viernes, junio 24, 2022

LOS SALEROSOS


Un día a la hora del almuerzo mi esposa sacó, entre aspavientos y regocijo, un envase que me aseguró era lo último en la alimentación sana: Sal del Himalaya.  A mí me pareció que, en el mejor de los casos, era lo que mi abuela llamaba sal marina, o en granos. Pero, en aras de la armonía a la hora del yantar, me limité a escuchar y a probar en la ensalada que estábamos por comer; la verdad es que era una sal cualquiera. Pero, como bien han de suponer, lo de la sal del Himalaya me quedó dando vueltas. Y en adelante me dediqué a, cada vez que iba a los supermercados, revisar los anaqueles de los condimentos. La verdad que era asombrosa la multiplicidad de variantes, la pobre sal, la común y corriente, la de siempre, lucía presa de un auténtico bullying, se le veía amedrentada, acoquinada y achicopalada en medio de la inmensa variedad de sal del himalaya. 

Otro día en el que me puse a divagar en torno al mentado mineral, empecé a preguntarme cosas. Lo primero en que caí en cuenta fue la cadena de los montes Himalaya está regada por ocho países distintos: Pakistán, Nepal, India, Afganistán, China, Birmania, Bután y Tayikistán.  La pregunta que me hacía era: ¿Pero cuántas toneladas de sal se están produciendo en el Himalaya para tener un boom de ventas, que ni el petróleo? 

Una de las primeras cosas que hice fue buscar en Google, y en 0,55 segundos me dio más de cinco millones de resultados sobre el mentado condimento; resaltando, como era de esperar, los beneficios de su consumo ya que mientras la otra, la blanquita y silvestre de siempre, era cloruro de sodio y yodo añadido, esta traía sulfato de calcio, potasio, magnesio, hierro, manganeso, yodo, flúor, zinc, cromo, cobalto y cobre. Todo un bálsamo de las sales. Sin embargo, es bueno resaltar lo que el dietista y nutricionista Ramón de Cangas, quien además es, doctor en Biología Molecular y Funcional, así como y miembro de la Academia Española de Nutrición y Dietética, quien puntualiza: “Aporta las mismas cantidades de sodio que la sal de mesa”.

Al seguir escarbando en torno a esta panacea de mesas y cocinas me encuentro que en realidad su procedencia es de la mina Khewra Salt, ubicada en la región montañosa del Punjab, Pakistán; aunque no sólo allí se le produce. También se sabe que en todos los sitios donde se realiza dicha explotación es en condiciones infrahumanas, y en medio de una insalubridad casi absoluta.  Y eso es lo que estamos consumiendo en el mundo entero al compás de un ritmo que marcan las cajas registradoras de supermercados, abastos, pulperías y chiringuitos; no en balde el precio de la “exquisita” supera en cientos de veces a la vulgar y corriente de siempre.

¿Cómo y por qué llegamos a eso? Me hago la pregunta una y otra vez, con insistencia rayana en el masoquismo, y la respuesta me viene súbita y mordaz. ¿Cómo se entiende que Petro gane en Colombia, Chávez en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Boric en Chile? ¿Cómo es que tales triunfos se convierten, gracias a copiosas y eficaces labores de mercadeo, en lo que no son? ¿Cómo es que en el mundo entero siguen comprando la idea trasnochada, contaminante y retrógrada de una secta que solo busca el ejercicio del poder puro y simple? A fin de cuentas, a duras penas llegan a ser un mito contemporáneo. Y lo seguimos consumiendo, pese a que no nos aportan nada distinto.

 © Alfredo Cedeño  

viernes, junio 17, 2022

PAÍS EN CADENAS

Hay frases que pueden tener un tinte de lamento vacuo, pero no por ello dejan de ser veraces. En esta ocasión me pasa al releer a Federico García Lorca. No puedo dejar de preguntarme: ¿Qué hubiera pasado si al bardo andaluz no lo matan, a los 38 años recién cumplidos, en tierras de Granada? Hoy ––tiempos de máquinas veloces, comunicación pasmosa y badulaques empoderados––, su obra se conserva limpia y digna, deslumbrante en su precisión, preciosa en esencia. Prosa y poesía son un laberinto del que cuesta salir. Se empieza a leer cualquiera de sus obras y la necesidad de seguirlo leyendo se hace vital.

