Venezuela es un
mar de conflictos irresolutos donde hemos navegado desde nuestra génesis. En Doña
Bárbara el maestro Rómulo Gallegos retrató a perfección esa eterna diatriba en
la cual vivimos sumergidos; barbarie y sensibilidad, viveza y gentileza, egoísmo
y solidaridad, son caras de una misma moneda que somos. Por lo general ha
solido imponerse nuestro lado oscuro y hemos visto dejar al margen con excusas
baladíes nuestra parte luminosa. Es así como Bolívar desplazó a Miranda, Castro
y Gómez nos aherrojaron durante casi cuatro décadas, el propio Gallegos fue
desplazado por una turba militar de la presidencia de la república.
El triunfo de la
fiereza ha sido constante y avasallador. En todos los ámbitos gente muy valiosa
ha sido desplazada por jugadas de maromeros trasnochados. Las excusas de las
que se han agarrado para arrinconar al talento han sido proverbiales. Son
oportunidades en las que pienso en las palabras que usaba mi abuela Elvira en
situaciones de ese tipo: “Es que si usaran la inteligencia que tienen para
vainas buenas, ya estarían en la luna”.
El bendito bozal marxista
que nos secuestró el razonamiento y la intelectualidad nacional, a quienes les
encanta autodefinirse como intelligentsia,
ha sido otro vívido ejemplo de ello. Conozco varios académicos de honestas
raíces democráticas coquetear, de mente y piernas abiertas, con cierta hermenéutica
izquierdista como forma expedita para ascender en el escalafón universitario. Esa
dictadura se ha manifestado a plenitud en el mundo literario. Los mejores
ejemplos de ello fueron el ya citado Gallegos, Juan Liscano y Andrés Eloy
Blanco, cuya obra nunca fue atendida en profundidad por los “académicos” por
haber sido adecos.
La tela que puede
ser cortada en ese sentido es inabarcable, es proporcional a la mezquina miopía
de un sectarismo que se arropó con la bandera de la solidaridad y la justicia social,
las cuales pretendieron impartir a partir de la segregación de mentes muy
valiosas. Recuerdo la vergüenza con la cual esa pluma privilegiada que fue
Adriano González León, el 4 de agosto de 2006, durante la rueda de prensa para
anunciar el primer ciclo de cátedras literarias de Escribas, donde, sentado a
la diestra de Eugenio Montejo, reconoció que con Gallegos y su obra se había
cometido una injusticia innombrable y
que ella era de una inmensa calidad; al final de sus palabras ese día con un
murmullo de voz reconoció que él mismo había caído en eso y que había privado en
su generación el estigmatizarlo por su militancia política.
Como ellos los
ejemplos son incontables. Otro al que se trató de minimizar su trabajo por sus
simpatías con el partido blanco fue a Juan Liscano. Nunca dejaron de enrostrarle que había sido el
organizador del Festival de la Tradición que se realizó en el Nuevo Circo de
Caracas del 17 al 21 de febrero de 1948 con motivo de la ascensión al poder de Rómulo
Gallegos. A falta de argumentación real con la cual cuestionarle se limitaban a
soltarle con sorna su condición de folklorista. Extraña manera de insultar la de
aquellos que se decían defensores de los valores del pueblo y hacían befa de
quien hizo que la urbe conociera las manifestaciones más puras de la cultura
venezolana. Él no se arredró ante las arremetidas retóricas, y cuando en la
década de los 60 estalló el conflicto armado de la guerrilla no le dio cuartel
a lo que llamó “el absurdo (…) la carencia de base doctrinaria y dialéctica de
esa insurgencia”.
No menos doloroso
fue en ese tiempo lo vivido por el querido poeta Jesús Rosas Marcano, una de
las mentes más y mejor formadas que he conocido, de una sapiencia y humildad
muy sólidas. Una tarde caminando bajo el sol infernal de Araya me confió: “Coño
mijo, a mí me cobraron que mi hermano estuviera peleando contra la guerrilla y
esa izquierda todopoderosa de la [universidad] Central me la puso bien chiquita,
no me quedó otra que hacerme el pendejo y agachar la cabeza”. Su hermano fue el
oficial del ejército Juan Bautista Rosas Marcano, quien perdió parte de su mano
derecha durante unas operaciones contra la guerrilla de la citada década. A Chuchú, como lo conocíamos, lo salvó del
destierro “intelectual” su talento y trabajo incansable, tanto en lides
docentes como en una larga y todavía inapreciable labor investigativa. Hay
todavía quienes pretenden minimizarlo reduciéndolo a “el que hacía las canciones
de Un Solo Pueblo”.
Es una muy larga
lista de desatinos perpetrados contra muchos de nuestros talentos y ante ello
el silencio se impone. Nadie quiere enfrentarse a la omnímoda petulancia de un
grupete arrogante y “progresista” que consagra o destruye a quien se le antoja
amparado por el prestigioso paraguas de lo académico. En julio de este año George
Steiner en declaraciones a Borja Hermoso de El
País, España, resumió muy bien la situación de la que hablo: “…el más
grande de los críticos es minúsculo comparado con cualquier creador. Así que
hablemos claro y no nos hagamos ilusiones. (…) en la universidad hay una
vanidad descomunal. Y les sienta mal que les digas claramente que son
parásitos. Parásitos en la melena del león”.
Este paradigma ha
permeado a todas las esferas, mejor no abundemos en nuestro campo político porque
es nauseabundo lo que se puede mostrar a manera de ejemplo. Regreso a Liscano y
en el poema Somos, de su libro Resurgencias tal vez esté la respuesta:
Somos hoy los inestables
transeúntes de las nuevas ciudades
brotadas entre los escombros de
los pueblos nativos.
Pasamos sin saberlo, de lo
acabado a lo reciente desconocido
y malgastado ya.
© Alfredo Cedeño
Alfredo Cedeño
2 comentarios:
Buenos días, Alfredo. Como siempre me impresiona el inagotable tesoro de recuerdos a los que siempre recurres con oportunidad. El país está entretejido de luces y de sombras pero a pesar de los momentos sombríos, hemos adelantado en democracia y derechos. Desgraciadamente llevamos casi dos décadas de regreso a los más atrasado de la injusticia y las tinieblas pero no perdamos las esperanzas de salir pronto de este marasmo. Costará reconstruir,pero hay energías para ello. Un fuerte abrazo.
Alejandro Moreno
Muy bueno. Revelador como siempre.
Jaime Ballestas
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