Al menos veinte
veces hice el viaje con mi carro desde Caracas a Puerto Ayacucho, tiempos
cuando hacía trabajos especiales para El Diario de Caracas y El Universal, y
luego como investigador del programa Viajando con Maltín Polar. Esos recorridos los hice siempre solo, salía
a las cinco de la mañana de Caracas y a las
4 de la tarde, luego de atravesar Aragua, Guárico y Apure, entraba a la
capital del estado Amazonas. Era un recorrido al que siempre otorgué sentido
místico. Salía de la ciudad para sumergirme en nuestras raíces originarias,
nuestros ancestros indígenas. Eran viajes de largas meditaciones, de
incontables reflexiones, de escasas soluciones.
El día antes del
domingo 26 de febrero de 1995 regresé a Caracas, poco podía saber que horas más
tarde en las relativas cercanías de mi camino, a orillas del río Meta, el
puesto militar Cararabo sería atacado por la guerrilla colombiana y realizarían
una masacre contra los efectivos allí destacados. De aquella alevosa operación
subversiva entre los cuerpos de seguridad del Estado hubo la convicción que
ello había sido posible gracias a un informante que las fuerzas irregulares
tenían entre algunos miembros ya retirados de la oficialidad venezolana, y
señalaron específicamente a cierto teniente coronel. Si, ese mismo que había
intentado el golpe contra Carlos Andrés Pérez en febrero de 1992, y que luego
llegaría a la presidencia. Sin embargo,
los señalamientos fueron callados "por órdenes superiores".
Todo esto me
viene a la cabeza en el momento que leo las informaciones sobre el ataque del
pasado domingo 4 de noviembre por parte de guerrilleros del vecino país a
efectivos militares en las afueras de Puerto Ayacucho. No creo necesario
abundar en las manifiestas simpatías del comandante difunto con dichos
subversivos. Los nexos fueron patentes y poco simulados, las reuniones fueron
anunciadas con bombos y platillos o algunas celebradas con excesiva cautela,
como las de un ministro de salud con el representante del ELN en Caracas en su
despacho de la torre sur del Centro Simón Bolívar.
La emboscada
contra ese grupo de muchachos del domingo es consecuencia de la alcahuetería
sin parangón de nuestro gobierno con la guerrilla, no fue el ELN quien lo mató,
fue Chávez, y Maduro y su combo los autores de ese sacrificio. Padrino López
con sus palabras trata de aquietar a sus subordinados, sabe bien que está
sentado sobre un barril de pólvora al que le sobran mechas muy cortas. Mientras
tanto, y por no dejar, la élite de la peste roja calla, se dedican a ver cómo
le dan casa por cárcel al camarada "Garganta", líder de los Grupos
Estructurados de Delincuencia Organizada. ¿Casualidad que las siglas sean G2?
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Como todos bien sabemos, la guerrilla colombiana está conectada con el gobierno. Es bueno recordarle por cuantos caminos y mantener siempre viva la memoria. Gracias, periodista. Un fuerte abrazo.
Alejandro Moreno
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