Se asegura que
Anacarsis vivió en el siglo VI antes de Cristo, en realidad es escaso lo que se
sabe de él a ciencia cierta. Sabemos que era un príncipe escita que conquistó
una vasta zona del llamado Ponto Euxino, nombre que usaron los griegos jonios para
rebautizar al mar Negro. Como pueden ver eso de cambiarle los nombres a plazas,
calles y hasta mares no es cosa nueva en el quehacer humano. Pero, por favor,
sigamos en lo que traigo hoy como tema principal. Este señor de quien comencé hablándoles,
fue un filósofo que, a falta de otros territorios que adjudicarse a punta de
arco, flechas y caballos, se dedicó a recorrer Grecia a conciencia, y llegó a establecer
relación de pares con el viejito Solón, el poeta, legislador y guerrero
ateniense.
Ese hijo de
Atenas aparece en todas las listas que los taxonomistas han elaborado sobre los
llamados siete sabios de Grecia. El ya nombrado magnate escita, también ha sido
incluido por algunos clasificadores en algunas versiones del célebre septeto. Este
pensador y general de sus fuerzas –eran tiempos cuando los guerreros no solo
eran arrojados sino que también pensaban, eso es de un tiempo para acá que los
llamados hombres de armas cuantos más brutos más ascienden en el escalafón–, también
tenía facilidades para inventar cosas; a él se le atribuye la creación del
fuelle, así como la rueda de alfarero, entre otras pendejaditas a las cuales se
le ocurrió aplicar su talento para resolver algunos problemas de la vida diaria
de aquellos tiempos.
Regresemos a lo que me interesa: Anacarsis y Solón
se conocieron, e intercambiaron numerosas opiniones, sobre todo en lo que a las
leyes se refiere, y de ello da referencias el también griego Plutarco quien
asegura que el ateniense le afirmó al escita que los hombres cumplen los
contratos cuando ninguno de los que los firman tiene interés en quebrantarlos.
Él estaba absolutamente convencido de que al unir los intereses de la
ciudadanía con las leyes que él, Solón, había creado nadie iba a querer quebrantarlas
y que tendrían más interés para ellos observarlas que desobedecerlas. Ante el
desborde de facundia de su interlocutor Anacarsis se limitó a tildarlo de
ingenuo y le dijo: Las leyes son como las telarañas: los insectos pequeños
quedan atrapados en ellas, los grandes las rompen. O sea… sólo resisten para
agarrar a los pendejos.
Las normas han sido siempre una búsqueda inherente
al hombre, a manera de poner control sobre la fuerza bruta. Me imagino que fue
producto del acuerdo entre la masa de gente común y corriente, quienes deben
haber estado más que hartos de los desmanes de los que más fuerza tenían. Los historiadores nos han revelado que 4.000
años ha, 2.000 antes de Cristo, el rey caldeo Hammurabi concibió su célebre Código, el cual es el más antiguo del
que se tengan noticias. En París, en el
museo del Louvre está la llamada Estela
de Hammurabi que descubriera a comienzos del siglo XX el ingeniero francés Jean-Jacques
de Morgan. Allí aparecen 250 artículos, que, basados en viejas leyes sumerias,
reglamenta juicios, obligaciones de los burócratas de aquellos tiempos, préstamos
a interés, constitución de la familia, negocios y algunos delitos. El mentado Código de Hammurabi consagraba la vieja Ley del Talión (ojo por ojo, diente por
diente).
Siglos más tarde,
en el XIII antes de Cristo, en lo que ahora conocemos como India apareció el
llamado Código de Manú, o Manava-Dharma-Sastra, que regía lo ético,
religioso, moral y jurídico. Esta compilación se considera la base de la
literatura jurídica sánscrita. No puedo dejar de mencionar que deben haber
estado ya elaborándose las normas que de forma oral se transmitían los miembros
del llamado pueblo de Israel, más conocidos como hebreos o judíos, y cuyo
cuerpo de leyes terminó cristalizando a comienzos de nuestra era en la Torá y el Talmud, piedras angulares de dicha cultura.
