miércoles, noviembre 28, 2018

Y EL TUERTO SE HIZO REY

                    

                Venezuela se caracteriza por hacer de los obstáculos palancas. En mi país el color no es un oprobio o un insulto, puede ser expresión de enorme afecto. La negra Lucy Gómez, por ejemplo, sabe del profundo cariño que le profesamos quienes apelamos a su arrosquetada piel para llamarla; ni hablar del negro Olivares, quien fuera un amigo a prueba de todo, él siempre devolvía una sonrisa infinita cuando así lo llamábamos y reclamaba cuando no usábamos su color para saludarlo. Y no fueron ellos los pioneros en tales menesteres, ¿quién no recuerda en las clases de historia las menciones a Pedro Camejo, Negro Primero, y sus arrestos viriles que le llevaron a la muerte en la batalla de nuestra independencia?
                Los defectos físicos han seguido el mismo rumbo. Ellos también son de vieja data, quienes hemos revisado la historia republicana algunos nos maravillamos ante José Manuel Hernández, irredento perpetuo que se alzó contra todos los presidentes o tartufos de turno hasta su muerte en el exilio. Él había perdido dos dedos a machetazos en un combate en Paracotos y desde entonces nadie más lo llamó por su nombre, sino El Mocho Hernández. Al muy serio, más enjuto, y hombre de pocas cherchas, Eleazar López Contreras lo llamaban El Ronquito, y aseguran quienes lo conocieron en la intimidad que tal apelativo le arrancaba un esbozo de sonrisa. A fines del siglo XX uno que me viene a la memoria es José "El Cojo" Lira, co-fundador de La Causa R.
                Por eso en nuestra tierra la maracucha, el gordo, la enana, el catire, el chigüire, la gocha, el flaco, tucusito, el loco, y así hasta donde la memoria no tiene regreso son apelativos que nunca se han tomado como ofensa, más bien en muchas ocasiones su uso dejaba colar una cierta admiración. Es el caso del señor Alejandro Andrade, en estos días muy en boca del país entero y de medio mundo más allá de las fronteras. A él por un accidente del cual se especula mucho, y del cual pocas certezas hay, de cierto tiempo a esta parte lo rebautizaron como el "Tuerto".
                La generosidad de este militar retirado, ex tesorero nacional, y muchos otros cargos desempeñados, fue amplia y se le atribuye una riqueza generosa y poco disimulada. Regalos, donaciones, patrocinios y finezas de todo tipo le hicieron una suerte de Santa Claus tropical y simpaticón. Y con él se cumplió aquello de: "En el país de los ciegos el tuerto es rey". Nadie sabe si por ceguera física, mental o fingida, lo rodearon y aclamaron hasta investirlo, al punto de que muy pocas voces del submundo político han dicho siquiera esta boca es mía. Y ni hablar de su compadre Gorrín, ahí el silencio se pone más espeso que sancocho de ñame y pata de ganado.

