miércoles, diciembre 30, 2020

A MÍ NO ME TOQUES

 

                A fines de la primera década de este siglo, por razones que no vienen al caso sacar aquí a colación, estuve viviendo en el estado Trujillo. Fue un tiempo en el que conocí a algunos miembros de la comunidad académica de la Universidad de Los Andes,  que ejercía en el núcleo Rafael Rangel de la mencionada entidad federal. Había de todo, pero sobre todo me llamó mucho la atención la opacidad con la que públicamente se abordaban ciertas cosas. Por ejemplo, era famoso el caso de un profesor de manifiesta debilidad por sus alumnas, sus colegas lo comentaban en cuchicheos por los pasillos y oficinas, pero nunca se le sancionaba, o se solicitaba la toma de medidas a conductas como esa. Por cierto ese mismo “profesor” se vio envuelto en un caso de plagio de un aspirante a licenciado en teatro, de cuya tesis él fue jurado.  Tal como dije en esta misma tribuna meses atrás, lo triste de esa  ocasión fue el tono de las declaraciones, en distintos medios de comunicación de ese estado andino, de enjundiosos voceros dándose golpes de pecho por la estatura moral del señalado, y tratando de descalificar al “muchacho” que estaba exigiendo justicia. El cuchicheo entre los colegas del plagiario eran de antología, pero el silencio comunicacional e institucional fue demoledor.  

                Así como este pícaro de tomo y lomo había gente de raigambre social cristiana que se había dedicado a hacerle carantoñas a la literatura izquierdista para, así, garantizar su ascenso en el escalafón. Conocí una de esas personas que hizo una tesis doctoral de mucha enjundia respecto al tema, y cuando leí el material publicado me sorprendí que al hacer referencia al Congreso Cultural de Cabimas, lo reseñara como celebrado a fines de los años 70.  En este punto quiero explicar a quienes no sepan qué fue aquel emblemático evento del mundo creativo e intelectual venezolano. El 4, 5 y 6 de septiembre de 1970 se llevó a cabo en la localidad zuliana dicho encuentro, al cual acudieron millar y medio de creadores de todo el país. La movilización fue en carros por puestos, autobuses, carros propios, autobuses fletados para el viaje; el único hotel cabimense se saturó, y los congresistas dormían en las salas de las casas de vecinos solidarios, en las sedes de los sindicatos, donde fuera. El jolgorio creativo fue verdaderamente antológico. La idea había sido de un grupo luminoso entre los que recuerdo a Salvador Garmendia, Pedro Duno, Juan Calzadilla, Carlos Contramaestre, Héctor Malavé Mata, Ramón Palomares, Luis Cipriano Rodríguez y Víctor Valera Mora. La participación, en medio de una nutrida representación policial fue propia de aquellos años de áspera represión. Hago esta breve digresión porque todo aquel  que ha estado en relación con el universo cultural venezolano sabe claramente de esta fecha. Cuando a esta persona le hice ver este error en la data asignada su respuesta fue: “¡Ay!, y tanto que le pagué a Fulano para que me hiciera la revisión…” Ella no solo había cometido el error, el tutor, el jurado y el que publicó luego el texto de marras, no habían sido capaces de notar semejante detallito. 

                En el seno de esa comunidad también conocí a un profesor, de estampa franciscana, y de acendrada vocación por el comandante eterno. En particular me tocó en una ocasión tolerar su sorna; fue cuando una profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México, preguntó en medio de una comida que se le ofrecía sobre el proceso chavista ya que había visto algunas cosas que no le “cuadraban” de un todo. No tengo que explicarles cómo comencé a explicarle a esta señora una serie de cosas, mientras él y otro embigotado profesor retirado, que también participaba del condumio, se iban encrespando. Cuando terminé mis explicaciones ambos pretendieron descalificar mis argumentos con: “Todo eso no es más que una manipulación mediática”. Como bien han de suponer de inmediato rebatí el que fuera el mantra preferido del comandante rojito.  Ese mismo profesor, aquel con el que inicié este párrafo, era un hombre dedicado a exclusividad a sus labores docentes, al igual que su esposa. Ellos habían aprovechado con habilidad las facilidades de los distintos organismos de protección social de las instituciones educativas y poseía un apartamento en su natal Maracaibo, otro en Mérida, un tercero en Valera, y su casa en la propia ciudad de Trujillo.  No les quiero contar lo enrabietado que ese ilustre docente andaba en los días aquellos cuando Chávez anunció que todo aquel que tuviera más de una casa tenía que entregar las otras al “pueblo mesmo”. Su frase recurrente era: “No sé qué le está pasando a Chávez, alguien no le está diciendo las cosas como son”.

