En septiembre de
1977 me embarqué en una aventura que ha devenido en una experiencia de la que
no dejo de recibir hondas alegrías. En esos días, junto a Graciela Ibarra León,
quien en diciembre de ese mismo año se convertiría en mi primera esposa,
fundamos el grupo scout Cronopios 69
en el parque de la zona F2 de la urbanización Macaracuay, en el este de
Caracas.
Ambos veníamos de participar en el grupo Orión 33
que funcionaba en San Bernardino. Debo confesarles que yo no cesaba de ver el
escultismo como una herramienta que podía ser utilizada como agente de
transformación en el ámbito social. Los compañeros de staff del mencionado
grupo me acompañaban un tanto tibiamente en la propuesta, y para abrevar el
cuento que el tiempo apremia, Gracielita y yo decidimos apartarnos y comenzamos
a buscar un terreno apropiado para habilitar nuestra taguara. He de confesar
que yo venía lleno de otras experiencias no menos cardinales en mi vida: Había
estado en El Tigre como asistente del poeta Jorge Chirinos Mondolfi en su rol
de director de la Casa de la Cultura de esa población, luego había estado
viviendo en La Vega donde los jesuitas llevaban a cabo una silenciosa labor
educativa y organizativa. Todo esto sin olvidar lo que ya les conté en ocasión
anterior de mi paso por las protestas estudiantiles de la Federación de
Estudiantes de Educación Media –FEEM– de la mano de Hugo y Baltazar Ojeda
Negretti, así como mi paso por Jesús Obrero donde tuve maestros como Rodolfo
Rico, Leonardo Carvajal, José María Azakargorta, Antonio Pérez Esclarín, Carlos
Manterola, y volvamos a parar.
Todo ello me había convencido de la necesidad de
llevar a cabo acciones concretas que permitieran alcanzar una sociedad más
justa, y por ello al entrar en contacto con el universo Scout confieso que fue
amor a primera vista. Pero un amor extraño, era algo medio contra natura, porque dicha organización era
acerbamente criticada en los predios donde me desenvolvía porque la
consideraban un “agente colonizador del imperialismo”. Yo no compré el cliché,
me di cuenta del potencial infinito que, en cuanto organización, podía
desarrollarse desde el escenario de los “guayascao”. Y empecé a integrarme, fue
como luego de dos años llegamos al inicio de esto que les cuento hoy.
Aquel comienzo fue con los cinco hermanos Molodecki
–David, Peter, Johnny, Anthonny (a quien siempre llamamos Albóndiga en honor a
sus redondeces) y Mathew (quien fue bautizado
Mono Blanco, por sus rasgos de simio de tal color)–, ellos eran de
origen estadounidense, pero con serios problemas de inserción en la
urbanización y no había una familia que no los mirara con resquemor y
reserva. Debo decir en honor a la verdad
que ellos habían hecho sus mejores esfuerzos para que los vecinos los vieran
como gallina a la sal. Sin embargo logré convencerlos de que me acompañaran a
formar el grupo. Aún recuerdo la unísona carcajada de los cinco ante mi
propuesta y el mayor de ellos, David, rojo del ataque de risa, me preguntó:
“¿Pero tú te pones esos pantalones corticos de mariquito? Jajajajajaja. ¿Y
quieres que nosotros nos los pongamos? ¡Estás loco de bola!” Al día siguiente
volví con el uniforme de los benditos pantalones cortos, y esta vez fue Mono
Blanco el que soltó con la frescura de los siete años que entonces tenía: “¡Oh,
oh, pero la vaina es de verdad!”
Y ahí empezamos a cortar el monte que tenía
totalmente tapado el parque que les dije en las primeras líneas. Los vecinos de
los alrededores nos veían cual bichos raros, y a las pocas noches se paró un
muchacho que vivía al frente de su terreno, y nos preguntó qué hacíamos ahí.