Me viene a la memoria de su Nocturnos de la ventana:

El estanque tiene suelta
su cabellera de algas
y al aire sus grises tetas
estremecidas de ranas.

¡Carajo! 

Otra que siempre me ha conmovido es Caracola:

Me han traído una caracola
Dentro le canta
un mar de mapa.
Mi corazón
se llena de agua
con pececillos
de sombra y plata.
Me han traído una caracola.

Imposible armar tanta belleza en tanta sencillez, solo su genialidad pudo.

Pocos han logrado el equilibrio perfecto de belleza y tragedia de sus obras teatrales y versos, no me atrevo a decir si fue un poeta dramaturgo o un dramaturgo poeta, su empleo de las palabras fue de precisión arrobadora. Por ejemplo, apenas empieza La zapatera prodigiosa y nos suelta este parlamento: “por ser el teatro en muchas ocasiones una finanza, la poesía se retira de la escena en busca de otros ambientes donde la gente no se asuste de que un árbol, por ejemplo, se convierta en una bola de humo o de que tres peces, por amor de una mano y una palabra, se conviertan en tres millones de peces para calmar el hambre de una multitud.”

Cómo olvidar de Bodas de Sangre a la madre decir: “Cien años que yo viviera, no hablaría de otra cosa. Primero tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro?”

En cada uno de sus libros hay un rosario de gemas.  Mariana Pineda me ha sido siempre particular, tal vez por la ocasión en que la vi por primera vez en la sala de la vieja sede del Ateneo de Caracas. La voz de Pedro diciéndole a ella: “Mariana, ¿qué es el hombre sin libertad? ¿Sin esa luz armoniosa y fija que se siente por dentro?”

Al amparo de estos recuerdos agarro mi ejemplar de esa pieza y al releer encuentro este parlamento en boca de Fernando:

Ahora los ríos sobre España,
en vez de ser ríos son
largas cadenas de agua.

 No puedo evitar parafrasearlo y escribir: Ahora los ríos de Venezuela, en vez de ser ríos, son largas cadenas de llanto.

 

© Alfredo Cedeño 


viernes, junio 10, 2022

ESTOS TAPADOS…

Mi abuela, que en paz descanse, tenía una palabra con la cual definía cuando pasaba por cíclicos períodos de estreñimiento. La oigo decir: “Es que cuando esta barriga quiere echar vaina no hay nada, ni nadie, que la haga funcionar como tiene que hacerlo, pero esto es lo que nos pasa cuando llegamos a viejos, nos ponemos…” y en ese punto soltaba el vocablo: “estíticos”. Ese era un termino al que los muchachos de la familia le teníamos pavor, porque si ella dictaminaba que lo padecíamos, era invariable las tomas de sal de higuera, o la vejación incuestionable que significaba un lavado, al que ella llamaba enema. Lo cierto es que se vaciaban las tripas…

Mi padre, que no solía coartarse al momento de reírse de todo cuanto le rodeaba, hasta de él mismo, usaba dicha voz con sorna al referirse a algún allegado, amigo o familiar, de entendederas cortas.  “Es que, pobrecito, tú eres estítico de mente…”, era la frase con que cerraba cualquier discusión que se prolongara más allá de lo pertinente.

Años después la vida me otorgó el privilegio de tener como maestros a Jorge Chirinos, a Antonio Estévez, y a Jesús Rosas Marcano.  El primero de ellos, la insolencia hecha persona, a quien Pedro Duno había bautizado como el Cronopio Mayor, les soltaba en su propia cara a ciertos especímenes: “A ti la luz no te llega ni que estés pariendo, es mucho para ti." Antonio, quien solía ser aún más insolente, solía decir: “Este está como Bombillo…”. Cuando le preguntaban quién era ese, la respuesta era invariable: “Uno allá en Calabozo, pero no lo por lo que alumbraba, sino porque no le entraba ni una gota de agua.”  Chuchú, el último de ellos, pero no por eso menos querido, siempre se reía socarrón cuando se encontraba a ese tipo de personajes, para luego añadir: “Mijo, ese seguro que es familia de Burro Tapao, que vivía allá en La Asunción. Ya te podrás imaginar cómo era que no solo resultaba familia del asno, sino que también era hermético.”   

