Quienes
me conocen me han oído decir más de una vez: París sin los parisinos. Nunca he
ocultado mi animadversión por los hijos de la llamada Ciudad Luz, y es que debe
decirse en honor a la verdad que suelen ser un poco menos que revulsivos los nacidos
en esa amada ciudad. No quiero negar ahora que mi relación con ella ronda los
terrenos esquizofrénicos. Si bien sus nativos son como el aceite de tártago,
ella es adorable. Tal vez por eso siempre me ha encantado recorrerla casi al
amanecer, cuando sus calles son encantadoras. Y sería injusto no amar y venerar
esta ciudad a la cual le debemos tanto en Venezuela.
Sin París, por
ejemplo, no hubiéramos tenido a Jesús Soto, ni a Carlos Cruz Diez, ni a Juvenal
Ravelo, ni a Alejandro Otero, ni a Pascual Navarro. Tampoco hubiéramos
disfrutado de esa segunda etapa de la magnífica obra de Antonio Estévez, quien
luego de estudiar allá con Pierre Boulez, regresó a Caracas para crear el
Instituto de Fonología y compuso Cromovibrafonía Múltiple, Cromofonía,
Espectrofonía, Pranofonía y Cosmovibrafonía. Ciudad que maravilló a nuestro
querido Chuchú Rosas Marcano, quien solía narrar arropado de emoción cómo habían
sido sus clases de postgrado allá. Y no sólo Venezuela le debe a esta urbe. ¿Cómo
no agradecerle el mundo entero que haya sido la madriguera de Julio Cortázar? Bendito
lugar gracias al cual el maestro Hemingway escribió París era una fiesta y explicó con
precisión cómo con su primera esposa, Hadley Richardson, eran “muy pobres, pero
muy felices”. ¿Cómo dejar de mencionar a García Márquez, quien en el tiempo que
yo nacía, septiembre de 1956, se alojaba en el entonces cochambroso Hotel de
Flandre, en el número 16 de la rue Cujas, en el Barrio Latino?
La lista es
infinita. Su impacto en nuestra cultura
del siglo XIX y XX fue decisivo por donde se le quiera ver. A mediados del
siglo XIX, Johan Jongkind y Camille Pissarro, entre muchos otros se refugiaron
ahí; también llegaron Van Gogh, Renoir, Edgar Degas y Toulouse-Lautrec.
Comenzando el XX allí empezaron Pablo Picasso, Modigliani, Pierre Brissaud,
Alfred Jarry, Gen Paul, Jacques Villon (seudónimo de Gaston Émile Duchamp, hermano
de Raymond y Marcel), Henri Matisse, Maurice Utrillo. En París nacieron las dos
colecciones pictóricas más influyentes del siglo pasado y que ahora es cuando
se proyectan con todo su peso en los ámbitos museísticos mundiales la de Marguerite
"Peggy" Guggenheim, y la de Gertrude Stein. La primera fundó las
bases de una serie que ahora se exhibe en el Salomon Guggenheim de New York y
con frecuencia, partes de ella recorren los principales museos del mundo.
Madame Stein, de origen americano también, impuso a comienzos del siglo XX en
el número 27 de la rue de Fleurus: El Salón Stein. Atesoró una colección de
arte verdaderamente colosal, y no sólo era una coleccionista empedernida sino
también una socialité consumada. Fue celebre su fiesta en honor a Isadora Duncan
donde asistieron Cocteau, Hemingway, Pound, Gide, Natalie Barney, Jules Pascin
y Marcel Duchamp, entre otros. A sus aposentos eran frecuentes las llegadas de Pablo
Picasso, el ya mencionado Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, Sinclair
Lewis, Ezra Pound, Gavin Williamson, Thornton Wilder, Sherwood Anderson,
Francis Cyril Rose, René Crevel, Élisabeth de Gramont, Francis Picabia,
Claribel Cone, Mildred Aldrich, Carl Van Vechten y Matisse.
