miércoles, octubre 28, 2020

OTRA RAYA DEL TIGRE ROJO


                Llegué al mundo periodístico muy temprano, de la mano de dos queridos amigos, Wilmer Suárez y Lucy Gómez. El primero me llevó a la redacción de la corresponsalía del diario Crítica, de Maracaibo, entonces propiedad del viejo Capriles, que funcionaba en el primer piso de la Torre de la Prensa. Meses más tarde me condujo a la revista Alarma y el diario Últimas Noticias. La mencionada revista funcionaba en el sexto piso de ese edificio, al lado de la redacción de la revista Elite, que fue donde la querida Lucy, entonces delegada sindical, me enseñó la importancia de la organización y me inscribió en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa.

                Así comencé un camino lleno de gente que me formó sin mezquindades. Pasé por no sé cuantos proyectos y redacciones. Argenis Martínez, José Suarez Núñez, José Luis Olivares, José Manuel “El Marginal” Pérez, Ernesto Luis Rodríguez, Pedro Duno, Domingo Alberto Rangel, José Campos Suarez, Euro Fuenmayor, José Pulido, Pedro Galán Vásquez, Ezequiel Díaz Silva, Ramón Hernández, Humberto Márquez Zambrano, Eddy González, Mariela Pereira, Chuchú Rosas Marcano, fueron algunos de los que me enseñaron a caminar por este delirio de la información.  Todos me fueron revelando claves en las que prelaba siempre la solidaridad. Si había una rueda de prensa a la que alguien no llegaba a tiempo, todos los grabadores la reproducían para que esa persona no llegara a redacción sin el material. Si algún reportero gráfico no tenía una imagen de la noticia del día, horas más tarde pasaba por el laboratorio de quien si la tenía y bajo cuerda le daban una copia. Donde se hacía imposible era en lo que tocaba al material audiovisual, el material para los canales televisivos se rodaba en película de formato 16 milímetros, y ahí no había nada qué hacer.

                Eran tiempos de gente solidaria a todo trance, un grupo bullicioso, irreverente, alegre hasta el delirio, malhablado como pocos y con un sentido del humor a prueba de bombas. Nadie, por encumbrado que estuviera, escapaba de los dardos agudos, y a veces dolorosos, de lenguas acostumbradas a desafiar al propio poder. Recuerdo al final del gobierno de Jaime Lusinchi. Él recibió en el aeropuerto de Maiquetía a León Febres Cordero, entonces presidente de Ecuador, y al llegar los reporteros fuimos encerrados en una especie de jaula de barreras metálicas. La protesta fue inmediata y a grito pelado anunciamos que nos íbamos a retirar. Tal fue el escándalo que el entonces ministro de comunicación, Alberto Federico Ravell, acudió presto a sofocar la deserción masiva. Él para justificar el encierro reclamó que en uno de los últimos encuentros presidenciales con la prensa casi le habían metido en la boca un micrófono. La respuesta llegó rauda, de los labios de Pablo Blanco, quien era por aquellos días fotógrafo de El Mundo en La Guaira: Le hubiera pasado la lengua. Hasta el propio Ravell soltó la carcajada.  Minutos más tarde se nos permitió entrevistar a los mandatarios fuera de las benditas barreras.

                Todo esto y mucho más me viene a la mente en este momento, cuando de manera accidental me entero de la reacción de algunos colegas ante la detención de Roland Carreño.  Los amigos y colegas de él que permanecen en Venezuela se han manifestado aterrados ante la posibilidad de que su celular sea revisado y los encuentren en sus agendas, o grupos de las diferentes plataformas que habitualmente usa para comunicarse.  El frenesí por borrar sus mensajes, o sacarlo de los diversos grupos es increíble.  Mi tristeza es infinita, en eso han convertido la prensa en Venezuela: un manojo de nervios que pierde la compostura con inusitada velocidad.