Tal vez la suma de todos ellos es lo que puede permitir la generalización de tales manifestaciones de constipación, que se han hecho crónicas en varios sectores nacionales, sobre todo entre los integrantes de esa secta, con pretensiones de realeza, que hacen alardes de sus condiciones de dirigentes; lo cual confieso que me sume en no poca incertidumbre, porque ¿qué saben dirigir?, porque lo que se aprecia es que ni el tráfico saben conducir. A lo mejor es por eso, por lo que muchos de ellos hablan de tener un gallo tapado; tal vez es por lo mucho que cantan y lo poco que sueltan

© Alfredo Cedeño

viernes, junio 03, 2022

OÍRLA PARA ENTENDERLA


Londres arrastra una fama injusta de ciudad fría, gris y eternamente nublada. En realidad, la capital británica es una de las ciudades más humanas que recuerdo, es una urbe pensada para el hombre. Sus monumentos, calles y jardines son una fiesta de la que siempre cuesta un montón salir. Es cierto que la niebla londinense suele arropar la ciudad de una manera feroz, y hay días en que ni hasta la próxima esquina se puede mirar, aunque eso no suele ser la regla.

Por siglos la imagen de una ciudad arropada por la neblina se ha establecido como su arquetipo.  A ello contribuyeron autores de todo orden y concierto, desde cronistas hasta creadores. Me viene a la mente una obra de Charles Dickens, La casa desolada, en la que describe: “Niebla por todas partes. Niebla río arriba, donde mana entre verdes islotes y praderas; niebla río abajo, donde ondula viciada entre las hileras de embarcaciones y por la contaminada ciudad, grande y sucia, que se extiende al borde del agua”. A este, uno entre miles y miles, ejemplo se une el trágico episodio conocido como “La gran niebla de Londres” que entre el 5 y 9 de diciembre de 1952 produjo la muerte de unas 12 mil personas. Sin embargo, es necesario asentar que en esa ocasión se mezclaron una serie de factores que desencadenaron esa tragedia.

En 1952 la calefacción de la ciudad era a base de carbón, al igual que numerosas fábricas que funcionaban en ella, y que igualmente alimentaban sus maquinarias con el combustible mencionado. Ese año se vivía un invierno particularmente rudo, por lo que sus habitantes trataban de mantenerse en calor con un  consumo extraordinario del mineral. A esta situación, para terminar de completar el caos, se añadió la entrada de una masa de aire frío, la cual generó el fenómeno llamado de inversión térmica, que impidió la renovación del aire en la ciudad, lo cual unido a la típica niebla produjo la enorme cantidad de víctimas por causas respiratorias.

Sin embargo, pido excusas por la divagación porque lo que quería escribir hoy era sobre una de sus edificaciones más emblemáticas: La Abadía de Westminster, templo que ha sido escenario de coronaciones, bodas y funerales a lo largo de los siglos. Es un espacio que deslumbra, pese a su atmósfera sombría, pero a mí hay un lugar en particular que siempre me ha emocionado de manera particular, la llamada Esquina de los Poetas (Poets' Corner) donde están sepultados, por citar solo a cinco, Dickens, Kipling, Chaucer, Newton y Darwin.  También está allí la de Samuel Johnson, autor del que serían necesarias varias entregas para poder hacer un escuálido boceto de su trabajo.  Hoy solo quiero quedarme con una de sus frases: “Para poder enseñar a todos los hombres a decir la verdad, es preciso que aprendan a oírla”.

¿Será que los ilustres miembros de la cofradía política venezolana nunca aprendieron a oír lo cierto?

© Alfredo Cedeño 


 

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