lunes, diciembre 30, 2013

ARQUEO

Me llené de olvidos y perdones
con sus piernas en mis manos,
enterré rencores y resentimientos
al compás de su boca de luna sabia,
alcancé filigranas de suave orfebre
en sus noches de bruja buena.

Afuera mi tierra sigue desolada
con sus dolores de mil desidias,
sigue persiguiendo aromas justos
al ritmo de su gente siempre libre,
no ha cejado de macerar sueños
en esta larga noche que nos ahoga.

Pesqué duras palabras resbaladizas
con la certeza del perdulario habitual,
encontraron desamparos en el sendero
hasta creer que no había mañanas,
seguimos azotando oscuros conjuros
con ráfagas de galerna que rasga la noche.

Clausuro este año de esperanza triunfal
con tercos anhelos hechos certeza y luz,
sepulto la agonía del miserable resentido
hasta que una luciérnaga le ilumine el alma,
y agarro aire para poder seguir siendo uno
con esta tierra y hembra que me acaricia.


© Alfredo Cedeño

domingo, diciembre 29, 2013

EL BAILE DEL MONO

            Las fiestas son ceremonia y parpadeo de la libertad, en ellas suelen conjugarse pasiones y emociones; son telón que se descorre presuroso para dar paso a la fantasía que guardamos con miedo, guiño liberador a las culpas que permite asumir lo que se quiere o sueña ser… Al final son ceremonias donde entregamos nuestra pureza y rescatamos lo atávico que sobrevive en nuestros posos humanos.  
 
        En torno a las llamadas fiestas folklóricas se han vertido verdaderos mares de tinta para describirlas y teorizar respecto a ellas. La científica chilena, Isabel Cruz Ovalle, en su artículo Lo sagrado como raíz de la fiesta explica: “La fiesta ha sido (…), a lo largo de la historia, una forma y una ocasión para comunicarse con Dios a través de los lenguajes sagrados.”   Estoy convencido de que no hay otro Dios que aquel que atesoramos en nuestras obras, y es su búsqueda en lo mejor de nosotros mismos lo que termina construyendo los cielos o infiernos donde luego nos sumergimos. 
 
            Y recurro de nuevo a la citada Cruz, quien en otro párrafo de su citada pieza asienta: “Desde sus orígenes hasta hoy, la fiesta “festiva por excelencia”, como la llama Josef Pieper, ha estado ligada a lo sagrado. Porque ha sido la dimensión trascendente del hombre la que se ha expresado en ella a lo largo de los siglos, insertándose como un interludio y, a la vez, como un enaltecimiento de lo cotidiano.” Mientras leo a esta autora no puedo dejar de pensar en las célebres Saturnales…
 
Se ha conservado un fragmento de las palabras que la sacerdotisa pronunciaba para dar inicio al rito de la Saturnalia: “Esta es la noche del solsticio, la noche más larga del año. Ahora las tinieblas triunfan y aún así todavía queda un poco de luz. La respiración de la naturaleza está suspendida, todo espera, todo duerme. El Rey Oscuro vive en cada pequeña luz. Nosotros esperamos al alba cuando la Gran Madre dará nuevamente a luz al sol, con la promesa de una nueva primavera. Así es el movimiento eterno, donde el tiempo nunca se detiene, en un círculo que lo envuelve todo. Giramos la rueda para sujetar la luz. Llamamos al sol del vientre de la noche. Así sea.”
            Tales fiestas fueron llamadas así porque se celebraban en honor de Saturno, y fueron establecidas alrededor del año 217 a. C. para elevar la moral de los ciudadanos después de una derrota militar sufrida ante los cartagineses en el lago Trasimeno. Al comienzo se celebraban en el Foro romano, el 17 de diciembre, con sacrificios y un banquete público festivo, o lectisternium, y al grito multitudinario de Io, Saturnalia se armaba una que ni en los bebederos de Cartagena de Indias se llegaron a ver alguna como esas. Ahora bien, la cumbiamba fue tan apreciada por el pueblo, que se armaba la parranda por toda una semana, del 17 al 23 de diciembre. Ante el desmadre colectivo las autoridades de aquellos tiempos optaron por darle rienda libre a la pachanga.
 
