miércoles, junio 26, 2019

DÉJENLOS EN PAZ


                Somos varios a los que se nos duermen las manos de escribir para alertar sobre los desbarres nacionales. Es inútil e ingrato, creo que más bien debiéramos hacer propuestas y lanzar loas sobre los discursos disparatorios –de lado y lado, así que los émulos y corifeos de Julio Borges, Ramos y resto de la comparsa quiten esa cara de "yo-lo-tengo-dicho-de-esos-burros-chavistas"– con que tratan de anestesiar al país. Y a veces lo logran.
                Es hora de prender un fogón al que arrojar latas de mirra, perolas de estoraque y calderos de trementina, acompañados de las respectivas brazadas de cedro libanés, para sahumar a los egregios miembros de la muy honorable Asamblea Nacional Constituyente, constituida por obra y gracia de nuestro nunca bien ponderado líder Nicolás Maduro, ínclito conductor de las proletarias  masas que no comen ni duermen, esperando sus clarificadoras palabras. 
                No es posible que un jurisconsulto de la talla planetaria del muy insigne Maikel Moreno, del que algunos andrajosos han osado burlarse diciendo que es una representación del Moreno Michael, no sea todavía llamado a presidir la Corte Interplanetaria de Justicia Popular. Sus sentencias ya quisiera el Libro de los Jueces poder narrarlas, Otoniel y Débora fueron dos necios imberbes al lado de la sapiencia que derrama cada línea de cada sentencia redactada por tan excelsa pluma, gnosis que ya hubiera querido tener el propio Servio Tulio al comentar el edicto del pretor en la Roma del siglo VII antes de Cristo.
                Es insólito que al excelso estratega de nuestros tiempos, el Catón de Monagas, algunos insolentes le llamen Tapón de Tanque o que se burlen de un arrebato de amor paternal como el que tuvo a bien mostrar el muy sepulto Comandante Intergaláctico al llamarlo Ojitos Lindos. Ya hubieran querido semejante inspiración en 1929 los cubanos Adolfo Utrera y Nilo Menéndez cuando compusieron Aquellos Ojos Verdes; hoy la historia de la música popular latinoamericana sería otra. Honor y gloria a los vastos campos del llano monaguense que entregaron al orbe el mejor de sus frutos.
                Resulta altamente irritante que no sea reconocido el cacumen del sabio Jorge Rodríguez. ¡Qué Fernández Morán, ni qué Jacinto Convit ni qué niño muerto! Es que Jung y Freud eran unos soberanos zoquetes al lado suyo. Y de sus habilidades literarias ni hablar, Herrera Luque y Jaime Ballestas son dos ignaros de tomo y lomo al compararlos con él, no en balde el no menos honroso Rafael Poleo nos iluminó haciendo saber que era el ser más culto que jamás haya hollado el suelo patrio.
                Como bien se han de imaginar la mezquindad no puede llegar al punto de negar a los no menos valiosos representantes de los gloriosos partidos políticos, que tanto se han sacrificado en el altar de la patria por nuestro bienestar y gozo de la vida, sus aportes inmarcesibles. ¿Acaso hay algo que denote mayor preocupación por todos nosotros que las frondosas cejas del ilustre padre de los tripochos Borges?  ¿Ustedes han visto la ciencia que de ellas emana cuando las frunce y por poquitico así se juntan hasta casi hacerse la envidia de Frida Khalo si lo hubiese conocido? Pero es que hemos perdido toda dimensión del respeto que debemos a nuestros honorables dirigentes.
                Es inaudito, insólito por demás, que un orador con la facundia del doctor Ramos, sea objeto de befa y comentarios preñados de aviesas intenciones para tratar de ser apartado de su rol de ilustre conductor de las masas harapientas y campesinas. Ya hubieran querido Demóstenes, Churchill y Lincoln tener el gracejo de su hablar y la hondura de sus ideas. Por supuesto que casi lo mismo vale para ese otro prócer surgido de las tórridas tierras marabinas, Manuel Antonio Rosales; porque al César lo que es del César: al señor de las flores le falta el toque del medio Oriente que su ex compañero de partido tiene. 
                Irrita sobre manera que la inocencia del ex gobernador de Miranda trate de ser vapuleada por aquellos insensatos  que de él denigran con fruición. ¡Así no se puede! ¿Dónde se ha visto que un excelso dirigente como él, demócrata a carta cabal, rinda cuentas de sus acciones? Hombre de esmerada educación, al punto de no armar un escándalo ante los rumores infundados de fraude, lo cual no son más que vainas de Bernardo Márquez quien siempre quiere encontrar la quinta pata del gato. 
                Imposible dejar de mencionar a "el encargado", a quien ya empiezan a tildar de pusilánime, de estar llegando al mismo puerto donde han atracado los otros capitanes sus navíos luego de navegar por las procelosas aguas de la voluntad popular.
                Ya basta, vade retro satanases, es hora de que vayan a joder a otro lado con su letanía de transparencia, honestidad y justicia. ¿Hasta cuándo piensan seguir con sus cantaletas del país que merecemos ser? ¡Insensatos, reata de burros mal amañados! Ya es hora de que comencemos a reconocer el sudoroso esfuerzo de estos grandes hombres con que Dios premió nuestro país. Ha llegado el momento de exigir: Déjenlos "dirigenciar" en paz. ¿Es que no se han dado cuenta que como nos legó el inigualable Manolito Peñalver, no somos suizos?

