Hoy escribo desde la nostalgia de mis años más felices: cuando fui un niño amparado por el cariño de mi casa y los vecinos de La Guaira, en aquel entonces un villorio de casas señoriales por donde la historia pasó con algarabía de sueños derrengados.
Desde la casa se veía la mar, así la llamaba mi abuela Elvira, y se veían los barcos entrando al puerto con mecer de cascos que regaban perfumes de otras tierras desde sus bodegas.
Al comenzar con la aventura escolar, devenida en tortura por la torpeza muy común en muchos de nuestros educadores, quienes convierten en siega feroz el amoroso acto de enseñar, mi primer asombro fue descubrir que aquel trozo de azul, el cual veía a toda hora, era parte del Caribe.
Cuando le pregunté a la abuela, ella me enseñó en un viejo mapa, que atesoraba en un baúl, por qué la mar era una cobija que arropaba el norte de Venezuela, Centroamérica y todo el collar de islas de las Antillas Menores y Mayores. “Por eso aquí nunca hace frío”, me decía ella con gesto pícaro, para rematar: “Y no pregunte más pendejadas que eso nos queda bien a los viejos”.
A la par de ello, recuerdo que cada navidad transcurrida en la Guaira , invariablemente estaba acompañada por un aguinaldo que interpretaban Los Tucusitos: Serena. Cierro los ojos y puedo oír claramente los versos:
Ay que serena está la mar
y azul el cielo
que entre palmas
se halla el Mar Caribe
Años después supe que había sido compuesta por un cumanés de largo e ignorado talento, como fue el viejo Nicolás Rodríguez…
Es la mar donde se amparó Rubén Darío para escribirle a Margarita Debayle:
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Es la mar, teta donde nos hemos amamantado por los tiempos de los tiempos. Larga estela de quejidos donde las sirenas amanecieron para regar sueños en la mente delirante de quienes las seguimos buscando. Pequeño parpadeo de milenios que ola a ola ha estado repujando sueños, letras y espejismos.
Al final, ya lo dijo Rafael Alberti:
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
© Alfredo Cedeño