Nadie puede decir con precisión
cuando se cometió el primer delito en la humanidad. Con seguridad que no
faltara algún veterotestamentario que saltará denunciar mi herejía y a pregonar
que en el libro del Genesis quedó asentado, de manera clara y fidedigna,
que Caín fue el primero en comenzar la matachina del prójimo, al hacer pasto de
los gusanos a su hermano Abel. Vale la
pena recordarles a dichos eruditos que se ha establecido que los textos
recopilados en la Biblia fueron escritos, aproximadamente, entre el año 900 a.
C y el 100 de nuestra era. Hago esa puntualización porque alrededor del año
2380 a. C. existió el código de Urukgina, que regía Uruk, ciudad sumeria;
también se sabe del código de Ur-Nammu del año 2050 a. C., y que fue decretado
por el rey de la ciudad-estado de Ur; y no puedo dejar de mencionar el muy
célebre código de Hammurabi, el más joven de ese lote, el cual se calcula fue
decretado cerca del año 1790 a. C., cuando el rey de Babilonia estableció los castigos
a violaciones, muertes o actitudes desleales. Así que si de añejamiento
hablamos…
Hecha esta aclaratoria, que me
pareció conveniente, sigo con nuestro primer hampón, ya que a partir de allí
comenzaron a surgir las normas, las leyes, las reglas para no estar matándonos
unos a otros a cada momento. A lo mejor fue un vecino ofendido con el de la
cueva de al lado que, en aquellos tiempos de cavernas y macanas, se fue atrás
de su mujer cuando ella iba al río a lavarle el pellejo de mamut que usaba de
camisa y que ya apestaba, o tal vez a lavar unas bellotas para prepararlas a la
hora de la comida, quien sabe si había ido a recoger una latica de agua para
lavarle la cara al mocoso menor, y el ya mentado vecino, alebrestado por sus
ancas generosas, se le fue atrás y le agarró una nalga, despertando la ira del
macho cavernario que siempre hemos sido, y con un macanazo en pleno cogote se
lavó la afrenta.
Los investigadores del mundo legal
afirman que el derecho nació del intento para conducir a las primitivas
sociedades agrícolas para, así, establecer una cierta paz social y cierto orden
productivo. Ello también fue aplicado para lo que representaban las autoridades
locales. ¿Cómo iban a hacer cuando el brujo Palo Poderoso muriera? ¿Y
cuando le tocara al gran jefe Mamut Agachado? Y así se establecieron las
reglas de sucesión, y así se fueron refinando los mecanismos hasta que nacieron
los Papas y los Reyes…
En el interín de todo esto debo
aclarar que el emperador Justiniano en el siglo VI de nuestra era nombró a diez
juristas para redactar el que fuera bautizado como Corpus Iuris Civilis,
también llamado Código de Justiniano.
Más adelante fue Carlomagno quien introdujo una serie de medidas legales
entre la cuales destacó el capitulare de villis, escrito que establece
una serie de normas por las que debían ser registrados todos los ingresos y
gastos públicos. A mediados del siglo XII en Inglaterra fue Enrique II quien
introdujo en su país una serie de cambios para ordenar el desbarajuste que
tenían tribunales eclesiásticos y civiles; y ya casi al final de su reinado se
conoció el tractatus de Glanvill, el primer tratado sobre derecho inglés;
escrito por Ranulf de Glanvill para el rey, donde se definió el proceso legal e
introdujo los autos, lo cual ha sobrevivido hasta nuestros días.
Hago este vuelo, a ritmo velocísimo,
de lo que ha venido ocurriendo desde que aquel troglodita desnucó a aquel que
le agarró la nalgamenta a su mujer, hasta hoy en día. Ha sido una larga,
larguísima, sucesión de hechos, intentos, estudios, tratados, para establecer
eso que llaman marco jurídico que impide que no matemos unos a otros. Ha habido
una pléyade de pensadores que han hecho aportes de todo orden para que tengamos
el conjunto de normas que nos permiten convivir.
Más de uno se debe estar preguntando
a qué viene esta divagación; ella nace de una noticia recientemente divulgada
por la muy rancia y venerable cadena británica BBC, en la que reseña la
participación del juez magistrado estadounidense Samuel Alito, quien es
integrante de la Corte Suprema de su país, en la Conferencia de Libertad
Religiosa que se celebró en la capital italiana el pasado julio.
Esa nota la tuve que leer una y otra
vez, y chequear su procedencia otras tantas, porque el colofón de la misma me
dejó atónito, por decir lo menos. Les transcribo: “Las encuestas de opinión
sugieren que la confianza en el tribunal está en su punto más bajo tras varias
decisiones controvertidas. Solo el 25% de los encuestados dijo tener confianza
en el organismo.” Es decir: ¿ahora las decisiones judiciales deben estar
sometidas a la aprobación demoscópica? Los jueces por lo visto tienen que
ocuparse no de interpretar y hacer cumplir las leyes, sino de hacer lo que las
encuestas dicen que la gente quiere. ¿Se imagina usted cómo serían las medidas
de un enjundioso magistrado como Maikel Moreno? ¿Será por eso sus lazos con
Osmel Sousa? A este paso pronto veremos
a Telesur, o alguno de los tantos pasquines y chiringuitos comunicacionales
rojos rojitos, los magistrados, engalanados con marabú, lentejuelas y su respectiva banda
identificatoria, anunciando sentencias al compás de: En una noche tan linda
como esta cualquiera de nosotras…
© Alfredo Cedeño
Pues no es de extrañar, aquí toman lo peor que sale en el mundo .un país donde no hay ley y quienes dicen cumplirla son los más corruptos
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