martes, julio 30, 2013

ALBURAS

Sus blancas carnes de rotundas y firmes formas
son presagios de llantos sin control,
¿cómo no rendirse ante su tersura y querer morderlas?
¿quién puede rehuir y dar plante a esas lozanías?
¿alguien quiere evitar soltar el lazo que las apresa?
¿habrá algún insensato que escape de sus ardores?

© Alfredo Cedeño

domingo, julio 28, 2013

PANAQUIRE

Hasta el hartazgo lo he dicho, y seguiré haciéndolo: Venezuela está llena de rincones con un acervo digno de cualquier reino. Por ello es que no logro, ni lograré, entender el agravio perpetuo a que es sometida su memoria, y la de todos aquellos que nos fue labrando gesto a gesto.
 
Menos de 80 kilómetros en línea recta al este de Caracas, en el llamado barlovento mirandino, a orillas del apestoso río Tuy, está Panaquire, población que comenzó su paso por la historia en la primera mitad del siglo XVIII. Para ser preciso explico: el 6 de septiembre de 1732 José Manuel Betancourt, “en su nombre y como apoderado de un grupo de vecinos de las Islas Canarias” presentaba ante el Gobernador, Sebastián García de la Torre, la solicitud para “en nombre de mis partes pido se les conceda y permita hacer fundación y población en conformidad de lo dispuesto por Su Majestad y leyes de este Reino, y que sea dicha fundación en la otra banda del río Tuy, por estar informados ser tierras Realengas (…) en el valle que llaman de Cüira para dicha fundación…”
 
El mentado García de la Torre en Auto del 13 de octubre de 1732 aceptó el requerimiento y designó a Ignacio Merquelín, y en su defecto a Diego Muñoz de Vergara, para que reconociese las tierras de Cüira. Pero, como en nuestra tierra no es nuevo eso de no hacer de manera expedita todo aquello que se pueda empastelar, el vasco Martín de Lardizábal había sido designado Comandante General de la Provincia, con mando sobre el Gobernador Capitán General.
 
El hijo de la vascongada llegó destituyendo a García de la Torre y derogando todo aquello cuanto hubiera pretendido dictaminar.  Como pueden ver no es nuevo en estas tierras el que los militares pretendan imponer la fuerza bruta sobre las normas legales. Es viejo por estos lares aquello de que la ley es la que me permite imponer mi armamento.
 
            Sigo con el cuento. Entre el grupo de canarios que pretendían realizar la citafa fundación estaban: el capitán Juan Rodríguez Camejo, Felipe Lorenzo Fernando, Manuel de Guevara, Juan Gutiérrez Chiirnos, Juan Martín del Castillo, Juan Francisco de León, Felipe Domínguez, entre otros. Destaca Lucas Guillermo Castillo Lara en su libro La aventura fundacional de los isleños que en dicha solicitud “sólo los cinco primeros nombrados firmaron, por saber hacerlo, y por lo otros, que no sabían, lo hizo Pedro García de Segobia. Decían los documentos: “a ruego de las demás personas contenidas en este escrito que no supieron firmar”.
            Pese a desplantes iniciales de Lardizábal y variadas peripecias legales el 30 de octubre de 1733 se concedió la autorización para que se fundara Panaquire, para lo cual les concedía cuatro leguas de tierra de distrito. El acto formal de instalación en los territorios propiamente dichos se llevó a cabo el 4 de marzo de 1734.  Es necesario decir que todos concuerdan en señalar que tras el intento fundacional no había más que una jugada legal para poder establecerse en esa zona un grupo de españoles de orígenes canario, o isleños como solemos denominarlos, para dedicarse a la producción y explotación del cacao ya que todos ellos eran personas establecidas en Caracas.
 