En el post de la semana pasada, cuando escribí sobre las hallacas (http://textosyfotos.blogspot.com/2013/12/hallacas.html) mencioné que las fiestas navideñas cristianas son rezagos de estas mentadas saturnales.  Algo que no expliqué en esa oportunidad de la pasada semana fue que en ellas se decoraban las casas con plantas y se encendían velas para celebrar la nueva venida de la luz. Los romanos amigos y familiares, se hacían regalos y era una semana de verdadera parranda, comilonas e intercambio de regalos. En este lapso los esclavos solían ser liberados de sus obligaciones y sus papeles, en algunos casos, cambiados con los de sus dueños.
 
Esto me hace recordar al ahora Nobel Mario Vargas Llosa, quien en Lituma en los Andes pone a uno de sus personajes a reflexionar: “Eres esclavo o sirviente de alguien, siempre. Bailando y bebiendo, no hay indios, mestizos ni caballeros, ricos ni pobres, hombres ni mujeres. Se borran las diferencias y nos volvemos como espíritus: indios, mestizos y caballeros a la vez; ricos y pobres, mujeres y hombres al mismo tiempo.”
 
A esta altura ya bien pueden suponer que podría seguir citando datos al respecto ad líbitum, como seguramente acotaría el honorable gocho y lustrado don José Humberto Márquez, respecto a los orígenes de las fiestas folklóricas que se llevan a cabo en cualquier rincón del mundo.  Afortunadamente en esta Tierra de Gracia sobran rincones con manifestaciones de este tipo; tal como ocurrió ayer en Caicara de Maturín, a menos de 50 kilómetros al oeste de la capital del estado Monagas, en el oriente venezolano, donde como cada 28 de diciembre se llevó a cabo El Baile del Mono o El Mono de Caicara.
 
Se sabe que esta tradición ya es secular, y hay quienes afirman  que sus orígenes provienen de los indígenas Chaimas y Parias quienes solían practicar diversos ritos para obtener buenas y abundantes cosechas, aunque hay otros que dan mientes a ello y afirman que en realidad desciende de los españoles. Lo que yo les puedo asegurar es que cada día como ayer el mencionado pueblo, que además es la capital del municipio Cedeño, de la ya citada entidad geográfica, es un solo jolgorio en el que Raimundo y todo el mundo se disfraza de lo que se le antoje y numerosas parrandas salen a cantar por sus calles. 
 
Viene al caso explicar que Caicara de Maturín fue fundada el 20 de Abril de 1731 por el Padre Fray Antonio de Blesa estableciendo la Misión de “Santo Domingo de Guzmán de Caicara”, por lo que las fiestas en honor al santo patrono del pueblo se llevaban a cabo los 8 de agosto.  La tradición oral asegura que en dichas fiestas patronales El Mono se colaba y terminaba desbancando al fundador de los dominicos del sitial que le correspondía y además dejándolo solo en el templo. Ante semejante desbarajuste el cura Eurípides Serrano, supongo que harto del culipandeo y la mojiganga, en 1899 decidió que al bendito primate lo bailaran el 28 de Diciembre.
 
Allá viene el mono,
viene e Punta de Mata,
lo vienen bailando
todos en una pata.
Así corearon ayer decenas de miles que reventaron las calles de Caicara.  Una  tradición delirante donde la candidez de los lugareños no dejó de ser el principal encanto para quienes acudieron allá.
 
            Hoy amanezco con La Fiesta de Serrat en un repique inclemente que no me deja en paz:
Se despertó el bien y el mal
la zorra pobre vuelve al portal,
la zorra rica vuelve al rosal,
y el avaro a las divisas.
Se acabó,
el sol nos dice que llegó el final,
por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.