Cuando le contamos, de inmediato se incorporó al grupo y fue nuestro primer
dirigente reclutado, el muy querido hermano de mil diabluras Rafael Ángel
Vargas, quien en el tiempo libre que le dejaba la tropa se dedicó a estudiar
odontología en nuestra amada UCV. Junto a él llegaron como “troperos” los
entonces imberbes y queridos Antonio Falcón, Pedro José y Juan Carlos Martínez,
Sandro De Stefano, Alexandro, Luis y Diego Tani, Jorge Portella, los hermanitos
Monroy con su corte totuma, entre muchos otros que ahora la memoria me esconde.
Fin de fines que logramos consolidar nuestro grupo,
y les confieso que lo había concebido con toda la alevosía del caso. El nombre era
para hacer un homenaje a Julio Cortázar, y de este modo dar una señal de nuestra dirección y como era necesario
además colocar un número para efectos de su identificación en el uniforme,
cuando revisé el listado de los ya existentes noté que el tan mentado, deseado
y solicitado 69 no estaba en uso, el diablo me hizo guiños de toda índole, y
por supuesto que le hice caso. Me contaban que en la venerable Asociación de
Scouts de Venezuela se persignaban ante lo que consideraban una apostasía.
Una vez que alcanzamos cierta estabilidad en cuanto
a membresía comencé a darle vuelta a cómo hacíamos para que la inserción en
nuestro medio fuera más allá de ser una “guardería de sábado por la tarde” para
algunas personas. También he de confesarles que sobre todos los que nos planteábamos
alguna idea “de cambio” en el seno de la organización planeaba la sombra del
caso del querido y admirado cura Alejandro Moreno –Sí, ese mismo de los artículos
cada dos martes en El Nacional–, a quien luego de más de una década realizando
trabajo en los barrios a través de grupos scouts fue expulsado a cajas
destempladas y tambor batiente de la honorable comandita. Fue así como pensé en los Encuentros Cronopios del Arte ya que ello me daría un anclaje y
apoyo que iba a ser duro atacar, al menos impunemente. Y me dediqué a llamar a
varios amigos para invitarlos a que fueran a dar una conferencia en Macaracuay.
El muchacho que es llorón y la mamá que lo
pellizca, aquí se cumplió a cabalidad. Primero me fui a la iglesia san Antonio
de Macaracuay, donde el cura Manuel Díaz, entonces párroco de ella consintió en
prestarme un aula de clases del colegio de dicha institución. Y ya que tenía
dónde me dediqué a invitar, ¡y aceptaron!, a Salvador Garmendia, Aníbal Nazoa,
Esteban Emilio Mosonyi, Miguel Efrén y Raúl Delgado Estévez, Hans Vogel,
Antonio Estévez, la coral del Banco Central de Venezuela, Pedro León Zapata que
hizo el milagro de hacer que en un aula de 30 pupitres entraran más de
doscientas personas. Años después me
contaba el propio Aníbal que entre los fecundos jodedores que habían
constituido La Catedra del Humor
hablaban de mí como el fundador de los scouts de izquierda… Sigamos.
Algo que debo contarles es que la madre de Rafael
era doña Elvia, a quien Dios ha de tener en su santa gloria porque, pese al “carácter”
que trataba de ponernos, era habitual que cruzáramos la calle a tomarle por
asalto la despensa a lo cual ella no oponía mayores esfuerzos; ella tenía tres
hermanas: Magally, la madre de Carolina, la más querida prima de Rafa; María Luisa,
madre de Pedro José y Juan Carlos, y Mercedes Lucía quien estaba casada con el
médico Manuel López Rivas, quien había sido alto dirigente del partido Unión
Republicana Democrática –URD–, lo cual le había llevado a ser ministro de
comunicaciones al comienzo del gobierno de Rómulo Betancourt que se estrenó en
1959. Lo cierto es que más de una tarde en vez de agarrar a la casa paterna
Rafael agarraba hacia la casa del tío Manuel, que estaba también muy cerca al
terreno donde nos congregábamos, y allí se daban algunas conversaciones que muy informalmente sostenía el anfitrión
con sus visitantes. En una de ellas a él le escuché decir: “Las cosas de la
vida, ahora es que puedo tener casa gracias al derrame de petróleo en la finca
allá en Yaracuy y con la indemnización pude comprar esta; pero cuando fui
ministro, y se hizo para que le entraran unos fondos, decidí que una sede que
tenía por la avenida San Martín se le comprara a buen precio para instalar allí
una oficina de la CANTV. Pero lo que son las cosas chico, esos reales nunca
llegaron al partido, le salieron patas por el camino y nadie supo nunca para
donde fueron a tener, pero el amigo los recibió”. Y terminaba el cuento dando
un nombre, que ahora les voy a referir al concluir otro que también quiero
compartir con ustedes.