                Narro estas peripecias de una comarca, como gusta de llamarla un querido poeta falconiano, que es espejo de todo el país. Gente que ocupa posiciones para las que deontológicamente no son idóneas, otros devenidos en exégetas y cronistas de unos espacios que poco conocen en realidad, y aquellos que son de inquebrantable apego a lo que consideran es la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad. Pero, a fin de cuentas todos sólo velan por sus intereses particulares. ¿Acaso hacen otra cosa los dirigentes de la Casta Política S.A.?

                Mañana empieza otro año, ojalá Dios se terminé de compadecer de Venezuela y nos otorgue las herramientas y discernimiento suficiente para liberarnos de tirios y troyanos. Ya hemos expiado suficiente nuestras faltas. Un 2021 libre para todos nosotros, lo merecemos…

 © Alfredo Cedeño 


miércoles, diciembre 23, 2020

LA GRAN FIESTA



                Las fiestas patronales son una figura común en toda América Latina, son clara herencia hispana, hijas directas de las llamadas Fiestas Mayores en España. Se sabe que en la península, al menos en el siglo XIII, ya existían esas manifestaciones que eran de innegable inspiración religiosa; católica por supuesto. De aquellas festividades todavía sobreviven algunas, y puedo citar La Fiesta de la Patum de Berga, que se lleva a cabo el día de Corpus Christi en la localidad catalana de la ya mencionada Berga.

                Del lado acá del Atlántico tales galas van desde una punta a la otra de nuestro continente. Por citar un ejemplo, son célebres en Miami las celebraciones que llevan a cabo, a fines de cada septiembre, los miembros de la comunidad peruana, en honor al Cristo de los Milagros.  Y no es la única, pero si seguimos recorriendo el mapa podemos mencionar las de Santa Cruz del Quiché, en Guatemala, también conocida como Fiestas Elenas y se celebran desde hace más de un  siglo en honor a Santa Elena de la Cruz; eso es el 18 de agosto de cada año. ¿Y cómo dejar de mencionar el Día de los muertos en México?

                En nuestro país hay una longeva y muy nutrida representación de tales conmemoraciones. Tal vez la mayor sea la que esta noche de 24 de diciembre asociamos al nacimiento de Jesús. La verdad es que existe una amplia relación de referencias históricas sobre las libertades, cuando no libertinaje, que había en los templos católicos durante la Edad Media.  Eran tiempos cuando los Papas hablaban y se acataba, y, seguramente, uno de ellos debe haber normado el despelote, y así aprovechar de apartar a la feligresía de las pachangas paganas que se seguían celebrando con motivo del solsticio de invierno. No es un secreto que la Navidad como fiesta empezó a desalojar del sentimiento popular a las fiestas saturnales, y otras, que eran habituales durante el invierno en Roma. En tiempos del emperador Constantino el Grande, el que detuvo la persecución de los cristianos, estoy escribiendo sobre el siglo IV de nuestra era, la iglesia propuso el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento del hijo de Dios. Da la casualidad que esa fecha coincidía con un festejo romano llamado Sol Invictus.

                Por lo visto, todo apunta al uso de un sentimiento ya existente para ponerlo al servicio de quienes tienen el poder para imponer normas y modificaciones. Lo cierto es que, por lo general, tales expresiones populares son una mera catarsis, un poco aquello de drenar las frustraciones y rabias reprimidas, para al terminar sus días volver al mismo molino del día a día. A los “progresistas” les encanta ir a tales eventos a darse un baño de cultura popular… Luego es normal encontrarle escuchar lánguidos y abrumados a Joan Manuel Serrat entonando Fiesta, mientras suelen hacerse lenguas de lo clarividente del cantautor, corean hasta desgañitarse: “Vamos subiendo la cuesta /

