Es
necesario acotar que cuando se pide concordia, se ruega por unidad, es porque
se espera el uso de los materiales y soportes adecuados; para que se logre, aún
en aquellas labores donde hay ruptura de los cánones, de los tránsitos
cromáticos que permitirán lograr la armonía mínima que terminará por expresarse
con la fuerza propia de la obra conclusa. No se puede pretender pintar sobre un
lienzo con acuarela, o con óleo sobre papel. Han surgido nuevas tecnologías que
así lo permiten en algunas ocasiones, pero no es lo habitual; para poder
hacerlo son necesarios muchos pasos, que no se pueden obviar porque sería
condenar la pieza al desastre. Algo de eso vemos en estos tiempos, supuestos
innovadores que, sin conocer el manejo adecuado de los elementos y componentes,
van colocando al alimón las cosas donde les parece que van bien, y terminan
estropeando lo que pudiera ser una labor monumental.
Vivimos
el tiempo del porque me sale de mis santas ganas, días de zarrapastrosos dizque
ilustrados que imponen sus cofradías y sociedades en comandita contra toda
previsión que el mínimo sentido común exige.
Y a ello pretenden habituarnos. Crean comandos “comunicacionales”, más
bullangueros que una bandada de guacamayas trasnochadas, con los que linchan a
quienes osen pedir siquiera un poquito de sindéresis. Se pasean altaneros por
las distintas tribunas repartiendo mandobles a diestra y siniestra para que
todos callemos y rindamos loas a sus despropósitos.
Es una horda ignara que se ha hecho ama y señora de
nuestra realidad y destino. Es una
pandilla arbitraria que lo mismo quema iglesias en Chile, que caza a Woody
Allen, lapida a Vargas Llosa o lanza anatemas
a todo lo que se les antoje bajo la mirada atemorizada, cuando no complaciente,
de una colectividad que contempla un lento pero eficaz trabajo de demolición de
nuestros patrones de convivencia. Quizás ratas y cucarachas sean las
sobrevivientes. Siempre quise imaginar otro final.
© Alfredo Cedeño
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