No hay un trabajador de la comunicación, hablando en el sentido más preciso de la palabra, lo cual excluye a los cagatintas que medran de los pasquines y armatostes dizque comunicacionales rojos rojitos, que no condene la arbitraria encarcelación de Carreño. Es un nuevo ejercicio de vesania contra uno de los gremios más maltratados en estos inacabables años. ¿De qué van a acusar a ese muchacho? ¿De su talento y desparpajo, con los que ha desnudado más de una vez a esta mojiganga que nos atropella incansablemente? ¿De ser miembro de la oligarquía de Aguada Grande?  No se imagina Roland Carreño cuánto y cómo lamento que, justo a los treinta años de su graduación como periodista en la Universidad Católica Andrés Bello, el regalo que le den sea un calabozo.

 © Alfredo Cedeño  

miércoles, octubre 21, 2020

Y LLEGÓ EL FINAL


                Estos días de ignorancia son sobrecogedores. Hay quienes jactándose de su maniqueísmo proclaman que es blanco o es negro. Tales infelices olvidan que aún en el mágico universo monocromático de la fotografía primigenia hay un precioso abanico de grises, el exquisito medio tono donde el negro se convierte en blanco con una dulzura o una rabia que solo ese lento paso puede hacer magnífico. Hay quienes, fieles a los extremos, se declaran devotos del claroscuro. Insisto: la ignorancia estremece ante su osadía, porque el gran maestro de dicha técnica, Michelangelo Merisi da Caravaggio, empleaba los matices aún en sus obras más representativas. Recuerdo su pieza “La vocación de Mateo” donde se aprecia a cabalidad ese juego magistral del pintor milanés.  Sin embargo, los asnos insisten en sus rebuznos.

                Es necesario acotar que cuando se pide concordia, se ruega por unidad, es porque se espera el uso de los materiales y soportes adecuados; para que se logre, aún en aquellas labores donde hay ruptura de los cánones, de los tránsitos cromáticos que permitirán lograr la armonía mínima que terminará por expresarse con la fuerza propia de la obra conclusa. No se puede pretender pintar sobre un lienzo con acuarela, o con óleo sobre papel. Han surgido nuevas tecnologías que así lo permiten en algunas ocasiones, pero no es lo habitual; para poder hacerlo son necesarios muchos pasos, que no se pueden obviar porque sería condenar la pieza al desastre. Algo de eso vemos en estos tiempos, supuestos innovadores que, sin conocer el manejo adecuado de los elementos y componentes, van colocando al alimón las cosas donde les parece que van bien, y terminan estropeando lo que pudiera ser una labor monumental.

                Vivimos el tiempo del porque me sale de mis santas ganas, días de zarrapastrosos dizque ilustrados que imponen sus cofradías y sociedades en comandita contra toda previsión que el mínimo sentido común exige.  Y a ello pretenden habituarnos. Crean comandos “comunicacionales”, más bullangueros que una bandada de guacamayas trasnochadas, con los que linchan a quienes osen pedir siquiera un poquito de sindéresis. Se pasean altaneros por las distintas tribunas repartiendo mandobles a diestra y siniestra para que todos callemos y rindamos loas a sus despropósitos.

Es una horda ignara que se ha hecho ama y señora de nuestra realidad y destino.   Es una pandilla arbitraria que lo mismo quema iglesias en Chile, que caza a Woody Allen, lapida a Vargas Llosa  o lanza anatemas a todo lo que se les antoje bajo la mirada atemorizada, cuando no complaciente, de una colectividad que contempla un lento pero eficaz trabajo de demolición de nuestros patrones de convivencia. Quizás ratas y cucarachas sean las sobrevivientes. Siempre quise imaginar otro final. 

