viernes, agosto 26, 2022

AVES DE PRESA

La casta política es la misma en todas partes, usted los oye aquí, allá y acullá, mientras sueltan los mismos retruécanos, las mismas incoherencias, similares idioteces, con el mismo gesto de hetaira redimida, aires de sacristán pontificador y vocabulario de picapleitos empoderado. Lo mismo los podemos escuchar hablándonos de peces de colores que han de llevarnos al cielo de nuestra capacidad inexplotada como pueblo, que de ogros malolientes culpables de todas nuestras desgracias. Todos ellos hacen gala de una pirotecnia oral que ya quisieran haber tenido los más reputados oradores de la antigüedad; las facultades narrativas que saben desplegar hacen lucir a los hermanos Grimm como unos pichones desplumados al lado de ellos. En realidad, son unas aves de presa que aguardan su momento para ensartar a cualquiera con sus añagazas.

Escribo todo esto después de ver la puesta en escena de la toma de posesión del ahora Excelentísimo presidente de Colombia, Gustavo Petro Urrego, economista por más señas.

Quiero aquí hacer una parada. Este ahora gobernante es egresado de una de las universidades privadas más viejas de su país, la Universidad Externado de Colombia; por lo visto las universidades públicas no suelen ser el fuerte de estos izquierdistas caviar. Por otro lado, debe decirse que este señor al que suelen anunciar, con voz impostada y tono señorial, como doctor, en realidad luego de la desmovilización del grupo guerrillero M-19 se largó Bélgica, a realizar –y vean donde–, en la Universidad Católica de Lovaina un diplomado en Medio Ambiente y Desarrollo Poblacional.  Sin embargo, sus pretensiones académicas no se quedaron allí y luego comenzó estudios de doctorado en “Nuevas Tendencias de la Administración de Empresas” en la también privada Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, y la Universidad de Salamanca, España, donde terminó obteniendo una especialización en Administración Pública.  Esperemos que ese título no sea como el doctorado en Economía y Empresa que otorgó la Universidad Camilo José Cela a su colega español Pedro Plagio Sánchez.

Pero sigamos con la toma de posesión del ahora primer mandatario. Hay muchísimas cosas de las que se pueden hacer observaciones, pero esta vez me quedaré en dos. En primer lugar, su saludo protocolario de 9 minutos y 41 segundos, en el cual fueron incluidos desde presidentes hasta el vendedor de aceite de culebra del mercado de Paloquemao; sin dejar de mencionar el gesto de su esposa, que, trajeada a usanza de Pontífice romano, aunque de infinitamente mejor ver, con gesto hosco, ceño fruncido y boca displicente trató de mostrarse cual Diana de Gales tropical y revolucionaria.

En segundo lugar, quiero copiar sus palabras cuando iba por el minuto 20 de su alocución: “Claro que la paz es posible si se cambia, por ejemplo, la política contra las drogas, vista como una guerra, llamada la guerra contra las drogas, por una política de prevención fuerte del consumo en las sociedades desarrolladas. Es hora de una nueva Convención Internacional que acepte que la guerra contra las drogas ha fracasado rotundamente, que ha dejado un millón de latinoamericanos asesinados, la mayoría colombianos, durante estos últimos 40 años, y que deja 70.000 norteamericanos muertos por sobredosis cada año por drogas, que ninguna se produce en América Latina. Que la guerra contra las drogas fortaleció las mafias y debilitó los Estados. Que la guerra contra las drogas ha llevado a los Estados a cometer crímenes –nuestro Estado ha cometido crímenes– y ha evaporado el horizonte de la democracia. ¿Vamos a esperar que otro millón de latinoamericanos caigan asesinados y que se eleven a 200.000 los muertos anuales por sobredosis en Estados Unidos? ¿Vamos a esperar que en los próximos 40 años otro millón de latinoamericanos caiga bajo el homicidio y 2 millones 800.000 norteamericanos mueran por sobredosis? ¿O más bien cambiamos el fracaso por un éxito que permita que Colombia y Latinoamérica puedan vivir en paz? Llegó el momento de cambiar la política antidrogas en el mundo para que permita la vida y para que no genere la muerte. Que nos quieren apoyar en la paz, nos dicen una y otra vez en todos los discursos. Pues cambien la política antidrogas, está en sus manos, en el poder mundial, en las Naciones Unidas, el poder hacerlo.”

