De
nosotros los venezolanos se han dicho, dicen, dirán, infinidad de cosas. Les
aseguro que muchas de sobra, y otras tantas de menos. Algunas acertadas, muchas
desencaminadas; a veces preñadas de buenas intenciones, en ocasiones pletóricas
de cizaña. Es decir, como en la viña del Señor, hay de todo.
El
viejo Alfredo Cedeño, mi padre, me acusaba de optimista insumergible, y no
dejaba de tener razón; él decía: “A este carajito le das un cogotazo y te dice
que no le hagas cariño tan fuerte…”.
¿Cómo podía percibir cualquier gesto de quien me había demostrado
siempre el infinito amor que me tenía?
Igual me ocurre con mi país y su gente, pese a todo.
Psicólogos,
sociólogos, antropólogos, politólogos, y cuantos “ólogos” tengan a bien ustedes
evocar, mencionar o concebir, han disertado de manera prolija y copiosa sobre
nosotros y nuestro devenir. Hay quienes aseguran que somos lo que merecemos
ser, otros se emparrandan y afirman al son de la canción de Willie Colón
“árbol, que nace doblao jamás su tronco endereza”, algunos pontifican que las
raíces de todos nuestros males parte desde el mismo momento en que Francisco de
Miranda en una suerte de maldición gitana pronunció su célebre frase: “¡Bochinche,
bochinche! ¡Esta gente no sabe hacer sino bochinche!”.
En
este punto quiero aclarar que no hay sino una rancia tradición oral con
respecto a la citada frase de don Francisco, la cual supuestamente pronunció la
madrugada del 31 de junio de 1812, cuando un grupo de oficiales fue a joderle
la paciencia en el lugar donde dormía en el puerto de la Guaira, para luego traicionarlo
y entregarlo a los representantes del gobierno español.
Haya
soltado o no Miranda dicha jaculatoria, lo cierto es que pareciera haberse
bordado a lo largo de nuestra vida republicana. Escribo esto último con
pinzas. Es tan fácil y cómodo dictar
cátedra con las nalgas bien apoltronadas… Por ello siempre celebraré haber
tenido la formación jesuítica que tuve de manos de gente como Severiano
Bidegain, Iñaki Huarte, Javier Duplá, el hermano Korta, y paremos de contar,
quienes me inocularon desde adolescente con el amar y hacer a este país. Debo mencionar también a gente que más
adelante la vida me puso en el camino: Daniel de Barandiarán, Antonio Estévez,
Pedro Duno, Rodolfo Rico, Leonardo Carvajal, Esteban Emilio Mosonyi, Chú Rosas
Marcano, Mikel de Viana, y volvamos a parar. Gente hermosa toda que con
generosidad me fueron formando y cultivando la conciencia de ser hijo de este
ahora aporreado pedazo del planeta.
Sería
bien hijo de la gran noche si no mencionara al lado de los ya citados a gente
como Alfredo “el tuerto” quien en los años 70 me enseñó en las playas de Chuspa
los secretos de la pesca artesanal, Chucho Márquez que en las montañas de
Trujillo me abrió las puertas de la invalorable riqueza de su literatura oral,
Hernán Camico quien me ilustró de la suave e inextinguible cultura indígena
Baniva del Amazonas… ¡Tanta gente que me ha forjado!
Se nos
enrostra a menudo, y pretenden al hacerlo convertirlo en baldón, que somos un
pueblo parejero. Explico a los lectores allende nuestros predios que se tilda
acá de parejero a los vanidosos, presumidos.
¿Parejero un país que ha soportado la casta de gobernantes que le ha
tocado sufrir por siglos? No me remontaré a nuestros meros inicios, voy a citar
dos casos del siglo XVIII. Uno es el de Juan Josef de Cañas y Merino, quien era
caballero de la Orden
de Santiago y capitán del Ejército español y a quien por haberle regalado al
rey 10.000 pesos, este lo nombró capitán general de Venezuela por Real Cédula
del 8 de Octubre de 1706.