Pero no sólo fueron
cuna y refugio de la “burguesía decadente”, como gustan de vociferar los más
encopetados miembros de la izquierda majunche. Es bueno puntualizar que hay
otra versión de dicha corriente ideológica que es el llamado extremismo caviar,
son los que aman New York, Londres y, por supuesto, la hoy lacerada París. Allí
se le dio cobijo al mismísimo Ho Chi Minh, quien en diciembre de 1920, participó
en el XVIII Congreso del Partido Socialista Francés, donde intervino para denunciar
los crímenes de los colonialistas franceses en Indochina e hizo un llamado a
los genuinos revolucionarios y al pueblo francés a apoyar la lucha de los
pueblos colonizados. También fue uno de
los fundadores del Partido Comunista Francés; y en abril de 1922 fundó allí el
periódico Le Paria. Un poco más de medio siglo más tarde le tocó el turno al iraní
Ruhollah Hendi Mussaví, conocido más popularmente como el Ayatolá Jomeini. Este
señor se instaló en el suburbio parisino Neauphle-le-Château, y el 13 de enero
de 1979 el líder religioso constituyó en la llamada capital gala el Consejo de
la Revolución Islámica.
No
puedo evitar ponerme quisquilloso y pensar en este último caso como ejemplo
perfecto de cómo un país puede abrigar su Caballo de Troya. Y aquí necesito
hacer otra consideración. Si bien es cierto que los parisinos son detestables,
he llegado a creer que es una pose para tratar de evitar que les agarren la
vega de potrero; por ello esa máscara de irascibilidad que esconde a una gente hospitalaria
y respetuosa de los demás, aun a pesar de que ellos puedan ser quienes los asesinen
como pasó este viernes 13 de noviembre. No
tengo que abundar en cómo el honorable embatolado Jomeini, con la excusa de su
estado islámico, estimuló y prohijó diversas arremetidas verdaderamente fascistas
contra la cultura occidental. Salman Rushdie que lo cuente, no es gratuito que
todavía anda cuidando su pescuezo, ante la oferta que por él hiciera el ilustre
religioso.
La
condena a este bochorno ha sido unánime, como tenía que ser. Sin embargo me
llamaron la atención dos pronunciamientos en nuestro patio que no dejaron de
estremecerme. Por un lado nuestro cuerpo colegiado opositor, que como bien
sabemos suele con extremada calma fijar posición sobre cualquiera sea el punto
que deben hacerlo. Ellos van a su propio
aire siempre, y ni que un tábano les pique las asentaderas son capaces de ir
más rápido, por eso el asombro. El otro me resultó francamente indignante, hablo
del que hizo el tío político de los dos angelitos atrapados en la capital
haitiana por los agentes del imperialismo mismo. Es insólito que ahora se pretenda hacer girar
los reflectores por arte de birlibirloque hacia Europa, y que nos distraigamos
del atentado permanente que debemos soportar estoicamente los venezolanos a todos
los niveles. Ayer mismo los sicarios con credenciales del gobierno informaron
que el kilo de pernil debía ser vendido a bolívares 586, y cómo me explicaba
con voz apesadumbrada y preñada de desespero un alto ejecutivo de una cadena de
expendio de alimentos: ¡Nuestro costo es de 890!
Condeno
lo sucedido en París, pero no le hago el juego a este gobiernucho. Los ciento y
tantos muertos de allá, los hay en las calles de Venezuela cada semana. Es una
masacre en cámara lenta que estamos viviendo desde hace años, y no podemos
dejar que la parejería nos arrope para hacerle la tarea a Maduro, Cilia,
Diosdado y todo ese grupete de malvivientes que padecemos como gobernantes. Por favor, que la compasión no nos haga ser
pendejos útiles al servicio de estos pícaros que ahora se dan golpes de pecho
por las victimas en la capital francesa, y pretenden con ello distraernos de sus simpatías que han clamado urbi et orbi en reiteradas ocasiones; pero ni de milagro explican cómo fue
que a sus parientes les pusieron los ganchos cuando trataban de negociar casi
una tonelada de coca que sería llevada a Estados Unidos. Esa letrina cada vez
arroja más detritus y no debemos ser ingenuos para ayudarlos a echarle cal para
ocultar la peste que de ella sale.
© Alfredo Cedeño
Buenos días, querido Alfredo. La lágrimas de esta gente no pueden ser sino las de cocodrilo porque ellos son amiguitos de los que promueven ese estado islámico; y si no, que hablen las playas de Margarita y los cardones de La Goajira. Abrazos.
ResponderBorrarAlejandro Moreno
Excelente descripción de un hecho y un país desecho... el nuestro.
ResponderBorrarYlleny Rodríguez