Venezuela es
una caja de espejos, en nuestro país las réplicas no cesan de convertirse en un
eco que va hasta el aparente infinito. Vemos cómo se van repitiendo los hechos por
los siglos de los siglos, rogando que no sea amén. Fue así como un par de centurias, y un
poquitico más, antes, exactamente en 1812, desde Calabozo, estado Guárico, surgió esa versión
asturiana y anticipada de lo que vivimos en estos días en tierra venezolana.
Escribo sobre José Tomás Boves y de la Iglesia, quien asoló el país de una
manera despiadada al frente de sus huestes sangrientas. Hordas de las que poco
recordamos su origen: venezolanos en su casi totalidad, criollos despreciados
por una oligarquía, que fiel a su arquetipal miopía de casta, los había ido
llenando de venenoso resentimiento.
Boves, al que
Francisco Herrera Luque añadió el mote de El Urogallo, originalmente había sido
un marino al servicio de la Real Armada Española, y por favor vean la serie de
ecos que hasta hoy llegan. Este señor, quien había prestado juramento al estado
español, fue apresado y enjuiciado por sus dotes de estraperlista, luego condenado
a ocho años de prisión que debía cumplir en el castillo de Puerto Cabello.
Estando allí, un amigo de su difunto padre lo puso en contacto con un abogado
venezolano quien logró que le fuera conmutada la pena por la del destierro en
la ya citada población guariqueña. Por cierto, el jurisconsulto que logró dicho
canje procesal fue Juan Germán Roscio, a quien luego veremos como director del
Correo del Orinoco, redactor del Acta de Proclamación de la Independencia, de
la del Acta de la Independencia y de nuestra Primera Constitución; también como
Presidente del Congreso de Angostura de 1819 y vicepresidente de la Gran
Colombia.
Una vez instalado en el corazón de los llanos,
el hijo de Asturias montó una pulpería, la cual aseguran fue de gestión exitosa;
aunque algunos investigadores y averiguadores de la vida ajena, a fin de cuentas
pájaros de similar plumaje, han dicho que eso fue debido a las mañas poco
ortodoxas aplicadas en el manejo de dicha venta de abarrotes. Por lo visto la
honradez entre los operadores comerciales ha solido ser un espécimen de corto
aliento a lo largo y ancho de nuestro paso por la historia, pero sigamos con el
pulpero. Es manida la historia de cómo
en un primer intento, guiado por ese sentimiento tan próspero por nuestros
lares, mejor conocido como el resentimiento, quiso arremeter contra sus
paisanos por lo que trató de entrar a la lucha independentista. Vano intento,
más de uno que le debe haber tenido ojeriza, sabrá Dios si porque alguna vez se
negó a fiarle una locha de manteca, o medio kilo de caraotas, lo acusaron de
agente de la corona española, que era el imperialismo de aquellos tiempos. Fin de
fines que don José Tomás terminó encarcelado, su mujer asesinada y su negocio
saqueado.
Como bien podemos
suponer, aquel hombre no era precisamente émulo de su paisano San Melchor de
Quirós, el primer santo de las tierras asturianas, y al ser liberado se
incorporó a las fuerzas del español Monteverde. Este último era el representante
de la corona española que acordó con Francisco de Miranda la llamada capitulación
de San Mateo; acuerdo que comenzó a violar muy pronto. Es célebre su carta
dirigida a la Corte en la que expresa: “Caracas debe ser tratada por la ley de
la conquista”. Es bueno, también recordar que tenía por capellán a un clérigo
de apellido Coronil quien, al decir de un testigo realista “en Valencia, al
partir una compañía para San Carlos exhortó en alta voz á los soldados á que de
siete años para arriba no dejasen vivo á nadie”. En semejante ambiente Boves
desplegó el encono del resentimiento, hasta multiplicarlo atrozmente. Su saña,
convertida en logros militares, hizo que escalara veloz en la línea de mando de
las tropas españolas. Las crónicas han dejado abundantes reseñas de las
degollinas que llevó a cabo de allí en adelante. Pero… y es algo de lo que
muchos no quieren hacer mayor relevancia, la casi totalidad de las fuerzas que
terminó incorporando a sus hordas vandálicas eran criollas, eran tropas que se
jactaban de ser zambos alzados. No está de más recordar las frases que empleó
como palancas motivadoras para captar adeptos: ¡Guerra a los blancos
explotadores del pardo y del indio! ¡Las tierras de los blancos para los
pardos! ¿No les resultan familiares para con ciertas expresiones que en los
últimos tres lustros cierta gente ha venido usando a troche y moche?