Como bien era de esperarse, ¡ni de vaina!, nada dijo de los vínculos entre la producción de coca y los ejércitos revolucionarios. Su silencio en torno a la sinergia guerrilla-traficantes fue total. Esas son vainas de los periodistas que viven inventando cosas en sus mentes calenturientas. 

Ya lo dije en la primera línea:  la casta política es la misma en todas partes. Son aves de presa a la caza de alguien a quien ensartar, son unos carifrescos capaces de mearse en nuestras caras y luego correr a anunciar que está lloviendo, mientras anuncian lo buenos que son. “No ven que ni dormir podemos para estar pendientes de ustedes y que ni un catarro los agarre por causa de la lluvia…”

 

© Alfredo Cedeño 

viernes, agosto 19, 2022

SIN PIE DE CONCRETO, NI BOTA DE MILITAR


Pasé la semana en estado de estupor. Las imágenes del ataque a las iglesias nicaragüenses por parte de las pandillas sandinistas eran de esperarse, más bien creo que se habían tardado mucho los hampones de Ortega y Rosario en arremeter contra el clero. Lo insólito, lo paralizante, lo inesperado, ha sido el silencio sepulcral del cura Bergoglio desde Roma. Esa caricatura de pastor ha optado por el silencio alcahueta, y nunca mejor empleado aquello de: El que calla otorga.

Otro episodio atroz ha sido el apuñalamiento del escritor Salman Rushdie cuando iba a comenzar una conferencia en Chautauqua en el estado de New York, espacio que se autodescribe como: “Comunidad de artistas, educadores, pensadores, líderes religiosos y amigos dedicados a explorar lo mejor de la humanidad.” Y en ese presunto espacio de las ideas un energúmeno, atendiendo a la fatwa, del fatuo ayatolá Jomeini, del 14 de febrero de 1989, le acuchilló 14 veces. Para dejar claro la responsabilidad de la nación de embatolados, al día siguiente, uno de los principales diarios de esa hoy tierra de barbarie, Kayhan, felicitó al atacante: “Bravo por este hombre valiente y consciente del deber que atacó al apóstata y vicioso Salman Rushdie.” De nuevo, no podía esperarse otra cosa de semejante fauna. Lo lacerante ha sido el silencio de esa intelectualidad progresista que vive clamando, al ritmo de escandalosos golpes de pecho, el derecho a la vida y el respeto a las ideas. Más que alcahueta, ha sido un silencio cabrón el que han guardado.

A diario llegan informaciones de las penurias de los paisanos que atraviesan América Central, huyendo de los círculos dantescos en que se ha convertido Venezuela. Mientras un grupo de celestinos impresentables aparece por todos lados anunciando que Venezuela se arregló. El cotarro oficialista aprovecha la simonía de tales “influencers” y demás panegiristas tarifados para lavarse la cara y exigir respeto al “proceso bolivariano”.

En medio de tanta desolación, de tanta tristeza, de tanta impotencia, llega mi hermano, ese muchacho imperecedero que es Aníbal Malavé, creador de una sensibilidad muy especial y que vive haciéndome oír música de la buena. Esta vez me hace escuchar un disco que me sacude de emociones desde sus primeros compases. Una pieza entera de talento, del primero hasta el último acorde. 

