En varias ocasiones he escrito sobre
la maravilla de nuestro idioma. Las palabras son aves volanderas y malcriadas,
suelen volar con una libertad muy de ellas, van a su propio aire y ritmo, no
hay manera de predecir, o marcarle, su rumbo. Hay quienes buscan de tratarlas
como una soga que pueden lanzar de un lado al otro, pero suelen ser esfuerzos
vanos. Ellas van picoteando aquí y allá hasta adquirir su significado, según el
lugar donde llegan a fabricar su nido.
Lo que aquí es normal, allá puede ser una altisonancia capaz de poner en
apuros a cualquier hijo de vecino por más ilustrado, o bien intencionado, que
sea. Me pasó con “bicho” en Puerto Rico, donde es empleada para referirse de
manera soez al órgano genital masculino; mientras que en nuestra Venezuela es
utilizada por las más empingorotadas señoras, o las más humildes personas, con
la mayor naturalidad del mundo.
Los ejemplos de tales manifestaciones
polisémicas, para emplear un término tan empleado por el recordado Manuel
Bermúdez, son inacabables. Uno de mis favoritos fue el vivido por el querido
Luis Vizcaya en la capital española. Él es uno de los restauradores de obras en
papel más calificados de nuestro país, no en balde dedicó media vida para
formarse en París, New York y Madrid; quiero acotar que él es la gentileza
hecha gente, de una suavidad en su hablar que siempre envidié, de una agudeza
única y de unos modales exquisitos.
Estaba él comenzando su vida
académica en la capital española en lo que toca a restauración, y un día se
monta en un autobús, el único asiento disponible estaba ocupado por una señora
entrada en años y carnes, que estaba apoltronada en medio de los dos puestos.
Luis con su educación y suavidad de siempre se dirigió a la voluminosa matrona
para pedirle cupo a su lado. Todavía él abre los ojos desmesuradamente al
evocar el episodio: “Yo lo que vi fue que aquella señora empezó a ponerse roja
como un tomate, y con una agilidad que nunca me podía imaginar en semejante
masa, que debía ser pesada por arrobas en vez de kilos, sacó un ajoporro de la
bolsa de mercado que cargaba y empezó a darme por la cabeza y llamarme
atrevido. Alfredo, me querría morir, todo el mundo viéndome y aquella vaca
parlante me daba sin parar, el conductor se estacionó y vino a ver qué pasaba.
Y ella gritaba: ¡Es que me ha faltado el respeto! Y en medio de aquel
escándalo, ya me veía arrastrado por la Guardia Civil a algún sucio calabozo,
era inminente que pronto estaría encarcelado cual personaje de Dickens. Cuando el chofer logró calmar a la doña
poseída, me preguntó: A ver, chaval, ¿qué le has dicho a la señora? Y le
respondí: Nada, pedirle que me diera espacio para sentarme. Y ella saltó: ¡Qué
no!, deja de poner cara de tonto y repite, ¡si es que te atreves!, lo que me
has dicho. ¡Si solo le dije que se corriera! Y en ese momento oí una carcajada
colectiva que me dejó paralizado.” Ahí
le explicaron que “correrse” en la muy castiza Madrid equivalía a un orgasmo.
Él le había pedido a la doña en cuestión que obtuviera el máximo placer a plena
luz del día en un país que todavía vivía la opresión franquista.
Esa libertad es la que hace que
palabras como chulo por ejemplo sea tan amplia. En México o Puerto Rico algo
chulo es algo lindo, bonito, gracioso; también puede dársele connotación de
guapo, apuesto. Sin embargo, es también sinónimo de rufián o proxeneta, es
decir, y copiemos al diccionario: “Persona que obtiene beneficios de la
prostitución de otra persona.” Este vocablo se ha extendido para definir a
todos aquellos, y aquellas, que medran a costillas de los demás. En ese sentido
los llamados hombres y mujeres de izquierda, o progresistas como les gusta ser
tildados en estos tiempos de tribunas cibernéticas y cadalsos de redes
sociales, han sido de una habilidad prodigiosa. En Venezuela se hicieron fortunas
o se sumergieron en la dolce vita unos cuantos pilluelos de tomo y lomo,
tanto a costa del propio Estado, que les otorgó innumerables canonjías, como de
países “revolucionarios” que buscaban aupar el “proceso” en Venezuela.
Así vimos a procónsules de Castro y/o
la URSS que recibían fondos para editoriales, o distribuidoras de cines, o
festivales culturales. También la China de Mao tuvo su hombre de confianza, que
regentaba una librería en pleno centro de Caracas y cursaba invitaciones a
visitar la república popular china. Corea del Norte también tuvo su
“embajador”, quien no se cansaba de entonar loas a Kim Il-sung y repartir sus
obras completas en lujosas ediciones, mientras se dedicaba a silbar cuando se
le preguntaba por el caso del poeta Alí Lameda. Este último un poeta caroreño,
de verbo ágil y humor muy larense, cometió el pecado de hacer unos chistes
tontos sobre el mandamás norcoreano, y ello le costó largos años de horror en
sus prisiones, para el hombre de Kim eso había estado justificado. Casi
olvidaba que otro “mecenas” fue Muammar Muhammad al-Gaddafi, cuyo representante
invitaba a visitar, con viajes a cuerpo de rey, al “líder” libio a todos
aquellos que pensaba podían bailarle el agua al déspota africano.
Es decir, esta pléyade progresista y angustiada por el
bienestar del ser humano, que ya no grita por la justicia y la liberación del
proletariado, que ahora se dedica a clamar por los derechos igualitarios de los
chigüires y las marsopas, que agitan las banderas del movimiento gay junto a fotos
del Ché, quien fuera un feroz verdugo de homosexuales en Cuba, y que andan
vociferando por la paz, callan, cual la momia de Lenin, ante el delirio de zar
del hijo de la señora Putin. Al comienzo
de su incursión en Ucrania no fueron pocos los que justificaron su derecho a
invadir esa nación, muchos auguraban una victoria demoledora y una campaña
breve en la que Zelinsky sería humillado y paseado cual fiera encadenada por
las calles de Moscú. Han pasado los meses y la tortilla comienza a volverse y
ahora los ucranianos no están en contraofensiva, más bien están en ofensiva y
los chulos de costumbre saltan a pedir porque las fuerzas rusas no sean
humilladas.
Las ubres a las cuales acudir cada
vez les son más escasas. Secaron a Venezuela, Gadaffy sigue balanceándose en
una cuerda, Norcorea no tiene sino para pagar los caprichos del gordito de
turno, China ya no es la manirrota de lustros atrás, así que las únicas tetas
que les quedan son Rusia e Irán; no tienen más remedio que arrodillarse para
poder seguir mamando, no tienen tiempo para hablar. Como buenos chulos se
dedican a esperar para pasar a recoger su mesada.
© Alfredo Cedeño