Decía el abuelo que no se podía esconder nada entre cielo y tierra
y menos entre las nubes cuando se alborotan sobre la montaña.
Repetía a diario el abuelo que la tierra es una y trina, como Dios,
porque es comida, pero también terrón, sudor y una canción larga.
El abuelo siempre remachaba con sus brazos de bronce lastimado
un largo repique de cariños al suelo para alimentarnos a todos en casa.
© Alfredo Cedeño
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