 

© Alfredo Cedeño  


miércoles, octubre 14, 2020

CAE EL TELÓN


                Nada nos ha ocupado más a los seres humanos que el pensamiento. Esa unidad abstracta, en cuanto a la imposibilidad de palparse, ha sido génesis y sepultura de culturas enteras. Imperios y comunidades paupérrimas han brotado a la sombra del bosque etéreo que de allí ha surgido.  Él ha hecho la gloria y la ruina de civilizaciones y héroes, de villanos y déspotas, de genios y fantasmas. Este unigénito del pensar ha sido un procreador de fertilidad inverosímil, ha sido prolífico hasta el delirio, como nadie.  Sin embargo, entre sus virtudes no ha estado precisamente la equidad, más bien se ha terminado convirtiendo en un agente de dominación, para emplear algunas palabras de las que usó el muy barbudo Marx; o se justificó en cuanto ejercicio de poder a través de las prácticas religiosas, para usar lo manejado por otros sesudos pensantes.

                Diciéndolo en buen criollo, todo esto ha desencadenado un atajaperros, para no emplear aquello de un agarra asentaderas, en el cual la fuerza, bruta o madurada, siempre se ha impuesto. Son escasas, casi que aseguro ninguna, las ocasiones en que las ideas han servido para producir una transformación de un escenario humano. Son los conceptos de Aristóteles, maestro de Alejandro Magno, donde la lógica de la expansión lleva al macedonio a controlar el mundo conocido de aquellos días. Se trata también de la guía del impulso de Colón por extender las fronteras del naciente reino español, así como la codicia de reyes y banqueros, al lado de judíos perseguidos, galeotes en busca de la regeneración y tunantes de toda ralea que perseguían la riqueza, las que hicieron América.

                Los ejemplos jalonan la historia humana,  podrían llenarse varias ediciones del periódico, unas cuantas, y no se alcanzaría a mencionarlas todas. La contradicción y el control son congénitos en el acto pensante. Las ideas están supuestas a evitar nos despedacemos mutuamente, sin embargo lo hacemos en función de imponer nuestra manera de elaborar nuestros conceptos vitales.  La igualdad, la justicia, la moral, la integridad se miden según la capacidad de imponerse del que la pregona. La igualdad chavista es destruir modelos productivos, como fue el caso de pequeñas, medianas y grandes empresas, para “construir el hombre nuevo”; ha sido un lamentable concepto que ha amparado la destrucción de nuestro país. La justicia revolucionaria ha sido la que sin juicio, ni probatoria de tipo alguno, mantienen encarcelados a Otoniel Guevara –el nuestro, no el poeta salvadoreño–, Rolando Guevara, Juan Bautista Guevara, Luis Enrique Molina, Arubel Pérez, Erasmo Bolívar, y Héctor Rovain, entre muchísimos otros más. La moral madurista es la que hace a “intelectuales y creadores” hacerse de la vista gorda ante las sucesivas violaciones a los derechos más elementales de todo un país. La integridad roja rojita se mide en función de la capacidad de asumir como santa palabra cuanta imbecilidad atinen a pronunciar los funcionarios de turno que se mantienen plegados a la sombra del cogollito en ejercicio.

                Repito: todo se resume a la imposición de un modelo que se aplica a sangre y fuego. Las ideas son las grandes excusas para justificar delitos de todo orden y concierto. El amor a las preguntas, a la curiosidad, a la sorpresa, al escarbar lo que somos, ha degenerado  en una lucha feroz por el control sobre los otros. Bien lo ha dicho Humberto Maturana: “la mariposa no necesita ninguna teoría para vivir, la bacteria no necesita ninguna teoría para vivir, el elefante no necesita teoría para vivir y nosotros hacemos teorías que terminan por marcar nuestra vida y vamos a actuar en consecuencia.”  Son las benditas teorías que nos balcanizan en este momento, las que nos impiden formar un frente  común para salir de la peste roja. Las ideas son las que se revuelven autofágicas y nos laceran sin vacilaciones. Es la idea de la corrección, que una minoría altisonante ha impuesto con la fuerza de sus gritos destemplados en los escenarios de este siglo, la que ahora hace que todo luzca tan oscuro como el Medioevo. Hegel escribió en Fundamentos de la filosofía del Derecho, comenzando el siglo XIX: “Cuando la filosofía pinta gris en el gris ya una figura de la vida ha envejecido y con el gris en el gris no se deja rejuvenecer, sino sólo conocer; el búho de Minerva inicia su vuelo a la caída del crepúsculo”.  Tal vez llegó el final y no lo hemos sabido entender.

