miércoles, marzo 31, 2021

TIEMPO DE JUDAS


Hay un pasaje en el evangelio de Mateo que siempre me produjo una mezcla de asombro, asco e impotencia. Es aquel que reza: “Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata.” Creo no recordar mal de haber oído dicho pasaje por primera vez en la voz del cura Arteta, quien lo leyó desde el púlpito de la iglesia San Pedro Apóstol de La Guaira.  Sin intenciones blasfemas, debo confiarles que esa primera vez al oír lo de treinta piezas de plata, en mi cabeza, propia de los seis años, llena de musarañas pensé si serían medios, o bolívares, o fuertes, que eran en aquellos días nuestras monedas hechas de plata sonante y altanera. En todo caso, fueran las que fueran me parecían que era un precio ridículo en el que habían tasado la vida de Jesús; amén de parecerme insólito que eso hubiera podido pasar.

En esa oportunidad, al llegar a casa, y como solía hacer con todas mis dudas, le pregunté a mi papá por ese monto. Él me miró largo y con su habitual socarronería me dijo: “No te extrañe que ni lochas le hayan dado, ese era tan bolsa que la envidia se lo comía y hasta de gratis lo debe haber entregado, por eso fue que después se ahorcó. Eso de las piezas de plata son vainas de los curas para hacer creer que dieron mucho por Él, como si una vida pudiera tener más valor que la de cualquier otro…”

Crecí con la obsesión de esas monedas, o piezas, de plata que, se supone, Judas recibió para besar e identificar a Jesús. La pregunta que siempre me hice fue: ¿A cuánto equivaldría hoy lo que recibió el Iscariote? Y hace un par de años el economista argentino Fausto Spotorno asomó una posible respuesta a la bendita interrogante. Asegura él que partiendo del valor de la plata, y jugando con las diferentes monedas que existían en aquel tiempo, el discípulo entregó al maestro por una cifra que estaría en estos días entre… ¡60 y 300 dólares!

Yo me imagino que los miembros de nuestra casta política, de una y otra banda, se parten de risa ante semejante cifra.  Por ejemplo, el honorable Pedro Carreño que tanto gusta de las corbatas Louis Vuitton apenas podría comprarse entre una y dos corbaticas. El no menos ínclito Diego Salazar Ramírez, que gustaba de regalar relojes Rolex y Cartier, apenas hubiera podido regalar unos Seiko, y apuradito tal vez llegaría a un Bulova; absolutamente descartado que se le hiciera posible darse el gusto de gastar 42.398 euros en menos de 10 kilos de jamón ibérico Joselito. ¡Dígame el ilustre preso de Cabo Verde!, ese que compraba las cajas CLAP en 8 dólares y las cobraba en 60… ¿Y qué decir de aquellos “exiliados” que alquilan o adquieren humildes residencias en los barrios de más tronío de España, Colombia, Panamá, Estados Unidos?

Nuestros Judas han vendido alma, país y futuro. Ellos nos han obligado a comprar boletos para viajar al propio infierno. Ahora nos miran con aires muy ufanos y nos exigen que nos traguemos la postración a que nos han conducido, y procedamos a alabarles cual si fueran reencarnaciones del propio Jesús.

 

 

© Alfredo Cedeño  


jueves, marzo 25, 2021

FENICIOS CONTEMPORÁNEOS



                Se estima que los fenicios comenzaron a establecerse como grupo social a comienzos del segundo milenio antes de Cristo. Las duras condiciones geográficas de su entorno y la riqueza de sus bosques les llevaron a desarrollarse como excelentes constructores de embarcaciones y, por ende, a ser excelsos navegantes. Ellos llegaron a ser los amos y señores del Mediterráneo, fueron pioneros en aquello de la talasocracia.  Inicialmente, se autodenominaban canaaneos o hijos de Canaán, quien, según la Biblia, era nieto de Noé. lo cierto es que ellos eran llamados “los rojos” por los griegos, y se supone que tal apelativo se lo endilgaron gracias a los tintes púrpura que comerciaban; esa palabra de los hijos de Atenas era phoínikes, la cual derivó a fenicios. Ojo, para algunos investigadores el término en realidad es una derivación del etnónimo pōnīm, nombre dado a los oriundos de Pūt, así llamaban la región costera de Canaán, y muchos de sus nativos lo empleaban como gentilicio.

