En un país como el nuestro dónde lo
que sobran son vagabundos devenidos en ilustres, picapleitos en magistrados y
chupaletrinas en eminencias, el asombro ya es cosa del pasado. Ruego me excusen
los Alabadores del Santísimo y las Adoradoras de las Santas Llagas, así como
los ilustres investigadores de ciencias divinas y del más allá, pero en
Venezuela se ha alcanzado un nivel de misticismo que ni santa Teresa de Ávila,
porque es que ya nada nos turba, nada nos espanta.
Lo mismo podemos ver un malandrín que
se roba periódicos y que cualquier día de estos veremos nombrado hijo ilustre
de Monagas, que encontramos a un hampón convicto y confeso como máximo
representante de la justicia. Por ello fue por lo que, en su momento, vimos
como todos a uno le dieron palos hasta tumbar, cual piñata de cumpleañera, a
Carlos Andrés Pérez; para encontrar ahora a infinidad de aquellos apaleadores elevándolo
al altar de los mártires y los genios incomprendidos. Caso similar ocurrió con
aquella ascensión a los cielos del nunca suficientemente bien muerto y
sepultado santón de Sabaneta, al que ahora –muchos de sus otrora ensalzadores–
apostrofan y desean su cocción en la quincuagésima paila del infierno.
Y esas condiciones espirituales
nuestras no son de nueva data, podría remontarme hasta Bolívar. ¿Acaso no fue
elevado al empíreo y después abandonado por esas mismas muchedumbres que lo
aclamaban? Su caso es quizá el más patético de lo que hemos vivido, porque
después de olvidado fue resucitado por dictadores y fantoches para a la sombra
de su nombre lavarse la cara, una y otra vez, la última todavía la padecemos.
Imposible dejar de mencionar a Marcos Pérez Jiménez quien luego de sembrarnos
de torturas, asesinatos y destierros fue electo senador de la república. El
caso de Pedro Estrada fue aún más artero y asqueante, sobraron quienes lo
visitaron en su “modesto” apartamento de París.
Al lado de estos artes místicos
también hay otros que ni Kafka, porque en lo de metamorfosis tampoco hay quien
nos gane. Seguro estoy de que en algún momento se descubrirá que el camaleón, a
quien muchos aseguran nativo de Madagascar, comenzó su evolución en estas
tierras tropicales y subdesarrolladas. ¡Será nuevo motivo de orgullo y
patrioterismo para pasear nuestro tercermundismo! Para muestra par de botones, que podrían ser
muchísimos, pero tampoco quiero extenderme porque, debo confesar que en este
punto casi no puedo controlar las arcadas.
Pareciera que pocos recuerdan a aquel
“desafiante” Francisco Arias Cárdenas que en el año 2000 se enfrentó a Chávez,
a quien representó con una gallina en una cuña televisiva. ¡Venezuela
enloqueció! La celebración al “valor y osadía” del también militar retirado fue
de órdago, en algún rincón de mi archivo conservo parte de la larga lista de
sesudos análisis de lo que significaba el “quiebre” del chavismo, así como de
no menos lisonjeras proclamas de afecto al nuevo Mesías. Bien saben todos cómo
y dónde terminó el gallinero de marras.
Pienso en él al ver el segundo botón,
ese espécimen inclasificable llamado Rafael Alejandro Lacava Evangelista, por
el que algunos otros especímenes de esa entelequia llamada oposición están
empezando a asomar apuestas.
Este “rico de cuna”, como a él mismo
le gusta definirse, que ha sido diputado suplente, alcalde, diputado,
gobernador, sobreviviente de cáncer y paremos de contar, se le ha visto desde
comienzos mismos de la “revolución bonita” haciendo toda clase de maromas y
contorsiones bajo el ala del chavismo madurismo; sin embargo, no son pocos los
que están haciendo toda clase de cuentas y circunloquios para ungirlo como el
“gallo tapao” con que se puede derrotar a Maduro.
Por lo visto las metamorfosis
criollas hacen coyunda con lo místico de manera impecable, es así como el rico-proletario
Lacava ahora será candidato opositor mientras sigue transitando el camino de lo
místico y, sin pretensiones homofóbicas, él continua, pero bajo los auspicios
de San Juan de la Cruz, y en cualquier momento lo podemos ver recitar:
No penséis que el interior
que es de mucha más valía
halla gozo y alegría
en lo que acá da sabor.
Y esto lo hará vestido de Drácula y bailando en un
templete. ¡Qué surrealismo, ni qué realismo mágico, ni qué niño con tetero!
© Alfredo Cedeño
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