miércoles, septiembre 30, 2020

AVANZADA DECADENTE


Hubo un tiempo no muy lejano, al menos para mí, cuando izquierda era todo aquello que se asociaba a lo justo, lo equitativo, lo sensible. Eran días de indudable barniz romántico, de lecturas variopintas donde El Principito estaba al lado del Qué Hacer de Lenin, las Cinco Tesis Filosóficas de Mao, La Náusea, El Segundo Sexo, Yo estoy bien tú estás bien, La plusvalía ideológica, País Portátil,  La Ciudad y los perros, El Coronel no tiene quien le escriba, Rayuela, El Túnel, Papillon, La Naranja Mecánica, La Aldea Global, Cómo leer al Pato Donald… y por ahí seguía el batiburrillo, poco ortodoxo por demás, de lecturas en las que nos sumergíamos todos aquellos que aspirábamos a ser unos insurrectos.

El Ché era un  Cristo al que no pocos le encendían cirios, yo he de decir en mi descargo que nunca caí en semejante desvarío, pero si tuve mi afiche y franela con su estampa. Trotski era un anatema al que se nombraba con cierta sorna. La peor cosa que podía ocurrir en ese ambiente, que se tornó en Sanedrín cultural, es que fueras señalado de “revisionista”. La militancia incluía una romería  por todos los eventos de solidaridad con los presos políticos a la que no podías dejar de acudir, so pena de ser señalado de “agente del imperialismo”. Era obligatorio recorrer las inauguraciones del circuito de museos, salas y galerías, allí te encontrabas las mismas caras con la misma ropa arrugada y desteñida, ellas de pelos lacios y ellos de greñas revueltas, todos con sandalias cuando no con suecos de Dr. Scholl. Entre ellos había unos pocos que vestían, y hay que decirlo, con gusto exquisito, eran auténticos dandis. En medio de esta marabunta dicharachera, malhablada y altisonante, abundaban muchas “niñas bien”, muchachas de la “pequeña burguesía”, como soltaban con sorna y –obvia– envidia, las ninfas progresistas.  A ese grupo que cada vez crecía más, los faunos asediaban con manifiesto interés; a más de uno con presunciones poéticas les escuché decir: “De la burguesía, sus vinos y sus mujeres”.

También era común en aquellos saraos escuchar frases en francés, italiano, alemán e inglés, pero del británico, ojo. Unos presumían de su postgrado en París y sus clases con el mismísimo Sartre o Althusser, y hasta con Roland Barthes. Aquellos presumían de poder citar a Marx en su lengua natal ya que estaban de vuelta de un Ph.D en el Max Planck. La lengua de Verdi, ¡perdón!, de Gramsci (y pronuncie: Grannchi), también se oía y se hablaba de las delicias del Vino de la Toscana o las pizzas de Trastevere. En cuanto al idioma imperial el acento era Oxford puro, y no faltaban los gritos de ¡Noooo!, cuando alguno contaba de su visita a la tumba del mero-mero, entiéndase Marx, en el cementerio de Highgate.

Evoco todo esto ahora al ver eso que se autodenomina “izquierda”, ese grupete devaluado en que ha degenerado aquel candor, el extravío de aquella inocencia, hasta convertirse en un remedo que vive de glorias pasadas. Son una vanguardia anodina y llena de poses, así como de militantes lastimosos que de vaina atinan a repetir, como viejas cacatúas desmelenadas, las consignas políticamente correctas, las que les dicta el humor de la opinión de moda. Son patéticos. Ya no son heroicos. Muy lejos de lo que todos queríamos ser cuando jóvenes, y no tanto también. 

© Alfredo Cedeño  


miércoles, septiembre 23, 2020

IGNORANTES E INTERESADOS

Más conmueve a la llamada opinión pública la muerte de un elefante o un atún rojo que la de un ser humano, cualquiera sea su raza. Un sashimi o tartar, o un crucifijo de marfil logran despertar más indignación que el asesinato de un niño o un anciano, cualquiera sea el color de su piel. A muestra de lo que escribo traigo dos ejemplos.