                No voy ahora a saturarles con la historia de los fenicios, pero si considero necesario precisar que aquellas tierras cruzaron  los siglos hasta que en 1943 se convirtieron en Líbano, lar natal del padre del hampón barranquillero que en estos días permanece alojado en prisión preventiva en Cabo Verde. Alex Saab, haciendo gala de sus ancestros, logró pasar de vender llaveros por las calles de su ciudad natal a ser dueño de aviones, empresas, edificios, constructoras, minas y cuanta cosa podamos imaginar, debe tener insomne desde hace meses a la élite cleptócrata que sufre Venezuela.  Ellos conocen como nadie al futuro huésped de un calabozo estadounidense, saben de sus habilidades como vendedor, están conscientes de su virtuosismo como mercader de todo aquello que pueda ser objeto de una transacción para obtener pingües beneficios. A fin de cuentas, los negocios suelen estar exentos de escrúpulos cuando de obtener ganancias se trata. ¿Se pueden imaginar lo que significa velar por el bienestar propio? Es el punto donde la lealtad comienza a gesticular cual sacristán borracho.

                Y por aquello de que las cabras echan al monte, y regresando a los griegos que bautizaron a los ancestros del ahora embajador Saab como “los rojos”, ¿hay en estos tiempos unos más emblemáticos que la élite cubana? Ellos han demostrado ser unos fenicios contemporáneos insuperables. Han traficado con su “revolución” de manera impecable, la han transformado en una marca que cuidado si ya no supera en valor a Coca Cola, y con la anuencia, aplausos y vítores del mundo entero. Llegado aquí, es bueno precisar cuál ha sido el valor, en términos morales, que la Cuba revolucionaria ha inculcado a su ciudadanía. Usted es premiado si entrega a su madre, papá, hijo, hermano, amiga, esposo, quien sea, por llevar a cabo actividades contrarrevolucionarias; es decir la traición es premiada y exaltada, la lealtad es una rémora pequeño burguesa que en nada contribuye a la construcción del hombre nuevo.

                Maduro y su combo sabe perfectamente que están ante una horda de vividores de oficio para quienes la única fidelidad es a ellos mismos. Saab y Cuba son pájaros de igual plumaje.  A los rojos rojitos los imagino recordando aquella carta de Fidel a Carlos Andrés Pérez a raíz del intento de golpe del 4 de febrero de 1992: “Estimado Carlos Andrés: Desde horas tempranas del día de hoy cuando conocimos las primeras informaciones del pronunciamiento militar que se está desarrollando, nos ha embargado una profunda preocupación que empezó a disiparse al conocer de tus comparecencias por la radio y la televisión y las noticias de que la situación comienza a estar bajo control. En este momento amargo y crítico, recordamos con gratitud todo lo que has contribuido al desarrollo de las relaciones bilaterales entre nuestros países y tu sostenida posición de comprensión y respeto hacia Cuba. Confío en que las dificultades sean superadas totalmente y se preserve el orden constitucional, así como tu liderazgo al frente de los destinos de la hermana República de Venezuela. Fraternalmente, Fidel Castro Ruz”

 

© Alfredo Cedeño  

miércoles, marzo 17, 2021

¿TONTOS? EMPODERADOS



              Mi abuela, como suelen serlo todas, era una mujer sabia, y de una lengua afilada que ya hubiera querido para su navaja Joaquín, el barbero que tenía su establecimiento en la Cruz Verde de La Guaira. Ella me transmitió una serie de valores y enseñanzas que, mucho más tarde logré entender, solía enseñarme por medio de reflexiones y refranes que algunas veces explicaba, otras simplemente los soltaba. Hubo unos cuantos que reiteraba, uno a más sabroso que el otro, eso sí. Creo que uno de sus preferidos era: “Alfredo Rafael nunca vaya con un zoquete (en realidad empleaba una palabra altisonante) ni a recoger mangos, porque ese bueno para nada va a agarrar los piches; esos son los que nunca aprenden en cabeza propia y mucho menos en cabeza ajena.”