 © Alfredo Cedeño 

miércoles, octubre 07, 2020

EL SIGLO DE LAS TINIEBLAS


                La miseria más abyecta hecha poder es lo que nos gobierna a los venezolanos, y se pasea campante, hasta con algazara, por muchos rumbos. Es la misma desgracia que por sesenta años se ha ocupado de manera eficiente y modélica, en cuanto a lo ejemplar para algunos obtusos que se proclaman soñadores, de sembrar con escombros y pecios el territorio cubano.

Es la que ahora muestra sus quijadas desgreñadas y apestosas sobre la codiciada España, la de García Lorca y Cervantes, la de Unamuno y Pérez Reverte, la de Rosa Montero y Teresa de Ávila, la de Ana María Matute y Quevedo. Es nuestra España madre que, unos zarrapastrosos y un plagiario a todo meter, quieren volver una pocilga donde hozar a mansalva.

Es la desdicha que planea sobre el admirado México, el de Sor Juana Inés y Octavio Paz, el de Rulfo y Esquivel, el de Fuentes e Ibargüengoitia, el de Sabines y Kahlo. Es el México padrísimo que un retaco altisonante, aplaudido por una horda resentida y para nada formada, quiere sumir en sus abyectos delirios de resentido.

                Esos efluvios de pestilencia imbatible se ciernen sobre la gloriosa Argentina, la de Fito Páez y Cortázar, la de Alfonsina Storni y Borges, la de Lugones y Gelman, la de Hernandez y Pizarnik, la de Macedonio Fernández y Oliverio Girondo. Es la Argentina preciosa que Perón sumió en un viaje que no parece tener destino hacia la irresponsabilidad más  temeraria que se pudiera alguien imaginar.

Y como con nosotros pasa en la abandonada Nicaragua de Cardenal, Rubén Darío, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Azarías Pallais, Salomón de la Selva y  Alfonso Cortés. Allí un sátiro y una celestina trasnochada, y de maternidad desquiciada, humillan con desenfreno a los hijos de Nicarao. 

Las cuentas de semejante rosario de tribulaciones parecen inacabables, es una letanía que deja pocos lugares a los cuales mirar en busca de un  consuelo que cada vez luce más lejano. Cada cual se mira su propio ombligo y de vez en cuando suelta un regüeldo, que pretenden suene a reclamo cortés, para dejar constancia en el respectivo libro de actas de la infamia de su preocupación por la integridad del ser humano.

                Vivimos el siglo de las tinieblas, en medio de un derroche de energía como nunca conoció la historia. Historia que ahora es histeria y donde un grupete ha acumulado, a la sombra del ectoplasma tecnológico, el poder suficiente para marcarle al mundo lo que ha de pensar, saber y hacer. Vivimos un tiempo en que algunos, de manera descarnada, definen como un escenario donde se trata es de encontrar aquellos que quieran pagar para modificar el comportamiento de quienes les interese y convenga. Han creado una yunta en la que manierismo y supersticiones ahogan el pensamiento y lo convierten en una loa a lo correcto.

                Nuestro tiempo es de pasiones, no de razones. Padecemos una dirigencia fervorosa profesante del absolutismo, esgrimen argumentos propios de escritores de telenovelas, poseen poco fundamento real en lo filosófico y por ende conceptual, se juega a complacer al público en las supuestas necesidades que ellos mismos han sembrado en la gente. Todo es parte de un laboratorio social en el que nos tratan de arrear cual cabras estabuladas.  Las órdenes van al compás del ritmo demoscópico del momento. La corrección, insisto, es ama y señora. Todo esto conduce a una catástrofe inimaginable, y aquellos que la han  causado, llegado el momento, tratarán de  manera vil, de achacar a la ciudadanía su maternidad.

 © Alfredo Cedeño  



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