Ellos son parte
de esa dolorosa diáspora a la que nos ha sometido este anatema inefable que es
el mal llamado chavismo, algunas veces reclasificado como madurismo, llamado
por otros socialismo del siglo XXI, pero que son uno y trino como desgracia
vital que nos ha vuelto mierda la vida, ha lanzado a nuestro país por el
albañal de las peores miserias hasta retrotraernos al siglo XIX y nos ha hecho
ser nuevamente un territorio de Juan Bimbas.
Ella es hija de
inmigrantes así como su esposo también lo es, fueron dos generaciones de
trabajadores infatigables en esa Caracas generosa de las oportunidades. Ambas
familias labraron una vida y se hicieron un piso económico nada despreciable.
Fue así como ellos, a mediados de la década pasada, liquidaron todo en su ciudad
natal y reunieron un poco más de dos millones y medio de dólares, sudados,
trabajados y ahorrados en la capital venezolana. En vez de ir a la Europa de los antepasados
enrumbaron hacia el amado-odiado Imperio de los rojitos, y una serie de malas
decisiones los dejó sin nada. El tesón se impuso, no recuperaron, ni creo que
lo hagan, el capital inicial, pero ya ella anda en una camioneta del año, él en
un carro de similar tenor, y sus dos hijos son prospectos bien encaminados en
prestigiosas universidades estadounidenses.
Ella, sigue preciosa como siempre, pero la amargura ya se nota en los
pliegues incipientes que le rodean la boca. Presume frívola de su inglés que ya
no tiene acento “¡hasta me han preguntado de que parte de Oklahoma soy!”, y se
le endurece la mirada para decir que a “ese” país no vuelve: “Ni creo que mis
hijos tengan nada que buscar allá, menos mal que no les he estado machacando
nada de eso de amor a la patria, a ellos no se les perdió nada en Caracas”. A
ella la memoria y el agradecimiento le fallan cuando de agradecer se trata lo
que nuestro país les dio e hizo ser.
Él ocupó un alto
cargo en el área financiera oficial hasta que el año pasado agarró a su mujer y
sus dos muchachos, también orientó su rumbo hacia el norte del continente donde
no logra terminar de integrarse. Los días se le van en rumiar un resentimiento
incomprensible contra “este sistema del coño que lo único que hace es pensar en
la explotación del trabajador, y no es
nada solidario”. Eventualmente evoca cuando salía de gira con su antiguo jefe,
hoy gobernador de un estado fronterizo, y viajaban a cuerpo de rey en primera
clase; es cuando el cuadro depresivo se le recrudece y habla de volver porque
“allá uno siempre consigue algo que hacer, por más que yo sé que ese país se
jodió”, hasta que la esposa lo sacude y le recuerda que para estar de forma
legal recurrieron a la figura del asilo, el cual fue bastante ágil debido al
puesto que tuvo en la burocracia roja, y de cuyas mieles disfrutó de manera
clara y ostentosa. A él la animadversión y reconcomio le impiden pensar en
Caracas como un hogar al que siempre se quiere regresar.
Él es un hombre
de ciencias que se ha ganado un nada despreciable escalafón en el escenario
científico mundial, es el tercero de cinco que conozco de similares quilates.
Vive montado en un avión para honrar las incontables invitaciones que recibe
del mundo entero. Todos ellos han egresado de esa especie de santuario
latinoamericano de la revolución en que devinieron nuestros centros de
enseñanza superior, en particular la maltratada Universidad Central de
Venezuela. De verbo rápido y razonar impecable, teoriza sobre los múltiples
escenarios que han de suscitarse para resolver esta trágica operación poco
matemática en la que nos han convertido la vida. Un encuentro fortuito en un
aeropuerto nos permite ponernos al día de forma sucinta sobre el último par de
años que llevamos sin vernos. Al final,
y como por no dejar, me confía que está aplicando para hacerse ciudadano
estadounidense, le confieso mi asombro, porque he conocido su nacionalismo
rayano en la xenofobia, me responde con sonrisa forzada: “La verdad mi pana,
que esto me pone a correr en el lote de un futuro Nobel”. Supongo que él
prefiere hacerse el sueco ante el ejemplo del maestro Humberto Fernández-Morán,
quien pese a las cretinas patadas recibidas del ambiente académico nacional,
prefirió no recibir ese galardón a hacerse ciudadano de Suecia para poderlo
obtener.