© Alfredo Cedeño


miércoles, noviembre 21, 2018

EXTRAVAGANCIAS DEL PODER

 
                Hay imágenes que se nos graban con impertinencia en la memoria. Son escenas en las que sus protagonistas se imponen en nuestros recuerdos de manera avasallante. Uno de esos iconos es la imponente foto de Winston Churchill hecha en 1941 por Yousuf Karsh; ese retrato fue realizado durante la visita a Canadá del líder británico y su fuerza fue tal que se convirtió en la más depurada representación de la fiereza, fortaleza y seguridad del señor Churchill. 
                Hay otras tan emblemáticas como esa pero que han corrido con menor suerte en su permanencia en la retentiva colectiva de la humanidad. Fue hecha en Moscú en abril de 1963, durante el viaje que hizo el difunto Fidel a territorios soviéticos. Como suele ocurrir en todos los escenarios revolucionarios su autor permanece en el anonimato, al menos para mí. En dicha instantánea, vaya usted a saber en qué recinto de la extinta URSS, y bajo la presencia de un retrato de Marx que parece observar con particular insolencia a don Nikita, un reducido grupo de doce personas, incluidos los ya nombrados, aparecen alrededor de una mesa donde el caribeño se dedica a encender un largo puro con su mano derecha, mientras hace pantalla con la izquierda y protege la llama.  
                Esa imagen que debió haber tenido mayor trascendencia que la de una "foto simpática" es expresión por excelencia de la moral revolucionaria. En la muñeca que cuida el fuego con que enciende el habano se ven DOS relojes Rolex… La cara del máximo jefe ruso es de esas que llaman polisémicas, se le puede interpretar como el amo que mira a su mico complacido, tal vez refleja estupor ante el desparpajo del socio recién adquirido, a lo mejor…, y así hasta el infinito.
                ¿Por qué esa fotografía no fue leída en su momento con la seriedad que ameritaba? ¿Qué pasó con el entorno político mundial que no desnudó lo que en ella se asomaba? Ocurre que el circo es una de las instituciones más añejas de la humanidad, sus arenas han servido para exhibir aquellas manifestaciones exóticas o ajenas a nuestro entorno; por lo que sus instalaciones siempre han funcionado como un frasco de miel para las moscas. De un tiempo a esta parte ciertas bestias, de excepcional inteligencia, se dedicaron a crear sus propias pistas para exhibirse y congregar a quienes les interesan. Fidel fue un maestro en ello y la experticia adquirida en tales menesteres la transmitió al oprobio que gobierna Venezuela.
                Por todo ello, asombra el candor o ignorancia de quienes aparecen presagiando la retirada masiva de embajadores ante la corte del zar Nicolás el próximo enero. ¿Acaso creen que los muy curiosos y educados gobernantes del mundo van a perder la oportunidad de hacerse retratar al lado del engendro del momento? ¿Quién no salió al lado de Stalin, Fidel, Gadafi, Hussein, por nombrar algunos? ¿Acaso no recuerdan a Clinton con el difunto? Al final serán recuerdos estrambóticos de las duras exigencias de su ejercicio del poder.

© Alfredo Cedeño


miércoles, noviembre 14, 2018

PEQUEÑA FÁBULA

         
                         Decía el bachiller Esopo que la costumbre dulcifica hasta las cosas más aterradoras. Parece ser que la plaga roja es más culta de lo que a simple vista expresa, puesto que han demostrado conocer y aplicar dicho aserto de manera impecable. A partir de Chávez y su arenga altisonante, bajo la mirada cómplice de una casta política inconexa con nuestro tejido social, el país se nos ha desmigajado de manera insólita. El terror fue tomando posiciones en nuestro quehacer diario hasta convertirse en parte de nuestras vidas para luego ser visto con naturalidad, es decir, con la dulzura que reviste a todo aquello que es parte de nuestra cotidianidad.
                         Descalabraron la Constitución que desde los sesenta, mal que bien, nos había guiado y las más altas instancias legislativas y judiciales se pararon a aplaudir al señor de Sabaneta. "Toman por asalto" a la gallina de los huevos de oro y los trabajadores petroleros empiezan una solitaria pelea que logra hacer retroceder al mentado señor, y sobran los vivarachos de rigor que tratan de aprovecharse de ellos para encauzar dichas aguas a sus molinos; una vez seco el río les sacaron la silla para dejar que PDVSA sea el elefante rojo que agoniza hoy en día. Van asesinando a quienes no pueden callar y Oscar Pérez, Fernando Albán, Juan Pablo Pernalete, Daniela Salomón, por nombrar algunos entre una lista infinita, son parte del pánico que han instaurado en nuestro país.
                         Ha sido una labor metódica. A conciencia y sin escrúpulos se nos ha despojado de casi todo. Los rezagos de dignidad tratan de acabarlos con sus bozales de cartón del CLAP, a sus perros falderos los premian con limosnas que envilecen. La concepción del bendito hombre nuevo está basada en la destrucción de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que seremos. Y ahí está la piedra que no han podido mover siquiera: el gentilicio venezolano.
                         Pese a las escenas aterradoras que circulan por las redes sociales donde muchachos imberbes asesinan a otros con frío gozo, o de los ataques sanguinarios contra la muchachada que pelea sin tregua por los derechos de la ciudadanía, o de la complacencia de una casta política que se ha autodesprestigiado con esfuerzo digno de mejores causas, o del hambre que planea sobre todo el territorio nacional, o de la dolorosa diáspora de quienes ante el desamparo buscan cómo sobrevivir, más allá de todo eso y más aún, hay una venezolanidad con espíritu de araguaney.
                         Uno pasa por las carreteras entre mayo y diciembre y ve todo verde, hermoso pero monótono, no hay una nota de color que cambie el paisaje. Hasta que a fines de enero las montañas y los campos empiezan a reventar de amarillo, es un carnaval que los ojos y el alma celebran ante aquel florear de nuestros araguaneyes. Así mismo veremos retoñar nuestra condición de gente de bien.

