de Marta Lucía de la Cruz  y Esmeralda van Vliet, Instituto Colombiano de Antropología, que denotan la viva presencia de una cultura que está lista para soportar varios milenios más: “Vivo en el desierto de la Guajira. Soy indígena Guayú. Cuentan que nuestros antepasados nacieron del viento, Jepirech y de Igua, la diosa de las lluvias. Me llamo María Mónica. Pertenezco al clan o familia de los Epieyú, que quiere decir buitre. También existen los clanes del burro, de la avispa, del tigre y otros.”


© Alfredo Cedeño

sábado, abril 20, 2013

jueves, abril 18, 2013

MELODRAMA

La hicotea lo apabulló con dentelladas pacientes
él, con asturiana dignidad, soportó estoico
luego ambos trataron de escribir canciones
donde los arlequines fueron Tenorios desarmados
y las princesas damiselas torvas y desalmadas.

© Alfredo Cedeño

miércoles, abril 17, 2013

VENEZUELA HOY

En un momento como el que vivimos no habrá manera de hacernos callar. Esta imagen hecha ayer por Ricardo Marapacuto  270 kilómetros al oeste de Caracas, en Barquisimeto, capital del estado Lara, desnuda el momento que estamos viviendo. Hordas de soldados avanzan sobre dos mujeres que pedían recuento de votos...
Ya vendrán tiempos de calma para un análisis con cabeza fría y mano caliente para describir el horror que la ciudadanía venezolana vive en estas horas

© Alfredo Cedeño

martes, abril 16, 2013

DANZARINAS

Sus trajes de bailarinas fueron saltando de rama en rama
contorsionándose con pericia y sagacidad de hembra libre,
fue un requiebro matutino de salaz olor encendido
cual mastín femenino que embiste y revuelca pudores,
es una oleada de traqueteos enlazando delicados hilos
de feroz vagabundear como pequeños coitos vegetales.

© Alfredo Cedeño

domingo, abril 14, 2013

RÍO CHICO

            Río Chico apareció a fines del siglo XVIII. ¿Cuándo? Sólo Dios debe saber con precisión, y que me perdonen los eruditos del área quienes aseguran que tuvo acto fundacional, el cual se llevó a cabo el 24 de Septiembre de 1791 y fue ejecutado por el Obispo Mariano Martí.  Lo dudo, y no son meras ganas de fastidiarle la paciencia a nadie, ni de joder la pava, para decirlo en lengua llana.
         Revela Lucas Guillermo Castillo Lara en su libro Apuntes para la historia colonial de Barlovento que en el año 1788 Río Chico aportó a las arcas eclesiásticas por conceptos de Diezmo 2.200 pesos… Es decir que tres años antes de ser fundada ya la población estaba aportando su cuota para la manutención de la burocracia santa.
 
            Dejo en paz a los demás y entro a escribirles sobre este pueblo que, 105 kilómetros en línea recta al este de la capital venezolana, en predios del estado Miranda, alguna vez fue llamado Caracas chiquita gracias  al auge que obtuvo gracias a la producción de cacao. Sus casas rivalizaban en dotación, fuste y boato con las viviendas caraqueñas más orondas. No en balde en sus alrededores los llamados Grandes Cacaos, como llamaban a los ricos de entonces, tenían sus plantaciones del oro  vegetal. 
 
            Los conflictos entre los terratenientes y la corona española fueron agua de todos los días en nuestra historia colonial. Por un lado los criollos trataban de obtener mayores beneficios de sus plantaciones, y la maquinaria monárquica pretendía un monopolio; por supuesto que los primeros siempre encontraban maneras y formas de burlarlo.
Uno de los tantos mecanismos intentados fue la creación, mediante Real cédula expedida por Felipe V, de La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas que legalmente constituida el 25 de septiembre de 1728. A este ente se le otorgó que fuese la única autorizada tanto a la importación y comercialización de toda clase de mercancías europeas en la provincia de Venezuela como a la fijación de precios y compra de los bienes producidos en Venezuela y su comercialización en España.
El atajaperros fue perpetuo y el contrabando fue la vía más idónea para burlar el control de los oriundos de Guipúzcoa. Narra Eduardo Arcila Farías, en su libro Economía colonial de Venezuela, que un informe de 1778 enviado por el Cónsul español en Amsterdam, Agustín Moreno Henríquez, al Secretario de Estado José de Galvez, revelaba que mientras la Compañía Guipuzcoana pagaba ocho, diez o doce pesos por la fanega de cacao de 110 libras, los holandeses en cambio compraban la fanega de 90, en 24 y 26 pesos; y si los productores transportaban su mercancía hasta Curazao, entonces recibían 30 y 32 pesos.
 