                He de reconocer que, de un tiempo a esta parte, vengo pensando si no será que muchas veces tales tontos en realidad son unos magos en el arte del disimulo y fingen ser lo que no son. Soy un fanático de la historia, creo que es una disciplina en la que todos debemos sumergirnos, en mayor o menor medida, porque ella es la que nos permite evitar la recurrencia en los viejos errores. Tal vez esa sea la causa por la que las castas políticas, la de un bando y la del otro, siempre se empeñan en reescribirla.  Ambas tendencias solo admiten aquellas versiones que les favorecen, la foto tiene que ser hecha desde sus mejores ángulos, y cuando surge quien los retrata tal y como son suelen contratar sus respectivas agencias de relaciones públicas para que vendan la imagen que a ellos les interesa. Pero eso es harina de otro costal que ya cerniré en otra ocasión. Sigamos a lo que voy.

                El querido y siempre recordado Daniel de Barandiarán me dijo en infinidad de ocasiones: “Si no sabemos de dónde venimos, ¡jamás!, vamos a saber cuál es el mejor destino,  y mucho menos vamos a tener la claridad necesaria para arribar al lugar que necesitamos llegar. Existe ahora mucho zángano haciéndose el virtuoso, y uno no tiene por qué callárselo, así lo vean a uno feo hay que llamar las cosas por su nombre, a fin de cuentas no estamos cuidando puesto ni buscando un ascenso de esos que tanto les gusta a esos pícaros”.

                Y pienso que simulan ser tontos para terminar haciendo lo que les sale de sus entrepiernas. En estos días he estado escarbando libros de todo tipo sobre lo que significó para España el reinado caótico de Isabel II a mediados del siglo XIX. Fue una época de total inverosimilitud en la cual pasaba cualquier cosa, tiempos de lisonjas y ditirambos y denuestos y golpes fallidos, fueron días de licencia para el desastre.  La mejor descripción de aquel tiempo la hizo el entonces embajador británico John Hobart Caradoc, Lord Howden, en una carta que envió el 15 de marzo de 1854 al Ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña. En su misiva le narra a su superior la respuesta de un ministro español ante el cuestionamiento que hace el gobierno británico a la perversión del sistema político peninsular: “La Constitución en este país ha sido una ilusión, un mito, algo de lo que la gente habla pero que nunca ha visto, con la que ningún gobierno ha gobernado, ni puede gobernar jamás, que tanto los moderados como los progresistas han violado y que por tanto parece estar hecha para ser rota”.  ¿Acaso no es lo mismo que han hecho y hacen nuestros líderes cada vez que les toca el turno?

 

© Alfredo Cedeño  


miércoles, marzo 10, 2021

DE TIN TÁN A RICHELIEU



                Tenía yo siete años y estudiaba en la escuela que estaba al lado de la iglesia san Pedro apóstol, hoy flamante catedral del estado Vargas, en el mero centro del casco histórico de La Guaira.  Los recuerdos de aquellas aulas ya comienzan a hacérseme vagos, pero hay uno en particular que se niega a menguar, al contrario cada vez creo que reluce más. Una vez al mes iba alguien con un proyector, que presumo debía ser de 16 mm y nos “pasaba” una película, en hermoso blanco y negro ¡por supuesto!  Era un poco más de una hora en la que aquella alborotada horda de muchachos sudorosos  guardaba un silencio sepulcral, que ni en las misas del cura Arteta en el vecino templo se lograba. En la pared que servía de pantalla veíamos las danzas inverosímiles de Resortes, el mago mexicano de las contorsiones, en películas como Al son del mambo, que me resultó muy familiar porque aparecían las mismas canciones que oía los sábados en el picó que ambientaba las fiestas en la casa de mi tía Petra. Tampoco faltaban entre esas proyecciones las de Cantinflas, el inmortal Mario Moreno.  Ahí está el detalle, Abajo el telón, Caballero a la medida, El señor fotógrafo, Si yo fuera diputado, El bombero atómicoRomeo y Julieta y Ni sangre ni arena, son algunos de los tantos títulos que recuerdo.