Que arriba mi calle / Se vistió de fiesta.” Suelen darse uno o dos tragos, agarran aire y siguen luego: “Vuelve el pobre a su pobreza / Vuelve el rico a su riqueza / Y el señor cura a sus misas. / Se despertó el bien y el mal / La pobre vuelve al portal / La rica vuelve al rosal / Y el avaro a las divisas.”  A esta altura vuelven a agarrar aire y rematan a todo pulmón con: “Se acabó / El Sol nos dice que llegó el final / Por una noche se olvidó / Que cada uno es cada cual.”  Es bueno acotar que ello ocurre mientras sorben tragos helados de Liebfraumilch, mientras alguno explica que eso quiere decir en alemán: “leche de la mujer amada”, y de ese modo hacer gala de su poliglotismo. Tampoco faltan aquellos que con aires de Fidel o el Ché, aspiran un oloroso habano, que si es Cohiba mejor. 

                Mientras tanto, y como para que no queden dudas, Venezuela, la real, la que sube la cuesta, lava el portal, arranca las hortalizas, arrebaña sardinas en las madrugadas, arriesga su dinero haciendo producir una famélica empresa, todos sus hijos reales, se dedican, en la medida que sus menguadas fuerzas y finanzas le permiten, a festejar Navidad. Ellos celebrarán sin intereses simulados, con pureza que no deja de conmover. Para esa gente que no deja de ser un objeto utilitario que la casta, esa que forma los que presumen de líderes, se empeña en utilizar en función de sus negocios particulares, a final de cuentas para ellos los partidos es una Sociedad Anónima de la que poseen todo el espejismo accionario. 

Ellos, la casta, son especialistas en fiestas patronales, les encanta presidir todas las Juntas de Festejos, hasta la de la reina de carnaval de Corozo Pando, o la del trajeado de El Nazareno de Achaguas, lo que importa es encabezar cualquier cosa en la que puedan raspar lo que se les atraviese, así sean las gallinas del sancocho, o el puerco para los chicharrones.

                El país real sabe que celebra para no llorar, porque está comprometido con la alegría vital, porque asumen  que vivir es una fiesta. Los otros se empeñan en montar las ferias para ser los que lancen los cohetes, y alborotar las campanas, y rascabuchar a la madrina del evento. Y cuando no las hay entonces fabrican elecciones, y organizan “tuitazos”, o bailantas a lo Sábado Sensacional, o cualquier otra mojiganga que se les venga a sus retorcidas mentes. 

                Venezuela canta y celebra en Curiepe con la llegada de su Niño Jesús, y en los más diminutos pueblos de la cordillera andina, y en los caseríos de las costas de Oriente, y en las comunidades negras del Sur del Lago, y en todo nuestro territorio. A fin de cuentas el país sabe que, pese al secuestro en comandita de rojos y azules, siempre llega el momento en que la vida se impone y nuestra tierra, bendecida a más no poder, resurgirá en su propia Natividad. Feliz Nochebuena…

  

© Alfredo Cedeño 

miércoles, diciembre 16, 2020

MÁS CLARO NO PUEDO


                No he ocultado en ningún momento, menos lo haré ahora, mi profunda preocupación, cuando no hondo desprecio, por la casta política en general, y muy especialmente por la venezolana. Como bien han de suponer las recriminaciones, los reclamos, desplantes, así como menciones a mi difunta progenitora son copiosos por demás. Entre aquellos que me reclaman hay de todo, hay furibundos, energúmenos, pacifistas, motolitos, beatíficos, desmelenados, reitero: de todo. Hay ocasiones que me llega a conmover la candidez de algunos de ellos que siempre tienen argumentos para presumir de la buena fe de los politicus vernaculum bichus. Es común leer o escuchar en ellos cosas al estilo “Lo que pasa es que no se le puede pedir a Fulano, o a Mengano, o a Casiano que resuelva en dos meses lo que llevamos padeciendo veinte años”. Otra frase típica es algo así como: “Ellos han mantenido una actitud digna contra viento y marea y no podemos pretender que los procesos se agilicen más allá de lo que la prudencia aconseja.”  Pero una de las que más estupor me causa es aquella de: “El régimen está contra las cuerdas. ¡Ahora si la política demostró su valor!”