Hace pocos días hablando por Skype con uno de
aquellos muchachos fundadores del Cronopios
69, y quien ahora forma parte de esa dolorosa diáspora que nos ha arrojado
a tantos del país, me dijo que era necesario leer el libro de Luis Pineda
Castellanos y Berenice Gómez Así paga el
diablo… a quien bien le sirve. Y como en asuntos de leer no soy de quienes
soporta dos provocaciones, a las pocas horas tenía un archivo pdf con dicho
texto. La verdad que es un texto que a veces se hace de difícil digestión, pero
es necesario revisarlo. Cuando lo hice
me encontré varias sorpresas, pero una de las que más me sacudió fue encontrar
de nuevo el nombre de aquel señor que había oído mentar en la “desaparición” de
los reales pagados por la casa del partido.
En esta oportunidad, Castellanos le asegura a
Berenice que cuando ocurrió la tragedia en diciembre de 1999, el célebre
desplante hecho por el gobierno nacional a la ayuda de los norteamericanos al
país tenía meras razones económicas. Recordemos que el 11 de enero del 2000, el
difunto eterno anunció que rechazaba el envío de los navíos estadounidenses U.S.S. Tortuga y U.S.S. Nashville que transportaban a 450 ingenieros de la Armada y
los Marines, así como tractores, bulldozers y maquinaría de ingeniería, quienes
acudían ante un llamado hecho por el propio Ministro de la Defensa de
Venezuela. El señor Chávez alegó que Venezuela no necesitaba personal adicional.
Castellanos revela que dicha negativa se produjo porque ello iba a permitir uno
de los más pingües negocios que hubo en aquellos días con la extracción de los
sedimentos dejados por la vaguada que arrasó con el este del estado Vargas.
Asegura él: “Lo que sucedió fue que “fulanito” le recomendó no hacerlo para que
su hijo, presidente del Colegio de Ingenieros, no perdiera de ganarse los millardos
por los contratos que ya se habían cuadrado”.
¿Saben el nombre de fulanito? El honorable Luis
Miquilena, el mismo nombre que oí de Manuel López Rivas con el manejo de los
dineros pagados por el estado venezolano por la sede del partido a cuyas arcas
nunca ingresaron. Desde el mismo día de la fundación del grupo les recalqué
hasta la monotonía a los muchachos la necesidad de ser decentes, y de actuar
apegados a la honradez. Muchísimas veces me oyeron hablar de la necesidad de
aportarle al país lo mejor de cada uno, nunca dejé de repetirles la necesidad
de hacer todo cuanto estuviera en sus manos para ayudar a construir una
sociedad justa libre de alcahueterías automáticas, por eso dedico esta nota de
hoy a ventilar esto, porque no podemos dejar que en honor a la solidaridad se
callen las trapacerías de unos cuantos. No hay que ir muy lejos para refrescar
a otro pícaro de semejante pelaje: José Vicente Rangel, y además compañero del
nombrado señor, de quien en la mal llamada Cuarta todos sabían de sus manejos
poco edificantes para la venta de los mamotretos en bronce de su cónyuge, los
cuales se vendían en divisas verdes a diferentes instituciones, en su mayoría,
del Estado venezolano.
Sabemos que vienen tiempos nuevos, nada podrá
detenerlos, debemos empezar por sanear realmente nuestro escenario político y
que zánganos como estos no sigan medrando a costa de nuestro dinero. No sólo
pasó el tiempo de Chávez, Maduro y toda su comparsa de malvivientes, también
debemos hacer pasar la de todos aquellos que tras el disfraz de honorables
tanto daño nos han hecho.