También es bueno aclarar que al comienzo este sitio fue denominado San Fernando de Cuira, pero en breve se empezó a llamar unas veces Nuestra Señora de la Candelaria de Cüira y otras Nuestra Señora de la Candelaria de Panaquire.  Del mismo modo, escribo que la zona donde se habían instalado no era la más indicada para tales efectos. Es así como a fines de septiembre de 1741 Juan Francisco de León, Cristóbal Izquierdo y Gonzalo Díaz Borges presentan ante el gobernador, que para entonces era  Gabriel de Zuloaga, a nombre de los “vecinos y moradores del Partido de San Fernando del Valle de Panaquire” y piden se les autorice el traslado de la población a un paraje más cómodo a orillas del río Tuy.
 
El gobernador Zuloaga quien no veía con buenos ojos a los isleños les hizo las una y mil triquiñuelas y llega incluso a ocultarles la existencia de una Real Cédula que el 27 de abril de 1744 autorizaba la refundación del pueblo. Viene al caso decir que las labores de afincamiento de los canarios en la zona no habían sido menguados: en 1746 en el área existían 20 haciendas de cacao que contaban con 166.200 árboles…
 
No voy a explayarme ahora en describir las virtudes de los canarios, pero la tozudez de ellos y su empeño tienen bien ganada fama. De León y sus paisanos no cejaron en su empeño y, hechos los pendejos que llaman, siguieron acrecentando sus siembras y haciendo sus casas en el sitio que habían escogido como el ideal para refundar su pueblo.  A todas estas el rey seguía haciendo lo que le salía del forro de sus reales aposentos y había nombrado gobernador a Luis Francisco Castellanos.
 
En este punto es necesario señalar a breves rasgos que toda la Provincia de Venezuela llevaba largos años bajo el yugo económico de La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas “constituida el 25 de septiembre de 1728 en virtud de una Real cédula expedida por el rey Felipe V, para establecer un esquema de intercambio comercial recíproco y exclusivo entre Madrid y la provincia de Venezuela”.  La mencionada entidad se convirtió en un azote para los lugareños, en particular de aquellas regiones donde se producía cacao que era el oro del momento en Europa. Los desafueros de los vascos en estos lares han llenado decenas de libros y trabajos de todo orden y tenor que no pretendo yo ahora resumir en medio párrafo. Finalizo este segmento explicando que esa cadena  de atropellos fueron actuando como caldo de cultivo para lo que ahora empezaré a escribir.
 
El ya mencionado gobernador Castellanos el 7 de marzo de 1749 nombró a Martín de Echevarría Cabo de Guerra y Teniente Justicia de Caucagua y Panaquire; quien venía con claras instrucciones de hacer que el contrabando de cacao en la zona no se llevara a cabo y que la producción de la zona se canalizara hacia la mentada Guipuzcoana. Este señor llegó a Panaquire a asumir el cargo el 23 de marzo y al cruzar el río Tuy y encontrar cinco canoas de los habitantes de la comunidad sin mayores averiguaciones las destruyó por “suponerlas de contrabandistas”. No tengo que abundar en describir la ola de indignación y retahíla de recordatorios que de la amada progenitora de Echevarría se ocurrieron de inmediato.  A todas estas, Juan Francisco de León andaba fuera del pueblo en sus labores habituales. 
 
Finalmente sería el 3 de abril cuando el vizcaíno trataría de tomar posesión del cargo, pero de León que había convocado a todos los vecinos se negó a hacer entrega del mismo ante el rechazo unánime de los pobladores. A partir de ese momento comenzó una vorágine de hechos que terminaron en una marcha de Juan Francisco de Leon hacia Caracas a manifestar su descontento con la manera como se manejaban los asuntos gubernamentales en Venezuela. Lo que poco se ha destacado es que la llamada revuelta de los isleños de Panaquire fue secundada por gente de los valles de Aragua, Maracay, San Mateo, Cagua, San Carlos, Guanare, San Sebastián de los Reyes; amén del apoyo tras bastidores que no pocos mantuanos caraqueños le brindaban. Lo que anoté líneas atrás: la política de la Guipuzcoana era desoladora y todos estaban hartos de ella, sus representantes y todo aquel que de alguna manera les recordara su existencia.
 
