miércoles, diciembre 25, 2019

DÍAS DE FIESTA


La presión a los medios y sus trabajadores ha sido tenaz y despiadada. Muchas veces han sobrado quienes manifiestan su desconcierto o han atribuido tales desmanes a “espontáneos” que quieren ser más chavistas que el difunto, o más maduristas que el bigote bailarín. Nadie ha querido entender, o no han querido hacerlo, y recordemos aquello de que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Todo ha sido, al igual que el acoso a la ciudadanía por medio de la delincuencia desatada, fruto de una   habilidosa política de estado para controlarnos de manera férrea.
                No solo se han ocupado de copar, anular y clausurar cualquier forma de transmisión de conocimiento y hechos, sino que han estructurado de manera impecable, porque hay que reconocerle sus logros a esta manada de chacales, su red comunicacional.  No se han andado con pequeñeces en tales menesteres, han ido desde las llamadas radio comunitarias hasta un bodrio, de gigantesca alforja y despreciables habilidades de manipulación, como Telesur.  Esta parafernalia deformativa de hechos y noticias les permite hacer creer lo que no es y cumplen a cabalidad aquella frase atribuida a Göbbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Este político alemán que comenzó su labor al frente del aparato de propaganda del Partido Nazi, y luego del Tercer Reich, fue uno de los pilares en los que se asentó la popularidad del nacionalsocialismo al comienzo, y que luego les permitiera hacer toda clase de desmanes contra los judíos y atentar contra toda Europa y la paz mundial.
                 Los intentos de cambiar la percepción de la realidad en quienes son espectadores son de larga data y se ha manifestado en todos los ámbitos y por largo tiempo.  Ejemplos hay de sobra, se citan ejemplos desde Alejandro Magno hasta la célebre invasión de los marcianos a la tierra que narrara Orson Welles a las 9 de la noche del domingo 30 de octubre de 1938. Esta última experiencia es un ejemplo clásico de los alcances de la ignorancia y el uso de los medios, ese día el actor estadounidense interpretó por la radio una adaptación de la novela "La guerra de los mundos" de Herbert George Wells, escrita en 1898, y se  desató un verdadero pandemónium.
                Es muchísima la tela que hay que cortar al respecto de la manipulación, reinterpretación y demás epítetos conexos. Cada cual suele arrimar los tizones a sus sardinas según sus intereses hasta crear un ambiente de absoluta opacidad. Todo termina siendo lo que le interesa al titiritero de turno, convirtiendo la percepción de la realidad en un sórdido, y muchas veces nauseabundo, teatro de polichinelas.  
                Hay cosas que se adquieren para siempre y que sobreviven en uno pese a todo. En estos días de fiestas y celebraciones, a pesar de los pesares, de la esperanza de los aguinaldos, de la Natividad, de las cosas buenas que la peste roja se ha encargado de tratar de acabarnos, pido por la transparencia y porque realmente nos podamos librar de los yugos que desde la izquierda tiránica y la derecha “democratizadora” tratan de imponernos al costo de nuestras propias vidas y esencias de gente libre.

