El acto de jugar
es instintivo en el reino animal, al cual pertenecemos en cuanto mamíferos,
racionales pero animales al fin, y desde el momento de nacer se lleva a cabo.
Una de las primeras manifestaciones de ello es el jugueteo del recién nacido
con el pezón de la teta materna. En la medida en que crece vemos a ese ser, por
ejemplo, divertirse con sus pies; luego lo veremos pasar por la etapa risueña,
tiempo en que las risas serán una constante celebración que contagia a todos
alrededor. El juego termina por convertirse en proceso de enseñanza-aprendizaje
donde se transmiten conocimiento, normas, valores, en fin se va mostrando el
camino a la vida.
Este rasgo
característico, en el caso humano, unido al tan cacareado instinto de
supervivencia terminó por conducir a la competencia, lo cual terminó en algún
momento, seguramente en la prehistoria, en cierto tipo de desafíos que bien
podrían denominarse deportivos. Aseguran los estudiosos de la cultura humana
que las primeras justas fueron carreras y luchas. Velocidad, destreza y fuerza
eran las habilidades que reinaban, amén de ser claves para poder sobrevivir. En
esas lides pioneras del atletismo, entre otras disciplinas, estuvo el origen de
los juegos de azar, ya que al estar seguro del triunfo se formulaban apuestas,
para con ello obtener una doble victoria: la moral y la económica.
Pero como sobre la
fuerza bruta siempre termina imponiéndose la inteligencia, los menos fuertes y ágiles,
arrinconados por las prácticas físicas, desarrollaron otros juegos no corporales
en lo que se simulaban la competición real, y este parece ser el caso del
backgammon, donde buscas sacar tus 15 fichas del tablero antes que tu opositor.
Se asegura que este es el juego de mesa más antiguo del cual se tiene
noticias, ya que hay evidencias de su existencia cinco milenios antes de
Cristo.
Y no sólo fue
este juego, del que no sabemos si se cruzaban apuestas, pero los primeros registros
de este tipo de faenas se pueden encontrar en las casas de apuestas de China, estoy
escribiendo de tanto como el año 2300 precristiano. Las actividades lúdicas
siguieron desarrollándose prácticamente en todas las civilizaciones y es así
como podemos ver en un fresco descubierto en la tumba de Nefertari, esposa del
faraón Ramsés el grande, a la reina jugando ajedrez. La data de dicho recinto
funerario ha sido calculada en el año 1265 antes de la era cristiana.
Los cronistas revelan
que en Roma el juego por dinero no era legal, salvo durante la fiesta de
Saturnalia –devenidas en nuestros días a fiestas de Navidad, pero cuya
metamorfosis es harina de otro costal mucho más grande– cuando era permitido
que se jugara a los dados. En esos días hasta los esclavos apostaban con los
ciudadanos romanos. En lo que corresponde a nuestros ancestros blancos, se sabe
que en la península Ibérica fueron los romanos quienes difundieron en ella el
gusto por el juego, en particular por los dados, peleas de gallos y carreras de
carruajes, entre muchas otras disciplinas.
Con la invasión mora llegaron muchas otras formas, una de ellas el
shatranj, antecesor del ajedrez que a su vez procedía del milenario chaturanga.
Testimonios medievales describen las faenas celebradas en las tafurerias,
nombre que daban a antiguas casas de juego, bien las describe Josep Baucells I
Reig en el volumen III de Vivir en la
Edad Media: Barcelona y su entorno en los siglos XIII y XIV (1200-1344): “En
la tafurería, es decir, en la sala, habitación, local o inmueble destinado al
juego, o en un lugar al aire libre, hallaban los jugadores todos los medios
aptos para satisfacer su deseo de diversión”. Se sabe que en esos espacios eran
habituales lances y disputas, pues siempre había en disputa no poco dinerillo.
No en vano en España aparece ORDENAMIENTO DE LAS TAFURERIAS que fue hecho en la era de mil e
trescientos e quatorse años por EL REY DON ALFONSO X. No es exagerado
afirmar que las precauciones contra el juego fueron un calentadero de cabezas permanente
para monarcas y funcionarios de la corte peninsular. Esos quehaceres se convirtieron en tema que
aglutinó a moralistas, tahúres y legisladores, dejando una no escasa bibliografía
que va desde la ya citada obra del monarca de Castilla, pasando por Días geniales y lúdricos, de don Rodrigo
Caro, o el Tratado de los juegos que escribió fray Francisco de Alcoçer en 1559;
otro cura que legó una obra al respecto fue Francisco de Luque Fajardo: Fiel desengaño contra la ociosidad y los
juegos, publicada en Madrid en 1603; y cierro con el urticante Francisco de
Quevedo quien escribió Capitulaciones
matrimoniales y Vida de Corte y oficios entretenidos en ella.