En abril de 1994 comenzaron en Ruanda tal vez los peores cien días de la historia africana. Los pueblos Hutu y Tutsi se enfrentaron en una lucha, en su mayoría a machete, en la que se calcula murieron 800.000 personas.  El año siguiente, en julio de 1995 los serbios obligaron a 25.000 mujeres y niños a huir de Srebenica, en la región oriental de Bosnia, donde se refugiaban 40.000 musulmanes bajo el supuesto amparo de los cascos azules de la ONU. Los serbobosnios asesinaron entre 7.000 y 7.500 islamitas varones, entre niños, adolescentes, hombres jóvenes y ancianos. Ambos hechos ocurrieron ante la mirada, supuestamente escandalizada, de un mundo que solo atinó a comprar más periódicos, conectarse más a las radios y televisores, y unos organismos internacionales, de reacciones paquidérmicas, que atinaron a pronunciarse cuando ya las muertes no podían evitarse. Sin embargo, todavía se oyen muchas voces defendiendo la “oportuna acción” de los entes mundiales.

La indolencia, parsimonia y/o indiferencia de las “democracias”, instituciones multilaterales y del mundo en general ante las desgracias de las minorías, o de naciones enteras, es una constante a lo largo de nuestra historia. ¿Acaso es necesario recordar la desgracia nazi y el desamparo de los judíos ante la barbarie que los golpeó inclemente e impunemente? Y cito apenas un ejemplo. Me pregunto ¿qué haría que el caso venezolano fuera manejado de manera diferente?

La indolencia hecha gente, manifestada en esa casta que dirige nuestros rumbos, con su habitual rumbo de ventilador, oscila de uno a otro tema con supuesta enjundia esclarecida… Sin embargo, es justicia reconocerles que en un punto han sido consecuentes a más no poder: la industria petrolera. Es lógico que sea así, después de todo ella es la gallina de los huevos de oro.

En diferentes ocasiones y escenarios hemos escuchado decir sobre la necesaria recuperación de la que fuera primera empresa nacional en Venezuela. Se oyen propuestas de todo orden y calibre, las altisonancias están a la orden del día en lo que toca al tema. Pero, ¿realmente se puede hacer algo con PDVSA? ¿Es posible que la producción petrolera venezolana se recupere de manera medianamente eficaz? ¿La infraestructura para producir crudo puede recuperar sus antiguos niveles de rendimiento, y en cuanto tiempo puede lograrse?

No puedo sustraerme a aquello de piensa mal y acertarás. Aquellos que pregonan la inminente recuperación de la explotación de petróleo o lo hacen por crasa ignorancia, o por intereses muy particulares, es necesario dejarlo claro. Las labores de extracción de nuestro hidrocarburo son de una complejidad enorme; nuestra pereza mental, propia de súbditos petroleros, nos ha creado el espejismo de una facilidad que no existe. Nos acostumbramos a créditos condonados, a becas sin contraprestación, a salud gratuita, a combustibles regalados, en fin a una vida muelle que todo lo merecíamos por nuestro sitio de nacimiento. Esa ignorancia y falta de compromiso con lo que significan los procesos productivos es lo que hace a muchos asegurar que dicha recuperación será rauda y veloz.

También hay quienes anuncian la resurrección de nuestro carburante jugando su propio envite. Son muchos que han estado vinculados a esa área, bien con la empresa criolla o con compañías extranjeras que tuvieron o tienen intereses en el sector. Los contratos se avizoran jugosos, las comisiones no pueden suponerse más que sustanciosas.

En reciente artículo Eddie Ramírez, hombre de probidad incuestionable como servidor público reveló que “exportábamos gasolina hasta que llegaron los rojos”. Igualmente informa que en el año 2013 se importaron 6.510.000 barriles de gasolina, 6.497.000 de diesel y 4.990.000 de gas propano; lo cual “desmiente que la situación actual de escasez sea por las sanciones.” En su nota Ramírez recuerda que algunas refinerías en Estados Unidos y Europa fueron vendidas, “para dar prioridad a las de Cuba, República Dominicana y Jamaica”.  El conocido hombre del mundo petrolero recomienda: “Con este dramático panorama y la gran deuda de la empresa, nuestros legisladores deben ser cuidadosos con la nueva Ley de Hidrocarburos que se discutirá. Deben considerar que la destrucción de Pdvsa fue consecuencia de su politización, que despidió a los mejores, contrató ineptos y permitió la corrupción.”

