Todo aquel que juega con la dignidad
del ser humano es execrable, por decir lo menos de semejantes basuras. Nada más
preciado que la libertad, el libre albedrío, la posibilidad de escoger lo que
se quiere sin daño o perjuicio a los que nos rodean. Sin embargo, cada vez son
más reducidos las ocasiones en que realmente se puede ejercer la libertad; son
infinitas las riendas que nos han ido imponiendo de manera paulatina e
imperceptible. Largos años llevan varios investigadores demostrando como, por
ejemplo, desde la industria publicitaria se juega a manipular e inducir
nuestras decisiones bajo el manto de mensajes engañosos. Esa industria
contemporánea en que se han convertido las organizaciones políticas es otra
manifestación de ello. La peor de las sinergias que se haya podido producir fue
la de esas dos disciplinas. De eso poco
se habla a profundidad y, por supuesto, nunca se toman decisiones para subsanar
dicha situación.
En días recientes todos los espacios
comunicacionales se han llenado con la denuncia del tráfico humano que ha
surgido alrededor del éxodo masivo de los venezolanos. Esa hemorragia, por lo
visto indetenible, ha venido mutando de año en año, casi que de semana a
semana. Han surgido toda clase de vivianes para aprovecharse de esa dramática situación. Hay los que han sacado beneficios monetarios
de ello y otros que han tratado de obtener réditos políticos dándose ostentosos
golpes de pecho al denunciar los horrores que ello implica.
El tráfico humano de nuestros días no
es una industria ajena al mundo revolucionario. Uno de los países más
consumados en practicar de forma eficaz esa práctica es Cuba. Ahora se trata de
teñir de gloria la llamada Operación Carlota cuando en octubre de 1975 se
transportó a un grupo de instructores cubanos, que se dedicarían a formar batallones
de combate de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola. Se estima
que alrededor de unos 450.000 antillanos, entre médicos, maestros, ingenieros y
soldados, fueron enviados a ese país africano en los 16 años que duró el
operativo mencionado.
Otra de tales operaciones de tráfico
humano llevado a cabo por la revolución fue el traslado de miles de
trabajadores de la salud a Venezuela, en el marco de la Misión Barrio Adentro.
Médicos, enfermeras, técnicos y terapeutas fueron enviados a nuestro país en
condiciones esclavizantes de las cuales nunca se dijo nada. Sobraron los
funcionarios planetarios que acudieron a cohonestar dicho plan, tal como hizo
en su momento el médico coreano Lee Jong-wook, quien siendo Director General de
la Organización Mundial de la Salud visitó uno de esos núcleos en un barrio de
San Félix, estado Bolívar. Ningún “progresista” dijo siquiera esta boca es mía.
Son los mismos que ahora claman al cielo ante el desplazamiento forzoso de los
migrantes nacionales en Estados Unidos, donde algunos gobernadores republicanos
han agarrado a lotes de ellos y los han trasladado a territorio demócrata, para
sacudirse de encima el problema que significa el manejo de tal marea de gente
que sigue llegando a través de la frontera con México.
La diferencia en esta ocasión,
proclaman las almas sensibles del 2022, es que se está atropellando los
derechos humanos de los emigrantes. Ni
de vaina dicen nada sobre la causa de semejante flujo de gente, que no puede
siquiera sobrevivir en su país, y se lanza a tratar de lograr una vida siquiera
libre. La hipocresía y alcahuetería da para eso y mucho más, en nombre de la
ideología todo se vale, está permitido todo aquello que tengan a bien los
redentores rojitos porque el hombre nuevo no hay lo que no justifique. De ese
tráfico de sueños nadie se quiere percatar, o no les interesa hacerlo…
© Alfredo Cedeño