                ¿Cómo puede ser visto e interpretado ese bojote mal amarrado, peor hablado, e impresentable, para abreviar las calificaciones, que apareció con gesto altisonante en un acto de campaña en el estado Carabobo vociferando: “El que no vota, no come. Para el que no vote, no hay comida. El que no vote, no come, se le aplica una cuarentena ahí sin comer”? ¿Cómo entender las declaraciones del doblemente ex candidato opositor a la BBC: “Soy creyente de la unidad del país. Pero la oposición hoy no tiene un líder, no hay un liderazgo, nadie que sea un jefe. No existe. Esto fue un capital político que se acumuló y se botó a la basura, puros lugares comunes, discursos gastados”? ¿Cómo entender la proclamación a diputados de esos pipotes de retruécanos y frases altisonantes que son Timoteo Zambrano y Luis Parra?

                Las preguntas y reflexiones que los ciudadanos de a pie nos podemos hacer respecto a esta “dirigencia” que padecemos son inacabables. Los que le aúpan, cuando no callan alcahuetes, y celebran sus desbarres cada vez se envalentonan más. Aquellos que se empeñan en no catarlos en su real estatura son capaces de parir las justificaciones más inauditas para defender lo insostenible.  Triste y doloroso momento el que vive el país, cuya ciudadanía sigue buscando mil maneras de abandonar el infierno en que se ha convertido, con el esfuerzo de rojos y no rojos.  El desespero ha sido un verdugo sanguinario. Los naufragios en Falcón y Sucre, con su tristísima cuota de niños, mujeres y hombres, debiera ser una bofetada a la indolencia de la casta dirigente. Sin embargo, eso es pedirles un estado de conciencia al que están imposibilitados de llegar; para ello es necesaria una sensibilidad de la cual no pueden hacer gala.  Lo de ellos son elecciones, diálogos y recursos que disponer a su real saber y entender.

 © Alfredo Cedeño  




miércoles, diciembre 09, 2020

RUINAS Y ESCOMBROS


                 La bendición y oprobio de Venezuela han sido, desde su propia aparición en los anales históricos, sus dones materiales. No existía todavía el nombre cuando ya Colón el almirante hacía operaciones con las perlas de Cubagua.  Y no está demás pasearse un poco por los orígenes de nuestra denominación.  Tiempo después de su tercer viaje es cuando uno de sus acompañantes, Americo Vespucio, menciona en una carta a Piero de Médici, que al ver las viviendas de los indígenas Añú, erigidas sobre pilotes de madera sobre el agua, recordó a Venecia —Venezia, en italiano—; y gracias a ello Ojeda llamó la zona Venezziola —Pequeña Venecia— o Venezuela,  a la región y al golfo donde avistaron dichas casas.

                Como bien sabemos cada vez que se juntan tres aparecen diez versiones de lo mismo, y el cronista sevillano Juan de Castellanos en Elegías de varones ilustres de Indias, entre los 113.609 versos endecasílabos le dedicó los siguientes tres al tema: “Y Venezuela de Venecia viene / Que tal nombre le dió por excelencia / El alemán, diciendo le conviene.”  Al alemán que hizo referencia fue a Ambrosio Alfinger. Debo asentar que el también sevillano Martín Fernández de Enciso, en su libro Suma de Geografía que trata de todas las partes y provincias del mundo,…, deja escrito: “Desdel cabo de Sant Romá al cabo de Coquibacoa ay tres isleos en triángulo. Entre estos dos cabos se hace un golfo de mar en figura quadrada. E al cabo de Coquibacoa entra desde est golfo otro golfo pequeño en la tierra cuatro leguas. E al cabo del a cerca dela esta una peña grande que es llana encima della. Y encima de ella está un lugar d'casas de indios que se llama Veneçiuela. Esta en X grados.” Otro cronista, el cura carmelita Antonio Vázquez de Espinosa, en Compendio y descripción de las Indias Occidentales, fechado en 1629, hace saber que: “Venezuela en la lengua natural de aquella tierra quiere decir Agua Grande, por la gran laguna de Maracaibo que tiene en su distrito, como quien dice, la Provincia de la grande laguna...”.

                En fin, todo este espacio del que tantas loas se han escrito fue bendecido por incontables bienes y riquezas. Ya nombré las perlas, cuya producción en las explotaciones venezolanas llegó a producir a la corona española, por concepto del llamado quinto real, hasta 100.000 ducados. Para que tengan una idea de lo que significaba esa cifra vale la pena dejar dicho que eran tiempos en que un médico  ganaba  al año 300  ducados, un buey se podía comprar por alrededor de 15 ducados, una ternera por 5 y un puerco por 4. La abundancia perlífera fue una rebatiña total, de la que las zonas productoras, como siempre ha ocurrido fueron las menos beneficiadas. La locura alrededor de su explotación llegó al punto que en 1588, el obispo de Santa Marta, fray Sebastián de Ocando, tenía en su haber varias canoas perleras y sugería a los explotadores de perlas, que se negaran a pagar el impuesto del ya citado quinto real.  Por supuesto que sacaron y sacaron y sacaron hasta que acabaron con ellas.