© Alfredo Cedeño

miércoles, diciembre 18, 2019

ENTRE BESOS, NOVELAS Y PELÍCULAS


                La tarde de los domingos era una fiesta para mí, era tarde de películas en el Cine América, un galpón destartalado que estaba en la parte alta de La Guaira, en diagonal a la llamada Plazoleta de El Guamacho, donde en una pantalla maltrecha y llena de cagadas de palomas se proyectaban películas tartamudas, decía mi padre, porque cada cinco minutos se reventaba el carrete y el operador remendaba el celuloide, y seguía hasta la próxima ruptura. Allí me sumergí en el universo del cine con un fervor que ni de lejos se asemejaba  al que sentía cuando iba a misa las mañanas dominicales con mi abuela, ya hubiera querido el cura Arteta…
                Recuerdo mi primera película con solo cerrar los ojos, yo tenía 4 años, y era de un caballo negro llamado Furia. No me pregunten más porque a esa edad los recuerdos que sobreviven son las emociones de ese entonces. También vi Pulgarcito, La Cenicienta, Jasón y los argonautas, Espartaco, El Álamo, 101 dálmatas, Los cañones de Navarone, y muchísimas otras más. Siempre recordé con particular obsesión de mocoso obsesionado por unas buenas piernas, en una época cuando una mirada impertinente podía hacerte ganar una lluvia de coscorrones y el consabido castigo complementario, una película española llamada El balcón de la Luna donde Lola Flores, Carmen Sevilla y Paquita Rico cantaban a garganta suelta. El impacto que me ocasionó esa cinta duró hasta los años ochenta cuando llegué al punto de comprar un cassette de betamax con ella. ¡Qué delicia!
                De esa película una canción que se me convirtió en obsesión fue El beso, que cantaba la Rico. ¡Qué ricura de interpretación la de esa muchachota emperifollada con aquel vestido blanco! Recuerdo que con aquel ropaje parecía una versión estilizada de La Burriquita, porque aquella armazón era como de cinco metros de diámetro, amén de una cola que era de traje de novia. Pero lo que me dejó absolutamente babeante fueron los gestos pícaros y a la vez modosos de ella. Por supuesto que su letra se me grabó de manera indeleble. Pero hay de ella una copla que en estos días se me hace de una recurrencia insoportable: “Un beso fingir no se puede, porque duele en el corazón…”.
                Las insistentes palabras se alborotan aun mas cuando veo a la fauna política nacional repartiendo besos como si de caramelos desde una carroza se tratara. Para ellos fingir besos, amapuches y sentires es pan comido. Y bien podrían parodiar a doña Paquita y entonar: “Un beso fingir si se puede, porque se goza con el corazón…”  Quién sabe si en la otra acera tarareen: “Un pernil darlo se puede, porque ya les robamos a ustedes su valor…”.
                Esta producción sadoporno, con ribetes tragicómicos, de clara factura criolla-antillana se ha convertido en una película devenida en serie. Cilia aparece con gestos de María Elena, Diosdado a veces juega a Rafael Del Junco, Nicolás y Juan se sienten Albertico Limonta. Mientras tanto, y así como si no quisieran, todos ellos exigen que el país se comporte con la paciencia y abnegación de mamá Dolores.
     

