De niño, mi
madre, la difunta Mercedes, que no podía dejar de hacer cosas a toda hora y
momento, hacía por ratos lo que ella llamaba colchas de retazos: trocitos de
telas que iba guardando y que luego con mano diestra cosía uno con otro hasta
hacer una gran manta. Años después visitando una comunidad amish en Filadelfia
me asombré al ver que ella lo que producía era una de las llamadas patchwork quilts, pero más me pasmé al
verles el precio en una vitrina de New York. Perdonen la altisonancia: me caí
de culo.
¿A que viene
todo esto? A que Venezuela es una de esas colchas donde cada trozo está donde
le toca, es el caso de la hacienda Monte Sacro donde estuve el pasado martes y
es sobre lo que les quiero contar hoy. Apenas a 145 kilómetros al
oeste de Caracas, y a menos de 20 kilómetros de
Valencia, en la misma orientación, en las afueras de Chirgua, estado Carabobo,
está dicha estancia.
Una carretera
en pésimo estado recorre terrenos donde, según unas actas del Cabildo de Caracas de 1682, había allí una
capilla a cargo del presbítero Lorenzo Blanco y Herrera, hijo de doña Isabel y
Mateo Blanco. Menos de un siglo después se habla de un censo realizado en la
cercana población carabobeña de Montalbán, en el año 1745, donde Chirgua es mencionada
con una hacienda de caña de azúcar y un trapiche propiedad de Isabel Clara de
Herrera, quien era segunda abuela de Simón Bolívar.
Y
aquí ya nos vamos adentrando en la raigambre de Monte Sacro. Se sabe que en 1827
Feliciano Palacio y Blanco y su hijo Feliciano Palacios y Tovar le venden a
Simón Bolívar la mitad de un trapiche en su hacienda de Chirgua. Luego Bolívar
dona esas tierras a los hijos de su hermano ya difunto Juan Vicente Bolívar:
Juan Evangelista, Fernando y Felicia. Al morir El Libertador la hacienda pasó a
manos de ellos.
Comenzando el
siglo XX, en 1901, se reparte la herencia de Fernando Bolívar, por lo que uno de
sus hijos, Benjamín Bolívar Gauthier, hereda la hacienda Monte Sacro. Vale la
pena mencionar que por primera vez aparece dicho nombre, seguramente está asociado
al juramento que supuestamente hiciera Simón Bolívar en el monte homónimo en
las afueras de Roma, el 15 de agosto de
1805, de liberar a Venezuela de España. En
1916 Bolívar Gauthier le arrienda a José Gabaldón esos espacios y firman una
opción de compraventa; al año siguiente Gabaldón le compra dichos terrenos a
Bolívar, y veinte años más tarde, en 1936, María Isabel, Carmen Beatriz,
Clemencia Gabaldón y Carmen Guzmán de Gabaldón heredan Monte Sacro.
La “gabaldonera”
vendió al poco tiempo la propiedad a José Amílcar Fonseca. Este último venderá
en 1940 a
Carmen Guzmán de Gabaldón quien, en 1948, se la vende a Productora La Agropecuaria C.A.
Será esta empresa la que en 1953 venderá esta finca al magnate petrolero Nelson
Aldrich Rockefeller.
Aseguran los
que conocieron al norteamericano en dicho entorno que deliraba por estas
tierras y hay incluso una foto de Edmundo “Gordo” Pérez de él y su esposa de
luna de miel en estos parajes. Cuando se indaga sobre su vida en Google se
puede leer: “La hacienda Monte Sacro
(Venezuela), que frecuentaba con regularidad con su familia, se consideraba
como su segunda residencia fuera de los Estados Unidos.”
Las
inversiones que hizo este hombre en dichas tierras fueron incalculables, desde
comprar tierras vecinas para alcanzar más de siete mil hectáreas, hasta
construir una pista de aterrizaje donde aterrizaba con su jet particular. Pero dinero habemus más no inmortalidad
tenemos y en 1979, con 70 años a cuestas, la versión humana de Rico Mc Pato
estiró la pata.