                Una vez agotada la bonanza nacarada, la codicia se enrumbó hacia el cacao. Todo pareciera reeditar la canción Por la vuelta, escrita por el argentino Enrique Cadícamo en 1938, y que luego popularizara Felipe Pirela, en especial aquella estrofa que entona: “La historia vuelve a repetirse…”. Las semillas del Theobroma cacao L. llegaron a tales niveles de producción que solo por el puerto de La Guaira se exportaron en el siglo XVII 48 millones de libras castellanas.  En el siglo XVIII el salto fue a 503 millones.  Estas cifras no incluyen toda la producción que salía de contrabando.  Y la canción siguió hasta que llegó papá petróleo. Ahí fue cuando, como decía mi abuela: ¡Se acabó lo que se daba!

                El llamado oro negro destruyó un país agrícola e hizo aparecer uno de oropel y facilismo a todo meter. Todos nos declaramos súbditos de un país inmensamente rico, donde la gasolina se regalaba, los créditos se condonaban cada vez que había un alza de los precios del hidrocarburo, y así va la lista que llega hasta el horizonte más remoto, ¡y regresa! No aprendimos a darle el valor a nada, crecimos a la sombra de una irresponsabilidad pantagruélica. Y al amparo de tal munificencia apareció una dirigencia irresponsable y “Viva la Pepa” que solo ha peleado enconadamente por administrar los fondos del estado venezolano. Hemos, y seguimos en ello, sido conducidos por una pléyade de “próceres”  que se han empeñado en convertirnos en mendigos y lambiscones, ninguno nos habló jamás de la necesidad de construir las bases que merecemos.

                Sería injusto no hacer notar que pese a ello el venezolano común y corriente, el ciudadano de a pie, el gerente sin padrinos, el emprendedor que ha soñado nuevos productos, todos ellos, han asumido sus propios riesgos a carta cabal y han hecho que, pese a esa dirigencia malamañosa, el país siga, al menos, funcionando.  La dirigencia es la única e indivisa responsable de estos infiernos en que está sumido el país, su irresponsabilidad es de magnitud épica,  y ni siquiera por salvar las apariencias que llaman son capaces de anunciar alguna contrición. Es que ni a simularla llegan. El descaro de esa casta llega al punto de tratar de achacarle a la ciudadanía las responsabilidades por su escasa participación.  ¡Asnos irredentos! ¿Quién ha auspiciado el desaliento y matado el espíritu participativo de todo el país?  Los estudiantes, las amas de casa, los abuelos, las matronas, los obreros, los empleados, los propietarios, todo el mundo se ha jugado la vida en su momento, para que luego ustedes se entreguen de piernas abiertas a los verdugos rojos. ¿Acaso no entregaron a los trabajadores petroleros en el año 2003? ¿El Paro Cívico Nacional de esa época no lo convirtieron después en el paro petrolero y dejaron íngrimos y solos a los obreros, técnicos y gerentes de PDVSA?

                Y la historia sigue repitiéndose. Lo impensable pasó: los cernícalos rojos acabaron con la industria petrolera.  La que fuera nuestra gallina de los huevos de oro, duélale a quien le duela, no existe, la acabaron, solo una inversión de dimensión estratosférica puede hacer que, tal vez, se reactive. Ahora los ojos codiciosos de la dirigencia que todo lo acaba miran con aires de emboscada hacia CITGO. ¿Qué pretenden sacar de ahí? La que fuera una gota en el mar de nuestros ingresos por conceptos de hidrocarburos hoy está contra la pared. Los números que circulan por algunos escenarios hablan de unos beneficios de 850 millones de dólares en 2018, que cayeron a 250 millones en 2019, números que deben haber entrado en barrena para este año de la peste china.

