Estabulación es la palabra empleada
para definir al hecho de guardar a los animales en establos, principalmente los
llamados ganado equino, vacuno, ovino, caprino y porcino; así como las aves de
corral. Esta fue la solución encontrada desde los primeros tiempos por el
hombre, para proteger a sus fuentes de proteína y medios de transporte. Tan
antiguo es que se han encontrado evidencias de instalaciones de este tipo que
datan de la segunda mitad del cuarto milenio antes de Cristo, específicamente
en el yacimiento arqueológico de Son Matge, en la serra de Tramuntana, de la
isla de Mallorca. Este caso en particular fue estudiado por M. Mercè Bergadà,
Víctor M. Guerrero y Josep Ensenyat de las universidades de Barcelona e Islas
Baleares.
Aseguran estos investigadores en el
resumen de su papel de trabajo: “Presentamos el estudio micromorfológico de las
ocupaciones más antiguas del yacimiento de Son Matge que parecen corresponder
al horizonte Neolítico-Calcolítico. Este registro está formado por una serie de
niveles compuestos por restos vegetales y por excrementos de animales con una
dieta herbívora, ovicaprinos. En algunos niveles, los componentes aparecen
parcialmente quemados o en proceso de humificación y en otros están calcinados.
De dicho análisis deducimos la utilización de la cavidad como lugar de
estabulación donde se practicaban incendios como actividad de saneamiento. Se
ha documentado también la existencia de una acumulación de restos vegetales
distintos a los utilizados como lecho y como forraje y que lo interpretamos
como elementos de cercado o de protección; ya que, podrían corresponder a
restos de cañas.”
Como era de esperar aquellas cuevas
originales fueron mutando y han llegado a ser los modernos establos que se
pueden ver en las actuales instalaciones productoras de leche y carne, así como
en los criaderos de bestias de carga o para uso deportivo o de transporte. En
países de escaso desarrollo económico se encuentran pesebres y modelos
rudimentarios para el cuido de los animales. Como era de esperarse, tales
mecanismos fueron asumidos por unos cuantos vivianes, que nunca han faltado,
¡ni faltan!, para aplicarlos a nuestras vidas.
Fue así como surgieron los establos espirituales, en los cuales la santa
madre iglesia se especializó de una manera magistral, que, en vez de
protegernos de los temores propios de nuestras vidas, se dedicaron a
fomentarlos para, por vía de la exaltación de la culpa y su transmutación en
pecados, controlarnos obras, pensamientos y vidas. Por supuesto que los
cobertizos se acomodaron a lo laico y fue así como los benditos partidos
pasaron, de organizaciones para el bienestar colectivo de los pares como una
manera de ver el mundo, a juntas de condominio en la que los más avispados se
aprovechan para darse la gran vida a cuentas de las cuotas que los demás pagan
religiosamente.
Y ya que menciono lo eclesial de
nuevo, vale la pena resaltar como ejemplo de esos establos contemporáneos
erigidos, bajo la mirada complaciente y alcahueta de los llamados países
democráticos, en los territorios musulmanes. En este caso usaré el caso del uso
obligatorio del velo, hiyab, por parte de las mujeres que profesan dicha
fe. En estos días se ha hecho noticia por el brutal asesinato de la muchacha
iraní Mahsa Amini, ella fue ejecutada por la “policía moral” de su país por
llevar mal colocada dicha prenda. Lo apestoso de este caso de violencia estatal
contra un sector de la ciudadanía es que su uso no está prescrito en el Corán,
pero las autoridades lo han impuesto. Aún más lamentables son los hermeneutas
que han buscado fragmentos del citado libro sagrado para justificar dicha
práctica abominable. Es un silencio cabrón el que guardan las mujeres
“revolucionarias” del mundo entero ante semejantes muestras de represión; para
las Cilia Flores, Irene Montero, Michelle Bachelet, Cristina Fernández de
Kirchner, Dilma Rousseff, Camila Vallejo y demás urracas de similar plumaje, no
hay motivo de queja alguna o llamado a protesta resonante.
Han ido construyéndonos establos de
manera sigilosa, nos mantienen encerrados y sin derecho siquiera a pastar donde
más nos guste o plazca. Una larga hilera de cubiles es nuestro hoy y mañana.
© Alfredo Cedeño
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