miércoles, marzo 27, 2019

NOTICIA NO CORRE RIESGO


                Pocos oficios en la historia se han ganado en buena lid el derecho a ser impertinentes, irreverentes, averiguadores de la vida ajena, Quijotes en permanente guardia y defensores de todo cuanto tenga alguna pizca de inocencia en su haber, entre muchas otras cosas, que el de periodista. Un comunicador, como se les tilda de unos años para acá, se caracterizó siempre por su incorrección política, por su descaro al ver lo que otros no sabían ver, o no querían mirarlo. Los ejemplos abundan como el arroz en cualquier comida.
                Bernard Lazare y Émile Zola en el caso Dreyfus lo demostraron, ni hablar de lo que ocurrió con la participación de la prensa durante la guerra de Vietnam y el impacto que tuvo en el cese de la participación estadounidense en el conflicto del sudeste asiático.   En el caso venezolano la lista tampoco es breve. El Caso Mamera, cuando el distinguido de la Policía Metropolitana Argenis Rafael Ledezma asesinó a tres adolescentes del barrio San Pablito de la parroquia que dio nombre al hecho en cuestión. Dos años antes a los crímenes de Martín, Douglas y Efraín, Venezuela también había sido sacudida por el ametrallamiento del abogado penalista Ramón Carmona Vásquez, de 36 años. El hombre de leyes fue ejecutado a plena luz del día, a las 2:10 pm, el viernes 28 de julio de 1978.
                En ambos casos la prensa venezolana fue implacable y por largo tiempo mantuvo el dedo metido en la llaga de la impunidad. Tanto fue el cántaro al agua hasta que se rompió, y si bien en el caso del penalista se oyeron muchas voces que relacionaban dicha muerte con un litigio por unos terrenos en la isla de Margarita, los autores materiales en ambas ocasiones fueron destituidos y encarcelados.
                Las dos situaciones contrastan con una atmosfera aséptica que barniza en su gran mayoría a los grandes medios, en particular a los llamados barones de la prensa internacional. Ahora predomina las informaciones "políticamente correctas". Nadie corre riesgos de ser señalado de sexista, o racista, o reaccionario, o cualquier otra menudencia de similar tenor. Es así como vemos a la muy temida CNN insistir de señalar a Juan Guaidó como el presidente autoproclamado de Venezuela.  Ni hablar del The New York Times, para el que fueron miembros de la oposición quienes pegaron candela a los camiones que trasladaban la ayuda humanitaria desde Colombia el pasado mes de febrero.
                Ya el tiempo del periodismo de riesgo pasó, ahora el dogma de la objetividad impide involucrarse. Es decir, extrapolando la situación, se debe actuar como los vecinos ante el maltrato de un marido furioso a su esposa por las infidelidades. Poco valor tiene los casos de tortura, detenciones arbitrarias, asesinatos en plena calle o en los calabozos de los organismos represivos. Para todos ellos, ciertos países y buena parte de la gran prensa internacional, los desmanes de Gofiote y su combo no son el punto sobre el que hay que informar.
                Siempre los malandrines de turno han conseguido un bobo al cual usar como trapo rojo ante sus enemigos. Fidel encontró a los rusos. Hoy Maduro emplea a rusos, chinos, fundamentalistas islámicos y CNN como sus alcahuetas de rigor. ¡Ah malhaya un buen periodista que desnude las correcciones!

© Alfredo Cedeño

miércoles, marzo 20, 2019

TIERRA DE GRACIA Y LABORES





                Hay una letanía que por años se ha repetido a lo largo y ancho del país, al punto que se ha convertido en una especie de mantra criollo: El venezolano es muy flojo.  Tanto ha calado la bendita frase que la he escuchado en boca de gente bañada en sudor en medio de nada cómodas labores. Y la malhadada expresión es completada con aquello de: Es que le gusta que le regalen todo. A ver, ¿díganme a quién no le gusta que le regalen así sea una tapa de mermelada mascada de chivo?
                He compartido con los campesinos que en tierras andinas salen de sus camas a las tres de la mañana a recoger las lechugas que luego irán a los supermercados citadinos. En las costas orientales y falconianas presencié a hombres, ¡y no pocas mujeres!, salir con el ocaso a faenas pesqueras de las que regresaban al amanecer con sus botes cuajados de peces. Por las calles de los barrios caraqueños, marabinos y valencianos vi a sus muchachas hermosas y espigadas salir madrugadoras, perfectamente maquilladas, con un garbo que ya quisieran muchas del primer mundo, salir a pelear un puesto en el transporte público para llegar a la hora a sus trabajos.
                Cada vez que he entrado a una vivienda de mis paisanos más humildes he encontrado una búsqueda del confort a todo trance. Y cada objeto que observé, cada uno de sus artefactos, tenían una historia de la que te podían dar su cadena de procedencia sin titubeos, y preñados de orgullo. Este radio lo compré cuando hicimos la jornada de cinco mil kilos de jurel en El Centinela. Esta mesa la compramos cuando vendimos la cosecha de apio del año antepasado. Esta cocina la mandé a hacer con un san que organizó la comadre Carmen los otros días. Todo producto del esfuerzo, de las ganas de "surgir", de querer demostrar que si se puede mejorar.
                Son muchos los encontronazos que he tenido cada vez que he oído las frases citadas al comienzo, puesto que no he podido aguantar callado ante semejante injusticia con visos de estupidez. Somos hijos, propios y adoptivos, de una tierra de gente preciosa, laboriosa, brillante en sus sudores y capacidad para resolver cualquier adversidad.
                Somos venezolanos, capaces de resistir a veinte años de rojos oprobios y retoñar con la delirante fiereza del araguaney que salpica de oro a nuestras montañas.  Es la tierra donde nacimos o escogimos sembrarnos la que ahora defendemos con uñas y dientes; no habrá tropa alguna de mamarrachos mal hablados, o altisonantes, que  pueda despojarnos de ella. Chavistas y camaleones que desde nuestro lado han jugado sólo a favor de sus propios intereses serán juzgados con la misma dureza que ahora demostramos con alegría. Esperanza es lo que nos sobra.

 © Alfredo Cedeño
Follow bandolero69 on Twitter