            ¡Hasta el año que viene!  Y que el 2014 nos sea leve…

© Alfredo Cedeño

 
 
 
 
 
 
 
 

sábado, diciembre 28, 2013

REGRESO


Mi corazón se llenó de tantas goteras que formó un lago
pero los ángeles acudieron en tropel a resguardarme
entrelazados con las añejas arrugas de las montañas
pulieron los reflejos del cielo capitoneado de nubes
y sus hálitos luminosos me achicaron las penas
mientras ponían en mis manos palabra, triunfo y luz.


© Alfredo Cedeño

jueves, diciembre 26, 2013

MUCHACHADA 02

Creciste y me perdí indefenso en tu paso firme
y pese a las derrotas idiotas de mi corazón
salté sobre los abismos para sembrarme tu risa
con agitar de lanzas preñadas de barro
sin que tus alas se pierdan en este quererte tanto…


© Alfredo Cedeño


martes, diciembre 24, 2013

NATIVIDAD

Palabra sobre palabra nos han dado unos y otros
con escasos hechos sobre hechos para honrarnos
y sin embargo seguimos cantando bendiciones
para los de buena voluntad y también los de mala.

Todos ovejas de un rebaño que ansiamos libres
saltando por un planeta de cometas y soles largos
acompañados en las tormentas de sueños bonitos
y dolores abandonados en nuestra noche de paz.

© Alfredo Cedeño

domingo, diciembre 22, 2013

HALLACAS

            Al decir Navidad en Venezuela hay una serie de resortes que saltan automáticamente en todos aquellos que hemos superado las tres décadas de vida: Ponche Crema, dulce de lechosa y hallacas. Estas últimas, explico a quienes no son del patio, son un pastel elaborado con masa de maíz en cuyo interior se coloca una porción de guiso hecho de carne de res y cerdo; así como pasas, aceitunas, almendras, alcaparras, un trozo de gallina, una tira de pimentón, una rueda de cebolla y diferentes otros "adornos" que luego se envuelven en hojas de cambur y debidamente atados se hierven hasta que la mencionada capa del cereal está cocida.

            Cuando comemos no solo damos curso a un impulso vital e instintivo cuyo gatillo es el instinto de supervivencia; también estamos abriendo las puertas a los ritos para amalgamar “memoria y moda, discurso y práctica”. Pero como no ando buscando pontificar al respecto y extraviarme en divagaciones ortodoxas, si ustedes quieren buscarle siete patas al gato, y ahondar en lo teórico, les recomiendo lean de Marie Nöel  Stourdze-Plessis su libro El conocimiento del comedor, o de Georg Simmel Sociología de la Comida. Yo sigo en lo mío.
 
            Y ya que mencioné ritos, uno de los más extendidos urbi et orbi es el que en estos días llevamos a cabo, mediante el cual festejamos el supuesto día de cumpleaños de Jesús.  Digo esto último porque hay quienes garantizan que su real natalicio ocurrió el 29 de Septiembre, del año 2 A.C. Los que tal cosa aseguran llaman en su defensa que al comienzo los cristianos primitivos no celebraban el nacimiento de Jesús, puesto que in illo témpore solo los potentados y emperadores celebraban tales eventos. No olvidemos que cuando empezó el hijo de María su peregrinar histórico, no era más que el hijo de un carpintero; eso que en Caracas llamamos un pelabolas. Y es así como llego a la primera mención como tal efemérides: la del Calendario de Filócalo en el año 354 DC, donde se aseguró que el alumbramiento de Jesús había ocurrido el viernes 25 de Diciembre del año primero de la Era Cristiana y a seguidas el papa Liberio decretó que el nacimiento del Hijo de Dios se celebraría en dicha fecha.
 