El 19 de abril de ese año Juan Francisco de León con una vasta hueste llega a Caracas y dirige el 20 una carta al gobernador donde dice: “La plebe toda de estos Valles se halla resueltamente conjurada contra la tripulación vizcaína e igualmente todos los circunvecinos de la Provincia, motivados a hacer presente la injusticia que generalmente se ha ejecutado con toda la Provincia.”
 
Asienta Castillo Lara, en su citada obra: “Nadie se oponía y nadie tampoco quería ofender con la violencia de la fuerza. Se parecían más bien a esos Comuneros venezolanos, que pocas décadas más tarde recorrían el lomo de los Andes en andanzas reivindicativas.” Lo cierto es que el aparataje real siguió funcionando, mientras la protesta fue perdiendo fuelle y de León regresó a su hacienda y pasaba el tiempo.  En el ínterin es nombrado nuevo gobernador Felipe Ricardos a quien le dan instrucciones para que “con todo secreto procedería a prender a Juan Francisco de León, aunque aceptase la Real resolución de restituir a la Compañía [Guipuzcoana, por supuesto], y lo remitiría al lugar que se le indicase”.
 
En agosto de 1751 Juan Francisco de León se alza de nuevo al conocer las pretensiones de Ricardos, pero la represión es brutal. Él logra escapar y, luego de una cacería en la que no logran apresarlo, a fines de febrero de 1752, decide entregarse. Luego de los juicios de rigor el 28 de marzo junto con su hijo Nicolás, Matías de Ovalle, Pablo Cazorla, Gaspar y Lorenzo de Córdoba, son enviados como prisioneros a la prisión de la Carraca en Cádiz; donde murió el 2 de agosto de 1752.
 

          En aquellos tiempos, y también ahora, han sobrado los jueces de las acciones de Juan Francisco. Hay los que le acusan de pusilánime, otros de falta de liderazgo, y así hasta el infinito y más allá. Él fue un hombre que decidió en su momento afrontar con todas sus consecuencias el inmenso aparato de un reino que como un gran Babieca había entregado a una corporación comercial los destinos de gente, bienes y hacienda con su consiguiente explotación irracional. Pudo haberse quedado tranquilo y contrabandeando con ingleses y holandeses parte de la producción de las mas de quince mil plantas de cacao que poseía, sin embargo asumió el liderazgo que ejercía en Barlovento y en su momento encabezó la marcha sobre Caracas que puso en jaque a todos. No en balde el gobernador y los representantes de la mentada entidad comercial vasca pusieron pies en polvorosa y dejaron la ciudad en sus manos.
            No es especulación decir que ese levantamiento fue semilla de los posteriores alzamientos pidiendo la independencia que más de medio siglo más tarde logramos obtener. Por ello no deja más que mal sabor de boca recorrer las calles de Panaquire hoy en día y ver el estado de abandono en que está.  En una plaza maloliente un busto vandalizado de Juan Francisco de León permanece a la sombra de unas matas marchitas.
            Por sus calles la gente pasa con la digna altivez de quienes saben no deberle nada a nadie, escaleras abandonadas que algún día serán transitadas de nuevo, en sus casas las flores de guamacho (Rhodocactus guamacho) alegran la mirada al que pasa, y sus habitantes salen a recibir con una sonrisa y un gesto amable al visitante.
            Al final de la Calle Real, en diagonal a la plaza Bolívar, el que aseguran es el puente colgante artesanal más grande del país,  se sigue balanceando sobre las aguas del Tuy. Los usuarios van marcando sus pasos entre las tablas desvencijadas que en cualquier momento se pueden terminar de reventar.
            En Panaquire tuve la sensación de que hasta la iglesia ha sido desahuciada. Una Santa Rosa de Lima deslavazada que sostiene un cristo mutilado es una imagen que no logro sacar de mi recuerdo.  

