Vengo de una generación que creció
oyendo hablar del Hombre Nuevo, así en mayúsculas y cursivas, porque era
como se mencionaba, casi había que ponerse de pie y golpearse el corazón, que
ni el himno nacional, pues. Crecí rodeado de mensajes y dogmas en torno a la
igualdad, la justicia y, por encima de todo –también por debajo, a los lados, y
por donde cualquier cosa se asomara–, oyendo el sermón con aire de responso que
hablaba de la lucha de clases. Era un combate feroz de pobres contra ricos, se
anunciaban las heroicas victorias de los acerados sindicatos contra las purulentas
cúpulas empresariales, se enaltecía la épica resistencia del pueblo vietnamita
frente al águila feroz imperialista, y así, como unas suertes de Buzz Ligthyear
proletarios, hasta el infinito y más allá se hablaba de la necesidad de un
mundo igualitario sin clases sociales.
Esas soflamas de una vanguardia
pensante progresista, que invitaba a tomar el cielo por asalto, fueron, cual
libro de Kafka, convirtiéndose en una caja de repercusión de la lucha por la
autodeterminación de los pueblos, lo cual vino como anillo al dedo a vivianes
como Fidel para ampararse allí y seguir ahorcando a su isla natal. Más tarde,
ser de avanzada, ser “progre”, fue sensibilizarse ante las minorías. Ya el
proletariado había pasado de moda, ya el olor a sobacos obreros comenzaba a
afectar sus delicados apéndices nasales. Porque algo si han tenido siempre esos
discípulos de Catón, Marx y Gramsci, y lo cual nunca han ocultado, es su gusto
por lo caro. ¿Acaso no usaba el ya mentado Fidel DOS Rolex en su muñeca? A más de uno de esos revolucionarios les oí
decir: “Como decía Lenin, [falta saber si el barba de cabra lo dijo] de la
burguesía el vino y sus mujeres”. No hay nada que le guste más a uno de esos
zarrapastrosos que una mujer hermosa de uñas impecables y porte precioso.
Las minorías que referí antes, y por
las que se peleaban a dentelladas, estableciendo cada uno sus respectivas
parcelas, fueron negros e indios. Perdón, afroamericanos e indígenas, antes que
cualquier lector “sensibilizado” convulsione ante mi trato discriminatorio con
ellos. Y así vimos especialistas que se fueron a África y otros al
Amazonas. El indigenismo provocó un
verdadero furor, rozando la histeria, que solo alcanzó el grupo Menudo en su
buena época. Aparecieron gurús y mártires de la causa indígena, brotaron como
ramos de verdolaga en la sabana, el imperialismo estaba representado por las
misiones evangélicas americanas. Es cierto que esas organizaciones religiosas
provocaron daños terribles entre las culturas de nuestro Amazonas; yo mismo
documenté el caso de los Yabarana en la cuenca del río Parusito en las afueras
de San Juan de Manapiare. Al calor de la defensa de los “pueblos originarios de
América” se rodaron películas en 16 mm, una que fue particularmente exitosa,
con premios de todo tipo, fue una poderosa herramienta de denuncia contra la
misión Nuevas Tribus. Sin embargo, debo decir que la cinta, cuya parte medular
era las palabras de un shamán Yekwana,
que se suponía habían sido recogidas en su ambiente natal en el corazón de
Amazonas, en realidad fueron realizadas en el parque Los Chorros de Caracas. Y
como eso, hay decenas de otros ejemplos de cualquier tenor.
En el caso de los hijos del continente negro también
hubo toda clase de “investigaciones” profusamente regadas con dinero público, que
ministerios, institutos autónomos y universidades prodigaron a sus
portaestandartes.
Las metamorfosis han sido continuas,
muchas veces imperceptibles, pero siempre presentes. Más tarde vimos la epopeya
de la batalla por el derecho de gays, lesbianas, trans y demás colaterales;
allí se desmelenaron muchos, que antes vimos enarbolando claras e inequívocas
banderas de segregación, clamando por los derechos de esa minoría; la cual fue
manipulada a conciencia y sin temor a Dios por esa misma “vanguardia progresista”,
al punto que un verdugo de esa comunidad como fue el argentino Ernesto Guevara
terminó convertido en un ícono que ocupa lugar destacado en las marchas del
orgullo gay en el mundo entero.
Si algo caracteriza a ese frente de
la progresía es su habilidad pasmosa para el cambio, y en estos días nos tienen
hasta las narices con el recalentamiento global. Ahora desde los peos de las
vacas hasta el desodorante que usamos es el responsable de tal calamidad.
Mientras tanto usted los puede ver desplazándose en aviones privados, autos
blindados, comiendo en restaurantes exquisitos y comprando en las principales
tiendas de las grandes capitales, donde acuden ceremoniosos y con caras de
circunstancias a pontificar sobre los daños irreversibles del voraz capitalismo
en la madre tierra.
Mi esperanza es que pronto emulen a
Gregorio Samsa para, una vez hechos cucarachas, pisarlos hasta cerciorarnos de que
semejante plaga ya no aletea.
© Alfredo Cedeño
Todo lo que dices es absolutamente cierto porque fui lo que yo mismo llamo "un ñángara sin rumbo" ya que, no obstante no haber militado en el partido comunista fui un compañero de camino hasta que no me necesitaron más y me echaron a la basura.
ResponderBorrarComparto contigo la esperanza de Gregorio Samsa de verlos convertidos en cucarachas y emplear la técnica de mi hijo mayor que salta y las aplasta al caer.
Rodolfo Izaguirre