Un viejo refrán dice: No hay peor cuña que la del
mismo palo. Algunos analistas hablan de
la capacidad autofágica del ser humano, y afirman que de allí la muy antigua
representación, catalogada como arquetipal, del Uróboros, ese animal serpentiforme
que come su propia cola hasta adquirir una forma circular. Otros lo comparan
con Saturno, capaz de devorar a sus hijos.
Las castas políticas suelen ser torpes y miopes a
la hora de evaluar a sus adversarios, y ello no es patrimonio de los mal
llamados países del Tercer Mundo. El más
reciente ejemplo de lo que escribo es el caso del virtual candidato republicano
Donald Trump. Al revisar los archivos de las diferentes publicaciones encontramos
opiniones condescendientes y hasta despectivas cuando el magnate inmobiliario
asomaba su cabeza en el escenario candidatural estadounidense. El desdén con
que lo tomaban era notorio.
Es una variable del manido cuento del patito feo
que se hizo cisne, en este caso más bien un mastodonte al cual parece que nadie
puede ponerle control. A veces cuesta entender la manera recurrente en que los
mal llamados “fenómenos electorales” se repiten en diferentes momentos y
escenarios de la historia humana. Para
no irnos tan lejos podemos llegar hasta finales del siglo XIX y comienzos del
XX cuando en Rusia un abogado retaco –apenas medía 1,65–, se dedicaba a
predicar sobre las bondades de la lucha de clases y un hipotético partido de
los trabajadores. El picapleitos Lenin, ya que es a él a quien me refiero, fue
tratado con no poco menosprecio por parte de la aristocracia zarista, pero
terminó por ponerle la mano al poder que luego heredaría el patizambo
Stalin. Y así fue como la heredad de
pintores como Exter y Pokhitonov, de músicos de la talla de Mussorgsky y Tchaikovsky, de dramaturgos con el vuelo de
Ostrovski y Stanislavski, de la pluma de Tolstói y Dostoyevski, la Rusia de los
zares, pasó a mejor vida.
Unos años más tarde, y casi al centro del
continente europeo, en Alemania, para ser específico, un altisonante militar
frustrado, charlatán consumado y bigote de mofa, comenzó a predicar un
virulento anticomunismo del cual hasta los propios comunistas se reían con
sorna. Grave pecado. En poco tiempo se convirtió en el segundo partido de ese
país, basado en un discurso antisemita, exacerbador del nacionalismo y
antimarxista. La muy culta Alemania
miraba casi con misericordia al alborotador, mientras se reían de sus
ambiciosas propuestas y daban por descontado que el fracaso sería su epitafio
político. Y la que había sido cuna de Bach y Beethoven, tierra de Goethe y
Schiller, patria de Kant y Fromm, hogar de los hermanos Grimm, en fin el faro
de la cultura occidental, se convirtió en una pira funeraria que se tragó
millones de vida del mundo entero.
Estos dos ejemplos, donde el narcisismo jugó
siempre un papel poco bien ponderado, sobre todo en el primer caso, fueron de
poco escarmiento para el ser humano. Larga es la lista de ejemplos similares,
aunque nunca con la magnitud de este par de pájaros de cuentas. Pasarían varios
decenios de relativa cordura hasta que a orillas del Mar Caribe, en Venezuela,
para más pesar de quienes somos sus hijos, un militar de verbo destemplado,
maestro en el arte de resucitar el resentimiento, entró cual vaca en campo de
geranios a pastar en el medio, mientras los vecinos aplaudían eufóricos ante el “performance” del
dicharachero hombre de armas.
Las secuelas de su gestión, así como la de sus
sucesores, son manifiestas. Fue así como
vimos a la llamada tacita de plata de Suramérica convertirse en un antro
devenido en morada de una posmodernista Corte de los Milagros. El manifiesto y
notorio desfalco político que significa el ejercicio del poder de una manera
descolocada hacía pensar que ello curaría en salud a los aspirantes a
convertirse en servidores públicos; la realidad es otra. Es así como hemos
visto en España surgir ese adefesio llamado Podemos, quienes tan mediocres son
que hasta se robaron el nombre del partiducho de Ismael García en Venezuela; y
para rematar el descoque aparece en la tierra de las oportunidades el ya
mencionado magnate de bienes raíces.
¿Qué lectura darle a esta suerte de deslave que
vive el escenario político estadounidense desde el sector republicano? ¿Cómo
interpretar de la manera más asertiva lo que está ocurriendo en la llamada
tierra del Tío Sam? ¿Donald Trump será un fenómeno que terminará por
convertirse en una dolorosa realidad para Estados Unidos y sus habitantes
dentro de pocos meses? ¿Hay quienes realmente entiendan lo que está ocurriendo
políticamente en el seno de la primera economía del mundo?
Son demasiadas variables a responder. Será
suficiente que solo una de ellas se aprecie de manera equivocada para que todo
se venga abajo, o para que veamos a este neoyorquino, del condado de Queens más
exactamente, descendiente de alemanes y escoceses, el 20 de enero de 2017
juramentarse como el 45° Presidente de Estados Unidos. En primer lugar no debe
ser subestimado, qué es lo que se ha hecho hasta ahora; y en segundo lugar debe
haber una seria reflexión para entender cómo y por qué en menos de nueve meses
este advenedizo del mundo político ha dejado en el camino a tres senadores,
tres exgobernadores, un gobernador, un científico y una leona empresarial como
Carly Fiorina.
Trump ha dicho lo que una mayoría, hasta ahora
invencible y creciente, quería oír. Su eslogan "We are going to make our
country great again" (Vamos a hacer a nuestro país grande de nuevo) no
cayó en el vacío, se sembró, germinó, y se está convirtiendo en un árbol
poderoso al que todos ven crecer desmesuradamente. Muchos afirman que será un
peligro y que será necesario talarlo, pero nadie se atreve a, o sabe dónde, dar
el primer hachazo. Mientras él sigue creciendo.
De poco, o nada, sirvió para el electorado de
Estados Unidos la tragedia venezolana, a fin de cuentas el estadounidense
promedio es un militante activo de la desinformación para cuya gran mayoría
Argentina está al lado de Venezuela. Veo un electorado abandonado por una
dirigencia que cada vez los interpreta menos, y un cuerpo de estudiosos de todo
orden que hacen mil interpretaciones de lo que significa el fenómeno Trump. Y
él sigue consolidándose.
Nadie pensó que la Rusia imperial, ni el imperio
alemán, caerían de la manera que lo hicieron ante dos opacas figuras. Tampoco
se esperaba que Venezuela, la eterna tierra de esperanzas, terminara convertida
en un erial por obra y gracia de un golpista fracasado. ¿Acaso Estados Unidos
está predestinado, parafraseando a Bolívar, a convertirse en tierra de miseria
en nombre de la libertad? Tal vez estemos antes una versión desarrollada y
primermundista de Chávez que, tal Uróboros se coma a sí mismo o cual Saturno, bañándolos
en la salsa barbecue del caso, se engulla a sus hijos.
© Alfredo Cedeño
2 comentarios:
Buen análisis.
Jaime Ballestas
Buenos días, Alfredo. Sin duda el tipo será el candidato del partido republicano. Ahora, que gane la presidencia es otra cosa. De todos modos, está claro que la demagogia cuando da en el clavo de lo que siente la gente, por malo y destructivo que sea, es arrolladora. Y contra ella la democracia no tiene defensas. Ya lo decía Aristóteles. La seducción no dura mucho pero cuando el pueblo se despierta, ya es demasiado tarde. Lo estamos viviendo. Un abrazo.
Alejandro Moreno
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