Son infinitos los ejemplos de textos reguladores que
diferentes culturas y modelos societarios han creado a lo largo de la historia
humana, ha sido, sin discusión alguna, la mejor manera para evitar que termináramos
despedazándonos los unos a los otros. Todo ello condujo a lo que hemos
terminado por denominar Justicia, la cual es definida por el Diccionario de la
Real Academia Española como: “Cualidad o
virtud de proceder o juzgar respetando la verdad y de poner en práctica el
derecho que asiste a toda persona a que se respeten sus derechos, que le sea
reconocido lo que le corresponde o las consecuencias de su comportamiento”. También le otorga la acepción de: “Aplicación
de un castigo o una pena tras un juicio”, y cierra las definiciones que de
dicha palabra se hacen diciendo que equivale a “Derecho, razón, equidad”.
En los actuales
momentos el venezolano vive lo que defino como “síndrome de stress pretraumático
continuo” gracias a la inacabable ristra
de injusticias que ha sido obligado a padecer por una gavilla de trúhanes que
lograron poner sus pezuñas sobre el poder.
Es infinita la cantidad de delitos que han cometido a conciencia esta
pandilla de malvivientes, los han llevado a cabo y se han pavoneado con gestos
de impunidad ante la inmunidad que se
han concedido unos a otros. Ha sido una despreocupada y chapucera puesta en
escena de atropellos con antifaz de legal para justificar toda clase de
felonías y atropellos. Aquel viejo y universal refrán “La Justicia tarda pero
llega”, parece que nunca lo escucharon, y mucho menos entendieron, lo cual
revela el calibre de la ignorancia de estos infelices.
Todo esto hace inaudito
escuchar en estos días, cuando un desenlace luce inminente, voces que insisten,
de manera obcecada y digna de mejores obras, en clamar a voz en cuello por un
dialogo y perdón que permita una reconstrucción nacional. Ese coro de
alcahuetes, conscientes o ingenuos sorprendidos en su buena fe, exigen con
voces altisonantes una reconciliación con aquellos que nos han arrojado de
casa, trabajo, oficio y hasta del país. ¿Alguien puede decirnos a la nación entera
a santo de qué esta horda de malandrines malintencionados deben ser exonerados
de rendir cuentas ante la justicia? No se trata de venganza, como algunas voces
celestinas denuncian de manera sesgada, lo que se exige es justicia.
Venezuela espera la restitución no solo de las libertades ciudadanas, sino
también de los bienes que estas aves de rapiña ocultan en sus madrigueras.
No debe haber clemencia para que en aras del
dialogo se condonen todas las deudas que estos degenerados han adquirido con el
país y sus generaciones futuras. ¿Qué lección quedará para la colectividad si a
la final se hace con todos estos pillos lo que hace el gato con sus
excrecencias y las metemos bajo la alfombra? ¿Hasta cuándo exacerbamos
paradigmas poco honorables para nuestra raíz de nación? ¿Repetiremos la gravísima e imperdonable
condonación que Caldera otorgó al difunto luego de haber atentado contra la
institucionalidad democrática? ¿A ese es el dialogo de celestina al que están convocando? ¿Todavía no han llegado los tiempos en que la
responsabilidad por los actos cometidos sean asumidos por quienes los cometen? ¿No
está bueno ya de lanzar flechas inocuas, mientras las ventanas cerradas
terminan devenidas en convenientes vías de escape para quienes acabaron hasta con
nuestra dignidad?
© Alfredo Cedeño
Certero, implacable, verídico y justamente furioso es. Esperamos se haga justicia. Un abrazo.
ResponderBorrarAlejandro Moreno
Hola Alfredo.muy de acuerdo contigo, primero muy bueno tu aticulo lleno d ehistoria para llevarme hasta la realidad que es nuestro país, Yo no estoy de acuerdo con los que dicen que no habrá retaliación y a cuenta de que te voy a dejar pasar todo el daño que nos han ocasionado , y si no se sienta un precedente ,luego vendrá otro y lo hacen peor.. No soy Dios , pero hasta Dios que es todo amor imparte justicia, porque de aqui nadie se va ileso.
ResponderBorrarLa descripción del Padre Moreno es perfecta ,no hay que agregar mas nada .
Gracias por compartirlo