© Alfredo Cedeño

miércoles, diciembre 04, 2019

TODA COINCIDENCIA NO ES CASUALIDAD



                A mediados del siglo XIX París vio nacer los folletines, modalidad que algunos estudiosos consideran en realidad nacido a comienzos de ese siglo cuando Bonaparte llegó al poder, y para burlar la censura los periódicos crearon los suplementos culturales. Quiero dejar en claro que varias décadas más tarde fueron los periódicos La Presse y Siècle los primeros en dedicarse a publicar por entregas obras de escritores ya consagrados o que se consagraron gracias a estas publicaciones. El primer gran éxito le correspondió a Los misterios de París, de Eugène Sue; quien luego fue aclamado por El judío erranteLa Presse publicó entre 1837 y 1847 las novelas de Balzac a razón de una por año, así como otras de Eugenio Sue. Siècle publicó las de Alejandro Dumas, entre las que sobresalió la infaltable Los tres mosqueteros. Dumas siguió su saga de entregas con El Conde de Montecristo publicado por Journal des Débats.
                Ante la ventura del género surgieron revistas especializadas en dichas publicaciones por entregas como fueron los casos de Revue des deux mondes y Revue de Paris. En ellas publicaron autores de la talla de Balzac.  Víctor Hugo publicó a esta guisa Los miserables; y Gustave Flaubert, su Madame Bovary en Revue de Paris desde octubre de 1856; también Alejandro Dumas hijo publicó así La dama de las camelias, luego inmortalizada en el mundo operístico como La traviata, de Giuseppe Verdi, para citar solo algunos de los más conspicuos autores galos.  Pero este no fue un fenómeno editorial circunscrito al territorio francés, en Inglaterra Robert Louis Stevenson, publicó en 17 entregas en el periódico Young Folks su novela La flecha negra; lo mismo hicieron Charles Dickens, Arthur Conan Doyle y William Wilkie Collins.  En Italia dicha forma fue empleada por Emilio Salgari, quien  publicó sus piezas sobre Sandokán, y Carlo Collodi, con Las aventuras de Pinocho. Más al este, en Rusia, Crimen y castigo, Los hermanos Karamázov, así como Guerra y paz fueron publicadas en El Mensajero Ruso.
                Las peripecias de tal modalidad no se limitaron a los medios impresos y es manida la historia de cómo en 1865 comenzaron a leerse diversas obras literarias a las operadoras de las fábricas de habanos en La Habana, Cuba.  De ahí pasaron a la radio, y surgieron las radionovelas, hasta que mucho después dieron origen a los culebrones con la aparición de las telenovelas.  En Venezuela ambas disciplinas, radial y televisiva, fueron cultivadas por Salvador Garmendia, Boris Izaguirre y José Ignacio Cabrujas, para citar a los mejores, quienes revistieron de dignidad un oficio que era visto con no poco desdén por ciertas élites “ilustradas”.   Cabrujas se reía socarrón cuando oía, o leía, algunas reflexiones y solía decir: “Es que somos una novela en pleno desarrollo, mi estimado jenízaro”.
                Recuerdo mucho a nuestro dramaturgo cuando veo la puesta en escena más reciente de ese elenco de malandrines, matachines y pícaros, que conforman la casta política venezolana. He sido muy duro con dicha cofradía, y debo confesar que alguna vez me he autoflagelado porque al revisar lo publicado llegué a pensar que se me había pasado la mano. Ante las escenas de los últimos días entiendo que me había quedado corto.  Es que son peores…
                Hoy estamos ante los capítulos de la consagración de San Humberto de Boconó para unos, o la aparición de la versión andina del Anticristo para otros. Vemos que Guaidó virgen y mártir es un profeta capaz de desatar pasiones que ni Gardel cuando llegó a Caño Amarillo.  El coro de arcángeles de la Comisión de Contraloría de la muy honorable Asamblea Nacional es un puñado de heroicos guardianes del orden que fueron a Europa a derrotar a los bellacos villanos que nos oprimen, en Cúcuta los actos de corrupción nunca existieron y todo ha sido obra de los ocultos mensajeros de Maduro.  Todo esto recibiendo los ensalzamientos de rigor por parte de celestinos de académico plumaje.
                Ya la entrega de nuestro folletín está llegando al punto en que algunos actores, actrices tampoco faltan, con gestos y maneras entre altaneros y guapachosos proclaman su inocencia y  exigen sumisión ciudadana.  Estamos casi en el momento cuando, en magistral contrapunto, han de clamar: “A mí no me señalen”, “Exijo mi derecho a réplica”, “Yo no fui, ni sé nada de eso porque había salido a comprar una locha de kerosen”, “Qué asco, ¡fuchi!”. En todo caso los capítulos de hoy se revelan en algunos diarios y medios digitales como ArmandoInfo y PanamPost. La diferencia es que esta no es una tragedia de ficción,  es nuestro país día a día y sin héroes a la vista.  Tal parece que terminaremos siendo, parafraseando a Dumas hijo, conocidos con el nombre de algo así como Las aventuras de cuatro necios y un loco.

© Alfredo Cedeño

domingo, diciembre 01, 2019

CORO DE ÁNGELES (final)



¡Yo lo sabía! Le debo una y mil a mi teniente Diosdado, que es el hombre que de verdad manda en esta vaina. Esos muertos ya no hablan más nunca, así me lo dijo una vez mi general Rodríguez en el ministerio cuando empezaron los estudiantes a joder y hubo que tumbar a unos varios. ¿No se iban a aplacar? Lo que pasa es que esos periodistas vende patria empezaron a joder y los políticos, que son todos unos becerros, se pegaron de esa teta a darle también para que los sacaran en todos lados. Pero están jodidos todos, aquí los militares mandamos y la ley dice lo que nosotros digamos. ¡Y punto!


Párrafo final de mi novela CORO DE ÁNGELES.
Para comprarla: https://www.amazon.com/-/es/dp/1709338849/ref=sr_1_1?__mk_es_US=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&keywords=spanish+books+cedeno+alfredo&qid=1574348445&sr=8-1

Follow bandolero69 on Twitter