                Le advierto a los depredadores que andan por ahí frotándose las manos con el raspado de olla que pueden hacer en la citada empresa, que hay tres piedras en su camino: los procesos que en Estados Unidos hay contra nuestro país, y que tienen en la mira a la empresa asentada en Houston. Primero está la  minera canadiense Crystallex, a quien  en el 2009 expulsaron de la mina Las Cristinas, municipio Sifontes, del estado Bolívar. En febrero de 2011, ellos introdujeron ante el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones –CIADI–, una solicitud de arbitraje contra Venezuela por 3.800 millones de dólares. El 6 de agosto de 2018 el juez federal Leonard P. Stark, de la Corte de Delaware, autorizó la incautación de Citgo Petroleum Corporation, para cumplir con pagos pendientes a Cristallex International Corporation, por derechos mineros perdidos en territorio venezolano. 20 días después el juez federal dictaminó que se vendan en subasta las acciones de la empresa matriz de Citgo Petroleum Corp. en Estados Unidos, a menos que Venezuela emita un bono en compensación. En el ínterin se establecieron acuerdos entre el gobierno y la empresa canadiense, los cuales no han sido cumplidos por el gobierno nacional, así que esa espada de Damocles está allí dispuesta a caer.

                El segundo peñasco tiene que ver con el tribunal del ya citado CIADI quien falló a favor de la petrolera Conoco-Phillips en su demanda contra PDVSA. El 8 de marzo de 2019 se dio a conocer la decisión que obliga a la petrolera nacional pagar 8.754 millones de dólares. La tercera traba que van a encontrar es la querella judicial de los poseedores de Bonos 2020 emitidos en octubre de 2016 por PDVSA, por $1,68 mil millones. Este último obstáculo está por los momentos en pausa gracias a las acciones ordenadas por el presidente Trump al Departamento del Tesoro, que prohíbe a los tenedores del bono PDVSA 2020 ejecutar la garantía que les otorga la mayoría accionarial, y de este modo proteger provisionalmente a Citgo. 

                Creo que muy pocas personas honestas quisieran estar en los zapatos de, otro hombre probo a cabalidad, Carlos Jordá, actual cabeza de CITGO. La que fuera otra de las joyas de la corona financiera venezolana está con el fin a la vuelta de la esquina. Todo por obra y gracia de una dirigencia que solo se ha ocupado de sus cuotas, de una casta que poco ha construido y mucho ha destruido. Sólo nos queda confiar en nuestra habitual capacidad de renacer de las cenizas, para volver a volar de entre estas ruinas y escombros.

 © Alfredo Cedeño  



miércoles, diciembre 02, 2020

EL PASADO QUE NOS AGUARDA

          Es natural en el ser humano el miedo al futuro, todos queremos saber qué nos espera así sea cuando volteemos la esquina. ¿Será que un camión descontrolado se saltará la luz cuando esté encima del paso de peatones y me destripará cual sapo por carreta en la senda de un cañaveral? ¿Y si es que entro en aquella gasolinera y compró un número de lotería  con los números del gran premio y mañana amanezco más rico que la ex mujer de Bezos el dueño de Amazon? ¿Y si más bien es que hay unos malandros atracando esa vaina y me terminan dando un tiro y quedó como Pedro Navaja en medio de la avenida, pero sin diente de oro, ni puñal, ni sombrero de ala ancha?

                En cambio con el pasado, al que ahora poco respeto se le guarda, hay una familiaridad, rayana en la desconsideración, que algunas veces da asco. Debo decir que, nacido a finales de la primera mitad del siglo XX, fui educado con profundo respeto a los adultos; pero ese acato no estaba reñido con el amor, del cual recibía verdaderos raudales.  Respetar a mi padre, mi abuela Elvira, mi madre, mis padrinos, tíos, en fin todo el inmenso  número de mayores que me rodeaba era una suerte de puesta en escena en la cual yo terminaba siendo el depositario de sus propias experiencias, las cuales me transmitían, en suerte de rito tribal iniciático, por medio de narraciones, a veces inacabables, otras aburridas, pero generalmente divertidas, y didácticas. Todo eso me convirtió en poeta, fotógrafo y narrador. Soy lo que soy gracias a ellos; y por medio de mis procesos creativos, a la vez, les rindo un permanente homenaje de agradecimiento.