            Tal parece que la verdadera motivación de dicha decisión fue producto de una típica maroma de la ahora añeja institución católica. Buscaban producir un sincretismo entre el cristianismo, por aquellos días decretada nueva religión del Imperio Romano, y la celebración de la Saturnalia, que se llevaba a cabo el solsticio de invierno, que a su vez era herencia de las tradiciones paganas de la antigua Babilonia. Con ello le hacían más fácil a los romanos convertirse al cristianismo sin abandonar sus fandangos de yantar y verijas en los que llevaban sumergidos desde la propia fundación de la ciudad eterna.
 
            Retomo la primera línea del segundo párrafo de este post de hoy para enhebrar con lo que de ritos hay en torno al comer. Una de las ceremonias más universales que existe hoy por hoy es el de la llamada Santa Misa, la cual no es más que una reedición de la última cena, donde Jesús instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, como memorial de su muerte y resurrección, ordenando a sus apóstoles celebrarla “hasta que vuelva”. Pero como no se trata de la Semana Mayor sino de la Navidad, regresemos a lo que voy.
 
            Se come en colectivo para convertir en ceremonia el rutinario acto alimenticio, y cada cual busca deslumbrar al otro con sus habilidades en el fogón.  Es así como van surgiendo platos que condensan la esencia de ese grupo humano. Las fechas más representativas hacen que se desborden emociones y talentos en un celebrar donde el gusto ocupa  lugar destacado. Es de este modo como la Navidad, o Natividad del Señor, o como se le quiera llamar, ha ido produciendo de manera universal representaciones gastronómicas en las que cada región se manifiesta.  Por ejemplo, los franceses la celebran con su Bûche de Noël, o tronco de Navidad, que es una torta con forma de un trozo de madera; mientras que en Dinamarca se debe comer un pudin de almendras como primera entrada antes de comenzar la cena de Navidad; en Alemania el plato más famoso de Navidad es Lebkuchen, un postre con miel y pimienta que es una delicia, aunque ahora sus ingredientes han variado. 
 
Si continuamos el periplo encontraremos en el Reino Unido su famoso Christmas pudding hecho con ciruelas; mientras que en Italia hallamos Panettone en Milán, Pandoro en Verona y Panforte en la Toscana; en Suecia es muy popular beber julmust y glögg, comer Julskinka (jamón navideño) y postres como knäck y pepparkaka. Podría seguir citando infinidad de sitios, pero creo que es ya tiempo de, como decimos en Venezuela, “arrimarle una al mingo” y hablar de nuestra comida navideña por excelencia: las hallacas.
 
Como bien han de suponer, o bien saben muchos de aquellos quienes me leen, hay una y mil variantes de dicho alimento.  Hay una frase más que trillada entre los venezolanos con la cual se pretende acoquinar a cualquier interlocutor cuando de alabar las virtudes de dicho plato se trata: “La mejor hallaca es la de mi mamá”.  Perdonen los potenciales afectados, pero se envainaron los huérfanos…
 
Tulio Febres Cordero, hoy en día ensalzado gracias a su proverbial sapiencia (por unos) o empleado como estropajo heráldico (por otros) para restregar su linaje ante las narices de los que presumimos de nuestra escasa hidalguía; pasando por duras penurias materiales publicó con fines meramente comerciales, a fines del siglo XIX, exactamente en 1899, su libro Cocina Criolla o Guía del Ama de Casa.  Allí el sabio merideño zanjó toda discusión en torno a las virtudes de las innumerables versiones de dicho plato al afirmar que ella depende de “la caprichosa ley de los gustos”.
 
Respecto a su origen se ha tejido una extensa y muy tupida maraña de versiones donde cada cual va aliñando la propia al compás de su real saber y entender. Hay quienes le hacen hija del tamal veracruzano, otros le relacionan con platos indígenas, y así prosigue una inacabable retahíla de versiones que son como las del origen de la rueda, todos saben que funciona pero ninguno puede abrogarse su paternidad. Es que hasta en su grafía ha habido divergencias y hay quienes la llaman hayaca y otros hallaca.
 
