De mi crianza en La Guaira guardo los mejores recuerdos. Allí descubrí el poder de la narración, la magia de la oralidad. De las manos de mi papá y su mamá, mi abuela paterna, anduve las maravillosas andanzas de Tío Tigre y Tío Conejo; por eso detesté sin medias tintas a quienes trataron de emparentarlos con el trickster, que Claude Lévi-Strauss categorizó en su Antropología estructural como héroe cultural mediador. Sigo considerando un despropósito tratar de encerrar en especulaciones y juegos académicos las expresiones creativas, por más que dichos estudios digan que explican nuestro devenir en cuanto especie. Pero volvamos a lo de hoy.
En ese puerto de azules diarios,
cielo y mar me cubrían la mirada a toda hora, crecí escuchando no solo las
creaciones colectivas, o las versiones que papá y mi abuela me creaban a
diario, también oía los cuentos de diversos personajes de nuestro entorno cotidiano.
Por ejemplo, había un señor cuyo apellido no menciono porque nunca tuve
evidencias posteriores de sus supuestos embrollos financieros y legales. De
este caballero, al que recuerdo de gesto adusto y porte ceremonial, oí comentar
en mi casa que todo el pueblo sabía de dónde había “sacado el entierro” con el
cual justificaba su súbito caudal. Es pertinente explicar a unos cuantos
lectores que hasta casi finales del siglo XX era común oír la expresión “sacar
un entierro”, para explicar el hallazgo de un recipiente de barro, o un pequeño
baúl, lleno de monedas de oro, morocotas como eran llamadas, que habían sido
enterradas en la época colonial para salvaguardarlas de los desmanes de la
cruenta guerra civil que vivió Venezuela. Este señor, tal como dije líneas
antes, había cambiado su modus vivendi de manera sorpresiva y sus familiares
aseguraban que era producto de un hallazgo como el descrito. Mi padre, de
lengua perspicaz y ácida: “No sabía que en el puerto se podían sacar entierros
tan buenos como el de fulano”. El señor
en cuestión era trabajador de una de las tantas compañías de gestiones
aduanales que existían allá, y tal parece que el tal entierro no era más que su habilidad para
sacar de los almacenes portuarios ciertos bienes que luego se vendían en
algunos comercios, tanto guaireños como capitalinos.
Otra historia que también oí y
de la cual ya adulto obtuve evidencias fue sobre el señor Salcedo. Este
caballero que trabajaba en un modesto cargo en los servicios portuarios un día,
a comienzos de los años 60, lo señalaron como responsable de la pérdida de 800
lavadoras de los patios de almacenamiento del puerto. Y como en Fuenteovejuna
todos sabían del comendador, solo que era desde Los Caracas hasta Carayaca que
todos sabían dónde estaban los enseres misteriosamente desaparecidos; tal fue
la fuerza de los comentarios que una comisión policial junto a un juez acudieron
a la humilde casa que estaba en la parte trasera del cementerio de La Guaira,
el barrio Guanape por más señas, pero alguna voz avisó al honorable trabajador.
Los cuentos de cómo fueron pasadas a las casas vecinas los ocho centenares de
aparatos eran de todo tipo; y al llegar la comisión se levantó un acta mediante
la cual se dejaba constancia que en tan honrada morada no se había encontrado
ningún objeto de dudosa procedencia. Recuerdo en mi casa a una visitante decir:
“Si el culo no le pesara tanto al juez y se hubiera siquiera empinado un
poquito habría visto las rumas de lavadoras en todos los patios de las otras
casas.”
Otro
relato de este barrigudo señor, quien vociferaba por todos lados sus íntimos
nexos con las más altas instancias del partido Acción Democrática, fue el caso
del camión de whisky. Como bien pueden suponer luego de la línea blanca, hubo
otros episodios y él se mudó del modesto barrio a una de las urbanizaciones del
este del litoral central. Igualmente era comentario general de los alijos de
bebidas y ropas que introducía de contrabando por la llamada zona La Costa. Un
día un camión cargado de cajas de escocés, que se estaba desplazando de
Todasana hacia Los Caracas, se quedó accidentado en una de las subidas de
aquella carretera de tierra; el conductor que iba solo, trancó debidamente la
cabina y echó a caminar hacia la alcabala de la Guardia Nacional en la ciudad
vacacional; cuando llegaron de vuelta al vehículo… ¡Sólo quedaba la lona con
las que habían estado cubiertas las cajas!
Esa noche y la semana siguiente los tambores repicaron en Quebrada Seca,
Osma, Oritapo, Todasana, Urama, La Sabana, Caruao, Chuspa y Guayabal,
acompañados de gracias y alabanzas al que les había dejado de regalo aquella
carga tan sabrosa.
Los cuentos de este honorable
personaje son inacabables, como pasó con el intento de apropiarse de la
hacienda Santa Clara en las afueras de La Sabana, y de lo cual no abundó más
para no aburrirlos. Hago este recuento mientras leo y oigo los mil comentarios
del reciente nombramiento del muy equilibrado Consejo Nacional Electoral de
Venezuela. Y las glorias, aleluyas, hosannas y loas a la designación de sus
cinco rectores han sido de una apoteosis que ni a Moisés cuando recibió las
tablas; la batahola ha sido antológica. Nadie dice nada de, por ejemplo, los
nexos no tan lejanos del honorable rector Picón Herrera con PDVSA a través de
su empresa CONSEIN. Y hablo de PDVSA porque es de la que hay evidencias, sin
embargo me aseguran que la relación con rojas instancias ha sido muy nutritiva
para este descendiente de tan ilustre familia merideña. Del otro rector,
Márquez por apellido él, lo recuerdo en 2006 como pretor del entonces candidato
Manuel Rosales, era la alcabala que debía superarse para llegar a su paisano. Y
así se multiplican los cuentos de este par de muy ilustres miembros de nuestra
dirigencia, la misma en la que no cesan de pescuecearse unos a otros por un
cargo así sea de jefe civil en Guardatinajas.
¿Por casualidad ustedes saben
quién fue Charles Dunbar Burgess King? Y permítanme una digresión final, el fue
presidente de Liberia, en el África Occidental desde 1920 a 1930. No los voy a
aturullar con datos de esa nación, sólo quiero darles a conocer que en 1927, en
las elecciones generales que celebraron en dicho país, el señor Burgess obtuvo
el triunfo con un total de 243.000 votos.
Pero… daba la inusual circunstancia de que sólo había 15.000 votantes
registrados en el padrón electoral. No
les extrañe que unos resultados similares sean acreditados por estos distinguidos
funcionarios, para los que la cofradía de alcahuetas de siempre anda exigiendo
un cheque en blanco de solidaridad.
© Alfredo Cedeño
Ese honorable y barrigudo señor salcedo es fiel imagen del no menos honorable padre de Simón Bolívar, corrupto interventor de la aduana de la Guaira que calificaba como comida de tripulantes a los jamones serranos y barricas de aceitunas y muchas otras exquisiteces que hacía llegar en barcos y luego vendía a precios escandalosamente altos en los dos o tres establecimientos que poseía en Caracas. Su fortuna mal habida era singularmente portentosa.
ResponderBorrarSiempre han habido salcedos en nuestra triste historia venezolana.
Reconforta saber que también tú los conoces y revelas siempre con buena escritura sus desconsideradas aventuras.
Rodolfo Izaguirre