Perdonen la muletilla, pero como bien han de
suponer, la entonces recién descubierta América, se convirtió en un verdadero
garito. No olvidemos que nuestros primeros colonizadores fueron una versión, de
fines de la Edad Media, del Mariel que en Cuba implementó Fidel casi cinco
siglos después, en 1980, para enviar al Imperio una verdadera horda de
malvivientes. Aquellos colonizadores
vivieron la fiebre del oro, fueron tiempos de explosiones de riqueza fácil como
la de las perlas de nuestra abandonada Cubagua, época de “señores” nacidos a la
sombra del sistema de las encomiendas. Un ejemplo muy citado de lo que
significaron aquellos días es del capitán Mancio Serrae Leguizamo, quien jugó,
y perdió, en una noche la figura del Sol que le había tocado en el reparto de
los tesoros del Cuzco.
La pejiguera que en estos territorios había era de
tal magnitud que el 23 de mayo de 1608 una Cédula Real de Felipe III consideraba
que las multas que se aplicaban a las gentes de Indias no bastaban para impedir
el juego. El monto de las sanciones aplicadas, considerado alto en la
península, eran simples bagatelas para aquellos que habitualmente doblaban o
triplicaban esas sumas en las mesas que pública o privadamente montaban para despojarse
mutuamente.
No fueron de poca monta las réplicas que de tales
menesteres hubo en nuestra Venezuela tormentosa. Recuerdo en una oportunidad presenciar
en Tucupita, al borde oriental del país, a dos obreros agachados en una esquina
dedicados a apostar sobre el último número del próximo vehículo que iba a
cruzar hacia donde ellos estaban. El juego ha permeado de manera inverosímil y
diría que de modo transversal nuestra sociedad, y ello se ha visto reflejado en
forma clara en el ámbito político donde han confundido la acepción de la
palabra juego político para convertirla en apuesta política. Es común ver esa
especie de jugarse a los dados la suerte del país, la casta que nos ha dirigido
se ha ido convirtiendo en una logia de tahúres en la que todo se vale con tal
de desplumar al otro, al costo que sea.
Hablan de jugadas para referirse a los movimientos
que entre los distintos bandos se llevan a cabo. Dichos gambitos sobran por
ambas aceras. Los rojitos se escarnecen unos a los otros con mirada caínesca,
se disputan las sobras de un festín en el que han bebido y comido hasta
convertirse en Pantagrueles de estos tiempos. Del lado acá, de los que se
suponen nos interpretan y representan, la pelea no es menor, la caballerosidad
no es un bien del que se puedan preciar muchos y ante la hidalguía de Lilian
Tintori y María Corina Machado son incontables los ataques de egregios varones
contra sus endebles anatomías, íntegramente opuestas a su fortaleza como
voceras de una colectividad cada vez más desamparada.
¿Necesito
recordar el ataque infortunado de un tremolante Tomás Guanipa contra María
Corina Machado por haber apoyado en Lara la candidatura de Eduardo Gómez Sigala
en las pasadas elecciones de diputados? El
muy valeroso lugarteniente de Manolito el de Mafalda –entiéndase julio borges–
ni de vaina atacó también a Felipe Mujica quien igualmente había prohijado
dicha candidatura, tal como me lo reconoció una persona muy cercana al dirigente
de la tolda naranja. Ahora el turno para arremeter contra ella vino en la boca
del Bobo de la Yuca –recuerdo: Henrique Capriles– en la última actividad unitaria
de escuálida convocatoria que llevara a cabo “la unidad”.
Estos jugadores de medio pelo, me hacen recordar al
ya citado Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, quien en su obra mentada párrafos
atrás pareció vaticinar lo que nos tocaría padecer en esta tierra aquende la
mar océana: “Hay en este maldito gremio otro género de gente de flor, que son
los entretenidos o entremetidos cerca de la persona del juego. Éstos acuden a
los garitos, llevan los tahúres, al que les hace mejor acogida, siéntanse en
buen lugar; si entra algún adinerado y concidánle con él con mucho agrado, y en
la primera suerte le da una presa en pago. Son jugadores y cuando hay mucha
bulla quitan el dinero y aplican para sí lo mostrenco. Tienen manos de piedra
imán, atraen las monedas, las cuales dejan caer en el pescuezo, en la pretina o
los puños con la justificación, mostrando las manos limpias. Hácense a la parte
que vence, y dicen: ‘Juegue uced con gusto y gane, y déjeme a mí la cuenta’.”
© Alfredo Cedeño
Alfredo
ResponderBorrarQuedé impresionado con tu texto Tahures porque es mas lo que no dices pero dejas que entendamos que lo dicho, que ya es mucho. Observo que es una nueva manera de escribir sobre política! Te felicito porque, además, está muy pero muy bien escrito!
Rodolfo Izaguirre
Buenos días. Muy erudito tu artículo de hoy. Ojalá las pugnas políticas sólo fueran juegos y zancadillas. Creo que estamos dejando los juegos y empuñando las pistolas. Expertos en juegos son precisamente los militares. Siempre supe de las sumas que ellos se jugaban y supongo que se juegan todavía en casas particulares. El juego, con las putas, era su vicio preferido. Si jugaban, era dinero de corrupción. Y eso desde mucho antes de Chávez. Un abrazo.
ResponderBorrarAlejandro Moreno