© Alfredo Cedeño
 
 

sábado, julio 27, 2013

RUBOR

Los botones fueron mensajeros encendidos
y anuncios de pecho empinado sin vueltas,
al fondo una cruz gualda abrió sus brazos
de resignada campechanía con cortos retos,
juego con delicados contrastes sin matices
y mazo floreciente del ocaso en las macetas.


© Alfredo Cedeño

jueves, julio 25, 2013

MENGUANTE

El quinteto de pétalos se arracimó repetidamente
alejaron los narcisismos y acordaron menguar
para que solo con su media luna inmaculada
resistieran hasta el hambriento paso de las hormigas.


© Alfredo Cedeño


martes, julio 23, 2013

MAÍCES

Maíz a maíz las mazorcas se llenaron de fragancias
olor de fiesta con sabores de banquetes milenarios
gusto a granos tiernos desparramándose en la lengua
textura de jugos masticados lentos hasta el hartazgo
aroma a tierra que se hace puchero, fiesta y alimento
bálsamo de hambres ariscas derrotadas con su dulzura…


© Alfredo Cedeño

domingo, julio 21, 2013

ORO

           Es el símbolo de una plegaria perpetua que todos, de una manera u otra, elevamos y no dejamos de entonarla para buscarlo en todo momento. Emblema de la riqueza por antonomasia que, sin embargo, nace en medio de las miserias más inimaginables.    
 
            Justo se hace mañana un año escribí sobre la explotación artesanal aurífera y de diamantes en el país (http://textosyfotos.blogspot.com/2012/07/oro-y-diamantes.html). Hoy me dedico solo al metal que desde el título menciono.
 
            Es milenaria la devoción a su búsqueda. En Bulgaria, específicamente en la denominada Necrópolis de Varna, descubierta hace apenas 40 años, se encontró lo que aseguran es “el primer oro trabajado del mundo”.  Este yacimiento arqueológico funerario fue datado entre 4600 a 4200 antes de Cristo, es decir a finales del Calcolítico, nombre que se le da también a la Edad del Cobre. Algunos estudiosos del tema aseguran que allí está la cuna de la civilización europea.  Pero eso es harina de otro saco, así que sigo en lo que respecta al tema de hoy.
 
En el mentado cementerio búlgaro destacó la sepultura 43 donde fue encontrado un varón de 40 a 50 años y de aproximadamente 1,75 metros de estatura. En dicha tumba hallaron 990 piezas de oro, que totalizaron kilo y medio de peso. Esto hace suponer que el sujeto en cuestión era de elevada jerarquía, ya que amén de un cetro, un mazo que empuñaba y muchísimas otras cosas, también encontraron una funda de oro para su miembro viril… Un pinga de oro, hubiera resumido la vieja Elvira, mi abuela paterna.
 
            Se le considera “el metal más maleable y dúctil que se conoce”, ya que con 31,10 grs., que corresponden a una onza, se puede extender de manera tal que se podría realizar una lámina que cubra 28 m². Bien sabemos, ustedes y yo, que son infinitos los cuentos que se pueden echar respecto al tema de hoy. Si abordara sólo lo que respecta al ámbito histórico en nuestro país, tendría que llenar alrededor de diez Enciclopedias Británicas. ¿Se imaginan el esfuerzo ciclópeo de leer semejante mamotreto? ¡Dios me ampare de pretender echarles semejante vaina!
 
            Sin embargo, por aquello de la cultura general, de la que tanto predica el erudito profano Humberto “chácharo” Márquez, cito al historiador estadounidense Earl Jefferson Hamilton, quien en su obra El tesoro americano y la Revolución de los precios en España, 1501–1659, revela que en los siglos XVI y XVII, a partir de 1503 y hasta 1660 llegaron al puerto de San Lúcar de Barrameda, 185.000 kilos de oro y 16 millones de kilos de plata desde América.
 