                La voz de mi abuela narrando cuando La Guaira tenía las calles empedradas, o la de mi padre describiendo sus viajes al filo de la medianoche hasta el pozo El Centinela a bañarse en su agua fresca, o la de mi madre describiendo la isla de Margarita de su niñez y las duras faenas que debía afrontar día a día, los cuentos de mi madrina de cómo mi padrino salía de cacería por los cerros de La Guaira buscando unos venados a los que nunca pudo dar caza, todas son un mosaico coral que resuenan en mi memoria desde que tengo memoria. ¿Cómo no voy a ser un adorador de lo pasado, en cuanto base para construir el oficio que me he dado? Ahora bien, es necesario decir que al conocer, y recordar, lo pretérito no es una horma inamovible que me norma, al contrario: por conocerlo he podido imaginar más y mejor.

La creación sin raíces es una hoja muerta bailando al son que toca el primer saltimbanqui que aparece en cualquier feria deambulante venida a menos.  Es el desarraigo la primera herramienta que caudillos, revolucionarios, progresistas, y cuanto insurrecto uno pueda imaginar, emplean para sentar las bases de sus quincallas mentales.  No es gratuito que todos vociferan sobre la perentoria necesidad de “reescribir” la historia. ¡Ni de vaina quieren de pie puntos de comparación! Son animales carroñeros que se apropian de todo cuanto alcanzan a ponerle mano, lo demás lo destruyen cuando no pueden someterlo a sus intereses particulares. Ejemplos sobran, pero me limito, como muestra, a este par de botones: ¿No fue lo que hicieron los muy proletarios bolcheviques con el muy aristócrata, y niño consentido de las cortes, ballet? ¿Acaso no repitió la experiencia Fidel con la insepulta, sin discutir sobre sus dotes y talentos, Alicia Alonso? Y si venimos a nuestro patio: ¿No han destruido los rojos-rojitos toda la estructura cultural que se había ido fraguando a lo largo y ancho de toda Venezuela por largos años? Escuelas rurales y periféricas, Ateneos, Casas de la Cultura, Centros de Historia, Universidades, Centros de investigación, Escuelas de Música, Museos, ¡TODO!, los han acabado. Han “creado” instituciones a la altura y medida de su propia ignorancia, cuando no de su imbecilidad, para, en vano, tratar de arrancar nuestras raíces.

Hay autores que se me han convertido en un verdadero culto. Mi panteón particular es extenso pero allí ocupan nichos muy especiales Alfredo Armas Alfonso, también el obispo Mariano Martí, Salvador Garmendia, Shakespeare, Esquilo, Sófocles, Cervantes, Arturo Pérez Reverte, Ken Follet, Carlos Ruiz Zafón y Leonardo Padura.  Este último, una de las plumas cubanas más afiladas y divertidas que uno se pueda imaginar.  Pero, al lado de su agudeza y diversión hay un verbo de garra corrosiva que suele dejarme, como uno de los tiovivos de mi niñez, girando sin parar y con ganas de que no se detenga. Les pongo a manera de ejemplo una frase de su novela Máscaras: “La falta de memoria es una de las cualidades sicológicas de este país. Es su autodefensa y la defensa de  mucha gente. Todo el mundo se olvida de todo y siempre se dice que se puede empezar de nuevo, y ya: está hecho el exorcismo. Si no hay memoria, no hay culpa, y si no hay culpa no hace falta siquiera el perdón.”

                Él, autor de una larga lista de obras, entre otras El hombre que amaba los perros, que en 768 páginas versiona la orden de asesinato de Trosky en México, recientemente publicó otra pieza de largo aliento: Como polvo en el viento,  en cuyas 672 páginas hay material de sobra para pensar hasta la extenuación.  Una de esas frases memorables surge de la evocación que hace uno de sus personajes, Adela, de un comentario que en alguna ocasión le hizo su amigo Marcos: “En el socialismo nunca sabes el pasado que te espera”.

                Son diez palabras que describen con toda crudeza el drama de los gobiernos tan alabados por los progresistas del mundo, esos que parafraseando a Marx y Engels, parecieran entonar: ¡Embaucadores del mundo, uníos! Por eso es que no debe extrañar un Bolívar medio zambo; la reivindicación de un pulpero, amo de esclavos y robagallinas irredento como Ezequiel Zamora; o la mistificación del propio guerrero derrotado que fue el comandante eterno. Se empeñan en fabricar un pasado que a ellos se les antoja, hasta engendrar estas pesadillas que ahora el país vive.

 

© Alfredo Cedeño  

 

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