Otro querido amigo, cuyo nombre es preferible guardar en reserva por su seguridad, me hace referencia a un evento que se llevó a cabo el año pasado en IESA donde se realizó un foro para discutir sobre la industria petrolera.  “En ese momento producíamos todavía un poco más de millón y medio de barriles, y con las refinerías produciendo se dijo que el 80% de la inversión necesaria para su recuperación debía venir del exterior. Imagínate cuánto sería necesario ahora que estamos en la carraplana. Es necesario decir que no tenemos los recursos financieros, ni humanos, ni la tecnología para recuperar la industria. Lamentablemente tenemos que comenzar de cero dando concesiones petroleras, cambiando esquemas impositivos y asignando refinación, petroquímica y mercado interno a terceros. Muchos dirán el dinero se puede obtener y no tienen ni idea de cuánto cuesta reparar, por ejemplo, las refinerías. Otros dirán el personal regresará, y yo creo que ya están viejos o simplemente se hicieron ciudadanos de otros países. Otros dirán la tecnología la podemos comprar pero para eso se requiere conocimiento para la selección y utilización, y los recursos humanos que tenemos no tienen ni idea.  Creo que existen otras prioridades mucho más relevantes: educación, salud, alimentación, infraestructura, y no es momento de estar jugando acertijos.”

                Los muertos se lloran y se entierran, no podemos permitir que sigan expuestos creando focos infecciosos que terminaran creando nuevas víctimas.

© Alfredo Cedeño  

miércoles, septiembre 16, 2020

TIEMPO DE TORMENTAS

                En agosto de 1980, por situaciones que ahora no vienen al caso detallar, fui director de la galería Chaplin, la cual funcionaba en los dos niveles del lobby de Mi cine La Pirámide, ubicado en el centro comercial del igual nombre, en la parte trasera del Concresa. Cada tres o cuatro semanas logré inaugurar exposiciones de fotografía, dibujo, arte ingenuo, pintura, cinetismo, entre otras. Jorge Chirinos, Jesús Reina, Elsa Morales, El Hombre del Anillo, Víctor Millán, Rafael Vicente Fernández, Eugenio Opitz, Lilian Álvarez, son algunos de los nombres que me vienen ahora a la memoria, pero fueron muchos más.

Cada inauguración era acompañada por una peña de gente solidaria que llenaba la sala, era un grupo de viveza exquisita, donde podía aparecer Jacobo Borges, o Rubén Monasterios, o Pedro León Zapata, o Levis Rossel, o cualquier otro amigo de la cultura. Pero nunca faltaba una pareja que cuando llegaban sumían a la sala en un silencio respetuoso que de inmediato se avivaba al paso de ellos. Eran el señor que dirigía la Cinemateca Nacional y su esposa.

                Si, eran Rodolfo Izaguirre y Belén Lobo, ellos no faltaron a una sola de las aperturas que allí organicé. Él entraba con el donaire y garbo que siempre había visto de muchacho en la sala del Museo de Bellas Artes; y ella se desplazaba con una ágil sutileza que parecía dejar una estela a su paso. 

Ahora, cuarenta años más tarde, me dedico a leer la última obra del hijo de ambos, y cuyo título tomé para titular esta columna, y me digo una y otra vez: solo un hijo de Rodolfo y Belén podía resumir y rezumar tanto talento. Esta novela, para mí, es en realidad una libreta de facturas que Boris pasa a un grupo de maulas que lo han rodeado, pese a la defensa feroz que sus padres siempre le dieron. Ella está en cada página, pero el espíritu de él es un aleteo que se siente en cada palabra. No puedo obviar mi fascinación por Rodolfo, soy un devoto de él, de su sapiencia, su galanura, su don de gente, su escritura que siempre me cautivó desde sus columnas sobre cinematografía; y eso está allí. El autor cobra a unos y otros, a estas y a aquellas, a Caracas y a Madrid y Barcelona, ciudades que en el fondo son extraordinariamente pacatas pese a sus aureolas de modernidad.  Bien las describe él: “La desigualdad social ofrecida como emblema de la ciudad”, dice a su llegada a Caracas; y luego: “Europa: que, pese a ser el origen de los orígenes, es capaz de aportar cosas como la democracia, pero también el cursi y el kitsch.”

