miércoles, junio 24, 2020

DISTÓPICOS DISOCIADOS


                 Recuerdo de mis primeros años como estudiante la insistencia, de maestras primero y profesores después, sobre la condición gregaria del hombre; es decir aquella relación que se establece entre los humanos al conformarse en grupos sociales para poder resolver de la mejor manera posible los problemas comunes. Esa suerte de instinto es propia de todo ser vivo, por eso vemos a los peces agrupados en cardúmenes, los  gansos en bandadas, las hormigas en colonias, los antílopes en manadas. Es una relación que establece la unidad como principio básico para reconfirmar el instinto de supervivencia.
                Es una frase manida aquella que dice que todo imperio, en cuanto modelo social, socava sus propias bases y siembra las semillas de su auto destrucción; el ejemplo que más se muestra es el del romano. Un modelo cultural que se hizo hegemónico se confió de tal manera en su fortaleza, que alcanzó su apogeo durante el mandato de Trajano, cuando existió un Estado que iba desde las costas del Atlántico hasta Mesopotamia.  Me es necesario acotar que este emperador fue el primero no nacido en la península itálica en alcanzar tal nivel de mando. Él nació en las afueras de Sevilla, España. La declinación de Roma como eje del mundo entonces conocido comenzó al siglo siguiente de este soberano. Pestes, derrotas, impuestos arbitrarios, decisiones políticas erradas, soberbia, exceso de autoconfianza, y muchas otras variables se fueron juntando.
                Diocleciano y su intento por evitar el naufragio ahondó más la crisis. Él dividió los vastos territorios romanos en oriental y occidental, cada región pasó a ser gobernada por un César, con poder militar, y un Augusto, con poder político, que daban en total cuatro jefes y fue llamado como sistema “tetrarquía”, es decir un gobierno de cuatro.  Y se cumplió aquello de que muchas manos ponen el caldo morado.  Si ya el imperio tenía problemas estos se agravaron con las peleas intestinas por imponer cada cual sus decisiones. 
A fines del siglo IV de nuestra era terminó de torcer la marrana el rabo con Teodosio, quien para quedar como el padre perfecto dividió entre sus hijos Honorio y Arcadio sus dominios. Al primero le tocó Occidente y al segundo Oriente.  No pasaría mucho para que comenzaran las derrotas, y así llegó el año 410 cuando el rey visigodo Alarico saqueó Roma. Desde ese momento empezó el declive de forma más acusada hasta que en el 476 Rómulo Augusto, el último emperador de Occidente, fue depuesto por Odoacro quien era el cabecilla de los hérulos, una tribu germánica. La historia suele ser irónica hasta los extremos: el Imperio Romano llegó a su fin con un emperador que tenía el nombre de uno de los fundadores de Roma.
                ¿Qué hace que un modelo poderoso y avasallante caiga en desgracia y se disuelva? ¿Por qué las hegemonías terminan hechas polvo cuando parecen haber alcanzado una solidez sin parangón? ¿Dónde comienza la decadencia del dominante de turno? Son preguntas que surgen de manera reiterada sobre diversos momentos históricos, o en el marco de diferentes procesos culturales. Pasó con el modelo inca, azteca, maya, caribe,  español, y por ahí podemos seguir enumerando ejemplos. Pasó en Estados Unidos con el segregacionismo donde el poder de la supremacía blanca humilló hasta hace poco a los negros; y necesito decir que esa humillación ahora han trasladado a los hispanos y su descendencia. Pasó con Hitler y su movimiento de exterminio. Pasó con dictaduras como las de Somoza, Trujillo, Pérez Jiménez y Castro. Aunque también pasó que en una Europa liberada del fascismo y el nazismo sobrevivieron las tiranías de Franco en España y Salazar en Portugal, así como las plagas bolchevique y maoísta, toleradas y muchas veces alcahueteadas por las democracias más consolidadas del planeta.
                Trato de hacer un balance de los tiempos que vivimos y todo me hace pensar que hemos terminado por ser dominados por un patrón de pensamiento disociado. De alguna manera se ha  regresado al sálvese quien pueda y cada cual vela sólo por sí mismo. La utopía fue erradicada y ha sido desplazada por la distopía.