Arturo Uslar Pietri escribió en 1954 su ensayo La hayaca, como manual de historia donde asentó: “Hay platos en los que se ha concentrado la historia como en un conciso manual. Nuestra hayaca, por ejemplo, es como un epítome del pasado de nuestra cultura. Se la puede contemplar como un breve libro lleno de delicias y de sugestiones.”
 
Armando Scannone, una de las voces más autorizadas de la gastronomía venezolana le define así: “la hallaca es un pastel, un guiso contenido por una capa, en este caso de maíz y no de trigo y así se ha definido siempre. El tamal, en cambio, es un bollo de masa de maíz, que puede tener un relleno, pero éste se introduce en la masa. Hay una diferencia básica de concepto, el relleno es contenido en la hallaca y es introducido en el tamal. Podríamos además pensar que la hallaca por su complejidad, refinamiento, maestría en su concepción gastronómica y en su ejecución, no es un producto de la casualidad y que surge cuando comienza a afianzarse el concepto de territorialidad en el siglo XVIII que no es un producto casual del reacomodo de sobrantes por esclavos, que si bien debían ser bien alimentados como fuerza de trabajo que eran, no podía ser con alimentos costosos y que podían y pueden ser utilizados para otras preparaciones, convirtiendo a sus amos en sus servidores.”
 
Lo cierto es que en nuestro plato nacional se condensa el mundo ya que si vamos de afuera hacia dentro encontramos en el envoltorio, las hojas de cambur (Musa paradisiacaque trajo al continente americano el mismísimo Cristóbal Colón en su segundo viaje. Esta planta nació en Malasia hace más de 40 siglos; luego los viajeros lo llevaron a África y, más tarde, los árabes lo llevaron a la India y al Medio Oriente. Los portugueses lo plantaron en las Islas Canarias de donde el almirante genovés lo tomó para traerlo a estos lares.
 
Al quitar las hojas aparece la masa del más genuino hijo de América: el maíz (Zea mays). Y cito a Uslar de nuevo: “Los mayas, los incas, los aztecas, los chibchas, los caribes, los araucos, los guaraníes, fueron pueblos de maíz. Se alimentaban con la masa de las mazorcas molidas sobre la piedra.”  En el centro el guiso de res y puerco, ambos de origen euroasiático.  Y luego los adornos donde la aceituna, procedente de Grecia y Asia Menor; la uva  (Vitis vinifera) natural de la Europa mediterránea y Asia central; la alcaparra (Capparis spinosa), tiras del muy americano pimentón (Capsicum annuum) aros de cebolla (Allium cepa) llegada desde Asia Central. Es decir que este plato es un verdadero mapamundi para el paladar de quien la disfruta.
 
Ya estaba dejando por fuera el ingrediente más importante que se haya presente de forma transversal en toda ella: el amor con que se hace.  Para este trabajo retraté a dos matronas muy especiales: Magdalena (Magolita) y Ana, una las hace sin cocinar los ingredientes del guiso, la otra si; pero ambas con orgullo de saberse depositarias de una tradición que van transmitiendo a sus hijas.
 
Con gestos precisos las vi esparcir la masa sobre las hojas y luego con suavidad colocar los ingredientes del relleno en delicada armonía que luego sus manos diestras envolvieron y ataron para colocar en las ollas al fuego.  ¡Por supuesto que comí de ambas! Y de las dos casas salí con la piel trastocada de emociones, recordando las que cuando niño comí cada diciembre en mi hogar; salí con la certeza de haber paladeado un trozo del mundo en cada uno de sus ingredientes, y con el aroma de las hojas del humilde cambur  rondándome el paladar en suave recordatorio de que todo gigante necesita de los más pequeños para poder descolgar su imponencia a recorrer el mundo. Por todo eso y más, les deseo Feliz Navidad a todos y les agradezco su fiel lectura dominical. Como dicen en el querido Borinquen: ¡Se les quiere de gratis!

© Alfredo Cedeño
  
 

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