Redacto y, así como por no perder la costumbre, hago uno de mis eternos desvaríos; pienso en la denominación “capital musical de Venezuela”, y de la cual gusta Barquisimeto presumir. En esto quiero pararme brevemente porque siempre me ha parecido un poco exagerado, aunque esto despierte las pasiones chauvinistas de más de un larense exaltado. Ese título fue acuñado en 1969 cuando se comenzó a realizar allí el llamado Festival de la Voz de Oro de Barquisimeto. Los días 18 y 19 de enero, de ese año, se hizo el primero de ellos y participaron artistas como Mirla Castellanos, Mayra Martí, Rosa Virginia y Maria Teresa Chacín, Estelita del Llano, Nancy Ramos, Héctor Cabrera, Felipe Pirela, Henry Stephen, Gimeno, Emilio Arvelo, José Luis Rodríguez, Carlos Moreán, Héctor Murga y Alfredo Sadel. Ese evento nació en medio de gran polémica porque el jurado premió a los concursantes en el siguiente orden: primer lugar para Héctor Cabrera, segundo para Mirla Castellanos y tercero Alfredo Sadel. Este último fue considerado, por Raimundo y todo el mundo, como el verdadero ganador. Pero el jurado lo puso de tercero, y tercero se quedó.

Hago esta reflexión porque al escuchar este disco, Dice que vive, de Rafael Greco, me reafirmo en mi opinión de que Maracaibo, es la verdadera capital musical de Venezuela. Imposible mencionar a todos los grupos y artistas que han salido, y sigue manando como el petróleo, de esa ciudad. Y de esa cantera inagotable viene Greco. Un músico que ha ido labrando su huella con paciencia de artesano. Un talento que embriaga. Escribo mientras oigo esta producción una y otra vez, van pasando las piezas como gotas que caen a refrescar el alma. Cuesta decidirse por una, cada cual tiene una magia particular. Letras y melodías son una red muy tupida de la que es difícil salir.   Llega a la décima canción, Una ilusión, y el ritmo cadencioso, en esta ocasión digo hipnótico, de un guaguancó que contiene aires de motete, es una pieza de tono ceremonial, ronda lo sacro, que se alza limpia como esa aurora a la que menciona en sus primeras frases.  La clave y los tambores, leo en el cuadernito que acompaña esta producción, fueron tocados por el mago Luisito Quintero, el mismísimo Chamito Candela, hasta elevarse como un himno.

Los versos:

Yo no tengo pie de concreto

ni barba de militar

soy una ilusión

que flota libre en el tiempo

un corazón que late, dice y vive,…

se convierten en mi cántico, en mi mantra a repetir ad libitum: Yo no tengo pie de concreto, ni barba de militar, soy una ilusión que flota libre en el tiempo…

Gracias, maestro Greco, por remendarme el alma en momentos tan aciagos como este que ahora vivimos.

 

© Alfredo Cedeño  


viernes, agosto 05, 2022

LEY DE ENCUESTAS

Nadie puede decir con precisión cuando se cometió el primer delito en la humanidad. Con seguridad que no faltara algún veterotestamentario que saltará denunciar mi herejía y a pregonar que en el libro del Genesis quedó asentado, de manera clara y fidedigna, que Caín fue el primero en comenzar la matachina del prójimo, al hacer pasto de los gusanos a su hermano Abel.  Vale la pena recordarles a dichos eruditos que se ha establecido que los textos recopilados en la Biblia fueron escritos, aproximadamente, entre el año 900 a. C y el 100 de nuestra era. Hago esa puntualización porque alrededor del año 2380 a. C. existió el código de Urukgina, que regía Uruk, ciudad sumeria; también se sabe del código de Ur-Nammu del año 2050 a. C., y que fue decretado por el rey de la ciudad-estado de Ur; y no puedo dejar de mencionar el muy célebre código de Hammurabi, el más joven de ese lote, el cual se calcula fue decretado cerca del año 1790 a. C., cuando el rey de Babilonia estableció los castigos a violaciones, muertes o actitudes desleales. Así que si de añejamiento hablamos…

Hecha esta aclaratoria, que me pareció conveniente, sigo con nuestro primer hampón, ya que a partir de allí comenzaron a surgir las normas, las leyes, las reglas para no estar matándonos unos a otros a cada momento. A lo mejor fue un vecino ofendido con el de la cueva de al lado que, en aquellos tiempos de cavernas y macanas, se fue atrás de su mujer cuando ella iba al río a lavarle el pellejo de mamut que usaba de camisa y que ya apestaba, o tal vez a lavar unas bellotas para prepararlas a la hora de la comida, quien sabe si había ido a recoger una latica de agua para lavarle la cara al mocoso menor, y el ya mentado vecino, alebrestado por sus ancas generosas, se le fue atrás y le agarró una nalga, despertando la ira del macho cavernario que siempre hemos sido, y con un macanazo en pleno cogote se lavó la afrenta.