© Alfredo Cedeño  

miércoles, junio 17, 2020

CIELO E INFIERNO


                Donde África se proyecta hacia el oeste, que se le forma una amplia barriga de tesoros inescrutables están Mauritania y Senegal. A 630 kilómetros de sus orillas, océano adentro,  hay un rosario de quince islas de origen volcánico, que en el siglo XV fueron colonizadas por el reino de Portugal. El contraste de la feraz vegetación que por siglos se había ido desarrollando entre las negras rocas hizo que los conquistadores lusos las bautizaran como O Cabo Verde. Su posición, al igual que la de la isla de Arguin, en camino a las entonces recién descubiertas tierras americanas, le puso en lugar privilegiado cuando comenzó el tráfico de esclavos negros.
No sobra recordar que, junto a las cacerías organizadas por los tratantes de esclavos,  muchos de los hombres negros libres eran capturados en medio de guerras tribales y sus propios compañeros de raza los vendían a comerciantes árabes y a los traficantes negreros. Cuatro siglos más tarde, en una de las islas, en San Vicente, el miércoles 27 de agosto de 1941 nació Cesária Évora. Fue hija de una cocinera con siete hijos y de un padre que falleció cuando ella tenía siete años. Años más tarde, a los dieciséis, la que sería inmortalizada cuando casi pisaba la cincuentena, empezó a cantar en los bares de Mindelo, su ciudad natal.  Los altibajos en su vida fueron tan conmovedores como su voz, propia de una garganta negra prodigiosa.
Años de silencio, años de escenarios mugrientos, pero siempre su voz y como gesto de solidaridad con los más pobres de su país, de los que nunca dejó de sentirse parte, cantaba descalza en cada actuación. Sería en 1988, cuando tenía 47, que un fanático de ella la convence para ir a París, donde terminó grabando el disco La diva aux pieds nus –La diva de los pies descalzos. Y la fama la abrazó. Su voz preñada de dulzura y melancolía la llevó al lugar que merecía. ¿Quién no se ha bamboleado al compás de sus discos Mar Azul, Miss Perfumado, Cabo Verde o Café Atlántico? Sangue De Beirona, Paraiso do Atlantico, Bésame mucho, Sodade, y de ahí hasta la eternidad son solo una muestra de cómo una voz le ganó a la miseria una lucha en la que se jugó todo más de una vez.
Ese archipiélago ha sido noticia en estos días, en una de sus islas, la que está más cerca de la tierra firme africana, Sal, un hijo de la miseria de Barranquilla, Colombia, fue atrapado por la policía caboverdiana a bordo de un avión privado. Alex Saab, hijo de un libanés que migró a la citada ciudad  colombiana, fue un modesto vendedor de llaveros en su ciudad natal, y que a los 47 años es un potentado con contratos multimillonarios con el gobierno venezolano. Sus nexos con la plaga roja venezolana han sido documentados de manera extensa por numerosos trabajos de investigación, que en varios casos obligaron a los periodistas que los llevaron a cabo a exilarse por las amenazas y acciones judiciales en su contra.
Hoy, a la misma edad en que Cesária Évora comenzó su ascenso al cielo del amor de quienes admiramos su talento; su Cabo Verde natal presencia la que puede ser la caída al infierno de un maromero inescrupuloso que le vendió el alma a su paisano bigotudo.  Qué carambolas tiene la vida…

© Alfredo Cedeño 

miércoles, junio 10, 2020

¿DÓNDE ESTÁ EL NORTE?


                Muy temprano aprendí lo terrible que es perder el camino. Hace un poco más de dos años compartí con mis lectores la experiencia vivida en El Ávila en los carnavales de 1970. Durante tres días un grupo de estudiantes del Jesús Obrero, junto con el entonces jesuita Antonio Pérez Esclarín, permanecimos extraviados e incomunicados en la cara norte del cerro capitalino. La sensación de estar en la barriga de la montaña totalmente rodeados de vegetación resultaba agobiante. Por momentos me sentí en una versión tropical de Jonás en el vientre de la ballena, castigo divino por no haber aceptado ir a predicar en Nínive.
                Así supe que cuando extravías el norte empiezas a dar vueltas o tumbos, y a duras penas alcanzas a mantener cierto rumbo, pero por lo general solo atinas a ejecutar gestos sin sentido.   Uno de los momentos más terribles es cuando empiezas a preguntarte cómo es que estás en semejante escenario, cómo llegaste a ese punto en el que sabes que tu vida está en real peligro, qué pasó para que todo tu entorno se convirtiera en un riesgo permanente, cuándo fue que todos tus anhelos dieron paso a tu instinto más primitivo: sobrevivir a todo trance.
                Salir de escenarios no deseados suele ser muchísimo más arduo que entrar a ellos, sueles caer allí sin transición alguna, lo cual genera profunda tensión y no pocas frustraciones. La cavilación generalmente es permanente, pero a ella se impone la necesidad de actuar para evitar la parálisis que puede terminar en la muerte. Es una espiral que suele descender a los infiernos particulares de cada quien cual Orfeo donde nuestra Eurídice es la vida propia, y lo que sobran son Cerberos que nos pueden despedazar.
                El caos que nos abruma es total, el trastocamiento parece incrementarse con ritmo febril. Países donde los gobernantes se comportan cual matones de barrios, otros que se desempeñan como hampones embozados. La ciudadanía ha dejado de ser el ejercicio de la condición humana para ser transformada en un estado de fanatismo donde el “políticamente correcto” ha condicionado todo gesto espontáneo.  Los linchamientos en la plaza cibernética son agua de cada momento, y depende de las hienas de turno. Basta que usted asome la intención de nadar fuera del cardumen twitérico o instagrámico o facebookciano para que sea desollado de inmediato. Al carajo el derecho a disentir, y ni hablar de crear. ¿Imaginan a Nabokov publicando Lolita en estos días? Ni hablar de Howard Phillips Lovecraft y su racismo militante.
                Vivimos un vaivén enloquecido, un bamboleo de navío borracho, que justifica lo que decidan los verdugos digitales, en comandita con los titiriteros políticos. Ocurre cualquier cosa que podamos pensar mientras que hechos absolutamente inequitativos siguen ocurriendo y nadie los atiende. Escasos días atrás el Tribunal Supremo de España inició un juicio a dos exmilitares salvadoreños por la masacre de seis curas jesuitas españoles en El Salvador el 16 de noviembre de 1989.  Inocente Orlando Montano y René Yusshy Mendoza, son los acusados de la muerte del sacerdote Ignacio Ellacuría, quien era el rector de la Universidad Centroamericana, así como de la de sus compañeros Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López.
                El día que ellos fueron acribillados también murió Elba Julia Ramos, quien estaba a cargo de las labores domésticas de la residencia cural. Otra víctima fue su hija, que tenía 15 años, Celina. Los chacales centroamericanos son hoy reos de la justicia española por las muertes de los pastores, para Elba y Celina no hay siquiera un gesto hipócrita.  Son tiempos bipolares, tal vez, y si me apuran, creo que hasta pentapolares. Las caras son tantas como intereses se van estableciendo y la gente de a pie, la que es como usted y como yo, no tenemos más importancia que ser convertidos en escudos humanos para que un grupete de vagos resentidos, o ambiciosos, o enfermos, o tal vez todo eso y más, prosigan haciéndonos la vida un laberinto de iniquidades. El tiempo de los razonamientos y argumentos pasó hace un largo rato, es el de acciones iracundas y patíbulos arbitrarios. No hay brújula que valga en estos días de escasa justicia.