Al poco tiempo
los herederos de Mr. Rockefeller ponen en venta la preciada pertenencia y
comienza una puja en la que cinco distinguidas familias criollas comienzan a
tratar de adquirirla. A esta altura del cuento surge un hombre que, de bajo
perfil y con atinado ojo empresarial y emocional, se presenta en New York con
su familia en pleno ante los delfines a pedir se la vendan a él. Hablo de Jorge
Ruiz del Vizo. La balanza se inclinó a su favor, por supuesto, y a fines de
1981 entra en posesión de la hacienda Monte Sacro.
A partir de
ese momento, Ruiz del Vizo se dedica a imprimirle su sello a esas instalaciones; vende algunas secciones
de ellas, como la que tiene la pista de aterrizaje, que todavía funciona y se
mantiene en perfectas condiciones, hasta quedarse con 3.500 hectáreas.
Allí realiza distintas faenas que fueron desde la explotación de cítricos,
ganadería, siembra de papas, producción de maíz, desarrolla un haras que ganó
innumerables premios hípicos, las instalaciones fueron utilizadas como locación de numerosas
telenovelas y películas.
Al
cumplirse el natural ciclo vital, don Jorge murió y sus cuatro hijos,
resolvieron los tramites de herencia y dividieron en cinco secciones, en las
que se incluía la de la viuda, y todo siguió viento en popa. Pero… y bien
sabemos que en nuestra bendita tierra
nunca faltan esas conjunciones adversativas, en abril del año 2009, en una de
las tantas muestras del disparatario rojo, para dar inicio a la Misión Zamora, el
Instituto Nacional de Tierras tomaron posesión de ella…Debo
explicar que por una y mil razones que no viene
al caso ahora explicar, una de las hijas de Ruiz del Vizo, Vivian, se
instaló allí junto a su madre y es quien sigue en esas tierras haciendo lo
imposible para que el otrora modelo de producción agrícola, equino y pecuario
no pierda su lustre.
Ella, graduada
en diseño de interiores en Fort Lauderdale, de figura menuda, y creo que 1,65
de estatura, voz serena y gestos firmes asegura: “Si uno se va de la tierra,
pierde. Yo soy la guardiana de la tierra. Yo no tengo miedo. Estoy aprovechando
el día a día.”
Una
de las primeras medidas rojas fue prohibir
todo tipo de actividad de explotación en estos terrenos, e incluso un
grupo de modestos productores que les habían comprado un pequeño lote de
hectáreas fueron afectados. El entonces presidente del INTI, quien gustaba
aparecer en televisión de pistola al cinto, al mejor estilo de Juan
Charrasqueado, Juan Carlos Loyo, en Chirgua dijo “estos paperos deben adecuarse
al nuevo modelo de producción social que son `las comunas` y debido a que en
Chirgua hay una comuna en plena formación estos agricultores deben manejarse
siguiendo los lineamientos de ese tipo de trabajo comunitario”. Nada que
comentar.
Lo
cierto es que ahí no se está produciendo nada y Vivian se ha dedicado a
alquilar las históricas edificaciones, porque “no me iba a pasar todo el día
viendo televisión, y es lo que me permite sobrevivir y mantener esto.” Habla de
miles y miles de metros de jardines bien cuidados, de instalaciones impecables
y un ambiente absolutamente bucólico. Si
quiere contactarla escriba a:
vivianruizdelvizo@gmail.com.
Quisiera poder
escribir muchísimas cosas. Creo que lo mejor que puedo hacer es darle las
gracias a Vivian por, a pesar de todo, seguir metiendo el hombro y hacer un
esfuerzo titánico por conservar este trocito de la historia de esta gran manta
de retazos que somos Venezuela y su gente.
© Alfredo Cedeño