© Alfredo Cedeño


miércoles, junio 19, 2019

NICO Y JUAN, PONTÍFICES DE MEDIO PELO


                Empezaba el siglo XIV cuando el llamado mundo cristiano se vio sacudido por el choque frontal entre el papa Bonifacio VIII y el rey Felipe IV de Francia. Al Pontífice muchos lo tildaban de brusco y arrogante, él era un feroz defensor de la soberanía universal del papado sobre toda la Cristiandad, tal como había establecido el Dictatus Papae, documento supuestamente escrito por Gregorio VII en el siglo XI.
                Boni y el Felipillo, también conocido en ámbitos históricos como Felipe El Hermoso, habían empezado a halarse las mechas por el cuestionamiento papal a la potestad de los señores seculares para establecer impuestos al clero. En 1296 fue emitida la bula Clericis laicos, en la que se prohibía cualquier imposición sobre las propiedades de la Iglesia excepto por parte del papado, o el pago de tales impuestos. Al poco tiempo le concedió al monarca francés el derecho a recaudar impuestos entre el clero en casos de emergencia.​ Los tira y encoge entre los dos mandatarios se mantuvieron hasta que en 1301 el Obispo de Roma emitió, con pocas semanas de diferencia, las bulas Salvator Mundi y Ausculta fili.
                En el último documento pontifical se hacían cargos contra el rey, y se le ordenaba que compareciera en Roma para su debido enjuiciamiento. El heredero de San Pedro proclamaba: "Dios nos ha situado sobre los reyes y los reinos." El monarca francés, y señor de Navarra, respondió al prelado: "Su venerable estupidez puede que no sepa que no somos el vasallo de nadie en cuestiones temporales". Por supuesto que la sangre llegó al río en más de una oportunidad. Fue así como Felipe convocó a comienzos de 1303 una asamblea en el Louvre, París, donde Bonifacio VIII fue acusado de herejía, simonía, blasfemia, hechicería y culpable de la muerte de Celestino V. Fue así como se acordó convocar un Concilio ecuménico para su procesamiento y deposición, quedando encargado Guillermo de Nogaret de su captura y traslado a la capital francesa.
                Bonifacio, que no era mocho, al enterarse de tales acciones decidió elaborar una bula de excomunión, Supra Petri solio, mediante la cual el Felipillo sería excomulgado el 8 de septiembre de 1303, día de la Natividad de María.  Pero… un día antes, el 7 de septiembre, llegaron al Papa un grupo de mercenarios franceses y cientos de milicianos locales. Por supuesto que lo hicieron prisionero.  Se habla de humillaciones al eclesiástico, bofetones incluidos, durante tres días, al cabo de los cuales el levantamiento civil obligó a los captores a liberarlo. El Sumo Pontífice fue llevado a Roma en malas condiciones y al cabo de un mes, el 11 de octubre, como decía mi padre: pasó el páramo en escarpines.
                Como bien era de esperar ni uno ni otro dio su brazo a torcer y la rivalidad entre una facción cardenalicia romana y otra francesa se agudizó y se llegó al llamado Cisma de Occidente, también conocido Cisma de Aviñón, que fue desde 1378 a 1417. El 7 de abril del primer año se reunieron en Roma 16 cardenales, y de ellos 10 eran franceses. Para abreviarles el cuento, las discusiones del ágape cardenalicio terminó con dos Papa: Clemente VII y Urbano VI.  Los dimes y diretes se estiraron hasta llegar al siglo XV, y fue así que en 1409 se realizó el Concilio de Pisa, para tratar la reunificación de la Iglesia, ya que hasta ese momento seguía teniendo una doble jefatura. El remedio fue peor que la enfermedad ya que si bien el concilio depone a Gregorio XII de Roma y Benedicto XIII de Aviñón, eligen a Alejandro V. Ello dio paso a lo que llamaron la era del maldito trinomio. El desbarajuste provocado a raíz de este concilio fue de tal magnitud que hoy en día no es reconocido por la Iglesia católica en la lista de concilios ecuménicos.​
                Este galimatías hierático  se me reaviva en estos días que veo los anuncios, edictos y   disposiciones que reparten a cintarazos Maduro El Conductor y Guaidó El Encargado. Uno y otro reparten preceptos como si de confeti en el viejo carnaval de Los Próceres se tratara. Aquel dispone y éste retruca, Nicolás agita y Juancito proclama, y así se nos va la vida sin que el pueblo llano, ese que no tiene Casa Militar ni guardaespaldas criollos o cubanos que les cuiden las asentaderas, reciba otra cosa que promesas de galanes de medio pelo que quieren llevar a su cama a la doncella de turno. Cada vez la situación material y moral se deteriora más y más. Éramos pocos y parió la abuela, reza un viejo refrán y es lo que parece estar pasando con el mal uso de la ayuda internacional recibida para los más necesitados. 
                He repetido hasta el cansancio que es el momento de limpiar la casa, y seguiré insistiendo en ello, y que se alboroten los alcahuetas de ambos bandos, sobre todo los de mi misma acera, pero no es posible callar la indignación ante lo que está ocurriendo. Los sayones y las plañideras no cesan de exigir una unidad que por lo visto está más allá del horizonte. A nadie, por lo visto, le interesa el sin vivir en que vivimos los venezolanos de a pie, esos que no tenemos conchupancia que cuidar, ni intereses por los que velar. Nuestra casta política sigue demostrando por qué son nulos de toda nulidad. Lo más triste es que sus acólitos son incapaces de hacer introspección y nos achacan a la ciudadanía desvalida la responsabilidad de sus desmanes, mientras exigen una obediencia bovina a los rezagos de quienes alguna vez fueron investidos con la autoridad popular.