© Alfredo Cedeño

miércoles, noviembre 07, 2018

ALCAHUETES IMPENITENTES

                Al menos veinte veces hice el viaje con mi carro desde Caracas a Puerto Ayacucho, tiempos cuando hacía trabajos especiales para El Diario de Caracas y El Universal, y luego como investigador del programa Viajando con Maltín Polar.  Esos recorridos los hice siempre solo, salía a las cinco de la mañana de Caracas y a las  4 de la tarde, luego de atravesar Aragua, Guárico y Apure, entraba a la capital del estado Amazonas. Era un recorrido al que siempre otorgué sentido místico. Salía de la ciudad para sumergirme en nuestras raíces originarias, nuestros ancestros indígenas. Eran viajes de largas meditaciones, de incontables reflexiones, de escasas soluciones.
                El día antes del domingo 26 de febrero de 1995 regresé a Caracas, poco podía saber que horas más tarde en las relativas cercanías de mi camino, a orillas del río Meta, el puesto militar Cararabo sería atacado por la guerrilla colombiana y realizarían una masacre contra los efectivos allí destacados. De aquella alevosa operación subversiva entre los cuerpos de seguridad del Estado hubo la convicción que ello había sido posible gracias a un informante que las fuerzas irregulares tenían entre algunos miembros ya retirados de la oficialidad venezolana, y señalaron específicamente a cierto teniente coronel. Si, ese mismo que había intentado el golpe contra Carlos Andrés Pérez en febrero de 1992, y que luego llegaría a la presidencia.  Sin embargo, los señalamientos fueron callados "por órdenes superiores".  
                Todo esto me viene a la cabeza en el momento que leo las informaciones sobre el ataque del pasado domingo 4 de noviembre por parte de guerrilleros del vecino país a efectivos militares en las afueras de Puerto Ayacucho. No creo necesario abundar en las manifiestas simpatías del comandante difunto con dichos subversivos. Los nexos fueron patentes y poco simulados, las reuniones fueron anunciadas con bombos y platillos o algunas celebradas con excesiva cautela, como las de un ministro de salud con el representante del ELN en Caracas en su despacho de la torre sur del Centro Simón Bolívar.
                La emboscada contra ese grupo de muchachos del domingo es consecuencia de la alcahuetería sin parangón de nuestro gobierno con la guerrilla, no fue el ELN quien lo mató, fue Chávez, y Maduro y su combo los autores de ese sacrificio. Padrino López con sus palabras trata de aquietar a sus subordinados, sabe bien que está sentado sobre un barril de pólvora al que le sobran mechas muy cortas. Mientras tanto, y por no dejar, la élite de la peste roja calla, se dedican a ver cómo le dan casa por cárcel al camarada "Garganta", líder de los Grupos Estructurados de Delincuencia Organizada. ¿Casualidad que las siglas sean G2?

 © Alfredo Cedeño
Follow bandolero69 on Twitter