De nuevo llega
un Papa a Cuba. Esta vez le toca al jesuita argentino Francisco, es el tercero
que llega a dicha tierra antillana en menos
de 20 años; antes lo hizo el polaco Juan Pablo II, en 1998, más tarde lo hizo el
germano Benedicto XVI, hace apenas tres años, y los hermanitos Castro siguen con
el control de la sinfonola, la hacen tocar el son que a ellos más les gusta y
conviene. Ambos fueron formados por los compañeros de orden del Santo Padre,
así que será una reunión en la que veremos si algo de las enseñanzas recibidas
aún permanecen. Por lo menos han
demostrado que aprendieron y han querido poner en ejecución una de las frases
del cojo y santo Loyola: No sólo hay que resistir al enemigo, sino también
vencerlo.
Debe decirse
que tal vez escogieron un enemigo desproporcionado a sus capacidades reales, y
ahora, al cabo de más de medio siglo, andan dando las vueltas de rigor para
terminar en brazos del enemigo al que buscaron vencer por tanto tiempo. Por
supuesto, hablo del vituperado imperialismo norteamericano. Hemos visto largos
años de fintas de todo tipo, y cada vez aparecen más voces que desnudan el
juego amoral e interesado del bachiller Fidel para echar por tierra todos los
esfuerzos por restablecer las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Quien tenga
dudas al respecto les recomiendo que lean la entrevista que hice en su momento
a Juan Antonio Blanco, la cual publiqué este año en este mismo espacio en tres
entregas de los días 20 y 27 de junio, y el 4 de julio.
No creo necesario
abundar sobre los esfuerzos hechos, fundamentalmente en los años 60, por
expandir la experiencia barbuda urbi et orbi, del santuario en que fue
convertida la ya citada isla. Medios de comunicación, intelectuales, políticos,
artistas, curas, boticarios, juglares y saltimbanquis se dedicaron a ensalzar
las virtudes del heroico barbudo que amaba los Rolex, pero en lo cual nadie
quiso fijar sus ojos. Tampoco quisieron ver cómo hundió a la ínsula en la
miseria, y todos a una se sumaron al coro de condena al bloqueo. Por supuesto,
menos les dio la gana de ver los vehículos último modelo en que el
funcionariado cubano recorría las calles de La Habana. Era mucho más chic hablar
maravillas de los “deliciosos” sabores de la heladería Copelia. Helados, por
cierto, de sabor infame y que en cualquier otra heladería los hacen mucho mejor;
y sin hacer referencia a las colas vejatorias que los habaneros deben hacer
para recibir un copo del mezclote congelado, mientras que los turistas pasan
raudos al mostrador donde recibirán su tinita. ¡Ah! Previo pago en dólares…
Hechos menos,
desgracias más, esto es lo que han tratado de replicar en Venezuela la cofradía
de ineptos chavistas-maduristas. Ahora bien, ¿cómo entender que en ambos
escenarios se hayan enroscado de la manera que lo han hecho unos iluminados que
sólo van de fracaso en fracaso, pero atornillándose en el poder y ejerciéndolo de
manera despiadada? ¿Acaso no estamos ante un reflejo de lo que en realidad
somos todos y por eso, pese a la repulsa deontológica que se pueda generar ante
su accionar, en el fondo nos complace en cuanto nos sentimos identificados con
ello? ¿Cuántas actitudes de este lado de la baranda no son réplica de lo que
ocurre del otro lado? Pero de eso no se debe hablar. Ante eso el silencio cómplice,
la alcahuetería solidaria, la cabroneria militante, se desperezan y se
manifiestan con inusitado vigor. Cuando
algunas voces solitarias señalamos los desvaríos de una dirigencia errática
somos conminados a que cerremos el pico, o a que tomemos las armas, como me instó
un acucioso lector, quien a la vez me definió como “articulisto”.
También quiero
referirme a los mensajes de gente muy querida que me hablaba con manifiesta
preocupación sobre el ataque a los partidos, y la necesidad de su existencia. Al
respecto quiero decir de manera clara e inequívoca: Creo en los partidos, pese
a no ser militante de ninguno. Considero que son una estructura necesaria e
insustituible para canalizar las decisiones y anhelos de la ciudadanía, así
como la búsqueda del bienestar colectivo a través de la formulación de planes
de acción que conduzcan a ello.
