Pocos
actores venezolanos han tenido la altura interpretativa que tuvo don Rafael
Briceño. Los ha habido de una calidad excelsa, como es el caso de Tomás
Henríquez, Fausto Verdial y Gustavo Rodríguez, pero ninguno tuvo la maestría
del hijo de Ejido, estado Mérida. En
1959 interpretó a Cara é Loco en Caín Adolescente, de Román Chalbaud; más tarde
lo hizo en La Paga, del colombiano Ciro Durán; siguió como Jorge Luis
Armenteros en el culebrón El Derecho de Nacer.
Hubo muchas otras películas y telenovelas que se dieron el lujo de
tenerles como intérprete. Sacrificio, Pecado de amor, La virgen ciega, Cuando
quiero llorar no lloro, Bárbara, La quema de Judas, Boves el Urogallo, Sagrado
y obsceno, El Limonero del Señor, Doña Bárbara, Tormento, La hija de Juana
Crespo, El pez que fuma, Piel de zapa, La empresa perdona un momento de locura,
Carmen la que contaba 16 años, Estefanía, y muchísimas otras, más de cincuenta
podrían ser citadas, labraron una espléndida carrera.
Briceño
construyó una sólida presencia en teatro, cine y televisión que hacía a
autores, directores, productores y críticos sus primeros admiradores. Debe
decirse que el gran público lo veía con no poca condescendencia, hasta que en
1980 José Ignacio Cabrujas escribió Gómez y él fue invitado a representarlo.
Hasta allí llegó la benevolencia para con el veterano actor. A partir de ese papel
fue venerado por todo el país.
El dictador, con no escasa ironía,
lo consagró, él que siempre fue un devoto amante de la libertad. Su
caracterización fue de tal intensidad que en aquellos días el MAS llevó a cabo
en el Nuevo Circo de Caracas un célebre mitin, y en su apogeo las luces se
apagaron súbitamente, lo cual generó no pocos escalofríos entre muchos de los
presentes. Y, de pronto, un potente reflector iluminó a Juan Vicente Gómez,
quien con gesto recio ordenaba a su asistente: “¡Llévese presos a todos estos
ñángaras, Tarazona!” La histeria fue de
carácter apoteósico. Recuerdo las carcajadas y los no escasos llantos entre los
presentes. No era Briceño quien había hecho acto de presencia, era el propio
Gómez y su sombra siniestra la que planeaba sobre aquella asamblea de gente
soñadora e ilusionada con nuevas maneras de manejar lo político. Debe decirse
que con el tiempo ese proyecto terminó en una franquicia que ahora vemos
haciéndole el coro a la dictadura de Maduro.
Aquel
personaje fue adoptado por el gran público, y su vesania, su crueldad, se vio
sintetizada en una palabra, muy tachirense por demás, que Briceño pronunciaba
con tajante tono: Chito… Vocablo que todo el país asumió de inmediato. Esa
expresión era, y es, empleada en la cordillera andina para ordenar silencio de
manera indiscutible y tajante. Al adoptarla el emblemático actor supo encontrar
el gatillo necesario para disparar en la memoria de todo el país la
característica incuestionable del detestable dictador.
El
chito gomecista parece haberse expandido de manera universal en estos días. Es
una orden que ahora viaja de manera velocísima y con una rigidez que ya hubiera
querido en su tiempo el dictador tachirense. Los detonantes para que explote en
las poco democráticas, pese a que nunca se pudo imaginar que desembocaran en
ello, redes sociales son insospechados e inverosímiles. Vivimos una época de
turbas que arremeten contra todo lo que se menea y sitian a quien sea sin
patrón alguno. Cualquiera puede encender la cólera colectiva en el momento y
lugar menos pensado. Acaba de ocurrir, por poner un ejemplo, en Rochester, Nueva
York, donde una estatua de Frederick Douglass, fue derribada por una manada,
hasta ahora anónima. Él había nacido esclavo y escapó de su condición en Maryland,
para iniciar una pelea titánica en contra de la esclavitud, lo hizo hasta que
llegó a convertirse en un líder del movimiento abolicionista en Massachusetts y
Nueva York, todo ello le otorgó un sólido prestigio por su oratoria y escritos
críticos en contra de la esclavitud en los Estados Unidos. Justamente su
estatua es vandalizada en el marco de las protestas, justificadas en muchos
casos aunque desvirtuadas en su mayoría, en contra de la discriminación racial.
Las
manifestaciones por la igualdad han llegado a la decapitación o daño de las
estatuas de Colón, Cervantes y fray Junípero. De la iracundia igualitaria han
sido pasto desde la estatua de La Sirenita en Copenhague, obra del escultor
Edvard Eriksen, hasta la de Winston Churchill en Praga. La ola reivindicativa
poco tiene de ponderación, se muestra
escasa de justicia, es una marea furiosa que exige silencio y sumisión a todos.
Me
llama la atención la ignorancia confiesa de los actos de “protesta”, la mayoría
de las veces apoyados y estimulados por los autobautizados “progresistas”. Así
vemos que no solo derriban la estatua de Douglass, sino que vemos ondear en las
manifestaciones de las minorías sexuales discriminadas imágenes del Ché como
estandarte. ¿Sabrán acaso sus promotores que el argentino en cuestión demostró
de manera indubitable su saña contra la comunidad homosexual en Cuba? A estos
pasos que llevamos no ha de extrañarnos que pronto veamos a las turbas
justicieras exigiendo la inauguración de la avenida Eva Braun en Tel Aviv.
¿Irán a exigir una plaza Trostky en Moscú o un busto a Reinaldo Arenas en La
Habana?
Por
lo pronto, sin más méritos que el de la fuerza bruta, vemos una bandada
atorrante que solo sabe responder ¡Chito! cuando se le pide explicación de sus
actos.
© Alfredo Cedeño
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