                Dejo para el final no al último de ellos, sino al que me abrió un mundo de emociones que iba mucho más allá de los otros: Tin Tán, el inolvidable Germán Valdés, quien casi nos hacía orinar con sus peripecias y locuras sublimes. Sin embargo, hubo de él una en especial que me marcó como ninguna otra de todas ellas: Tres mosqueteros y medio.   Cierro los ojos y veo el propio comienzo: La silueta de una mujer, arco en manos, que gira al compás de una fanfarria de trompetas; de ahí saltó a una escena en la que Tin Tán está con los mosqueteros y un grupo de bailarinas que danzan en el interior de una taberna hasta que él de repente se incorpora y, con la música de El Bodeguero, comienza a cantar: “El mosquetero / En guardia está / Y con su espada / Lo probará…”. Y el final es un cuadro con toda la corte francesa bailando un  cha cha chá donde, el rey que se menea al compás del ritmo caribeño…, es un verdadero delirio. Esa cinta me introdujo al mundo de Dumas, al poco tiempo estaba leyendo por primera vez, la he leído no menos de diez veces, ¡y las que faltan!, Los Tres Mosqueteros. Ahí aprendí a amar a París y Londres. Esa obra también me hizo detestar con fervor al Cardenal Richelieu, personaje nefasto que le hacía la vida imposible a todo aquel que no fuera de los suyos.

Pasarían muchos años hasta que pude entender la dimensión real de Armand-Jean du Plessis, cardenal y duque de Richelieu, así como su impacto en la Francia del siglo XVII. Su concepción de una nación fuerte y de política exterior agresiva sentó las bases de los Estados modernos; sus teorías fueron fundamentales para la llamada Paz de Westfalia, nombre con que se conocen  los tratados de paz de Osnabrück y Münster, firmados el 24 de octubre de 1648 por el Sacro Imperio Romano Germánico, Francia, Holanda, España, Suecia, Dinamarca y Suiza; y de los cuales derivan las actuales nociones de Estado, soberanía nacional e internacional.  

Hay una obra de este estadista y hombre de la iglesia que muestra su vuelo, me refiero a  Testamento político del Cardenal Richelieu, editado por primera vez en español en Madrid en el año 1696 por el legendario editor Juan García Infanzón. Las citas de lo allí asentado son infinitas, pero hoy quiero compartir con ustedes esta, de la cual conservo la grafía original de fines del siglo XVII: “Muchos fon Juftos en la apariencia fola;pero en la realidad injuftifsimos. Cubren fus Injufticias enormes con la Capa hermofifsima de la Jufticia,que extienden. Se valen de las finrazones agenas para afeitar,y ocultar las proprias. Dàn à entender,que ellos obran bien , con defcubrir , que otros obran mal.” ¿Más vigente?


© Alfredo Cedeño 

miércoles, marzo 03, 2021

MIENTAN, QUE NADA DEJAN

                Manipuladores, narcisistas, mitómanos, desleales, negadores de la realidad, incapaces de reconocer su responsabilidad, arrogantes, cínicos… No estoy enumerando patologías propias de cualquier sala de tratamientos siquiátricos, son algunas de las virtudes que exhiben los miembros de nuestra casta política. Y es una condición de vieja data, es una herencia que arrastramos desde nuestros propios comienzos republicanos. Al decretarse la independencia de Venezuela una de las primeras acciones del Congreso Nacional fue elegir un triunvirato para que se ocupara del poder ejecutivo, y ese primer trío estuvo integrado por Juan Escalona, Cristóbal Mendoza y Baltasar Padrón; al año siguiente renuevan autoridades, y entonces el turno fue para Fernando Rodríguez del Toro, Francisco Javier Ustáriz y Francisco Espejo.  En aquellos días Francisco de Miranda estaba en Caracas realizando distintas labores políticas y organizativas, como bien pueden ver por los nombres acotados, él no fue tomado en cuenta.

