Decía
el bachiller Esopo que la costumbre dulcifica hasta las cosas más aterradoras.
Parece ser que la plaga roja es más culta de lo que a simple vista expresa,
puesto que han demostrado conocer y aplicar dicho aserto de manera impecable. A
partir de Chávez y su arenga altisonante, bajo la mirada cómplice de una casta
política inconexa con nuestro tejido social, el país se nos ha desmigajado de
manera insólita. El terror fue tomando posiciones en nuestro quehacer diario
hasta convertirse en parte de nuestras vidas para luego ser visto con
naturalidad, es decir, con la dulzura que reviste a todo aquello que es parte
de nuestra cotidianidad.
Descalabraron
la Constitución que desde los sesenta, mal que bien, nos había guiado y las más
altas instancias legislativas y judiciales se pararon a aplaudir al señor de
Sabaneta. "Toman por asalto" a la gallina de los huevos de oro y los
trabajadores petroleros empiezan una solitaria pelea que logra hacer retroceder
al mentado señor, y sobran los vivarachos de rigor que tratan de aprovecharse
de ellos para encauzar dichas aguas a sus molinos; una vez seco el río les sacaron
la silla para dejar que PDVSA sea el elefante rojo que agoniza hoy en día. Van
asesinando a quienes no pueden callar y Oscar Pérez, Fernando Albán, Juan Pablo
Pernalete, Daniela Salomón, por nombrar algunos entre una lista infinita, son
parte del pánico que han instaurado en nuestro país.
Ha
sido una labor metódica. A conciencia y sin escrúpulos se nos ha despojado de
casi todo. Los rezagos de dignidad tratan de acabarlos con sus bozales de
cartón del CLAP, a sus perros falderos los premian con limosnas que envilecen.
La concepción del bendito hombre nuevo está basada en la destrucción de lo que
fuimos, de lo que somos, de lo que seremos. Y ahí está la piedra que no han
podido mover siquiera: el gentilicio venezolano.
Pese
a las escenas aterradoras que circulan por las redes sociales donde muchachos
imberbes asesinan a otros con frío gozo, o de los ataques sanguinarios contra
la muchachada que pelea sin tregua por los derechos de la ciudadanía, o de la
complacencia de una casta política que se ha autodesprestigiado con esfuerzo digno
de mejores causas, o del hambre que planea sobre todo el territorio nacional, o
de la dolorosa diáspora de quienes ante el desamparo buscan cómo sobrevivir,
más allá de todo eso y más aún, hay una venezolanidad con espíritu de
araguaney.
Uno
pasa por las carreteras entre mayo y diciembre y ve todo verde, hermoso pero monótono,
no hay una nota de color que cambie el paisaje. Hasta que a fines de enero las
montañas y los campos empiezan a reventar de amarillo, es un carnaval que los
ojos y el alma celebran ante aquel florear de nuestros araguaneyes. Así mismo
veremos retoñar nuestra condición de gente de bien.
© Alfredo Cedeño
1 comentario:
Bueno. Una nota de color y optimismo en medio de tanta desolación Un fuerte abrazo y mi bendición.
Alejandro Moreno
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