El 6 de Julio
de 1711 se encargó Cañas de la
Capitanía general de Venezuela. ¡En mala hora! Son centenares
de folios los que hay llenos con las tropelías de este funcionario; pero
menciono algunas: los curas franciscanos en su convento de Caracas tenía veinte
(20) matas de plátanos y un (1) árbol de aguacate, cuyos frutos eventualmente vendían a la población y cuyo
comercio el ilustre gobernador consideró impropio y a la cabeza de una turba de
unos cuantos indios armados de machetes y personal de tropa marchó sobre el
convento. Las crónicas también reseñan la
debilidad de Cañas por las doncellas de corta edad y de preferencia huérfanas para
evitarse dificultades. Cañas estableció en Caracas el juego de carreras de
patos y gatos en la plaza de la
Misericordia donde se enterraban hasta el cuello a dichos
animales para luego alancearlos desde su cabalgadura a todo galope. Cañas y
Merino, nos describe el general Lino Duarte Level en su libro Cuadros de la historia militar y civil de
Venezuela: desde el descubrimiento y conquista de Guayana hasta la batalla de
Carabobo: “Apareció el gobernador a caballo, precedido de un clarín que
anunciaba su venida: vestía traje flamenco, con adarga de reluciente cuero con
guarniciones de plata y una lanza con banderola. Gustaba Cañas de este fausto
de la Edad Media,
y así paseaba las calles de la ciudad, llevando las insignias de su empleo.”
En ese mismo
siglo el obispo de Caracas Diego Antonio Diez Madroñero juzgó a Juan Vicente
Bolívar, padre de nuestro Simón Bolívar. Los pormenores de dicho juicio los
recogió el querido cura Alejandro Moreno en su libro Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal: Expediente a don Juan
Vicente de Bolívar. Allí se revelan varios casos de abusos sexuales
cometidos por el mencionado patriarca en los valles de Aragua. Los detalles son
verdaderamente escabrosos, y revelan de él “su poder, violento genio, y
libertad en el hablar”, las páginas del libro de Moreno.
Al siglo
siguiente Venezuela presenció y padeció, entre otros, los gobiernos de José Antonio Páez, José Tadeo Monagas y Antonio
Guzmán Blanco. Monagas fue el artífice del asalto al Congreso Nacional de
Venezuela el 24 de enero de 1848 donde murieron cuatro diputados, además de
otras cuatro personas. Guzmán Blanco fue
otro pájaro de cuentas quien hizo célebre su frase: “Venezuela es como un cuero
seco: la piso por un lado, se me levanta por el otro”; fue autor de tropelías
de todo orden mientras ejerció la primera magistratura.
En el siglo XX
las manifestaciones de este tipo se hicieron múltiples: Cipriano Castro, Juan
Vicente Gómez, Pérez Jiménez, un rosario de personajes arrogantes que
pretendieron hacer de este país su hacienda propia. Siempre salieron con las
tablas en la cabeza. Luego tuvimos un lapso de casi medio siglo de imperfecta
democracia donde se respetaron ciertos pactos, lo cual permitió que tirios y
troyanos convivieran y llevaran a cabo su vida política sin mayores
cortapisas. No en balde el mundo
cultural y académico se convirtió en una suerte de “guarimba” para los
militantes de extrema izquierda, y de cuanto resentido trasnochado pululaba en
el país.
Ahora llevamos
casi tres lustros viviendo un doloroso –y por lo visto inútil- “proceso” en el
que se ha hecho lo imposible por desarticular un modelo societario que se había
ido convirtiendo, pese a las imperfecciones mencionadas en el párrafo anterior,
en clara referencia para el mundo. La vocería destemplada, de la mano con la
propaganda, han vendido a propios y extraños la idea de una gesta en evolución
de la que solo van quedando restos de una otrora productiva economía, vallas
publicitarias anunciando obras que nunca se construyeron (ni construirán), y
miles de palabras arrastradas por el viento de su propio vacío.
Retomo lo de
líneas –unas cuantas– atrás: ¿parejero
un pueblo que ha sobrellevado todo lo que muy sucintamente les he enumerado?
Parejeros nos llaman por ser dueños de un gran orgullo que bien podríamos
definir como de “por interpósita persona”. ¿Cómo no reconciliarnos y
consolarnos diciendo que hemos tenido a los mejores deportistas del planeta
empezando por Carlos “Morocho” Hernández, Antonio Armas, El Gato Galárraga, Greivys
Vásquez y nuestra Vino Tinto entre otros? ¿Cómo hacemos para no presumir de ser
la tierra de Irene Saez, Pilín Leon, Susana Duijm y Maritza Sayalero? ¿Por qué
no pavonearse de Humberto Fernández-Morán, Jacinto Convit, Jesús Soto, Carlos
Cruz Diez, Miguel Ramón Utrera y Juan Félix Sánchez?
Somos
lo que somos gracias a nosotros y nuestra tenaz determinación de ser libres, sublimes
y felices; porque asumimos con alegría la responsabilidad de ser venezolanos.
© Alfredo Cedeño