Él desempeñó una
elevada posición en una de las llamadas empresas del Estado, fue testigo de
excepción de las trapisondas de los “líderes” políticos y me ha confiado en
repetidas ocasiones de las vividas en carne propia. Sin embargo, de un tiempo
para acá, defiende con fe de carbonario a un sector de los más conspicuos
representantes de esa misma dirigencia que le atropelló y utilizó, en el peor
de los sentidos, para aprovecharse de sus capacidades de líder nato en su
ámbito laboral. En reciente intercambio luego de escuchar mis críticas y mi posición
de exigir calidad y claridad en el ambiente político y que en dicho campo los
juegos sean transparentes, su respuesta fue: “¿A quién exigimos eso que no sea
bobo, ladrón, corrupto, soberbio, golpista, a quién?” Para luego zanjar el diálogo
al puntualizar: “Creo que es inútil. Es una discusión bizantina. Ojalá que el
ungido sea el hombre puro e impoluto, genial y arrecho que ustedes esperan.
Sólo que no lo veremos, porqué para encontrarlo pasarán décadas, mientras hombres
probos, inteligentes y arrechos, sinceros y claros como Diosdado, Nicolás,
Elias, Jessi o Héctor, se mantienen en el poder”(sic). Para él los controles de
calidad que hicieron de instituciones como PDVSA, por citar un ejemplo, lo que
fue gracias a sus implacables criterios de calidad son cosa de poca monta. Tal
vez para él la meritocracia, después de todo, no sea tan necesaria.
Ellos tenían una
clínica en Altamira por la que pasaba “le tout” Caracas, problemas de
facturación precisamente no tenían. Él es pionero en el uso de tecnología de
punta en ciertas especialidades, lo cual les hizo estar en la cresta de la ola
y vivir muy cómodamente. Sin embargo un día decidieron irse porque ya no soportaban
el clima de inseguridad que los rodeaba. Hoy está en el propio Imperio donde
sus habilidades ya le están abriendo numerosas puertas. No obstante, al conversar
sobre el país los ojos se le encapotan y su voz se siente alterada, es
pesimista sobre el futuro inmediato, sin embargo asegura que la educación y
formación serán los únicos pilares sobre los cuales se debe estructurar el
verdadero futuro venezolano. “Si no es así, volveremos a la vaina de siempre y cualquier
infeliz de estos que juegan a políticos nos harán vivir lo mismo o peor”.
En el siglo XIX
el costumbrismo nos legó la obra de Fermín Toro, Luis Delgado Correa, Juan
Manuel Cagigal, Rafael María Baralt y Daniel Mendoza, entre otros, quienes representaron
en sus obras una visión cuestionada por algunos teóricos del área. Tal como dice Javier Lasarte en su trabajo CIUDADANÍAS
DEL COSTUMBRISMO EN VENEZUELA “esta línea del costumbrismo inicial moldea en
negativo, construye la idea de un vacío
cultural”. El trabajo de quienes hemos asumido labores de cronista documentando
y mostrando distintas facetas de este doloroso retorno al siglo antepasado, tal
vez en un futuro seamos señalados como agentes modeladores en negativo de lo
que somos, y que solo nos dedicamos a reforzar la noción de un vacío político y
cultural. Es un riesgo que se debe asumir, pero alguien tiene que desnudar esta
miseria convertida en nación y dejar testimonios de la barbarie en que nos han ido
sumergiendo de manera paulatina y hasta ahora inexorable.
© Alfredo Cedeño
Buenos días. Tu artículo de hoy va por el camino del desánimo. ¿No queda nada bueno en Venezuela que nos dé esperanzas? Tu personaje parece un tanto confuso, o yo no entiendo la ironía. Si es tan inteligente y preparado, ¿cómo puede seguir considerando positivamente a esos personajes? Y además, si es honesto, ¿cómo pudo participar y gozar de los beneficios del sistema? Porque, según parece, no se fue por escrúpulos de conciencia sino por la inseguridad. Un abrazo.
ResponderBorrarAlejandro Moreno
La gran mayoría de las personas o familias que hemos emigrado, lo hemos hecho por razones totalmente diferentes a querer hacerlo voluntariamente, Venezuela fue si duda el país de las oportunidades y el que las busco, definitivamente las consiguió, la peste ROJA con su absurda devenir devastó un otrora gran país, es más acabó con la sucursal del cielo. Ojalá nuestros hijos vean el gran renacer de nuestra gran patria.
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