Aquí la neblina amanece rocheleando por las calles y abriéndose al paso de los muchachos que, con andar firme y arrogante, salen a ganarse la comida día a día. Por algo es de casi tres mil metros la estatura de Chachopo, donde se dice que Andrés Eloy Blanco encontró su musa para escribir “
Aseguran que ella fue la “Loca Blasa”. María Blasa Ramírez, dicen que era su nombre real y que andaba sin parar de un rincón a otro por estos páramos merideños. De Chachopo iba a Mucutujote, de allí a Cruz Chiquita, después para Apartaderos… Hasta que tanta libertad desató la envidia de la prefectura y de allí salieron órdenes de colocarle unos grillos que la inmovilizaran. Aseguran los ancianos que eso no fue obstáculo.
A los pocos días Blasita se fue, “poco a poco, con sus grillos puestos, hasta que llegó al puente que lleva al llano, que ahí había un pozo azul y muy hondo. Ella agarró una enorme piedra y le estuvo dándole que te doy a las cadenas, hasta que las reventó y echo al agua esos grillos.”
Sin embargo hay otros que desconocen esta versión y afirman que la inspiración se la debió a una que mentaban Concha Araujo. Ella deliraba por las flores y vivía arrancándolas de cualquier cantero que encontrara, por lo que los vecinos ya cansados de sus raptos florales optaron por amarrarle las manos. Cuenta uno de los viejos vecinos que “ella se daba de mañas, se sentaba donde estaba la mata y la iba tanteando, tanteando hasta que la arrancaba.” Se especula que el paso de Concha Araujo, por las calles de la aldea, con ramilletes de lirios y hortensias fue el que terminó convirtiéndose en los “corderitos de enero y violeticas de mayo” de Andrés Eloy.
Hace menos de medio siglo apenas, en agosto las “nevazones” enjalbegaban las montañas que rodean a Chachopo. En sus bodegas el tiempo se detuvo y la consabida gentileza andina se destapa a deslumbrar al visitante. Calles donde Magritte se inspiró con sus vanos llenos de bloques, niños que pasean sus ojos curiosos en trío de vergüenza cómplice, un desheredado que vela el bronce de la plaza, un pájaro menudo, pero de escaso miedo, que reta las aguas frías y raudas, paredes de colores arriesgados e insolentes…
Si me conminan a definir a Chachopo escribiría que es el pueblo donde las tejas florecen y se tiñen de musgo. Diría que es un columpio de inocencia conmovedora que, desde la vera del camino, ve pasar al forastero sin moverse… es que no quiere estorbarles en su prisa de citadinos turulatos y sin destino.
2 comentarios:
¡Genial!
¿Qué andas tú haciendo, realengo por esos andes? ¿Estás sembrando?
Feliz cumpleaños!!!
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