Fue un largo
tiempo de cruel pesadilla que padeció Venezuela. Una noche que parecía
inacabable hizo tambalear en repetidas oportunidades los intentos
independentistas. No será hasta el 5 de diciembre de 1814, cuando Pedro Zaraza
lo liquida en la batalla de Urica. La tradición oral afirma que antes de dicho
choque el oficial patriota mientras afilaba su lanza, dijo: Hoy o se acaba la
bobera o se rompe la zaraza. Cuando hago este recuento no puedo dejar de preguntarme:
¿Tendría Roscio idea del vainón que le iba a echar a Venezuela cuando defendió
a semejante tunante?, ¿igual hubiera hecho que la justicia fuera tan generosa
con el futuro verdugo realista? Son tantas las preguntas que suelen formularse
en estos casos… ¿Hubiera votado la clase media venezolana, con entusiasmo
enfermizo, por el Chávez que los llevó a la indigencia?
Insisto: somos
una sucesión de reflejos que no cesa, son escasas las explicaciones que podemos
encontrar para tratar de entender los demonios que nos habitan. Uno de ellos es
el sentimiento de culpa ante el éxito, no sé qué piedra de Sísifo cargamos a
cuestas que suele tornarse en repugnante confusión para el manejo de ello. Es
la explicación que columbro para entender lo que llevó a nuestra clase media deslumbrada
a postrarse ante Chávez, lo cual se ayuntó a una clase política patética que
se encarriló, todos a una, atrás de la
figura del icono sexual de la machería venezolana, entiéndase Irene Sáez, a
quien todos cortejaban bajo la presunción de que era una rubia tonta a la cual
conquistar, para luego de seducida exhibir cual trofeo de caza. Y la película
terminó con todos teniendo las tablas, los jergones y el catre de sombrero.
Volvemos
a vivir tiempos de desolación y de escaso consuelo, con una tropa gastada en
combates asimétricos donde las líneas de mando que enfrentan a la barbarie no
han descubierto la forma de ser más erráticas. Las campañas han tenido por
patrona a Nuestra Señora de la Esperanza Perdida, y hemos visto desmigajarse el
soporte popular ante un triunfalismo estentóreo y patológico. Aquellos que
disentimos somos segregados, hay una sola línea de acción en la que las
propuestas que no emanan de la camarilla de siempre son atacadas con energía
digna de verdaderas causas. Los espejos no cesan de replicar escenarios ya
vistos y que nunca debimos volver a ver. Venezolanos que despedazan a otros
venezolanos, derrame de sangre fraterna amparados en la sombra de un celaje que
consideran realidad. ¿Algún día lograremos reventar estos malditos espejos? A
fin de cuentas ya son más de siete años de fatalidad los que hemos padecido.
© Alfredo Cedeño
Buenos días. Te respondo desde Madrid donde parece que estamos en otro mundo realmente otro. La crisis no la vemos por ningún lado, aunque los de aquí se quejan de ella. Puede que el nivel de vida les haya sido algo rebajado pero cómo se vive de bien. Y sobre todo la tranquilidad y seguridad. Tu artículo es como si nos dijeras que estamos ya predestinados a lo mismo. Espero que se rompa pronto el hechizo. Un fuerte abrazo y gracias por haber repoducido mi artículo.
ResponderBorrarPor cierto, hoy ABC semanal publica uno de mis artículos inesperadamente porque yo no se lo mandé. Seguro lo tomaron de El Nacional. Me parece estupendo.
Alejandro Moreno