Hay figuras
emblemáticas para quienes moramos en el mundo de las ideas y las palabras. Una
de ellas es el bilbaíno Miguel de Unamuno. Narrativa, poesía, teatro y ensayo
fueron abordados por él con limpia sencillez, sus personajes son descritos físicamente
de manera escasa, lo que importaba era dar a conocer sus debates internos. Él
se empeñaba en conseguir en sus piezas lo que definía como “una lengua seca,
precisa, rápida, sin tejido conjuntivo.” Más no ligera de sentidos.
Fue defensor a
ultranza de España y acerbo critico de las divisiones con las que por largos
años se han empeñado en disgregar a su país. En una intervención ante las Cortes
el 2 de julio de 1932, al hacer alusión a Cataluña, dijo: “Hablar de
nacionalidades oprimidas, perdonadme la fuerza, la dureza de la expresión, es
sencillamente una mentecatada; no ha habido nunca semejante opresión, y lo
demás es envenenar la Historia y falsearla”.
De sus gestos el
más memorable fue el del 12 de octubre de 1936. Ese día se celebraba en el paraninfo de la Universidad de Salamanca,
de la cual era rector el propio Unamuno, la entonces llamada Fiesta de la Raza,
en honor al descubrimiento de América; en dicho acto estaba previsto intervinieran
los profesores José María Ramos Loscertales y Francisco Maldonado de Guevara,
así como el escritor José María Pemán. En el estrado del recinto estaba el rector,
la señora Carmen Polo de Franco, el obispo Enrique Pla i Deniel, así como el
general José Millán Astray.
El acto se había ido
desarrollando con la normalidad del caso, y en honor a la verdad debo escribir que don Miguel no le hizo
precisamente ascos a las fuerzas franquistas, incluso había sido destituido
como rector de la universidad salmantina por el propio presidente de la
República Manuel Azaña debido a sus simpatías con los rebeldes; y fueron ellos
quienes lo reincorporaron a la rectoría de esa universidad al apenas controlar
esa zona. Lo cierto del caso es que el evento se llevaba a cabo sin mayores bemoles. Y así fue hasta
que, según refiere Salvador López Arnal, Millán Astray, quien cojeaba de una
pierna, le faltaba un brazo y un ojo, se dirigió a la audiencia: “Catalunya y
el País Vasco son cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, remedio de
España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío
bisturí”. Terminó sus palabras voceando junto a un auditorio exaltado: “¡Viva
la muerte!”
Unamuno, relatan las crónicas, quien no estaba
contemplado que hablase en el programa, se incorporó de su asiento y se dirigió
al auditórium: “Todos estáis pendientes de mis palabras y todos me conocéis y
me sabéis incapaz de callar. Callar significa a veces mentir, porque el
silencio puede interpretarse como aquiescencia. Yo no podría sobrevivir a un
divorcio entre mi consciencia y mi palabra. Seré breve y la verdad es más verdad
cuando se expone desnuda. Quisiera, pues, comentar el discurso, por llamarlo de
algún modo, del general Millán Astray… Dejemos aparte el insulto personal que
supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. Yo nací en
Bilbao, en medio de los bombarderos de la segunda guerra carlista. Luego me
casé con esta ciudad de Salamanca, tan querida, pero jamás he olvidado mi
ciudad natal. El obispo quiéralo o no, es catalán, nacido en Barcelona… Acabo de
oír el grito necrófilo y carente de sentido de ¡Viva la muerte! Me suena lo
mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que he pasado la vida creando paradojas, he de
deciros, como autoridad en la materia, que esa ridícula paradoja me repugna… El
general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en tono más bajo.
Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Desgraciadamente hay hoy
demasiados inválidos en España. Y pronto habrá muchos más. Me aterra pensar que
el general Millán Astray pueda dictar normas de psicología de masas. Un
inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era
simplemente un hombre, y no un superhombre, viril y completo a pesar de sus
mutilaciones, un inválido, como digo, que carezca de esa superioridad de
espíritu, suele sentirse aliviado viendo cómo se multiplica el número de
mutilados alrededor de él”.
Por supuesto que
el chafarote Millán Astray, quien estaba sentado en el extremo de la mesa
presidencial, la golpeó repetidamente con su única mano, se alzó, e interrumpió
a Unamuno con su muy célebre: “¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!”
Unamuno, sin amilanarse ante la canalla concluyó: “Estamos
en el templo de la inteligencia y yo soy aquí su sumo sacerdote. Vosotros
estáis profanando un sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el
proverbio, un profeta en mi propio país. Y ahora os digo: venceréis pero no
convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis
algo que os falta: razón y el derecho en la lucha. Me parece inútil deciros que
penséis en España. He dicho.”
Al día siguiente
el intelectual fue destituido y sometido a arresto domiciliario hasta su muerte
que ocurrió pocos meses más tarde.
Escribo esto mientras, por supuesto, lo que vivimos en estos días los venezolanos
es un ave carroñera que planea sobre cada palabra y pensamiento. Las palabras de don Miguel, aquellas de: “Venceréis
pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir
necesitáis algo que os falta: razón y el derecho en la lucha”, no cesan de resonarme
en la memoria. Y al lado de ellas, cual ave luminosa me empiezan a repicar otras
no menos acertadas para nuestros duros momentos: “Jamás desesperes, aún estando
en las más sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y
fecundante”.
© Alfredo Cedeño
2 comentarios:
Buenos días, Alfredo, y buen domingo. Muy oportuno tu texto con la referencia a Unamuno. No es tiempo de inteligencia en ninguno de los campos enfrentados. Por eso hay que insistir en ella. De los rojos, totalmente esclavos de sus intereses y su ideología no se puede esperar sino la bruta violencia. De los otros un poco más. Del pueblo una inteligencia intuitiva de la situación y hasta ahora más sensatez que en sus dirigentes.Fuerte abrazo.
Alejandro Moreno
De mi solo recibirás miles de aplausos
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