Venezuela zozobró
en medio de los beneficios de cada cual. Escasos fueron los que subordinaron
sus intereses particulares a los generales del país y sus habitantes, fue una
vaca que se ordeñó de manera despiadada y a mansalva. Recuerdo en noviembre del
año 2007 escuchar a un ex gobernador adeco del estado Trujillo, whisky en mano
por supuesto, mientras él hablaba con un ex altísimo ejecutivo del Banco
Venezolano de Crédito y copropietario de uno de las más grandes concesionarios
de automóviles de la región andina, proclamar al alimón que no querían que
Chávez dejara el gobierno. Y al unísono clamaban: "¡Es que nunca nos había
ido tan bien como con él!"
El muestrario es
muy grande, y de vieja data. Añado otro ejemplo de la época "prerrevolucionaria":
un comprometido y aguerrido economista, cineasta, editor y poeta alquiló a la
parroquia San Pedro de Caracas su cine; luego subarrendó por diez veces el
monto inicial dicho local al Consejo Nacional de Cultura (CONAC). Al igual que
él muchísimos otros se dedicaban a viajar exactamente por donde se les antojaba
a costillas de los presupuestos universitarios o de las variopintas estructuras
culturales que en ministerios, embajadas e institutos autónomos abundaban. No había "Congreso Cultural", "Jornada
de Análisis" o "Encuentro de los siempre Oprimidos" donde no
acudiera una nutrida representación local. Nunca escasearon los recursos para mantener
a una hambrienta –y no menos sedienta– intelectualidad progresista criolla, y a
más de un importado…
Nuestro país
sucumbió cual organismo enfermo ante un complejo irresoluto. Lo acabó nuestra
propia clase media, ese segmento amnésico, y debe decirse que hijo amadísimo de
la democracia. Intelectuales y medianos
propietarios y gerentes y toda la pequeña burguesía pusieron todo su celo y
empeño para acabarla. ¡Y qué viva Edipo carajo! Al amparo de esa sombra de
intereses y resentimientos se les abrieron las puertas de par en par a Chávez y
Maduro y toda la puta generación que los ha acompañado en esta inacabable canícula
que concluyó en este descampado que se
nos ha convertido Venezuela.
Otro año está a
la vuelta de la semana. Los buenos deseos campean briosos. Los augurios se
visten de esperanzas y la madre de Gofiote Bigotón danza efusivamente de una
punta a la otra del mundo entero. Y la soledad impera, y la unidad es una
fantasía que espejea entre mitos abrillantados. Todos, a fin de cuentas,
jugamos a desentendernos y no terminamos de asumir que somos una sociedad
enferma que necesita sanar. Dios nos ampare…
© Alfredo Cedeño