A
los tres meses de yo haber nacido nos mudamos de Caracas a la casa de mi abuela
paterna en el casco colonial de La Guaira. De esos espacios guardo particular
añoranza. Los domingos de mi niñez fueron
una fiesta de los que conservo recuerdos de infinita alegría. Esos días, a
primera hora, mi padre me tomaba de la mano y nos íbamos a la Plaza Vargas,
donde un señor inválido vendía los
periódicos. Él agarraba El Nacional, El Universal y La Esfera, le pagaba al
vendedor y luego caminábamos por la calle Bolívar hasta una cafetería donde
pedía un sándwich de jamón y queso y dos jugos de naranja, me entregaba uno, la
mitad del pan relleno y me decía: Que después no nos cabe el desayuno en la
casa y va a arder Troya.
Cuando
terminábamos con esa merienda nos devolvíamos hasta la esquina de la calle El
León, comenzábamos a remontarla y en breve tomábamos la subida de El Colorado,
hasta que llegábamos a los restos de una vieja muralla colonial donde nos sentábamos
con las piernas colgando hacia la rada del puerto de La Guaira. Allí comenzaron mis delirios por los viajes. Era
un rito invariable: Papá sacaba las “comiquitas” de los diarios, me las
entregaba y mientras yo las hojeaba, él revisaba los diarios a la par que hacía
comentarios en alta voz de lo que leía, y me mostraba los barcos
atracados en los muelles.
Aquella
bandera blanca con el rojo grandote en el medio es de Japón. La típica ignorancia
de una criatura de seis años solo permitía responder: ¿Y eso es muy lejos pá? Lejísimo.
¿De aquí a la casa como cuántas veces? Sopotocientas, y sigue leyendo tus
comiquitas. Al rato continuaba: Aquella verde, blanca y roja con el gavilán en
el centro es de México, y la otra que es igual pero sola sin nada es la de
Italia. Aquella que tiene el verde corto y el rojo más grande con el escudo en
el medio esa es la de Portugal, aquella con las estrellas y las líneas rojas y
blancas es la de Estados Unidos.
Junto
a la descripción de la bandera me contaba cómo eran esos países, y qué comían,
dónde hacía frío, dónde calor, dónde eran negritos como la señora Isabel
Romero, y dónde catires como mi mamá, y dónde eran con los ojos atravesados
como los del señor de la lavandería. Eso al compás de sus lecturas y
comentarios de toda laya que iba soltando, algunos de los que recuerdo son: ¡Qué
de bolas las de Jóvito pensar que Rómulo se iba a aguantar esa vaina de que Arcaya
hiciera lo que le diera la gana! Aquí
estos patiquines que se creen Churchill debieran aprender a ser menos engreídos
y dejar de querer ser el chivo que más mea. Si Bolívar resucita se vuelve a
morir de la calentera que agarraría con todos estos carajos y los desastres que
hacen en su nombre. No sé quién le dijo a Larrazábal que él no era flor de un día,
el Plan de Emergencia ya pasó.
Una
de esas mañanas de domingo me soltó una frase que siempre he recordado y
tratado de tener presente. Acabábamos de terminar la revisión de las noticias,
y agarrando el mazo de papeles me dijo: Hay tanto que decir de todo y tan pocas
las maneras nuevas para decirlas… Y subimos hacia la casa.
Ahora,
más de medio siglo más tarde viendo lo que ahora vivimos, otra remembranza que
me asalta es la de los carnavales que se celebraban en cuanta plazoleta o
espacio hubiera donde se pudiera montar un templete. Uno de los que más
recuerdo es el que solían instalar en la plaza del Puente Jesús. En particular
recuerdo ahora el de fines de febrero de 1963. En aquellos días los reyes
indiscutibles de la cumbiamba eran La Sonora Matancera, recuerdo a mi primo
Humberto Jackson, unos cuantos años mayor que yo, dando saltos atrás de una
negrita que lo sonsacaba y le echaba papelillo por entre la camisa.
Pero
lo que más recuerdo de esos carnavales era una canción interpretada por la
inefable Celia Cruz cantando Burundanga,
y en particular cuando ella establecía un diálogo con el coro y preguntaba:
Por qué fue que Songo le dio a Borondongo
porque Borondongo le dio a Bernabé
y por qué Borondongo le dio a Bernabé
porque Bernabé le pego a Muchilanga
y por qué Bernabé le pego a Muchilanga
porqué Muchilanga le echó a Burundanga
y por qué Muchilanga le echó a Burundanga
porque a Burundanga le jinchan los pies…
Cualquier parecido con lo que estamos viviendo ahora, digamos como en
aquellas viejas películas mexicanas, es pura coincidencia. No puedo tampoco
olvidar la parte final de ese coro y esperar que sea el corolario de estos
momentos:
Mabambelé practica el amor
defiende a tus hermanos
porque entre hermanos se vive mejor.
© Alfredo Cedeño
Excelentes tus memorias. Gracias por contarlas tan bien. Eres uno de los poquísimos venezolanos que empiezan hablando de su papá y con tanto cariño. Y vaya que he recogido historias de vida.Todos hablan de su mamá todo el tiempo. Eres un estupendo bicho raro. Un abrazo.
ResponderBorrarAlejandro Moreno