Los investigadores del mundo legal afirman que el derecho nació del intento para conducir a las primitivas sociedades agrícolas para, así, establecer una cierta paz social y cierto orden productivo. Ello también fue aplicado para lo que representaban las autoridades locales. ¿Cómo iban a hacer cuando el brujo Palo Poderoso muriera? ¿Y cuando le tocara al gran jefe Mamut Agachado? Y así se establecieron las reglas de sucesión, y así se fueron refinando los mecanismos hasta que nacieron los Papas y los Reyes… 

En el interín de todo esto debo aclarar que el emperador Justiniano en el siglo VI de nuestra era nombró a diez juristas para redactar el que fuera bautizado como Corpus Iuris Civilis, también llamado Código de Justiniano.  Más adelante fue Carlomagno quien introdujo una serie de medidas legales entre la cuales destacó el capitulare de villis, escrito que establece una serie de normas por las que debían ser registrados todos los ingresos y gastos públicos. A mediados del siglo XII en Inglaterra fue Enrique II quien introdujo en su país una serie de cambios para ordenar el desbarajuste que tenían tribunales eclesiásticos y civiles; y ya casi al final de su reinado se conoció el tractatus de Glanvill, el primer tratado sobre derecho inglés; escrito por Ranulf de Glanvill para el rey, donde se definió el proceso legal e introdujo los autos, lo cual ha sobrevivido hasta nuestros días.

Hago este vuelo, a ritmo velocísimo, de lo que ha venido ocurriendo desde que aquel troglodita desnucó a aquel que le agarró la nalgamenta a su mujer, hasta hoy en día. Ha sido una larga, larguísima, sucesión de hechos, intentos, estudios, tratados, para establecer eso que llaman marco jurídico que impide que no matemos unos a otros. Ha habido una pléyade de pensadores que han hecho aportes de todo orden para que tengamos el conjunto de normas que nos permiten convivir.

Más de uno se debe estar preguntando a qué viene esta divagación; ella nace de una noticia recientemente divulgada por la muy rancia y venerable cadena británica BBC, en la que reseña la participación del juez magistrado estadounidense Samuel Alito, quien es integrante de la Corte Suprema de su país, en la Conferencia de Libertad Religiosa que se celebró en la capital italiana el pasado julio.

Esa nota la tuve que leer una y otra vez, y chequear su procedencia otras tantas, porque el colofón de la misma me dejó atónito, por decir lo menos. Les transcribo: “Las encuestas de opinión sugieren que la confianza en el tribunal está en su punto más bajo tras varias decisiones controvertidas. Solo el 25% de los encuestados dijo tener confianza en el organismo.” Es decir: ¿ahora las decisiones judiciales deben estar sometidas a la aprobación demoscópica? Los jueces por lo visto tienen que ocuparse no de interpretar y hacer cumplir las leyes, sino de hacer lo que las encuestas dicen que la gente quiere. ¿Se imagina usted cómo serían las medidas de un enjundioso magistrado como Maikel Moreno? ¿Será por eso sus lazos con Osmel Sousa?  A este paso pronto veremos a Telesur, o alguno de los tantos pasquines y chiringuitos comunicacionales rojos rojitos, los magistrados, engalanados con marabú,  lentejuelas y su respectiva banda identificatoria, anunciando sentencias al compás de: En una noche tan linda como esta cualquiera de nosotras…

 © Alfredo Cedeño  

Follow bandolero69 on Twitter