                Como era de esperarse, la corona española no iba a dejar impune la declaratoria independentista y organizó una fuerza invasora para acabar con la insurrección, y para ello comenzó a organizar sus tropas en Puerto Rico bajo el mando del nativo de Tenerife y entonces capitán de fragata Domingo de Monteverde. El veterano de las Guerras Napoleónicas llegó a Coro en marzo de 1812, con unos doscientos soldados, un sacerdote apellidado Torellas, un cirujano, diez mil cartuchos, un obús de a cuatro y diez quintales de galletas. El oficial realista llevó a cabo una serie de acciones militares que le fueron dando control del espacio rebelde. Y fue ahí cuando los republicanos se acordaron de Sebastián Francisco, que para ese momento ya era un sexagenario, y lo nombran jefe de las fuerzas patriotas, también le otorgaron plenos poderes para que detuviera al enviado peninsular.

                El guerrero curtido en batallas tales como las que lideró contra las fuerzas de Sidi Muhammed ben Abdallah, sultán de Marruecos, o la planificación de la batalla de Pensacola o la reconquista de las islas Bahamas al imperio británico, que participó en los combates de la revolución francesa, el amigo de George Washington, de la zarina de Rusia, el admirado por Napoleón, aceptó el encargo. Una tarea a la que le enviaron atado por la intolerancia, la imprevisión y el caciquismo de quienes debían subordinársele. La sucesión de derrotas de sus oficiales, la incapacidad manifiesta de ellos para enfrentarse a las fuerzas restauradoras, lo hizo pactar con el enemigo una capitulación que él pensó sería caballerosa.

                En un memorial que dirigió el 8 de marzo de 1813 a la Real Audiencia de Caracas, desde las bóvedas del Castillo de Puerto Cabello, se puede leer: “ratifiqué con mi firma un tratado tan benéfico y análogo al bien general, estipulado con tanta solemnidad y sancionado con todos los requisitos que conoce el derecho de las gentes: tratado que iba a formar una época interesante en la historia venezolana: tratado que la Gran Bretaña vería igualmente con placer por las conveniencias que reportaba su aliada: tratado, en fin, que abriría a los españoles de ultramar un asilo seguro y permanente, aun cuando la lucha en que se hallan empeñados con la Francia terminase de cualquier modo. Tales fueron mis ideas, tales mis sentimientos y tales los firmes apoyos de esta pacificación que propuse, negocié y llevé a debido efecto. Pero ¡cuál mi sorpresa y admiración al haber visto que a los dos días de restablecido en Caracas el gobierno español, y en los mismos momentos en que se proclamaba la inviolabilidad de la capitulación, se procedía a su infración, atropellándose y conduciéndose a las cárceles a varias personas arrestadas por arbitrariedad o por siniestros o torcidos fines!”

                Bien sabemos todos el final del generalísimo, de Puerto Cabello lo trasladaron a El Morro en Puerto Rico, para luego llevarlo al penal de las Cuatro Torres del arsenal de la Carraca, en Cádiz donde permaneció hasta su muerte.

                No se nos olvide que en la madrugada del 31 de julio de 1812 un grupo de sus subalternos, encabezados por Simón Bolívar, Miguel Peña y Manuel María de las Casas, fueron quienes arrestaron a Francisco de Miranda en La Guaira para entregarlo al español Francisco Javier Cervériz. Un nexo del que poco se ha hablado, salvo en algunos espacios académicos, es el vínculo familiar de Monteverde con José Felix Ribas, quien era su primo…   El propio Ribas dejó escrito: “Al Señor Domingo de Monteverde. Caracas y agosto 5 de 1812. Mi apreciado primo y señor:…”.  Bien dijo Ángel Grisanti que la guerra de independencia de Venezuela no sólo fue una guerra civil, sino también “una guerra de familia”.  

                Aquellas redes han mutado y permanecen, los apellidos han cambiado pero las intrigas han sobrevivido. Aquellos Judas rehabilitados han involucionado, y se han metamorfoseado en ornitorrincos como Timoteo Zambrano, Diosdado Cabello, Claudio Fermín, Jorge Rodríguez, Henry Falcón, por nombrar apenas una muestra de nuestros días. La barbarie, el hálito caudillesco, las redes de familiares y cómplices siguen marcando la pauta. Entre Miranda y Bolívar, optamos por Simón José Antonio, los resultados aquí los tenemos.  


© Alfredo Cedeño 

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