Había una vez un agricultor cuya preocupación principal no era la tierra sino el cielo. Eso ocurría en una época en que Madrid no era la capital de España, sino un lugar de huertos y plantaciones en las que este hombre, que habia quedado huérfano a edad temprana, se ganaba la vida como peón en una finca madrileña. Él se llamaba Isidro de Merlo y Quintana
Su piedad era motivo de quejas por su descuido de las labores agrícolas y su consagración a rezar de manera continua en las diversas parroquias, pero un día el amo de la heredad en la cual trabajaba contempló cómo dos ángeles le ayudaban en sus faenas agrícolas, por lo cual sus deberes nunca quedaban sin cumplir. Todo esto ocurría entre el siglo XI y XII.
Con el paso del tiempo a este hombre se le atribuyeron una serie de milagros y fue como apareció en el santoral católico la figura de San Isidro, que es hoy en día el patrono de los agricultores en el mundo; y cuya fecha oficial es el 15 de mayo. En las diferentes comunidades agrícolas de Los Andes, al oeste de Venezuela, esta fecha es celebrada por los labriegos, quienes devotamente acuden a los templos de sus diversas localidades a manifestar su fe en él, así como a solicitar properidad en sus labores.
Ayer sábado acompañé a los campesinos de Mendoza Fría, en Trujillo, 400 kilómetros al oeste de la capital venezolana, en los actos litúrgicos realizados en homenaje al santo madrileño.
Santo, templo y animales fueron adornados con los frutos de la tierra. Rostros de iluminados recién llegados al mundo a guiar sus yuntas acorralados entre piedras y lirios salvajes sin ángeles que les auxilien para hacer que las siembras produzcan. Gestos de princesa extraviada en medio de oleadas de bueyes. Una feria de gestos en la cual hombres, mujeres y niños manifestaron una fe conmovedora con gran inocencia, tanta como la altura de esas montañas en las que, con sus labores agrícolas, ellos hacen producir los alimentos.
1 comentario:
Nuestro País,
gran País pese a todo
Esta preñado de un sin fin de tradiciones y costumbres
las de nuestro Andes están llenas de una espiritualidad asombrosa,
ancladas en la majestuosidad de la Cordillera Andina
Leida
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