                Boris Izaguirre siempre ha sido cautivador, de inteligencia sublime, y como en una ocasión me dijo José Ignacio Cabrujas: “Izaguirre es Izaguirre, como ese muchacho es imposible que haya otro.” Esta novela seduce desde su primera página, es una montaña rusa de emociones que me ha hecho reír hasta que me dolió la barriga y también llorar de tristeza, rabia e impotencia. Pocas veces he encontrado un texto tan valiente como este, poca gente he conocido con la presencia de brío necesaria para desnudarse de esta manera que solo el hijo de ellos podía hacer. Él es una medusa que seduce palabra a palabra.

Gracias Belén, gracias Rodolfo, amén de todo lo que han hecho por nuestra cultura también nos han hecho el increíble regalo de un hijo como este. Aunque no crean en él, que Dios los bendiga.

 © Alfredo Cedeño  

miércoles, septiembre 09, 2020

BENDITO JUEGO PERPETUO
















                Comenzaba el siglo XX cuando James Matthew Barrie, mayormente conocido como J. M. Barrie, escribió la obra teatral Peter Pan y Wendy. La pieza de Barrie se convertiría años más tarde en el libro para niños Peter Pan, luego Paramount Pictures la convertiría en película muda, hasta que en 1953 Disney la llevó a una de dibujos animados, que terminó de incrustarla en nuestra cultura. Las variaciones en torno al personaje han sido de cualquier tipo y tenor. 79 años más tarde, el psicólogo estadounidense Dan Kiley publicó El síndrome de Peter Pan: los hombres que nunca crecieron. Al comienzo su obra fue rechazada, y cuando  una editorial se aventuró a publicarla fue un bestseller instantáneo, por meses fue uno de los más comprados en Estados Unidos, traducido a 22 idiomas y vendidos en el mundo entero millones de ejemplares.

                Kiley había trabajado por largo tiempo con adultos jóvenes con problemas de conducta, y un rasgo que le llevó a acuñar el término fue detectar que un porcentaje elevado de esos pacientes se negaban a aceptar las responsabilidades de un adulto, lo mismo que el personaje de Barrie. Si bien esta denominación, como síndrome no es reconocido como tal por la American Psychiatric Association, y usted puede ratificarlo buscando en la V edición de su célebre  Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, donde no encontrará mención alguna; sin embargo debe decirse que la definición puesta a circular por el psicólogo se ha consolidado hasta convertirse de uso común.

                Por supuesto que es un tema en el que sobra tela para cortar, coser y remendar. Al pasear la mirada por el escenario “político” venezolano, bien podía decirse que el mencionado trastorno del eterno novio de Campanita es de observancia obligatoria para poder formar parte de dicha secta. Los rasgos genéricos de tal carácter son de un narcisismo consumado y una irresponsabilidad suprema. Todos quieren tener los polvos mágicos del hada volandera para escaparse a salvo de los embrollos donde suelen sumergirse de manera continua. No hay uno que no quiera irse a la Tierra de Nunca Jamás en volandas a hacer lo que le salga de sus santas ganas. Unánimemente aspiran caerle a machetazos al capitán Garfio, ahora devenido en Maduro o Diosdado o Aristóbulo o Delcy Eloina, mientras salvan sus asentaderas de las fauces del caimán y huyen con Wendy a merendar como si fuera La Caperucita; mientras los niños perdidos siguen haciendo de las suyas cada vez que se les antoja.

                ¿Por qué extrañarnos entonces de encontrar a la pandilla de casposos impresentables, que aseguran dirigirnos, prestándose a ser comparsas de la maroma electoral?   ¿A santo de qué deben, semejantes manojos de polichinelas, asumir una actitud madura, equilibrada y transparente frente a un régimen criminal como el que ha acabado con nuestro país?  ¿Cuándo se terminará de aceptar que renacuajos como David de Lima, Claudio, Caprilito, y por ahí hasta los barrancos de Las Tetas de María Guevara, no hay uno solo que sirva así sea para hacer un café decente? Imberbes perennes de los que se pretende algo que nunca tendrán, ellos solo saben de jugar al pelotón que fusila a todo aquel que ose pedirles terminen de crecer.