© Alfredo Cedeño
ResponderBorrarBuenos días, Alfredo. Sorpresa para mí- ¿Tú jefe de grupo scout? Desde 1962 hasta 1973 me dediqué al escultismo fundando grupos y haciendo cursos. Todos, con todos los tacos que había. Como dirigente nacional de rovers introduje con mis amigos novedades importantes y en grupo pretendimos llevar el escultismo a los barrios para lo cual había que hacer algunos cambios. Acabamos expulsados por la mafia aristocrática, esa sí de verdad aristocrática, de grandes apellidos, enquistada en la dirección de la asociación. El cuento es largo y entretenido. Ojalá tengamos ocasión. Un abrazo.
Alejandro Moreno
Que bella sorpresa me has dado al escribir de lo que tantas veces hemos hablado , la creación del Grupo Scout Cronopios 69 , si a los que nos leen , muchas veces hablamos de la necesidad de echar el cuento , por qué después de muchos años y en el transcurso de los mismos , tanto Graciela, Alfredo y yo , nos dimos cuenta de que ese proyecto dio su fruto de una manera impresionante cuando vemos aquellos chicos , con convicciones , basadas en la honestidad y con visión de país , profesionales destacados en todas las áreas , aún aquellos que se fueron por las ramas de los servicios básicos, han constituido sus familias y son ciudadanos destacados.La historia no termina el Grupo continúa y con el Grupo que funciona todavía casi después de 39 años esta vez funciona con La Agrupación de Scouts Independientes de Venezuela, ya fuera de la Asociación Scouts ,fiel a los principios Scouts.
ResponderBorrarNo queda más que agregar que estamos dejando el mundo mejor que como lo conseguimos SLPS El OSO como me llaman todavía los muchachos ya hombres hoy.
Excelente tus Textos y Fotos Alfredo, en tus fotos y en lo que escribes se puede notar la semilla de la esperanza que heredaste de Cortázar con una mezcla rara de tierra Venezolana. Se puede percibir el olor de ser Venezolano, de hacer las cosas como el mejor, con justicia y no pasar sin dejar huellas. Y es bajo esta definición que conocí a este loco desaliñado que muchas veces se describía en sus cuentos de poeta como un espantapajaro. En 1977 yo tenía apenas 12 años y mi primo más querido, Rafael el Oso, que me llevaba 8 años, que era mi héroe para ese momento me ayudó a mí y a mi hermano a salir de la burbuja familiar y del matriarcado de mi casa. Conocí para ese entonces lo sabroso que era llenarse las manos de tierra, tomar agua de la manguera y quemarme las manos tratando de prender una fogata. Fue desde entonces que a partir de ese momento de la mano con el Oso, Alfredo (chiva) y Graciela (Akela) empezó todo a llevar el rumbo de lo justo, de lo social, de lo humanitario, de lo servicial, de lo objetivo, de lo organizado, de lo nacionalista, de las metas, de la verdad, del trabajo en equipo, de los logros, de llegar, de sembrar, de dejar huellas, de amar al hombre, a la naturaleza y a los animales, pero lo que considero más importante que enmarca todos esos ejemplo a seguir el valor de la humildad. Rápidamente crecí y convertí todo eso en una forma de vida y lo apliqué a mis estudios y a mi trabajo. Hoy me siento profundamente feliz, he logrado éxito en todo lo que me he propuesto, la vida me ha sonreído bien, tengo una mujer y un hijo a quienes amo y ya a mis 50 muy joven todavía, enseño desde la Docencia Universitaria a vivir a jóvenes bajo estos valores y enseñanzas. Agradecido siempre a mis mentores y a pesar de que estemos lejos pues es ley que nos diluyamos en la brújula de la vida, siéntanse felices lo lograron, ahora somos muchos como lo dije al principio una mezcla rara de Cortázar y tierra Venezolana que no nos rendimos y que vamos dejando una gran estela de huellas.
ResponderBorrarJuan Carlos Martínez
Guía de la patrulla Cobra
Fundador Grupo Scouts Cronopios 69