Comenzando la década de los años 80 el poeta y
periodista argentino Osvaldo Ferrari llevó a cabo una serie de conversaciones
en la radio con su paisano Jorge Luis Borges. En una de esas pláticas el
maestro le dijo: “El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa que
la verdad salga de boca de uno o de boca de otro. Yo he tratado de pensar, al
conversar, que es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo
importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de
qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos”.
Recuerdo estas palabras al oír en estos días el
sonsonete en que se ha convertido hoy dicha palabra. Uno oye diálogo por aquí,
diálogo por allá, diálogo acullá, diálogo por acá, y en esa cantaleta se nos va
la vida mientras la asnatura roja aprieta cada día más y más el cepo. Es mucho
lo que se ha dicho y escrito desde los de Sócrates y su discípulo Platón a
fines del siglo IV antes de Cristo. El honorable mataburros de la Real Academia
Española explica que dicha palabra proviene del vocablo latín dialŏgus, quien a
su vez lo hace de griego διάλογος; y en su primera acepción lo describe así:
“Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o
afectos”. También dice en su tercer apartado que es: “Discusión o trato en
busca de avenencia”.
En esta mala hora que sobrellevamos, han querido
convertir esta bendita palabreja en un dogma que ni la eternidad de Dios que
consagran con aquello de que “Dios no tiene principio ni fin”; ni qué hablar de
la Santísima Trinidad que, tal como establece San Juan en su primera carta, la
integran “el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno”; es que
ni se le acerca a aquello de que “Cristo subió en cuerpo y alma a los cielos y
está sentado a la diestra de Dios Padre”. Los anatemas y excomuniones a quienes
pedimos información sobre el asunto -o tal como dijo en su momento el ahora
prócer Luis Miquilena ¿con qué se come eso?- no se hacen esperar. La letanía
comienza con la más benévola de las mofas: ¡Antipolítico!, que te lo dicen así
como si te dijeran ¡Pupú de perro! De ahí en adelante la quincalla retórica los
convierte en una suerte de Paquita La Del Barrio y entonan:
Rata inmunda, animal rastrero
Escoria de la vida, adefesio
malhecho.
A partir de ahí son como Buzz Ligthyear, llegan al infinito y más
allá. Y uno se queda así como
apendejeado –más de lo que ya es–, y piensa, pero si lo único que estoy
preguntando es quiénes, y a santo de qué, son los que van a dialogar.
Uno oye que van a
hacerlo y se imagina al ilustre Diosdado, con esa apariencia batracia que ahora
exhibe, sentado al lado del no menos insigne Timoteo Zambrano, cuya facha dista
muchísimo de aquella que exhibía cuando era estudiante del Jesús Obrero en Los
Flores de Catia, y la verdad que da como escalofríos. Debo confesar que lo hago
y de manera instintiva me sobrecojo y llevo de forma casi convulsa la mano a mi
bolsillo para cerciorarme de que mi cartera sigue ahí, flaca, arruinada y
desperrugida, pero mía y en mi pantalón. Porque no me van a negar que, por más
que pretendan ungirlos ahora en Donald y Tribilín, ambos personajes son
pesadillescos.
Se escucha decir sobre la necesidad del diálogo y otra
imagen que me tortura es ese ahora protohombre de la civilización democrática, Henry
Ramos Allup, quien en estos días hasta aparece a medianoche en las Mercedes
comiendo perros calientes y al que en cualquier momento veremos, como le
gustaba hacer en la sala de café del hemiciclo, abrirse la camisa para que
todos vean la cicatriz de su operación de corazón; y lo pienso arrellanado
junto a ese otro digno representante de nuestra casta política el inefable
Nicolás Maduro. Cuando eso pasa no puedo dejar de correr a chequear por internet
que mi anémica cuenta sigue teniendo los dos centavos y medios con que la suelo
mantener.
Cualquiera podría decir que son meras ganas de
echar vainas por parte de uno, pero al leer que en Carabobo, durante una sesión
ampliada del egregio Comité Ejecutivo Seccional de Acción Democrática, su
directiva anunció que promueven la candidatura de Henry Ramos Allup a la
presidencia de la República y la de Rubén Limas a la Gobernación de Carabobo, ¿qué
se puede pensar? Y es cuando empiezas a
preguntarte: ¿en todo esto del fulano diálogo, quién habla con quién? Y al
final del camino encuentras que tanto cuestionar la opacidad del régimen para
estar en las mismas, aquí cada quien habla con quien le sale de sus reaños y
nos exigen obediencia y docilidad absoluta y, reitero, ay de aquel que ose
asomar la mínima pizca de crítica: de inmediato tiene su Gólgota asegurado.
Ya dando cierre a esta nota reviso, una vez más, el
diccionario de la Real Academia Española y al final de la definición de la
palabra en cuestión encuentro la mención: diálogo
de besugos, la cual explican así: “Conversación sin coherencia lógica”. La
memoria en una de esas maromas que suelen hacer me conecta con un muy joven Robert
de Niro interpretando a Travis Bickle, en la inolvidable película Taxi Driver; allí hay una escena gloriosa,
en la que el actor aparece conversando consigo mismo ante un espejo. En un
momento de su soliloquio se esconde en la manga derecha de su chaqueta militar
una pistola, se contempla en el espejo, y con gesto fanfarrón dice por tres
veces el ya icónico: “You talkin´ to me? (me hablas a mí?)”; antes de girar la
cabeza mirando alrededor sabiendo perfectamente que está solo, y que todo es un
falso diálogo.
Hay autores a los que uno siempre termina
retornando porque ellos supieron interpretar a cabalidad al ser humano,
Shakespeare es uno de ellos. Ahora mismo recuerdo de su obra Julio César, cuando pone en boca de
Cicerón, mientras dialoga con Casca, este parlamento: “Pero los hombres pueden interpretar las cosas a su
manera, contrariamente al de las cosas mismas”. ¿En aras de qué
ahora debemos soportar estoicamente que un grupete, el de siempre, nos
interprete a su manera, contrario al sentimiento y necesidades del país mismo?
© Alfredo Cedeño
Saludo tu esfuerzo por hacer ver lo absurdo del diálogo que se propone. Ahora bien, si no nos podemos fiar de nadie ¿qué hacemos? un abrazo.
ResponderBorrarAlejandro Moreno