© Alfredo Cedeño 


miércoles, junio 03, 2020

ÉTICA PATÉTICA


                Pocas palabras han tenido, y tienen, la carga interpretativa que posee ética. A partir de ella se han escrito tratados de todo color; y se han formulado variaciones con cualquiera sea el sabor que a usted se le pueda ocurrir, algo así como la célebre heladería Coromoto en Mérida, donde usted podía encontrar sorbetes que iban desde camarones al vino, pasando por guama y fororo, hasta la muy vernácula caraota. Como reza la manida frase: Hay para todos los gustos.
                Si nos ponemos a ver, dicha locución es un recurso para evitar que nos matemos unos a otros, es la cerca que el ser humano creó para colocar elementos de contención frente a la barbarie de la fuerza bruta. Vano intento. A ella le pasó como a su compañera historia, la termina escribiendo el que vence.  Poco valen las buenas intenciones, los derechos ancestrales, el  uti possidetis juris (que terminó por ser traducido: Como poseías, así te quitaré), y todos los otros vocablos de similar especie. El que gana impone y dispone, y olvídense de igualdad, libertad y fraternidad, esas son menudencias galas que desde el siglo de las Luces andan por ahí dando saltos, por algo lo mismo se les usa como lema oficial tanto en Francia como en Haití.
                Se habla de ella según la conveniencia de cada cual, no hay un acuerdo con respecto a su uso y aplicación, no hay ISO 9000 que valga para ella, sus estándares son tan variopintos como patanes de turno nos podamos imaginar. Se ha hablado y escrito de éticas normativa, aplicada, religiosa, utilitarista, epicúrea, estoica, empírica, cívica, profesional, militar, y hasta de una metaética se han establecido cánones.
                El secular tejado que se ha tratado de colocar para protegernos siempre está en reparación, nunca calza cada pieza en su lugar porque nunca falta un gamberro que le arroja lo que le provoque. Después de todo bien saben que no habrá quien les reclame o haga pagar los daños causados. La ética se define según el que empuñe la batuta. Puede ser la de Castro o la del Dalai Lama, la de Mandela o la de Stalin, la de Antonio Estévez o la de Dudamel, la de Juana Sujo o la de Mimí Lazo, la de Almagro o la de Maduro, y por ahí podemos seguir hasta el horizonte o más allá.  
                Repito, todo concluye en un mero torneo de fuerza, y  olvídense de Pedro Calderón De La Barca y aquello de “No hay razón donde hay fuerza”, porque termina al mando el viejo refrán: Cuando la fuerza manda, la ley calla.  Tal vez el patetismo de la frase está condensado en una canción, La Chiva, que grabó Johnny Pacheco en 1977 en su disco The Artist, donde la voz de Héctor Casanova entona: Una chiva ética, pelética, peluda y perintancuda…
A la larga, ética es una excusa, un recurso decadente donde ampararnos cuando queremos hacer lo que se nos antoja, una floritura hecha palabra  que podemos convertir en escudo y salvoconducto para burlarnos del mundo entero. Maduro y su combo han demostrado que en tales vericuetos de la filosofía son verdaderos expertos, qué san Agustín de Hipona y santo Tomás de Aquino ni que niño muerto. 

© Alfredo Cedeño 

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