© Alfredo Cedeño

miércoles, junio 12, 2019

DESEOS NO EMPREÑAN, ¡MONIFATOS!

 
                Crecí escuchando a la vieja Elvira,  mi abuela, rezongando el refrán que uso para titular mi nota de hoy, y es una frase que me viene a la memoria una y otra vez de un tiempo para acá. Los marines están en Panamá, cuando no es en Paramaribo o en Río Hacha o en las afueras de Cúcuta, y hay hasta quienes los han visto acampando en la plaza Bolívar de Ureña, lo cual aseguran miraron  con sus propios ojos que se han de comer los gusanos, mientras hacían unos fogones para preparar un sancocho con las cabezas de los chavistas que apresaron al apenas invadir Venezuela.
                Lo mismo ocurre con quienes desdicen a estos con la primicia de que será en diciembre cuando las urnas dirán quién es el sustituto de Gofiote, Ojitos Lindos y todo el combo de malvivientes que ejercen el poder en nuestro país. A la par de ello el desangre ciudadano se mantiene inalterable, las carreteras que van a las fronteras son una hemorragia que no cesa, Venezuela ya exangüe mira impotente como su savia vital se escapa. Simultáneamente, los que manejan el tinglado institucional, y cierto segmento de los que aspiran a manejarlo, permanecen obnubilados, cual mono con un celular empuñado, en sus propias trapisondas para continuar siendo, o ser,  los jerarcas.
                Hay un juego perverso que busca el desgaste de la unidad. En la acera de la mafia roja, bajo el amparo de la peste que comanda el estamento militar, sus capos se pavonean mientras sacan sus cuentas a cara descubierta desde cómodas oficinas en La Habana. Ya ni se preocupan de guardar las apariencias. La soberanía es una zarandaja que ya no tiene valor de uso, y mucho menos valor de cambio. No menos ocurre en algunas esquinas de la otra acera, donde algunos correveidiles, con gestos contritos y voz ampulosa, venden las bondades del diálogo cual bálsamo de fierabrás del siglo XXI y exigen que resolvamos las diferencias a través de la vía electoral. ¡Es que ni los suizos podrían derrochar tanto civismo! ¿O será cinismo los que estos hijos de su madre exhiben?
                El manido, pero muy efectivo y real, trabajo de base de Guaidó y quienes apuestan por la salida del caos que padecemos desde hace cuatro lustros, mantiene su ritmo. Están desmontando lo hecho durante veinte años por una tropa de tarados que con esmero se han dedicado a disolver lo nuestro y separarnos de los nuestros. Y ahora aparecen los sacristanes que han guardado un silencio ejemplar a exigirle a la esperanza una celeridad que ya debieron ellos haberle puesto a sus asentaderas para haberlas siquiera movido mientras nos descoyuntaban el país.  
                En el estado Trujillo aprendí de algunas de sus matronas la palabra monifato, cuyo significado es algo así como un injerto de bruto y necio con fatuo, y lo usan con manifiesto desdén con aquellos en quienes la inteligencia no quiso manifestarse, o en a los que la impertinencia les hace insistir en sus desbarres. Pocas veces he encontrado seres que se ajusten más a dicha expresión como los ya mencionados, por lo visto la imbecilidad y testarudez les impide dejar de insistir en sus monifatadas, que solo ayudan al gobiernito y poco sirven para detener el avance de nuestra liberación. 

© Alfredo Cedeño
 

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