            Explica Hamilton en su libro que el siglo XVI vivió una revolución de los precios a raíz del arribo de semejantes remesas, lo cual produjo una inflación que perjudicó gravemente la economía productiva de la Monarquía Hispánica, en especial la de la corona de Castilla. Seguro estoy de que no ha de faltar algún “analista”, que afirme con su cara muy lavada, la militancia en alza y la objetividad a rastras que esa en realidad fue “la venganza póstuma de las clases expoliadas por la voracidad del Imperio que les arrebató sus riquezas”…
            Sigo de largo y  me meto de cabeza en las selvas guayanesas a mostrarles cómo se hace hoy en día para extraerlo, el oro por supuesto, de las minas artesanales. Allí niños, mujeres y hombres, en un ambiente casi infernal, se dedican a una tarea que no me atrevo a calificar.  Anduve por las que funcionan a cielo abierto y por unas atemorizantes  galerías a más de cincuenta metros bajo el suelo, donde se llega por medio de una cuerda que dos hombres, polea y maniguetas mediante, operan. 
 
            Calor, humedad, riesgo de derrumbes, un sorteo permanente de vicisitudes donde el premio siempre es un día más de vida.  En este ambiente puedes perder ante una mordedura  de serpiente o una picadura de zancudo que te inocula la malaria con la rapidez propia de un aletear evanescente, a veces es un machete o una escopeta quienes actúan en manos de los que quieren acortar el camino a la posesión dorada.  Sin embargo, lo habitual es una rutina que va moliendo voluntades y salud al compás del picotear el terreno para llenar sacos de tierra que irán a molinos donde, con la ayuda del azogue (mercurio), se aglutinarán los casi microscópicos granos del mineral. Luego, soplete mediante, se volatiliza el otrora llamado hidrargirio y queda en el envase el oro en bruto.
 
Se escribe rápido y se lee más rápido, pero ese proceso final conlleva un arriesgadísimo coqueteo suicida. El mercurio es un mineral pesado que a partir de los 40º comienza a generar vapores tóxicos que al ser inhalados dañan permanentemente el cerebro, los riñones y al feto en desarrollo. Afecta el funcionamiento del cerebro y produce: irritabilidad, timidez, temblores, cambios en visión, audición, y memoria. Exponerse por breve lapso a altos niveles de vapores de mercurio también puede causar daño a los pulmones, náuseas, vómitos, diarrea, aumento de la presión arterial o del ritmo cardíaco, erupciones en la piel e irritación ocular…
 
Preñados de ignorancia a veces, y otras de temeridad, lo manipulan y cargan encima con absoluto desenfado. Desde el muchacho que apenas ayer era un niño y de un cartón viejo de bebida pasteurizada lo vierte en la palma de  su mano, hasta el otro adolescente que, con todos sus aperos a la espalda, porta cual escapulario mortal un pequeño frasco lleno de mercurio. Todos aseguran que sin él no pueden hacer nada.
 
            Un solo circuito que parece encerrar los nueve círculos del Infierno de Dante se dan la mano en estos parajes. Las paredes metálicas piden el cese al hostigamiento recurrente que viven esta gente que lo que hace es ganarse la vida en buena lid.
 
            Lo he dicho otras veces: se puede mirar con ojos éticos o pedir que se actúe apegados a la más rancia deontología a quienes se dedican a estos menesteres, y no se dejará de caer en el mismo pontificar de la dama bienintencionada que mientras juega canasta condena a la “putica” que anda haciendo la calle.
 
            No propongo, ni dispongo; no sugiero, ni recomiendo. Sólo digo que he visto entre ellos el relampaguear implacable de la rudeza que exige se cumpla lo prometido, y también el resplandor de la ternura. Vi las manos extendidas de una gente que le arranca el oro a la tierra, mientras se juegan la vida de una y cien maneras, para también mostrarlo y ofrecerlo con la generosidad del que se quita el pan de la boca para entregarlo en alegre comunión al que lo necesita.

© Alfredo Cedeño

 
 
 
 
 
 
 
 
 

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