En quienes no
creo, y me resulta imposible hacerlo, es en sus actuales dirigencias, los
cuales siempre apelan a la solidaridad automática, y al coco de la antipolítica,
mote con el cual, a manera de látigo, nos fustigan a quienes señalamos sus
trapacerías. Al final del día no han sido más que una banda de pillastres de
poca monta que se han dedicado a hacerle el trabajo sucio a los grandes grupos económicos,
quienes luego los han contentado con bolsitas de maní por los servicios
prestados.
Lo único que
pedimos ciertos voceros es siquiera un mínimo de decencia en el manejo de nuestras
voluntades, y que no se nos siga queriendo manipular a su real saber y entender
de castas iluminadas donde no cabe disidencia alguna. Lo señalé la semana
pasada con respecto a Leopoldo, y lo seguiré haciendo, como sé que seguirán otros
que convergemos en la necesidad de que este momento sea tiempo de rescate de mejores
oportunidades. ¿Acaso creen los carcamales
de siempre que Venezuela es la misma que presenció, por ejemplo, el espectáculo
denigrante de ver a un patético Luis Alfaro Ucero a los 77 años siendo despojado
de la candidatura presidencial por parte de su mismo partido? ¿De veras esperan
poder seguir manejando el país como un potrero en el cual meten y sacan las
reses que les da a la gana y cuando les da la puntada de rigor?
No seguiré abundando
sobre lo que ha sido el caso Leopoldo y el insólito abandono al que ha sido
sometido por sus compañeros de faena. Es ahora, cuando ven los réditos que
pueden producir apoyarlo, cuando aparecen afanados a manifestar un espejismo de
solidaridad. Que alguien me explique ¿por qué no ha sido esa dirigencia oxidada
y de dudoso aroma la que ha exigido en la calle su liberación?, ¿por qué es López
desde la cárcel quien tiene que convocar a acciones de calle para que ellas se
realicen?, ¿cómo es que después de que él, cuando de nuevo, sacude la calle y
pone al gobiernucho que padecemos a la defensiva, si saben salir a predicar una
unidad que cada vez es más aparente que otra cosa? ¿O es que ahora el bochorno de Lara y el caso
Marquina-Gómez Sigala es de obligatorio silencio? ¿Si el bachiller Marquina
hizo tan buena gestión y fue elegido por una circunscripción lo normal no era
que fuera reelecto por ella? ¿Qué “jugada” hubo atrás de ello para realizar un
movimiento de ese tipo? ¿Acaso esperaban que Eduardo Gómez Sigala aguantara
callado semejante bofetada? ¿Quizá su paisano Ramón Guillermo Aveledo no fue
capaz de alertar en el seno de la bendita MUD sobre la tolvanera que se levantaría
en tierras guaras con semejante postulación? ¿Por qué siguen las triquiñuelas
contra María Corina y pretenden sumergir en un espeso baño de silencio a
Antonio Ledezma? Son infinitas las preguntas a las que no se dan respuesta. Se
mantienen los arrestos de macho machote imponiendo voluntades y exabruptos a
granel y no se perciben, siquiera, intenciones de tratar de enmendar ciertos disparates inaceptables.
A Cuba siquiera
llega un aire de consuelo con la visita de Su Santidad Francisco, a Venezuela continúan
llegando vientos desolados, de poca generosidad y mucha miseria humana donde la
zancadilla y la bribonada marcan la pauta. Aquí en nuestro patio algunos
pillines arrogantes, consustanciados con sus roles de mariscales de opereta,
engolan la voz y citan a san Ignacio ante los requerimientos de modificación para
decir: En tiempo de desolación no hacer mudanza. Por lo visto no siguieron leyendo al vasco,
de hacerlo tal vez hubieran llegado a su poco recordada frase: No tener
moderación muchas veces es causa de que el bien se convierta en mal y la virtud
en vicio. Tal vez si lo hicieron, pero consideran
mejor gozar de memoria selectiva y recordar aquello que les conviene. Mientras tanto, y en abandono, el país sigue descuidado sobre el pavimento, con las alas quebradas y viendo cómo se deshoja su credulidad.
© Alfredo Cedeño