 

© Alfredo Cedeño 

miércoles, septiembre 02, 2020

NUESTRA PEQUEÑA CANDELA



           Atribuyen a Henry Kissinger la frase: “El poder es el mayor afrodisíaco”. Confieso que no tengo mayor información sobre el momento y por qué el judeoalemán, registrado en su Baviera natal como Heinz Alfred, pronunció dicha locución; pero sobran elucubraciones al respecto. Seguramente, es de allí que se ha desprendido otra definición que, igualmente, ha rodado hasta el cansancio: Erótica del poder. Como bien podemos apreciar ambas expresiones están vinculadas al ámbito de los instintos, de nuestras    fuerzas primarias, de esas reacciones de las que no se suelen tener conciencia. En el ámbito biológico se suelen describir como pautas hereditarias de comportamiento.

                Años antes que él, un vecino de su tierra natal, el vienés Sigmund Freud definió a los instintos como los apetitos innatos y específicos o comunes a todos los individuos de una especie.  Él propuso inicialmente dos grupos de instintos, los del yo o de conservación y los sexuales o libido; más tarde llegó a la conclusión de que los de conservación son la expresión de la libido hacia el propio individuo, por lo que sólo existiría esta como instinto básico. No me gusta resumir abruptamente temas tan espinosos y ricos como este, pero como el tiempo apremia…

                Comparto estas reflexiones cuando observo, en mi Venezuela de nuestros pesares, la conducta a todas luces instintiva, aunque más bien debiera escribir  visceral, de las manadas rabiosas que, con aires altaneros, casi de hienas, despedazan con furia libidinosa a todo aquel que no sea guaidólovers o mariacorinero. Tan parafílica es una posición como la otra.

Las arremetidas son contempladas por ambos dirigentes de manera impasible, uno y otra mantienen aires imperturbables. Me da por pensar que se deben creer algo así como Napoleón en la batalla de Austerlitz, o quién sabe si Alejandro Magno en la acometida de Gaugamela, o tal vez Aníbal en la degollina de Cannas; o Ulysses S. Grant al frente de los ejércitos de la Unión en la campaña de Overland. Mientras esto pasa, ellos, y los otros que del supuesto mismo lado militan, posan con aires augustos y poses de eruditos inspirados. Demuestran con sus hechos que el país les importa de labios afuera, la unidad es una quimera que da lustre ensalzar de vez en cuando y cada vez que las cámaras les enfocan. ¡Ah!, y de los ataques sibilinos, puñaladas traperas y demás argucias barriobajeras se ocupan sus bestias de presa.

            Para la secta de los dirigentes diálogos y acuerdos son más fáciles de establecer con la dictadura, y hay ciertos sectores que hasta se fotografían al lado de los más roñosos representantes de la mojiganga roja. Se insiste en unas elecciones cuyo resultado ya está cantado, pese a lo cual sobran quienes defienden la vía electoral como el elixir de sanalotodo que va a resolver todos nuestros males y hará regresar el dólar a 4,30. Han convertido, y como tal lo mantienen, en un sainete la tragedia que padecemos; al punto que hay quienes nos exigen que aplaudamos la libertad de los recientes presos liberados. Los argumentos manejados al respecto son rocambolescos. Hasta la dignidad se nos ha ido esfumando y pretenden que sea la norma que se imponga.

            Los griegos utilizaron un modo de escribir al que llamaron bustrofedón en el que redactaban de manera alterna una línea de derecha a izquierda y el próximo de izquierda a derecha, y así sucesivamente. Pareciera que es el método escogido por la “unidad” criolla, algo así como un paso adelante y otro atrás, poco importa que se avance, lo que importa es hacer como que se camina; porque de escribir nada, al menos los griegos estampaban sus mensajes, estos ni para eso tienen habilidad.

            Hoy más que nunca hay que evocar la obra de la Junta Patriótica para derrocar a Pérez Jiménez, debe ser una diminuta llama que no debe dejarse apagar en nuestros recuerdos. Tal vez porque esa evocación hará realidad la frase que en El Mercader de Venecia Porcia dice a Nerissa, su dama de compañía, casi al final de la obra: “¡Cuán lejos manda sus rayos esa pequeña candela!”

 

© Alfredo Cedeño 

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