            Como bien pueden suponer respecto a Río Chico son miles de páginas las que se encuentran en numerosas publicaciones.  De muestra les coloco lo que Agustín Codazzi dejó asentado en Resumen de la Geografía de Venezuela, publicado en 1841: “La villa de Río-Chico está situada a la orilla del río de su nombre en un terreno bajo cerca de la mar, de la cual dista poco más de una legua en línea recta. La frondosidad de los terrenos que se cultivan en este cantón, su aproximación a la mar, en cuyas costas pueden ondear buques; su cercanía a la laguna de Tacarigua, riquísima en peces, casi en la boca del río Paparo por donde pasan las producciones del territorio de Caucagua, en el camino que va a Barcelona por la costa, y los muchos terrenos vírgenes y fértiles que encierra, hacen que el punto de Río Chico sea interesante para la agricultura y el comercio”.
            No puedo dejar de pensar, cada vez que recorro las calles de esta comunidad, que era digna de mejor suerte que esta de verse reducida a ser traspatio de fin de semana de la urbe caraqueña, o recipiente de las dádivas que de un tiempo a esta parte se empeñan en suministrar a sus habitantes las maquinarias políticas, en un deleznable empeño por convertir en pedigüeños a una gente de tradición de faenas, las cuales siempre abordaron con gentileza y alegría.    
 
           Río Chico ha parido gente como Argelia Laya y Rafael Arévalo González. La primera fue una mujer que dejó hondas huellas en las luchas por la igualdad de la mujer y los desposeídos. El segundo fue un ejemplo de hidalguía en el ejercicio del periodismo lo cual le acarreó largos años de cárcel durante ese largo sudario que amortajó a Venezuela durante  la dictadura de Juan Vicente Gómez.  Fueron catorce veces las que él pasó por los presidios para totalizar veintisiete años de su vida tras las rejas.
            Este pueblo es devoto a rabiar de su patrona Nuestra Señora de Las Mercedes. Tal vez de allí venga mi particular conexión con esta comunidad, en un velado homenaje a Mercedes María, mi madre, quien no cesa de hacer falta.  Son célebres las celebraciones que en homenaje a dicha virgen se llevan a cabo allí cada 24 de septiembre.
            El actual párroco es un merideño de pura cepa, específicamente de Canaguá, fray Beltrán Sánchez Mora, quien a sus 43 años y el habitual acento cordillerano, narra las bondades, solidaridad y vigor de su feligresía. “No puedo ocultar que, si bien sé que no hay lo que el Señor no disponga para cobijarnos en nuestra labor pastoral, la inocencia y generosidad con que ellos me acompañan es una manifestación palmaria de una fe viva y en permanente ejecución.”
 
            Narran en Río Chico que el fervor a su virgen no es gratuito y que ella nunca los ha desamparado. A guisa de ejemplo cuentan que en diciembre de 1999, cuando la terrible vaguada que afectó a todo el litoral central venezolano y que en toda la zona de Barlovento se manifestó con particular fuerza, este pueblo quedó cubierto por las aguas. A fines de evitar daños a la propiedad los agentes policiales, “con las aguas hasta media pierna realizaban labores de vigilancia.”  Una tarde, ya cayendo la noche, uno de ellos vio en un costado de la plaza Bolívar a una dama trajeada de blanco; él junto a sus compañeros le ofrecieron ayuda pero como ella no parecía prestarles atención la siguieron para ayudarla a evacuar el lugar.
Cuentan los policías que la dama súbitamente se les desapareció en los alrededores de la Iglesia, lo cual notificaron a sus superiores. El hecho también fue notificado al entonces párroco fray Santiago García; quien al rato se dio cuenta de una irregularidad en el nicho de la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes. Al acercarse a la figura, el sacerdote encontró el vestido de la imagen húmedo en el área de la falda… Fray Santiago aseguró en aquel momento “que ella quiso revelar su milagrosa presencia en esos momentos de desolación y dolor, donde numerosas familias habían perdido su hogar”.
 
            En este trozo de Venezuela, la incesante alquimia que nos hace ser lo que somos es un retorno incesante de hechos y creaciones que maravillan constantemente. Allí se pueden encontrar casas preciosas donde el tiempo parece haber anidado y detenido su vuelo incansable.  Es el caso de la familia Pedauga, cuya morada que constaba de cinco ventanales, fue comprada por el bisabuelo en 1845 por doscientos cincuenta bolívares. 
 
            Familia que fue plantada en estos territorios por el viejo Lucién Pedauga.  El mismo a quien la magistral pluma de Alfredo Armas Alfonso introdujo a su cuento La Niña de Cundiamor: “Estaba colgando mi bulto del gancho donde papá nos ha enseñado a dejarlo, cuando oigo que el agente viajero Lucién Pedauga, quien lleva dos días alojado en el hotel que mamá ha abierto usando la casa de abajo donde siempre salen muertos y se oye que ruedan cadenas de las que usaban en las cárceles españolas, le comenta a mamá, que le está sirviendo el almuerzo, que qué llevaría a esa muchacha a eso.”
 
            Río Chico, corriente de aguas lustrales que rocía las ofrendas manadas de una tierra feraz y espléndida. Río Chico, pueblo de negros en libertad y simiente de la condición cimarrona que nos acompaña en cada gesto que termina haciéndose gesta. Rio Chico, aleteo permanente del ave que retorna a su nido con la pasmosa precisión de la danza que la vida entrega día a día.

© Alfredo Cedeño

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